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marían ¡rica!; no le rendirían culto de Pitonisa, no pasarían ante ella largas horas de embeleso; sondando en la profundidad de sus pupilas el rutilante horóscopo del bien.

Todas esas pirámides de oro, que en gradería de catafalco se interponen entre la Cordillera del Viento y las colinas auríferas de este territorio; todo ese Panteón de soles prehistóricos, como mansión de ruina y muerte hubieran continuado por siglos, si el gorjeo mágico de la quebradita no los hubiese resucitado á la vida de los hombres.

Ella, en su descenso solemne de Sibila, cuando golpea en las rocas con su coturno de cristal, hace que, bajo las criptas del gran templo, vibre y repercuta el himno pagano de la religión moderna.

Si á modo de sacerdotisa druídica se detiene á orar en esas tumbas, las momias de los magnates primitivos se estremecen, deshaciendo su esqueleto en polvo de oro fino y "usical.

Bajo nubecillas de inciensos vespertinos, ella boga en su esquife de hechicera, arrancando de su trono al Rey Rubio, como Cleoatra al opulento emperador romano.