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Los demás son extranjeros: pertenecen á países muy remotos ó á tierras que jamás han existido.

La Arabia y la China, por ejemplo, no sospechan cuántos cantores entusiastas tienen en estas latitudes.

Por la mágica virtud del consonante, muchas de nuestras damas quedan de repente convertidas en japonesas amorosas.

Provincianos que ni siquiera han llegado á Buenos Aires, viven boulevardeando entre bosques de algarrobos.

Difícil sería convencer á algunos de que la calle Flori la no es la rue de la Paix.

En los talleres de nuestros pintores predominan los cielos extranjeros y los rostros de grisetas parisienes.

Nuestras estatuas, aun las de los criollos más representativos y raizales, sestean por ahí en los parques, bajo arboledas forajidas, ostentando carnes griegas, cuando no cabezas de bellota.

Todo esto no sucede porque aquí se carezca de modelos propios, sino porque los hábitos de coloniaje pueden todavía más que la decantada independencia.