Poesías (Adolfo Berro)/Introducción

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época
INTRODUCCION




PUBLICADA AL FRENTE DE LA PRIMERA EDICION.

POR D. ANDRES LAMAS.




No pueden registrarse las pájinas de este libro sin que despierten altas y profundas emociones, se abra el pecho á nobles esperanzas y nos transportemos con el pensamiento á dias de mas ventura para la Patria; pero, si, como sucede, nos asalta la idea de que el soplo de la muerte ha secado la inteligencia superior que las anima, que esa música armoniosa y severa que dá recojimiento al alma y altura á la mente es el último canto del cisne que plega sus alas y modula una despedida, necesitamos de todo el poder de nuestras mas sinceras convicciones, para levantar el ánimo del dolor que nos inspira la pérdida del hombre, del amigo, del ciudadano, á la tranquila atencion que demanda la obra del poeta.

Tristísimo honor seria el que nos ha cabido, si solo debiéramos á la memoria de Adolfo Berro una melancólica elegía, pálido éco del sentimiento individual, que pasaría inapercibido entre las magníficas ovaciones que le ha decretado el aprecio público; palabra incompleta de una verdad que no cabe en el idioma, porque, como ha dicho un hombre de corazon, las teorias, las doctrinas, los sistemas se esplican: los sentimientos se sienten.

Al poner este vólumen en manos del público, conocemos que es otro nuestro deber; y nos disponemos á cumplirlo, refujiándonos en nuestra conciencia para buscar en ella el apoyo que nos niega nuestra limitada capacidad y los estudios especiales que hemos cultivado.

Adolfo Berro nació en Montevideo el día 11 de Agosto de 1819, en el seno de una familia muy considerada, no solo por los servicios que su gefe ha rendido al pais, y por las distinciones que ellos le han merecido, sino principalmente, por una práctica constante de todas las virtudes, de esas virtudes que sirven á la sociedad desde el silencio del hogar doméstico, y son fuente de sólida y legítima felicidad.

La educacion moral empieza desde que podemos contraer hábitos, es decir, en la cuna. Las primeras impresiones suelen decidir el destino de toda una vida, porque la moral, para ser sólida, ha de ser hábito antes que fruto del estudio y esperiencia. Asi es que el niño Berro gozó, desde luego, y aprovechó estensamente, esta esencialísima educacion, que tan bien se avenia con las tendencias de que el cielo le habia dotado; y de muy pocos años se hacia notable por su espíritu de órden, por la exactitud de su raciocinio y por una modestia, que, mas tarde, no pudieron arrancarle los merecidos y seductores elojios que á sus talentos se tributaron por personas cuyo voto es capaz de arrojar la simiente de la vanidad en cabezas que el tiempo haya sazonado.

Dotado de esta educacion importante, en que se armonizaba tan completamente su temperamento con los ejemplos domésticos, recibió Adolfo toda la enseñanza que por entonces ofrecian los mejores profesores de Montevideo; y en 1836, al abrirse en esta capital las cátedras de estudios mayores, se halló en estado de incorporarse al aula de derecho civil que regenteaba el Dr. D. Pedro Somellera.

En los bancos de aquella aula tuvimos la fortuna de conocerlo. Adolfo, dotado de verdadero talento, que acrecia diariamente del modo en que este don supremo se desenvuelve y perfecciona, por la meditacion y el estudio, se distinguia mucho en el de derecho, no solo por la aplicacion y el método con que procedia en esta, como en todas sus tareas, sino tambien por la cabal inteligencia de la razon y espíritu de la ley, que es, como dice el sábio autor de las partidas, el verdadero saber de las leyes.—No emitimos una opinion personal únicamente. Su catedrático, juez mas idóneo que nosotros en el caso, preguntado, cuales eran sus mas aventajados discípulos, los clasificó en unos exámetros latinos, diciendo de Berro—Mens legum Adolfus.

A los conocimientos teóricos que alli adquiría unió la práctica en el bufete del Dr. D. Florencio Varela, hábil abogado y literato de vasta erudicion y esquisito gusto, que, ligado á la familia de Berro por vínculos estrechos, se complacia en cultivar aquella inteligencia privilegiada.—A la tierna solicitud que en esto ponia Varela se refiere Adolfo en los versos que le dirijió con motivo de la muerte de su escelente hermano Rufino:

Florencio amigo, que de tiernos años
Amar me hiciste la virtud austera
Y acá en mi mente derramaste ansioso
 Blandas ideas.

Adolfo habia llegado á aquella sazon en que los años nos empujan sobre los caminos de la vida social y un nuevo espectáculo se ofrece á nuestros ojos. Berro, era uno de esos hombres predestinados á verlo todo de una vez, á distinguir las llagas á través de las flores que las cubren, á oir los ahogados gemidos que se escapan en medio de las risas y de los himnos, á no detenerse en la epidermis de la sociedad.—¿Quién puede calcular las impresiones, los dolores que aquejarian aquella alma en el momento en que el espléndido manto que viste el mundo á nuestros ojos de niño, se convierte en paño negro empapado de llanto?

