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— Por eso, por el temor á otro incendio, ella no sale jamás de la laguna. Allí entretiene su holganza escarmenando niebla, tejiendo tul de escarcha y bordando margaritas de hielos irisados.

Ha logrado convencer al Sol de que lo adora. Cuando en las mañanas la sorprende en el baño, ó en las tardes le hace la última caricia, ella ostenta convulsivos sonrojos que no siente.

Temerosa de que mis quejidos lo muevan al dolor, se hace la juguetona para sacudir sus cabellos armoniosos, agita sus gargantillas de perlas y zafiros, toca en sus arpas de cristal idilios, y hace que los suspiros del encantamiento desprendan de los mimbres de la orilla una funesta música de oro.

Ahí tiene usted explicado el misterio de este drama. Ya ve que es una intriga secular. Parece increíble que en esta altura demetros haya tantas bajezas.

Y yo no soy culpable. La sinceridad y la firmeza me han perdido. Mi gran ruina depende de haber amado honda y ardientemente.

Lejos de cuidarme de las seducciones ex-