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Aun no ha tomado la raza posesión absoluta de su tierra. Aquí arrinconada en Buenos Aires, parece poseída de terror supersticioso por los cataclismos volcánicos de la cordillera ó por los huracanes empenachados de crines y de flechas en las pampas.

Pasadas las tragedias de la lanza indígena y del trabuco peninsular, los deudos seguimos guardando luto riguroso, sin atrevernos á registrar las gavetas de los abuelos ni á revisar siquiera el sitio en que expiraron.

El placer dentro del propio domicilio es mal visto. Se cree indispensable ir á gozar á Europa, como si las bellezas de aquí fuesen prohibidas.

Aun los que tienen afición al aire libre, prefieren ir á buscarlo á otras naciones, desdeñando éste de la Patagonia, saturado por dos mares, retemplado en los cráteres, perfumado por el trópico y servido en las irisadas copas de cristal que brune el polo.

Fuéranse anualmente nuestros artistas á esa región cordillerana, y el arte nativo florecería en originalidades sorprendentes.

Sea debido al estado higrométrico del aire,