Berro, lleno de la fortaleza de la virtud, é iluminado por su inteligencia, tenia la conciencia de sus deberes. No podia ser de otro modo, porque Dios no prodigó los dotes que le concedió, para que se estingan en estériles gemidos. Tal vez ese tinte melancólico, que tanto interés daba á su pálido rostro, era hijo de la tristeza que produce la contemplacion de esas hondas miserias, hermanada con los duelos domésticos que ha vestido su hogar, desde los tempranos dias en que su valiente hermano D. Ignacio rindió la vida por la Patria, en los gloriosos campos de Ituzaingó.

Muy serias tareas ocupaban su ánimo. La infame tiranía ejercida en la raza de color, no podia dejar de sacudirlo fuertemente; el corazon y la justicia la condenan con horror. Un homenaje tributado al talento de Berro por el Superior Tribunal de Justicia, nombrándole asesor del defensor de esclavos en 1839, y que el aceptó y desempeñó con un saber y una elevacion que bastarian para ilustrar su nombre, le dió ocasion de conocer en todos sus inauditos detalles la opresion que pesa sobre esos míseros hombres, que la perversidad humana quiere transformar en bestias. Se consagró entonces á promover la aplicacion del remedio radical de esa lepra de nuestra sociedad. La emancipacion y la mejora intelectual de las gentes de color; y escribió un proyecto, que tenemos á la vista, para alcanzar esos fines por medio de la asociacion, consultando, en todo ella, los derechos de la humanidad, y los bien entendidos intereses morales, políticos y económicos de la República.

Alejado de nuestras luchas civiles, se consagró á servir positivamente á su país; y estendió sus meditaciones sobre la educacion popular. Trabajos de verdadera conciencia, que favorecen tanto á su carácter como á su corazon: que lo llenaban completamente. En el delirio que precedió á su muerte, llamaba á D. Cándido Juanicó y hablaba de unos papeles que á este le pertenecían. Eran los apuntes sobre la educación de nuestro pueblo!

En uno de esos momentos en que, como lo dice en una nota sobre el Azahar, nuestra alma nada encuentra en el mundo que la satisfaga, la conmueva, se puso á borrajear mil ideas incoherentes, y escribió sus primeros versos, á que siguieron poco despues los de la magnífica composicion titulada — El Esclavo.

Adolfo los guardaba con un esmero particular: estas aspiraciones eran su secreto. Una casualidad burló sus precauciones, y una hermana suya, que lo habia sorprendido, dijo á su cuñado, D. Jacobo Varela, que Adolfo hacia versos.

Estrema era la consideracion y el cariño de Berro por Varela, y sin embargo no pudo este conseguir, sin mucho esfuerzo, que le confiase sus poesias. Consintió en ello al fin y en que se mostrasen á D. Florencio. A esto se debe su publicacion, hecha por este último, y los elojios que decidieron la vocacion de Berro á este género de literatura. Su modestia natural no conocia límites; era una de las cualidades que mas lo distinguian, y tanto, que en unos exámenes de derecho, el presidente del acto, Dr. D. Julian Alvarez, creyó que debia hacer de ella pública recomendacion.

Adolfo se sentia morir: se sentia hundir en el sepulcro y esclamaba:

Morir! sin que entre el polvo los tiranos
Haya visto en el mundo de Colon,
Demandando al Eterno en mis plegarias
Para los abatidos el perdón!

El cielo lo habia decretado de otra suerte: en la noche del 28 al 29 de Setiembre de 1841, las puertas de la eternidad se abrieron para recibirlo, dejándonos en el suelo las hojas de este libro, á que vamos á contraer nuestra atencion.

Una grave cuestion se nos ofrece desde luego: oimos hablar frecuentemente de la literatura nacional ¿existe? — ¿ha podido existir?

Si la literatura es la espresion de la sociedad, como desde Bonald acá se ha repetido de tantos modos, será necesario que nos demos cuenta del estado de nuestro pueblo si queremos aproximarnos á una solución atinada.

No debemos buscar nuestro orígen literario en los dias en que, colonos de la España, dormíamos á los pies de sus leones: las colonias no tienen una vida propia, y para colmo de desdicha, el astro de nuestra metrópoli se habia eclipsado: eran pasados los tiempos en que sus armas y sus vates hacian y cantaban cosas dignas del brazo y del ingénio de aquella hidalga nacion. — Es justo abandonar las preocupaciones y el idioma de los campos de batalla. — No hay nacion alguna que haya puesto menos trabas al desarrollo intelectual de sus colonias; solo en las suyas se encuentran rastros de una enseñanza superior. Si lo que entonces se enseñaba casi no merece los honores de la ciencia, es, al menos, cuanto ella poseia.

La emancipacion de las colonias, en su oportuna estación, es una de esas leyes naturales que los hombres no pueden contrariar. Los pueblos de la antigüedad, dice un escritor español, [1] conocieron esta verdad mejor que los modernos; y así las metrópolis dejaban independientes á sus hijas apenas podian estas sostenerse sin su ausilio; siguiendo la ley de la naturaleza que reclama la independencia de los hijos, cuando ya no necesitan de los padres.

