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Allí los esperaba el ventero, con su balancita para pesar el oro.

Agrupados en torno á la bujía, los mineros obsequiaban á las mozas con vino.

Uno á uno se iban acercando. Las cantoras pedían en verso su salario de alcohol.

Cada litro de vino correspondía á un gramo de oro en polvo, que los mineros sacaban con el pulgar y el índice, de una bolsita de pergamino que guardan en lo más profundo de sus harapos.

Allí tuve ocasión de observar una de las más misteriosas transmutaciones del oro.

Ese polvillo mágico, horas antes tan obscuro entre las rocas, tornábase en desastroso motor de los espíritus, tan pronto como brillaba un instante sobre el platillo de la justicia humana.

Allí era donde se convertía en pólen de una floración punzante y trágica.

De ahí pasaba al corazón de los mineros, florecido en rosas de pasión sangrienta.