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Y dando un golpe firme con el pie sobre la arena, dijo: —Esta es la gobernación, el punto culminante del valle, adonde convergen todas las principales avenidas.

Trasegando luego entre la carpa, salió desdoblando otro papelito y continuó: —Este es el edificio: hall, oficinas, balcones, parque, jardines, etc.

Y al mirarle con asombro las pupilas, buscando en ellas el paisaje grandioso de su alucinación, vi tal firmeza en las miradas y tan vigorosa serenidad en su gesto, que principié á dudar de mí, llegando á convencerme de que yo era el ciego, el pueril, el que por limitarse á mirar en el espacio, no veía en el tiempó cuánto puede la voluntad de la potencia.

Yo fuí el alucinado.

De esto me convencí días después de aquella fecha, cuando desde los balcones del palacete oficial, veía surgir de entre el monte primitivo los muros audaces de una ciudad moderna.

Como enorme grillete de toda una raza aherrojada por la conquista argentina, elé-