En nuestros tiempos, las naciones lo entienden de otro modo y la independencia de las colonias demanda sangrientas hecatombes; si no conociéramos el vilísimo egoismo que hace necesario este culto de sangre, tal vez pudiéramos decir que, en nuestros dias, no alcanza ninguna colonia su carta de emancipacion sin haber probado su temple y su vigor para lidiar, vencer y conquistarla; es decir, sin que acredite su derecho que en este caso es, rigorosamente, su fuerza.

Amaneció el dia homérico de 1810; y nuestros gloriosos padres lidiaron, vencieron y sellaron la acta inmortal que agregó diez naciones al plano geográfico del mundo. De entonces hemos visto contar la era de las nuevas sociedades americanas, sin duda predestinadas por las leyes de la humanidad á reasumir una civilizacion mas completa que la que hoy conoce la tierra. Pero cuenta que nacer no es formarse: que hay un periodo de embrion, de incertidumbre, de vacilacion, entre el primer vagido del niño y la primera palabra del hombre; periodo de estravío, delirio, de crímen tambien, si el freno de una educacion acertada ó la pujanza del génio, no ponen á raya los fogosos impetus de la juventud inesperta y ardiente.

Las cuestiones, pues, de que nos ocupamos vienen á encerrarse en esta pregunta: —¿han alcanzado las nuevas sociedades americanas aquel momento en que las facciones mudables, oscilantes del niño, se pronuncian y toman los rasgos que han de distinguir la fisonomía del adulto?— Con solo contar los dias que nos separan del dia inmortal, la cuestión se resuelve en buena parte; y si tendemos la vista á todo lo que nos rodea, si nos miramos á nosotros mismos rodando en alas del huracan, salpícados de lágiimas y de sangre, sin tener donde sentar el pié, hemos de sentir, poderosamente, que nuestros pueblos no han entrado todavia en aquel periodo de aplomo y de vigor en que se desemboza y fija el carácter de las sociedades.

Acontece ahora en la nuestra lo que en todas las que se hallan en su caso, porque las leyes que rigen al mundo moral son tan constantes, tan uniformes, como las que gobiernan al mundo fisico. Desquiciados los arrimos de la antigua sociedad, resfriadas sus creencias, mal avenida con sus antiguos hábitos, abandonada á impulsos excéntricos, accidentales, contradictorios, la sociedad es un caos; no tiene fisonomía alguna moral y la literatura no puede ser su espresion, porque no tiene espresion el caos. [2]

Las ideas que acabamos de emitir están en jérmen, como casi todas las que contendrá este escrito, cuyas regulares proporciones tememos exceder; son susceptibles, y quizá requieren, mas detenidas aclaraciones; pero, tales como están, las juzgamos bastantes para concluir que no hemos tenido, ni podido tener literatura nacional en la acepción plena y ajustada de estas palabras.

Hemos tenido, sí, ensayos literarios, mas ó menos felices, como hemos tenido ensayos políticos; pero dominando en unos y otros, como era natural que sucediera, las tintas del elemento estrangero, preponderante en nuestra condicion política: el de la conquista primero; el de las ideas que adoptamos, particularmente las exaltadas por la revolución francesa, después. — Esto esplica, si no disculpa, el que se hayan perdido tantas vigilias en pálidas cópias, en borradas imitaciones de instituciones y sistemas que no son los nuestros; que han enjendrado violentas convulsiones, ó desaparecido por ese marasmo que aqueja á las plantas estrañas y las condena á una muda postracion.

Historiar la marcha de esos ensayos, buscando su enlace con el pensamiento político que ha trabajado á nuestros pueblos, es el proceder que, segun lo que alcanzamos, ha de conducirnos á señalar el lugar que merezca la obra que nos ocupa.

Sentidas quejas se han escapado contra la súbita y no preparada importacion de instituciones políticas: confesamos que grave daño debe haber ocasionado; no diremos que no ha podido obrarse con mas acierto, pero sí, que, atentas las circunstancias de nuestra emancipacion, era muy dificil que acaeciera de otro modo; dificil encajonar el torrente que se desborda; dificil no fascinarse con una luz llena y resplandeciente, y en aquellos momentos de animacion, no entregarse, cuerpo y alma, sin discusion ni exámen, con la confianza del ciego entusiasmo, á las colosales ideas que habian obrado el cambio mas prodigioso de los tiempos modernos; hecho vacilar tantos tronos y arrancado de raíz privilegios opresores, estableciendo la igualdad del hombre, la libertad de la inteligencia, de la tierra, del trabajo, de la industria.

Dificil era, repetimos, señalar el linde en que debiera contenerse el espíritu ansioso de novedades y mejoras; y dado caso que se acertará en ello, dificil hacerlo respetar. La revolución nos habia colocado sobre un plano inclinado, y el impulso fué tan vigoroso, que pasamos, de un salto, en política, de Saavedra á Rousseau; en filosofía, del enmarañado laberinto de la teología escolástica, al materialismo de Destut de Tracy; de las religiosas meditaciones de fray Luis de Granada, á los arranques atéos y al análisis enciclopédico de Voltaire y de Holbach. — Ya no fué entonces, cuestión política solamente: entraron en choque violentísimo todos los elementos sociales, y como la fuerza material es impotente para suprimir hábitos y creencias tradicionales, cumplió la revolucion política en Ayacucho, dejando la social en su aurora. — Los sangrientos crepúsculos de la guerra civil son una consecuencia lógica de estos antecedentes.

