Pensamientos (Rousseau 1824): 37

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Pensamientos
de Jean-Jacques Rousseau
Niños

NIÑOS.


En el principio de la vida, en que la memoria y la imaginacion son aun inactivas, el niño solo atiende á lo que afecta actualmente sus sentidos. Siendo sus sensaciones los primeros materiales de sus conocimientos, el presentarselos en un órden conveniente, es preparar su memoria á que algun día los suministre en el mismo órden á su entendimiento; pero como no atiende sino á sus sensaciones, basta en un principio mostrarle bien distintamente la intimidad, la union de estas mismas sensaciones con los objetos que las producen. Todo quiere tocarlo, todo manejarlo: no os opongais á esta inquietud, pues que ella le sugiere un aprendizage muy

necesario: aprende á sentir ó conocer el calor, el frio, la dureza, la blandura, la pesadez y la ligereza de los cuerpos; á juzgar de su tamaño, de su figura, y de todas sus cualidades sensibles, mirando, tentando, escuchando, y sobre todo comparando la vista con el tacto, y valuando por los ojos la sensación que esperimentaria tocando con sus dedos.

Solo por el movimiento sabemos que hay cosas que estan fuera de nosotros; y solo por nuestro propio movimiento adquirimos la idea de la estension. Por no tener el niño esta idea, alarga indiferentemente la mano para coger el objeto que toca, ó el que no está á un paso de él. Este esfuerzo que hace os parece una señal de imperio, una órden que da al objeto de acercarsele, ó á vosotros de traerselo, y no es nada de esto: es solamente que los mismos objetos que al principio veia en su cerebro, y despues ante sus ojos, los vé ahora al estremo de su brazo, y no imagina otra estension que hasta donde puede alcanzar. Cuidad de pasearle muchas veces, de transportarle de un sitio á otro, de hacerle conocer la mutacion de lugar, á fin de que aprenda á juzgar de las distancias.

Cuando principie á conocerlas, es necesario variar de método, y llevarle como os parezca y no como él quiera; porque tan luego como deja de ser engañado por los sentidos, procede de otra causa su esfuerzo.

La inquietud ó sea la incomodidad de las necesidades se espresa con signos cuando es necesario socorro ageno para satsifacerlas. De aquí los gritos de los niños: lloran mucho, y debe de ser asi, pues que son efectivas todas sus sensaciones: cuando son agradables, gozan de ellas callando: cuando son penosas, las dicen en su lengua y piden alivio. En tanto que estan despiertos, casi no pueden permanecer en un estado de indiferencia; duermen, ó sienten dolor ó gusto.

Todas nuestras lenguas son obras del arte: se ha indagado por mucho tiempo si habia un lenguaje natural y comun á todos los hombres: sin duda hay uno, y es el que hablan los niños ántes de saber hablar. No es articulada esta lengua, pero sí acentuada, sonora é inteligible. El uso de las nuestras nos la ha hecho descuidar hasta el punto de olvidarla enteramente. Estudiemos á los niños, y muy pronto con ellos la volverémos á aprender. Las nodrizas son maestras en

esta lengua; entienden todo lo que las dicen sus hijos de leche; les responden, tienen con ellos conversaciones muy bien seguidas; y aunque pronuncian palabras, son voces perfectamente inútiles, porque no es la significacion de la palabra la que ellas entienden, sino el acento de que va acompañada.

Al lenguaje de la voz se reune el de los ademanes, que no es menos enérgico: estos ademanes, que no es menos enérgico: estos ademanes no estan en las débiles manos de los niños, sino en su semblante. Admira el ver cuanta espresion tienen ya estas mal formadas fisionomías: sus semblantes varían de un instante á otro con una rapidez inconcebible: veis en ellos la sonrisa, el deseo, el susto, que nacen y desaparecen como el relámpago: cada vez creeis ver otra cara. Ciertamente que tienen los músculos del rostro mas movibles que los nuestros. En desquite sus ojos empañados casi nada dicen. Este debe ser el género de sus signos en una edad en que no se tienen sino necesidades corporales: la espresion de las sensaciones consiste en gestos, y la de los sentimientos en miradas.

