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ñidor de plata, y con su emanación perfumada de leche y de claveles, la chacra se recostaba jadeante y lozana en la llanura, dejando que al través del velo de su aliento la besase en los ojos, en los labios y en los senos el sol.

Y seducidos por ese prodigio de vida y placidéz, preguntamos al labriego: —¿Por cuánto vendería usted esta chacra?

—No es mía: —nos dijo sécamente, hundiéndose la boina hasta los ojos.

—Es decir...—agregó pensativo,— es mía..y no lo es... Es mía, porque yo la hice en diez y ocho años de trabajo. No es mía, porque el gobierno no me la quiere vender.

—Y por qué no se la vende, si además de ser usted el dueño, al gobierno le interesa poblar los Territorios?

—¡Qué sé yo lo que pasa!—nos dijo, rascándose la frente,—cinco mil pesos me sacó un abogado de Buenos Aires para pedirla en venta; y después me mostró una ley nueva en que dicen que «la ocupación no da derecho», y que no me la venden, porque es muy chica, y patrañas y patrañas.

—Y si lo desalojan?