La literatura debió someterse á la influencia que se enseñoreaba del campo de las ideas; pero la musa francesa que habia asistido á las saturnales de aquella revolucion portentosa, que vestia el gorro frígido, y evocaba las sombras de Maraton y Salamina, cuando la Europa entera se desplomaba sobre ella, no podia traernos sino las formas del génio griego que la esclavizaba—La poética de Aristóteles era su decálogo—Esta innovación era de poca monta. Desheredada la raza austriaca del trono de España, por la muerte del imbécil Cárlos II, y sentado en él un nieto de Luis XIV, los pirineos abatieron sus frentes altaneras, y el ingénio español, pervertido por el culteranismo en el siglo XVII, vino á postrarse ante la influencia gálica, que este es el hecho que representan Luzan y los otros llamados restauradores de la poesía castellana en el siglo XVIII.

—Se solidaron, pues, entre nosotros las formas aristotélicas decoradas por Boileau y algún otro de sus continuadores; y encerrando á nuestros ingénios en estrechos carriles, detuvieron el vuelo, que, tal vez, habria desplegado el genio americano, en el momento en que hundiéndose el edificio colonial, brillaba entre sus ruinas la espada popular y tremolaba en las crestas de los Andes la enseña de la libertad de un mundo. Grandioso espectáculo, á que servia de teatro una naturaleza desconocida: desiertos sin horizonte, montañas que tocan á las nubes, llanuras que se doblan como las olas del mar, iluminadas por un cielo que vaciaba sus colores en nuestras banderas.

Todo era nuevo; nuestra manera de guerrear, la indocilidad de nuestros caballos que han conocido la libertad y como que luchan con las bridas que los sujetan, la apostura de nuestros ágiles ginetes, sus especiales vestiduras, las armas de que se sirven; esas luchas en que inespertos ciudadanos que llevaban el pecho descubierto, alzaban por despojos, en la punta de la lanza, petos abollados, relucientes cimeras y estandartes, en cuyos dominios siempre habia sol que los alumbrase, y que iban á encerrarse vencidos en un pedazo de Europa! — Escenas que no se parecian á ningunas otras; victorias conseguidas rompiendo audazmente las leyes estratéjicas, mas importantes, sin duda, que las leyes de la poesia académica á que se sacrificaban las altísimas y nuevas inspiraciones que debia producir un drama de tanta altura v novedad.

Narramos un hecho, y no queremos—ni como quererlo! — negar la nacionalidad relativa de los férvidos cantores de la guerra de la Independencia: suyas son esas cintas celestes y blancas que coronan las liras de Varela, de Lopez, de Lafinur, de Hidalgo, de Luca; sus himnos durarán tanto como el recuerdo perenal del Cerrito, de Maipú, de Chacabuco, de Ituzaingó; y decimos esto para acreditar nuestro sincero respeto á los nombres que invocamos, nosotros, hombres de ayer, que no hemos llevado una piedra al edificio de la Patria, ni agregado una hoja á su corona.

Mientras que el arte seguia este camino entre nosotros, una gran mudanza literaria se operaba en Europa, y derramaba una nueva luz que debia proyectarse en nuestras playas, con tanta mas fuerza cuanto es mas directa la influencia del pensamiento francés. —Trazemos lijeraraente la imájen de esta lucha, ya que se han traido á nuestra casi desierta arena literaria las clasificaciones, soberanamente absurdas, de clásicos y románticos.

Ocioso seria hoy empeñarse en demostrar la inconveniencia de algunas reglas, acomodadas á los gustos de las antiguas sociedades, y sujetas, por lo mismo, á las alteraciones que necesariamente producen los tiempos y las condiciones de otra civilizacion. Esta inconveniencia ha quedado fuera de cuestion, y un escritor remarcable por su moderacion, autor de una de las varias imitaciones del Edipo de Sófocles, confiesa con lisura que nada mas acertado ni conveniente que dejar á la imajinacion un vastísimo espacio para que campée con desahogo, sin hostigarla á seguir paso á paso las huellas de los antiguos. [3]

El arte que sacrificaba el fondo á la forma; que menospreciando los tesoros de la verdadera religion— aun despues de colocados á tan buena luz por el célebre Chateaubriand— no profesaba mas culto que el de los impúdicos dioses del paganismo; que cuando la sociedad se ajitaba, se convulsionaba, se despedazaba, permanecia tranquilo como un lago de agua muerta, cuya superficie no rizan las iras del huracan desatado, era plenamente extrangero á la sociedad, y estaba herido de muerte por su misma esterilidad.

