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LOS PRÓFUGOS DEL SOL

Solitario en el comedor de una rústica estancia del Neuquén, el viajero esperaba que el hipnotismo de los rumores nocturnos le rellenase al fin los párpados de sueño.

Su pasividad era completa.

Para que la placidéz penumbrosa de la digestión gozase de su término, puso el codo sobre la mesita, apoyó la frente sobre la mano derecha, y abandonó sus pupilas á la titilación de una lámpara inmediata.

La jornada de 18 leguas había sido calurosa y excitante.

Cuando se apeó el jinete, todo él estaba compenetrado de un olor de fatiga.

Su respiración acelerada era indicio de