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Como para alejar el miedo de quemarse en esa boca, la sonrisa demostraba por momentos que entre ese cáliz diminuto de borgoña que ebullía, el hielo del ventisquero vecino había cincelado hileras de diamantes sedativos.

Entre las medias negras, las líneas indómitas de sus pantorrillas sugerían contornos de una futura madre de gigantes.

Pero el vasco, quizá celoso de nuestra excesiva admiración por su hija, quizá poniendo en armonía dos misteriosos afectos, nos dijo de repente: —Son de la misma edad.

—¿Quienes?

—La chacra y Consuelito: isí, señores!

Y nos refirió la consabida historia del embarco en España.

Los hornos de la fábrica le estaban quemando hasta los huesos. Se vino con su mujer y sus tres hijos varones á Buenos Aires.

En la esquina Maipú y Cangallo estuvo todo un año quemándose como changador el alma al sol. Dejó la changa para conchavarse con un proveedor del regimiento 7.° que salía para el Neuquén. En la carreta de los