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do preferible la compañía de los perritos de San Roque, á la de ciertos amigos de más contagiosa virulencia.

Tebaidas, las tenemos de sobra. Nuestra cordillera permanece solitaria, á pesar de sus escalas de alabastro para conducirnos á planicies que son verdaderos vestíbulos del Sol.

A poco avanzar en esas soledades nuestras pupilas principian á recobrar su primitivo don de asombro.

La brisa nos arranca el lente artificial incrustado por la escuela. La obsesión de lineas cómicas y rampantes, se desvanece en contemplaciones de curvas soberanas, cuyo dibujo restablece el pensamiento á órbitas de amplitud indefinible.

Las líneas rectas no fatigan, porque cualquiera de sus extremos conduce la mirada con ágil suavidad al infinito. Las sinuosidades no evocan recuerdos de reptiles fugitivos, sino de majestuoso ritmo de astros.

El corazón no se siente palpitar con timi deces de conejo agazapado, sino con impulso de corcel rijoso.

A medida que la pupila se va purificando,

desierto.—14