No lo comprendieron asi algunos de sus sacerdotes, apegados á los envejecidos preceptos á manera de numismáticos, cuya ciencia se encierra entera en la esplicacion de antiguos bustos y geroglíficos. — No advirtieron, como casi nunca lo advierten los poderes establecidos, que todas las fórmulas sociales deben seguir la marcha del pueblo, plegarse á sus necesidades, amoldarse á los hechos que se realizan; y que el medio mas seguro de hacer imposible las revoluciones es comprender aquella necesidad y hacerle de buen grado los sacrificios que reclame. [4]

De consiguiente, se trabó dura guerra entre los novadores que escribieron en su bandera — libertad para el arte, y los que alzaban irascibles el antiguo pendon: desde entonces la suerte estuvo tirada y la revolucion debia recorrer todas sus faces.

Los escesos del llamado romanticismo fueron un resultado natural y que estaba en relación con la tenacidad de sus contrarios. — La escuela rival, estrema, se reasumió en la forma; para ella las reglas eran todo. — Su antagonista, en desquite, dijo, que las reglas eran nada. Cada uno de estos bandos se apropió un pedazo de la verdad, que está en la índole de toda parcialidad exagerada —casi todos lo son por desgracia— no poseer sino verdades incompletas y mescladas con el error. Tenían razón los llamados clásicos en sostener algunas reglas, que serán tan eternas como la fábrica del mundo, por que están tomadas de la invariable naturaleza; y teníanla los románticos en despedazar preceptos y clasificaciones mudables por su carácter de convencion y especialidad, y destinados á renovarse y perfeccionarse con la sociedad.

Pero en esas horas no se discute, se pelea: para meditar y razonar, es menester detenerse y recojer el ánimo, y el que se detiene es derribado en el polvo por las ruedas del carro revolucionario. Esta es una ley constante de todas las revoluciones: los estremos se acercan en esos momentos calorosos, porque se anda el camino á paso de ataque y, en el ansia de la victoria, las distancias vencidas se encojen y nunca se cuenta haber avanzado bastante.

Sin embargo, el triunfo de los novadores era un hecho que debia consumarse, porque habian tomado por su cuenta satisfacer necesidades verdaderas que sus enemigos desconocian ó despreciaban: es decir, era en su orígen una lejítima revolucion y no uno de esos miserables motines, hijos de la pasión, estrechos como ella, que suelen escandalizar al mundo con sus alaridos impotentes. Pero había llegado mas allá de su objeto, y al apagarse los fuegos enemigos, se dejó ver sobre el campo de batalla un monstruo diforme, acabada personificacion de una literatura nacida en medio de los vivaques y nutrida con la cólera de los combatientes: fenómeno descomunal, sirviéndonos de la imágen de un poéta muy distinguido, que si pudiera convertirse en ente animado, sería adecuado protagonista de la epopeya de otro Milton. [5]

Literatura escepcional, transitoria, hija de la resistencia que debia estinguirse con ella en todo lo que tenia de violenta y exagerada.

Muy temprano apareció en las orillas del Plata el espíritu innovador; cuando recien acababa Victor Hugo de dar á la escena su primer drama —Hernani— ya publicaba D. Estevan Echeverria sus Consuelos. El momento era oportuno. La guerra de la independencia habia terminado; y despojadas nuestras liras de la pasion guerrera que las ennoblecia y nacionalizaba, necesitaban armonizar su entonacion con el estado de nuestro pueblo, que apuraba el caliz de la desgracia y estaba menesteroso de doctrina y de verdad.

El libro del Sr. Echeverria abrió una nueva época; es el punto en que se separa de nosotros el arte antiguo, para dar plaza al arte de nuestro dia: se esconde de nuestra vista la poesia pueril, mero objeto de pasatiempo y solaz, abdican su imperio las sensuales deidades del paganismo, y raya en el horizonte un brillante crepúsculo de esa poesía, instrumento de mejora social, poesía de verdad, de sentimiento, que se alza á la contemplacion de elevadísimos objetos. Pero era un crepúsculo, nada mas: no tienen los Consuelos todas las condiciones que debe reunir el arte nuevo. Bien lo conoció el clarísimo ingénio de su autor, según se vé de una de las notas de su libro, y lo espresó, mejor que pudiéramos hacerlo, un literato argentino de merecida y envidiable reputacion. [6]

A los Consuelos siguieron las Rimas del mismo autor, vistiendo las galas, que con mano tan liberal, brinda al artista nuestra naturaleza fisica. Este es el mérito sobresaliente de esta obra. El Sr. Echeverria parece que se habia inspirado con esas misteriosas armonias que producen los árboles del desierto, sacudidos por el viento de la Pampa; y sus Rimas tienen el colorido local que es una de las condiciones que ha de asumir la poesía americana. El género descriptivo debe adquirir en América una existencia llena de energia y novedad, si lo realza y anima el pensamiento social, la idea civilizadora, que debemos pedir á todas las obras del talento.

Repetidos ensayos se han sucedido á los del Sr. Echeverria, y muchos nombres nuevos hemos saludado. Las prensas periódicas del Plata, señaladamente la de Montevideo, que tan alto rol desempeña en el movimiento civilizador de estos paises, ha entregado á la circulacion numerosas composiciones poéticas, cuyo analisis no cabe en este cuadro. — Entre ellas aparecieron, en los últimos tiempos, las de Adolfo Berro, que nos toca examinar.

