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cuerpo completo existe parecida proporción á la que hay entre el carbón incandescente y la radiación de un faro; entre el grano de pólvora y el radio sonoro de la detonación; ó entre una corola fragante y la inmensidad de brisas que perfuma.

El sonido causado por un tay! de pena se extingue para nuestro oído ordinario; pero, como el trueno entre las selvas, su eco sigue rebramando lúgubremente en los horizontes de nuestro flúido nervioso, quizá sin llegar en muchos años al confín de nuestro cuerpo sensible.

Si esto no fuera exacto, el mal al prójimo no sería tan malo. ¿Recuerda usted eso de la persistencia de la fuerza y la continuidad del movimiento? Piense bien. La idea de eternidad tiene su razón de ser. Los códigos penales del infierno están mejor fundados en la antropología que los nuestros.

Observe usted que mi teoría está de acuerdo con la evolución de la justicia humana: Así como las leyes del talión castigaban al órgano empleado directamente en acometer, nuestra justicia castiga á nuestra carne, á la mínima parte del organismo agresor. Día