Los primeros llantos de los niños son ruegos; pero si uno se descuida, muy luego se

convierten en órdenes. Principian por hacerse asistir, y acaban por hacerse servir. Asi, de su propia debilidad de donde nace al principio el sentimiento de su dependencia, nace en seguida la idea del imperio y de la dominacion; pero como esta idea se escita menos por sus necesidades que por nuestros servicios, principian aquí á hacerse distinguir los efectos morales, cuya causa inmediata no se halla en la naturaleza; y ya se vé por que desde esta primera edad importa reconocer la intencion secreta que dicta el ademan ó el grito.

Cuando el niño alarga la mano con esfuerzo sin decir nada, cree alcanzar al objeto, porque no valúa la distancia á que este se encuentra: es un error suyo; pero cuando se lamenta y grita al alargar la mano, ya no se engaña acerca de la distancia: manda al objeto que se acerque á él, ó a vosotros que se lo acerqueis. En el primer caso, llevadle despacio ácia el objeto; en el segundo, ni aun le deis señal de entenderlo: cuanto mas grite, menos debeis escucharle. Conviene acostumbrarle desde muy temprano á no mandar, ni á los hombres, porque no es su amo, ni á las cosas, porque no le oyen. Asi,

cuando un niño desea alguna cosa que vé y se le quiere dar, es mejor llevarlo al objeto que traer este al niño. De esta práctica saca una conclusion que es propia de su edad, y no hay otro modo de sugerirsela.

Un niño quiere desordenar todo lo que vé: quiebra, hace pedazos todo lo que puede alcanzar; empuña un pájaro como empuñaria una piedra, y le ahoga sin saber lo que hace. ¿Por que asi? Al momento la filosofía va á señalar, por razon de este modo de obrar, nuestros vicios naturales, el orgullo, el espíritu de dominio, el amor propio, la malignidad del hombre. El sentimiento de su debilidad (se añadirá quizá) incita al niño á hacer actos de fuerza, y á probarse á sí mismo su propio poder. Pero ved á ese anciano quebrantado y achacoso, tornado por el círculo de la vida humana á la debilidad de la infancia: no solamente permanece inmóvil y tranquilo, sino que tambien quiere que todo lo esté en su derredor: la menor mudanza le turba y le desasosiega, y quisiera ver reinar una calma universal. ¿Como produciria tan diferentes efectos en las mismas edades una misma impotencia unida á las mismas pasiones, si no hubiese

variado la causa primitiva? ¿Y en que se puede hallar esta diversidad de causas, sino en el estado físico de los dos individuos? El principio activo, comun á ambos, se desenvuelve en el uno, y se estingue en el otro: el uno se forma, y el otro se destruye: el uno camina á la vida, y el otro á la muerte. La actividad falleciente se concentra en el corazon del anciano: en el del niño, es superabundante y rebosa fuera: se siente, por decirlo asi, con bastante vida para animar á cuanto le rodea: nada importa que haga ó deshaga, bastale que varíe el estado de las cosas, pues toda mudanza es una accion. Si parece tener mas inclinacion á destruir, no es por malicia, es porque la accion que forma siempre es lenta; y como la que destruye es mas rápida, se aviene mejor con su vivacidad.

Al mismo tiempo que el Autor de la naturaleza da este principio activo á los niños, cuida de que sea poco dañoso, dejandoles poca fuerza para abandonarse á él. Pero tan pronto como ellos pueden mirar á las gentes que les rodean como instrumentos de quienes depende hacer obrar, se sirven de ellos para seguir su inclinacion y suplir á su propia

pia debilidad. He aquí como se hacen incómodos, tiranos, imperiosos, malos, indómitos: progresos que no proceden de un espíritu natural de dominacion, pero que se les da, porque no es necesaria una larga esperiencia para conocer cuan agradable es obrar por manos de otro, y no necesitar mas que mover la lengua para hacer mover el universo.

