Página:Voz del desierto (1907).djvu/58

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Y como un mosquito, manco ya de un ala, se incorporase sobre su brazo izquierdo y le dijera:

—Esas no son razones. Bien sé yo que la vida de 70 años del rey Eduardo, por ejemplo, vale tanto como la mía de 24 horas que me señaló el destino, pero hay lo siguiente:

¿Por qué á todos estos valientes emigrantes que me rodean exánimes, todos ellos hace poco tranquilos en sus charcos y sus flores, todos ellos con su hogar establecido en el desierto, todos ellos resueltos á morir de vejez en sus tugurios de musgo, por qué, decía, se les ha puesto en la obscuridad una celada infame?

Como para nosotros el sol sale una ó dos veces en la vida, creímos que nuestro padre nos llamaba, creímos regresar á la unidad de la existencia: creímos llegado nuestro momento de ascender por la escala de Jacob, y qué había? Un sol falsificado, nauseabundo, oleaginoso y falaz.

—Acabáramos—replicó el viajero al orador;—ya sé de que se trata. —Felizmente vosotros no tenéis á la mano ministros diplomáticos para iniciar reclamaciones.