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Los nervios se hinchan de ritmos con longitudes infinitas.

Los ojos se ciegan para lo cercano, pero descubren con nitidez extraordinaria los hilos de las fuerzas y los cauces de las savias, en un mundo de líneas y de formas nuevas.

Las estrellas filtran en sus reflejos manifestaciones psicológicas y sonríen con benevolencia de pupilas familiares.

Los oídos parecen romper en trizas la escala que conocíamos del sonido, para acostumbrarse poco a poco á sonoridades sorprendentes, donde se oye volar entre los ruidos de la luz y los roces de los átomos, la frase rítmica que corresponde á nuestro destino en la canción universal.

Los perfiles de la persona se esfuman. La epidermis se borra. La sangre se sostiene y vibra por sí sola, transfundida en el ambiente, con extensión ilimitada.

El yo estalla como un fósforo para identificarse con el azul del éter.

La sensibilidad se mece en el espacio, con serena gravitación de nebulosa celeste.