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En los confines donde amanecía, allá sobre los ventisqueros, las vacas bermejas de la Aurora se desperezaban en prado de azucenas y emprendían solemnemente su ascensión hacia el cenit.
No sé si era el río Neuquén; pero me pareció que de ellas, de sus hocicos de oro rutilante, se escapaban inciensos y bramidos...