Conforme se va creciendo se cobran fuerzas, y se hace uno menos inquieto, mas parado, y se recoge mas dentro de sí mismo. El alma y el cuerpo se ponen, por decirlo asi, en equilibrio, y la naturaleza no nos pide mas que el movimiento necesario para nuestra conservacion. Pero el deseo de mandar no se estingue con la necesidad que le dió origen: el imperio dispierta y lisonjea al amor propio que el hábito fortifica: asi el antojo sucede á la necesidad, asi echan sus primeras raices las preocupaciones y la opinion.

Conocido una vez el principio, vemos claramente el punto en que se abandona el camino de la naturaleza. Veamos lo que es necesario hacer para mantenerse en él.

Lejos de tener los niños fuerzas superfluas

, no tienen ni aun las necesarias para todo lo que les pide la naturaleza: es preciso, pues, dejarles el uso de todas las que ella les da y de que no pueden abusar. Primera máxima.

Es preciso ayudarles, y suplir lo que les falta, ya sea en inteligencia, ya en fuerza, ya en todo cuanto de necesidad física fuere. Segunda máxima.

En los socorros que se les den, es preciso limitarse únicamente á la utilidad real, sin conceder nada al antojo ó al deseo infundado; porque el antojo no los atormentará cuando no se haya dado origen ó motivo á él, atendido á que no es natural. Tercera máxima.

Es necesario estudiar cuidadosamente su lenguage y sus signos, para que en una edad en que no saben disimular, se distinga en sus deseos lo que procede inmediatamente de la naturaleza, y lo que procede de la opinion. Cuarta máxima.

El espíritu de estas reglas es dejar á los niños mas verdadera libertad, y menos imperio; dejarles hacer mas por sí mismos, y que exijan menos de otro. Asi, acostumbrandolos desde muy temprano á ceñir sus

deseos á sus fuerzas, sentirán bien poco la privacion de lo que no esté en su poder conseguir.

El niño que solo conoce las necesidades físicas, solo llora cuando padece; y esto es una gran ventaja, porque entónces se sabe á punto fijo cuando necesita de socorro, y no debe tardarse un momento en darsele si es posible. Pero si no podeis aliviarle, tranquilizaos sin halagarle para que calle: vuestras caricias no curarán su mal, y sin embargo él se acordará muy bien de lo que debe hacer para que se le halague; y si una vez logra ocuparos á su voluntad, es vuestro amo, y todo se ha perdido.

Los largos lloros de un niño que ni está atado ni enfermo, y que de nada carece, son únicamente lloros de costumbre y de obstinacion: no son obra de la naturaleza, sino de la nodriza, que por no saber tolerar su importunidad la multiplica, sin pensaren que haciendo callar á un niño hoy, se le escita á llorar mas mañana.

El único medio de curar ó prevenir esta costumbre es no hacer ningun caso de ella: nadie gusta de tomarse un trabajo inútil, ni tampoco los niños; son obstinados en sus

tentativas; pero si vosotros teneis mas constancia que ellos terquedad, se cansan, y ya no vuelven á tenerla. Asi se les ahorran lágrimas, y se les acostumbra á no verterlas sino cuando el dolor les fuerza á ello.

En cuanto á lo demas, cuando lloran por capricho ó por obstinacion, es un medio muy seguro, para estorbarles que continúen, distraerlos con algun objeto agradable y vistoso, que les haga olvidar que querian llorar. La mayor parte de las nodrizas sobresalen en este arte, que es muy útil bien manejado; pero es de la mayor importancia que el niño no descubra la intencion de distraerle, y que se divierta sin que crea que se piensa en él; mas en esto es en lo que las nodrizas estan muy torpes.

Cuando principian á hablar los niños lloran menos, y esto es una consecuencia natural, pues sustituyen un lenguage á otro. Tan pronto como pueden decir con palabras que padecen, ¿por que lo dirian a gritos, á menos que el dolor no sea tan vivo que no pueda espresarlo la palabra?

