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¿Que en los tiempos que corren, siendo ella blanca y bella, su infecundidad sería un delito?

¡Naturalmente!

Y entonces; si su seductor era algo más que violinista ó pedagogo; si era el más ágil y prepotente de los príncipes indios; si era el armonioso Neuquén; ¿por qué no desgarrar el cendal de azahares que la cubría en la Cordillera del Viento, y arrojarse desnuda á la hondonada, allá donde el Neuquén le abría los brazos retorciendo sus deseos en lecho de hulla y ónix, bajo el cortinaje de moaré tejido por la luz con fibras de oro?

Sin contar las soñadoras medioevales que se fugaban de sus torres por escala de seda, allá más lejos, no había inmortalizado su amor una tal Safo tirándose al Tirreno?

¿Por qué ella no bajar de sus torreones de cristal, en pos de la eterna trova que el Neuquén le cantaba con arpas de oro y mármol?

¡Que vergüenza si los conquistadores argentinos la hubiesen sorprendido en el estéril monjio de su montaña!

Hoy no la conocerían siquiera: no la lla-