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Página:Daany Beédxe.djvu/136

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BEEDXE. Como veo, tu fuerza de voluntad y tu poder personal se unieron para cumplir con nuestro destino.

Por la mente de Águila Nocturna pasaban vertiginosas imágenes, casi de manera angustiante, una y otra, en busca de aquél misterioso personaje, que como venido de un sueño profundo, no aparecía claro su recuerdo; sin embargo su cuerpo estaba tranquilo y a gusto, parecía que su cuerpo si lo recordaba y asociaba perfectamente, la voz con la persona.

Águila Nocturna empezó a buscar en la penumbra del cuarto a la persona que le hablaba. Esforzando la mirada alcanzo a ver en la obscuridad un cuerpo y de él, un rostro muy extraño.

Un gran volumen se asentaba en lo que parecía ser la cara de un felino y encima de ella, más pequeña, una cara de un ave. Abajo de ellas, otro rostro, ahora humanoide del que destacaban un par de ojos, que parecían brasas ardientes, que estaban circundadas por dos serpientes, que al entrelazarse formaban un antifaz; de él, pendían otras dos serpientes a manera de boca y de los labios superiores se desprendían dos colmillos, que corrían de adentro hacia afuera. Del labio inferior, salía una lengua bífida que le llegaba casi al cuello.

El muchacho detuvo los pensamientos, empezó a respirar más lenta y profundamente; y entonces pudo ver con mayor claridad al personaje que le hablaba. Se dio cuenta que el hombre tenía puesta una máscara, que el gran volumen superior estaba constituido por enormes y bellas plumas multicolores. Águila Nocturna había detenido completamente sus pensamientos; sin el prejuicio de ellos, empezó a observar detenidamente a la máscara. Las plumas resplandecían y de ellas salía y entraba energía de la atmósfera. El rostro del felino estaba formado por dos caras de serpiente vistas de perfil, que además de darle un aspecto felino, humanizaban el rostro. Lo mismo sucedía con la figura de ave que estaba encima de él. No era ni un águila, ni un quetzal, porque tenía los ojos mirando al frente y estas aves miran de lado, porque sus ojos los tienen a los costados. Más bien eran dos quetzales, que se miraban de frente, vistos de perfil; formando un

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