Es muy estraño que desde que los hombres se ocupan en la educacion de los niños, no se hayan imaginado otros instrumentos

para conducirlos, que la emulacion, los zelos, la envidia, la vanidad, la ansia, el miedo vil, todas las pasiones mas peligrosas, las que mas pronto fermentan, y las mas á propósito para corromper el alma, aun ántes que esté formado el cuerpo. A cada instruccion precoz que se quiere introducir en su cabeza, se planta un vicio en lo interior de su corazon: insensatos institutores piensan hacer maravillas haciendolos malos para enseñarles que cosa es bondad, y luego con un tono muy grave nos dicen: tal es el hombre. Sí, tal es el hombre que vosotros habeis formado.

Se han probado todos los instrumentos menos uno, precisamente el único que puede surtir efecto, la libertad bien arreglada. No se debe encargar de educar un niño, quien no sabe conducirle adonde quiera por solas las leyes de lo posible y de lo imposible. Como ignora igualmente la esfera de lo uno y de lo otro, se la ensancha ó se la estrecha en torno de él como se quiere: con el solo vínculo de la necesidad y sin que se disguste, se le encadena, se le impele ó se le contiene: por la sola fuerza de las cosas, se le hace dócil y obediente, sin dar motivo

á ningun vicio para que germine en él, porque nunca se animan las pasiones cuando son de ningun efecto.

Siendo los primeros movimientos naturales del hombre medirse con todo lo que le rodea, y esperimentar en cada objeto que percibe todas las cualidades sensibles que pueden tener relacion con él, su primer estudio es una especie de física esperimental relativa á su propia conservacion, y de que se le aparta por los estudios especulativos, antes que haya reconocido el sitio que ocupa en la tierra. Miéntras que sus órganos delicados y flexibles pueden ajustarse á los cuerpos sobre los cuales deben obrar: miéntras sus sentidos todavía puros estan libres de ilusiones, es tiempo de ejercitar los unos y los otros en las funciones que les son propias; es tiempo de aprender á conocer las relaciones sensibles que tienen las cosas con nosotros. Como todo cuanto entra en el entendimiento humano pasa por los sentidos, la primera razon del hombre es una razon sensitiva, que sirve de base á la razon intelectual: nuestros piés, nuestras manos y nuestros ojos son nuestros primeros maestros de filosofía. Sustituir á todo esto libros,

no es enseñarnos á raciocinar, sino á servirnos de la razon de otro; es enseñarnos á creer mucho, y á no saber nunca nada.

Los mas brillantes pensamientos pueden encontrarse en el celebro de los niños, ó mas bien las mejores palabras en su boca, como los diamantes mas preciosos en sus manos, sin que por esto ni los pensamientos ni los diamantes sean suyos; pues no hay verdadera propiedad de ninguna especie en esta edad. Lo que dice un niño no es para él lo que para nosotros, pues no atribuye a ello las mismas ideas. Estas, si tiene alguna, estan en su cabeza sin consecuencia ni conexion: nada hay fijo ni seguro en todo lo que piensa. Examinad vuestro pretendido prodigio: en ciertos momentos hallaréis en él un resorte de una estrema actividad, una claridad de entendimiento que traspasa las nubes; pero frecuentemente este mismo entendimiento os parecerá flojo, lacio, y como rodeado de una densa niebla. Tan pronto corre mas que vosotros, os adelanta, y tan pronto se queda parado. En un instante dirémos: es un raro talento; y un instante despues, es un tonto; y siempre os engañaréis; es un niño: es un aguilucho que hiende el aire por un instante, y

vuelve un momento despues á caer en su nido.

El hombre tiene tres especies de voz, á saber: la voz parlante ó articulada, la voz cantante ó melodiosa, y la voz patética ó acentuada, que es el idioma de las pasiones, y que anima el canto y la palabra. El niño tiene, lo mismo que el hombre, estas tres especies de voz, pero sin saberlas ligar entre sí: tiene como nosotros la risa, los gritos, los lamentos, la esclamacion, los gemidos; pero no sabe mezclar estas inflexiones con las otras dos voces. Lo que reune mejor á las tres, es una música perfecta. Los niños son incapaces de esta música, y su canto jamas tiene alma. Del mismo modo en la voz parlante su lenguage no tiene acento: gritan, pero no acentúan; y como en sus razonamientos hay poca energía, hay poco acento en su voz.

