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nerse entre el hambre y el fruto, entre la sed y la frescura, entre el racimo y el labio, entre el jugo y la arteria, entre el amor y la fecundidad.

Las férreas llaves de arcas y graneros ¿qué son sino crueles torniquetes incrustados en la vida natural?

Si hubiera un oído suficientemente sensibilizado para analizar todas las amarguras de que se formó ese chirrido estridente de las tumbas del oro, oiría los ayes de la espiga cuando la trilladora le desgarra el seno, lechoso y turgente por el ansia del surco; y los aullidos del bosque cuando al rostro de los especuladores que lo destrozan tira en sus astillas manojos de puñales; y oiría el ibah despectivo de la oveja, cuando en nombre de la civilización la dejan sin hijos ni camisa en la llanura.

Se oirían muchos vagidos acabados en estertores, y muchos himnos de vida rematando en elegía.

Allá, entre los cristales del champaña, reverberaría la putrefacción del sol nostálgico: en la panza burgués de las barricas, roja de ira la dulzura de las viñas, afinaría en