Página:Voz del desierto (1907).djvu/45

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junto al rival vencido es cimera de triunfo sobre la hembra encelada.

No menos digna de tan. austera rebelión llega su muerte.

Ni la fría baldosa del pesebre, ni el brebaje de los veterinarios, ni el puntapié profanador de los cocheros, ni el póstumo reproche de los amos: nada altera la majestad de su agonía.

Mueren entre los terciopelos de la pradera y del silencio, con la nariz hundida en almohalón de lirios, con la piel sepultada en musgos blandos, y con la pupila abierta, bien abierta, para que de su cristal, ya opaco, no se escape ningún reflejo de la cruz del sur...

¡Y después?...

Los condores llevándose en el pico los resortes de la fuerza.

La arena chupando sangre con su esponja compasiva.

El flúido de la briosa libertad embarcándose en el viento.

Y el fósforo errante de los huesos deshojando miosotis en el luto de la noche...