De los niños atolondrados se hacen los hombres vulgares, y no sé que haya una observacion mas general y mas cierta que esta: no hay cosa mas difícil que distinguir en la infancia la estupidez real de la aparente y engañosa que anuncia las almas fuertes. Parece estraño en un principio que

estos dos estremos tengan unos signos tan semejantes, y sin embargo debe ser asi; porque en una edad en que el hombre no tiene todavía ningunas verdaderas ideas, la única diferencia que se encuentra entre el que tiene genio y el que no le tiene, es que este solo admite ideas falsas, y aquel, no hallando ninguna verdadera, las desecha todas: se parece pues al estúpido, en que este no es capaz de nada, en vez de que á él nada le conviene. La única señal que puede distinguirlos depende de la casualidad que puede presentar al último alguna idea á su alcance, en vez de que el primero es siempre y en todos casos el mismo. El jóven Caton durante el tiempo de su infancia parecía un imbécil en su casa; era taciturno y terco. He aquí todo el juicio que se formaba de él. Solo en la antecámara de Sila aprendió su tio a conocerle. Si no hubiese entrado en esta antecámara, quizá hubiera pasado por un bruto hasta la edad de la razon: si no hubiese vivido Cesar, quizá se hubiera tenido por un visionario á este mismo Caton que penetró su funesto genio y previó á lo lejos todos sus proyectos. ¡Oh cuan sujetos estan á engañarse los que juzgan de los niños tan precipitadamente! Mas niños son ellos muchas veces que los mismos niños.

La aparente facilidad de aprender origina la pérdida de los niños: no se vé que esta misma facilidad es la prueba de que nada aprenden. Su celebro liso y pulimentado reflecta como un espejo los objetos que se le presentan; pero nada se le queda, nada penetra. El niño retiene las palabras, pero se reflectan las ideas: los que le escuchan las entienden; él es el único que no las entiende.

Son necesarias observaciones mas sutiles y delicadas que lo que se piensa para asegurarse del verdadero talento, del verdadero gusto de un niño, que manifiesta mas sus deseos que sus disposiciones, y que se juzgue siempre por los primeros, á falta de saber estudiar las otras. Yo querria que un hombre juicioso nos diese un tratado del arte de observar á los niños. El conocimiento de este arte seria muy importante: los padres y los maestros aun no poseen los elementos de él.

A los doce ó trece años se desenvuelven las fuerzas del niño con mucha mas rapidez que sus necesidades. Aun no se ha hecho sentir en él la mas violenta, la mas terrible de todas: los mismos órganos permanecen

en la imperfeccion, y parece que para salir de ella le fuerza su voluntad. Poco sensible á las injurias del aire y de las estaciones, su naciente calor le sirve de vestido, y su apetito de condimento: en su edad todo lo que puede nutrir es bueno: si tiene sueño, se tiende sobre la tierra y duerme: por todas partes se vé rodeado de lo que necesita: ninguna necesidad imaginaria le atormenta: nada puede sobre él la opinion: no van lejos sus deseos: no solamente puede ser suficiente á sí mismo, sino que tiene mas fuerza de la que necesita; es el único tiempo de su vida en que se hallará en este caso.

¿Que hará pues de este esceso de facultades y de fuerzas que tiene de mas al presente, y que le faltan en otra edad? Tratará de emplearle en cuidados que puedan aprovecharle en caso de necesidad. Echará, por decirlo asi, en lo futuro el sobrante de su ser actual: el muchacho robusto hará provisiones para el hombre débil; pero no establecerá sus almacenes ni en los cofres que se pueden robar, ni en heredades que le son estrañas: para apropiarse verdaderamente su adquisicion, la depositará en sus brazos, en su cabeza, en él mismo. He aquí el tiempo

de los trabajos, de las instrucciones y de los estudios.

No se trata de enseñar las ciencias al niño, sino de darle gusto para que las ame, y método para enseñarselas cuando esté mejor desenvuelto este gusto.