Para hacerlo con mediano acierto, hemos intentado bosquejar los antecedentes literarios de nuestro pais, y vamos á reasumirlos. El origen de las naciones, siempre está envuelto en un velo poético; y si buscamos su cuna, siempre encontraremos al pié de ella, la sombra del bardo religioso ó del bardo guerrero. Estos cantares transmitidos por la tradicion oral ó escrita son las primeras páginas de su historia, el reflejo de la sociedad; por eso Ossian es la espresion de un pueblo; por eso los cronistas españoles han tomado de los antiguos romances las noticias de que han formado sus narraciones, y los consultan para estudiar y comprender las ideas del siglo de que proceden. — Pero entre nosotros no existe esta poesía indíjena, porque no somos un pueblo original ni primitivo. La espada de la conquista aniquiló á los antiguos señores de estos paises, ó los encerró en el desierto con sus hábitos y recuerdos: y aunque su idioma se habla en gran parte del litoral de nuestros grandes rios interiores, no es por eso menos cierto, que un abismo sin orilla separa á la raza indíjena de la raza conquistadora. — Lo pasado es una estátua europea colocada en las agrestes soledades americanas: no la interroguemos, que no tiene voz para nosotros. — La revolucion no ha podido substraernos instantáneamente á este vinculo de familia que nos liga á la Europa; vínculo que hace mas estrecho la civilizacion adelantada que ella posee.

Hemos sentado tambien, que la literatura no ha podido constituirse, despues de la revolucion, porque no se ha constituido la sociedad. La literatura como todas las fórmulas sociales, tiene algo de general que pertenece á la humanidad, á todas las sociedades, á todos los hombres y cuya patria es el mundo. Pero, si no nos engañamos, la literatura, para ser la espresion de un pais dado y ser útil á determinada sociedad, debe realizar la misma operación que el legislador que va á constituir á su pueblo. Hay ciertos derechos, que llamaremos divinos, porque emanan de las necesidades irresistibles con que Dios nos ha dotado. Estos derechos no los dan las constituciones, los consignan; pero la misión de los que las redactan es, despues de declararlos, modificarlos sin tocar á su esencia y conformarlos á las especialidades morales, geográficas é históricas del pais que van á constituir: de manera que, ya que no entra en nuestra desgraciada condición una perfección absoluta, produzcan el mayor grado de felicidad posible, que este es, en suma, el objeto á que deben dirigirse todas las instituciones humanas. Todo, pues, lo que tiene la humanidad de general en sus instintos supremos, en sus necesidades universales, pertenece á la poesía de todos los paises: las singularidades de cada uno de ellos, los modos en que esas singularidades se traducen ó modifican aquellos instintos, constituyen lo que nosotros entendemos por lejislacion, por arte nacional.

Hemos dicho que esas especialidades no se distinguen aun entre nosotros, y creemos que no han de pronunciarse, en su totalidad, en mucho tiempo, porque han de ser, principalmente, el resultado de esa copiosa población, de varios hábitos, que hoy afluye en particular á nuestro pais; pero aun en este estado no puede dejar de sobresalir algun sentimiento, alguna necesidad; y la literatura que lo penetre y lo esplique, que ponga el dedo sobre nuestras llagas, será literatura nuestra, de ese dia, de ese dolor, de esa esperanza que nos embarga.

La época en que apareció Berro le imponia muy sérios deberes; el arte empezaba á tomar tintes locales, y las sociedades americanas llegaban á la sazón, en que habiendo cosechado larga y costosa esperiencia, en medio de sus convulsiones, era natural que abrigasen algún deseo poderoso que satisfacer.

La guerra civil le daba á la América sus amarguísimos frutos. A la algazara del motin, sucede el petrificante espectáculo de los cadalsos y las proscripciones en masa: la apoteósis ya no se obtiene arrancando banderas para colgar la techumbre de los templos, sino presentando el pecho al plomo del verdugo: en vez del campo de batalla, el cadalso: en lugar del héroe, el mártir.

Pero aquí, el lugar se estrecha; la lucha se agota, por qué la anarquía y la tirania no tienen porvenir: el dominio pleno és para ellas un síntoma de muerte. Todos sus estravíos, todos sus delitos, su violencia sobre todo, sirven á hacer mas rápido su descenso. Caen por que deben caer, como cae la piedra arrojada en el vacío.

Ese desorden que sobre todos pesa, que á todos lastima; que separando al hombre, por la violencia ó el tedio, de la vida esterna de la sociedad lo concentra en su vida intima, como para llorar en sus propios infortunios los infortunios públicos, lo llama á mejores ideas, á meditaciones severas; compara, analiza, y la mano del crimen entronizado ó de la anarquia delirante, lo empeña en el estudio de los males que lo aflijen. Su individualidad se transforma entonces, si disecada ya por el vicio no se ha convertido en un cadaver.

