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dos mil leguas de distancia. Un enano, calzado con botas que avanzaban veinte leguas a cada paso, salió al instante en busca del Hada y ésta, montada en un auto extraño guiado por un negrito, presentóse en
palacio pocas horas después.
—Está dormida—dijo el Hada al ver a la princesa, a quien ya se había colocado sobre un lecho suntuoso—y, para que, cuando despierte dentro de cien años,