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merecía exorcismos de los frailes y ahora estudio de Psicólogos.

Resultado: Cuando salimos del aula, ¡ciegos ya para siempre! el sol, la luna y los colores del iris, no merecen nuestro asombro: ¡Sabemos lo que son!

Basta abrir el viejo libro de Ganot para curarnos de esas maravillosas inquietudes que sufríamos en la infancia.

De ahí en adelante sigue siendo de mal gusto detener la atención en simplezas de esa laya.

Apenas si de tarde en tarde respondemos á un chico impertinente: Luz? ocaso...? ¿colores... Pavadas: Refracciones! Ether!

¡Prismas! ¡Escalas!

Y sin volver á ocuparnos de observación tan baladí, seguimos los estudios hasta obtener título de dictadores sobre la salud de los cuerpos ó el gobierno de las sociedades ó el itinerario del universo.

Allá en plena agonía—cuando los aletazos de la muerte despejan por un instante los inciensos de la sabiduría — solemos darnos cuenta de que derrochamos una vida sin haber gozado de la luz, es decir, del único