Esas transformaciones no pueden encerrarse en el hogar domestico: una fuerza invisible las empuja: el hombre se siente obligado é impelido por su instinto, por una voz interior, á estender y hacer dominar en rededor suyo la mudanza, la mejora que ha esperimentado interiormente. No á otra causa se debe los grandes reformadores. [7]

Creémos que no existe actualmente en nuestros paises, un hombre honrado, una cabeza inteligente que no haya sido aquejada por el agudisimo dolor que ocasiona el desórden moral, la anarquia material que produce ese desorden, la tiranía de uno ó de muchos que resulta de la anarquía; y el hombre huye del dolor instintivamente, Y como asi nos esplicamos las reacciones hácia el órden que enjendra siempre el ecseso del desorden: como sobre estas bases reposa nuestro mismo convencimiento de que esos caziscasgos que tizan y azotan á los pueblos americanos, y cuya aparición concebimos perfectamente, son colosos con pies de arcilla, á medida que sus tendencias inmorales se desarrollan y sus proporciones se agrandan, los vemos bambolear sobre sus menguados apoyos: y apartamos la vista, indeliberadamente, para buscar el simbolo de los dias que van á venir; ponemos el oido para escuchar la palabra que nos revele el sentimiento, las ideas intimas, que se esconden en el seno de la sociedad.

Asi es que cuando le oimos esclamar á nuestro poéta:

Y por qué bajan al llano
Esas huestes iracundas
Y en contiendas infecundas
Sangre dán y hacen correr?
Por qué quieren sus caudillos
Con el hierro de la lanza,
Dó virtud tan solo alcanza
Alcanzar ellos tambien?—

Pareciónos escuchar la voz de todos los buenos ciudadanos, el grito de horror á la guerra civil, y Berro espresó, para nosotros, un sentimiento general, destinado á dominar y estenderse en todo el terreno que esas luchas han yermado.

Es indudable, en nuestro sentir, que esas esclamaciones son los síntomas del descrédito en que, despues de tantos ensayos sangrientos, han debido caer las utopias de los ideólogos que han querido constituirnos á priori, las promesas de los ambiciosos, las miras estrechas de nuestras banderias y parcialidades; y que la reacción que debe postrar á esos poderes tiránicos, incubados por la guerra civil, ha de tomar nuevas veredas. No ha de recurrir á las transiciones violentas, sin estrellarse con los hechos consumados y los intereses establecidos; ha de anunciarse retrocediendo insensiblemente de las constituciones, á los catecismos; de los jurados, á las escuelas; de la ardiente polémica de los partidos, á la predicación evanjélica del párroco ilustrado y patriota; en una palabra, de las bayonetas, á las ideas y á las labores industriales. Si este retroceso que presentimos, que nos parece lógica é históricamente natural, es una mera ilusión, una quimera, no queremos despojarnos de ella: la defenderemos, como una madre defenderia al hijo que estrecha en su pecho palpitante.

La reacción en que confiamos, esa hija de las desgracias de que ofrece la América triste espectáculo, será, como todas las obras de verdadera civilizacion, penosa y lenta: no tendrá esa gloria estrepitosa que suenan las trompetas del conquistador y del guerrero, y requiere, por lo mismo, hombres de alta inteligencia, sólidas creéncias y virtuosa abnegación.

Berro, no dió solo un lamento, se asoció á un programa — Moralización de la familia, cuyos vínculos desata sacrilegamente la guerra civil, — Enseñanza popular, — Asociación de todos, para hacer lo que á todos conviene, — y puso mano á la obra con sano corazón é indispensable talento.

La muerte que nos lo arrebató en flor, le dejó vivir muy cortos dias y profanaríamos su memoria, con una torpe adulacion, si le atribuyéramos á sus tareas un desarrollo que no pudieron alcanzar. — Pero ese que señalamos es el pensamiento que anima todas sus obras, á el pertenece el fondo de las poesías que examinamos; y si esto es cierto, como positivamente lo és, Berro merece uno de los primeros rangos entre los poetas americanos, porque es de los que mejor han comprendido la misión eminentemente social que la poesia debe desempeñar entre nosotros. Hemos advertido el influjo normal y poderoso que ha ejercido en nuestros ensayos el pensamiento europeo; y, si no nos equivocamos, ha de haber resaltado, entre otras, la necesidad de estudiar detenidamente el estado social de nuestros pueblos para no aumentar combustible á la hoguera en que arden y precipitarlos del punto á que los arrastra la mano del desengaño, tomando, de nuevo, lo que corresponde á exigencias muy distintas de las nuestras. —¿Qué seria hoy, entre nosotros, qué producirian, por ejemplo, las tentativas de realizar los sistemas societarios de Owen, Saint-Simon ó Fourier? — Ellos traen su origen en una causa peculiar de la sociedad europea: siente ella que la base de su actual civilizacion flaquea, y se arroja á buscarla por senderos desconocidos.— Achaques de una sociabilidad gastada, males de una vida dilatadísima, cuya espresion no puede dejar de ser mas que un sonido inintelijible para pueblos que le pertenecen, por entero, al porvenir, que solo necesitan asentar el pié, para crecer y desenvolverse.

La literatura francesa, que nos es tan familiar, cuenta por órganos ingénios de primera clase, y tiene muchos puntos de atraccion para los espíritus jóvenes, para las imajinaciones ardientes, que debe cautivar, desde luego, por la altura y novedad de su entonación, por la bizarra desenvoltura de sus formas; corresponde, en general, á la situacion que hemos indicado, y ofrece visibles riesgos, que encontramos un gran mérito en salvar.

Porque en efecto; Hugo, Dumas, Balzac, Jorge Sand, Federico Soulié, el mismo Lamartine, despues de la publicacion de Jocelyn y la Chute d'un Ange — esa literatura escéptica y descreída que cuestiona ó vacila cuando se le pregunta por Dios, por sus altares, por las leyes que rigen al hombre y al universo, ó contesta con el Hamlet de Shakespeare — palabras! palabras! nada mas que palabras! — ¿tiene un solo éco que responda á nuestras necesidades? — Si la hacemos caer en el corazon de nuestro pueblo, ¿qué podrá inducir sinó trastornos, qué habrá de engendrar sinó catástrofes? — Nosotros creemos que es preciso huir tanto de la literatura atéa, como de la literatura pagana; de la desesperación de Byron, como de la inapeable fatalidad de Sófocles.

La base de todo pensamiento fecundo, el fundamento de toda opinion, de toda ciencia, de toda fé, es la religion. — La falta de un dogma religioso cualquiera, es la causa matriz de la instabilidad de las creencias de la época actual, el motivo radical de la bajeza de sus sentimientos y necesidades, la razon íntima y secreta de todas las perplejidades, tristezas y miserias contemporáneas. Es patente que cuando las naciones no tienen un dogma esplícito que ilumine su inteligencia, una fé viva y ardiente que vivifique su alma y aliente su voluntad, están en la imposibilidad moral de poseer una literatura importante y profunda, verdaderamente digna de tal nombre. —La irreligion en la humanidad origina la anarquia en las ideas, el desórden en los sentimientos y el caos en la literatura. [8]

Ninguna esperanza completa de mejora podemos abrigar, sino robusteciendo la creencia religiosa. — Berro lo comprendió perfectamente; su espíritu religioso, es decir, su espíritu trascendental, alzó el vuelo hasta la causa primera, para buscar en el principio de toda verdad, de todo órden, de toda belleza, de toda justicia, en

El Dios que la luz sea, dijo, y fué,

el lazo de oro que liga al cielo con la tierra, al hombre con su Creador, y proclama la ley de Cristo como base de toda mejora, como fuente de toda esperanza, en la forma en que la conocemos, en su forma mas pura y mas cabal: — el catolicismo.

Las opiniones literarias de Berro, están intimamente unidas á sus ideas morales: la pureza, la sencillez, la verdad en el arte, como en la vida, la sobriedad, el buen gusto, la propiedad en las formas artisticas, como en las acciones sociales.

Confiesa él, en su prólogo, que no tiene sistema; y en esto representa el lejitimo resultado de la última lucha literaria.— La belleza no es indígena de ninguna escuela: los sistemas literarios, como las formas políticas, ya no se clasificarán en lo futuro por lo que son en sí mismos, sino por el buen empleo que se haga de sus preceptos en las obras á que se apliquen.

La tolerancia en esto, como en todo, constituye la verdadera libertad; y esta es la que necesitaba el arte, y no el licencioso desenfreno, propio de las medianías, que, viendo desechadas algunas reglas que observaron los antiguos, desprecian, sin conocerlas, sus obras inmortales; cierran los libros, y sin alimentar su inteligencia con el estudio de los altos maestros de todas las escuelas, se dán á cubrir de escombros el campo de la literatura.

Las composiciones de Berro reunen todas las condiciones que constituye la belleza de la forma: claridad, sencillez, unidad simbólica; proporcion en las partes, correspondencia entre el estilo y el asunto. —La variedad de metros, de que se abusa tanto, solo la admite cuando la inspiracion la reclama.— Domina sobre todo, en el conjunto de sus obras, esa candidez inimitable que parece hija de la naturaleza.

Bien quisieramos, si este escrito no fuera ya tan estenso, entregarnos á señalar algunas de las pruebas de este juicio; pero cualquiera las hallará, abundantisimas, á la simple lectura del mayor número de las composiciones que encierra el volumen.

Mas que en honor de nuestro amigo, en honor de la Patria, colocamos en la siguiente página, con todas las esperanzas que ella inspira, la acta de la Juventud Oriental, decretando un sepulcro á la memoria de Adolfo Berro.


A. LAMAS. 


Montevideo—1842.



  1. D. Alberto Lista.
  2. D. Javier de Burgos.
  3. Martinez de la Rosa.— Obras Literarias.
  4. Nuevos ensayos de política y filosofía, — por Mr. Ancillon.
  5. Maury: autor de la Espagne Poétique.
  6. D. Juan María Gutiérrez, en el discurso que corre al frente de la segunda edición de los Consuelos.
  7. Mr. Guizot. Histoire générale de la civilisation en Europe.
  8. D. Cortés.— De la literatura actual.