Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte I/I
I
En el gobierno superior de Dios sigue al entendimiento la voluntad | |
El entendimiento bien informado guía a la voluntad, si le sigue. La voluntad, ciega e imperiosa, arrastra al entendimiento cuando sin razón le precede. Es la razón, que el entendimiento es la vista de la voluntad; y si no preceden sus ajustados decretos en toda obra, a tiento y a oscuras caminan las potencias del alma. Ásperamente reprende Cristo este modo de hablar, valiéndose absolutamente de la voluntad, cuando le dijeron: Volumus a te signum videre, «queremos que hagas un milagro»; Volumus ut quodcumque petierimus, facias nobis, «queremos nos concedas todo lo que te pidiéremos»; y en otros muchos lugares. No quiere Cristo que la voluntad propia se entrometa en sus obras: condena por descortés este modo de hablar. Y últimamente, enseñando a los hombres el lenguaje que han de tener con su Padre, que está en el cielo, lo primero les hace resignar la voluntad, y ordena que digamos en la oración del Padre nuestro: «Hágase tu voluntad», porque la propia está recusada, y él la da por sospechosa. Así, Señor, que a los reyes, con quien a la oreja habla y más de cerca esta doctrina, les conviene no sólo no dar el primer lugar a la voluntad propia, pero ninguno. Resignación en Dios es seguro de todos los aciertos: han de hacerlo así, y no deslucirá su nombre aquella escandalosa sentencia, que insolente y llena de vanidad hace formidables a los tiranos: | |
Sic volo, sic jubeo; sit pro ratione voluntas. | |
Grandes son los peligros del reinar: sospechosas son las coronas y los cetros. Éntrase en palacio con sujeción a la envidia y codicia, vívese en poder de la persecución, y siempre en la vecindad del peligro. Y esta fortuna tan achacosa tiene por suyos los más deseos, y arrastra las multitudes de las gentes. Hallar gracia con los reyes de la tierra encamina temor: sólo con Dios es seguro. Así dijo el Ángel: «No temas, María, que hallaste gracia cerca de Dios». Tú, hombre, teme, que hallaste gracia cerca del hombre. Nace Cristo en albergue de bestias, despreciado y desnudo; y una voz sola de que nació el Rey de los judíos, envuelta en las tinieblas donde alumbraba el sol de las profecías, es bastante a que Herodes celoso ejecute el más inhumano decreto, y que entre gargantas de inocentes busque la de Cristo; y la primera persecución suya fue el nombre de rey, mal entendido de los codiciosos de palacio. Crece Cristo, y en entrando en él al umbral, remitido de los pontífices, dicen los evangelistas, que para coronarle de rey le desnudaron, y le pusieron la púrpura, una corona de espinas y una caña por cetro, y que burlaban de él y le escupían. Señor, si en palacio hacen burla de Cristo, Dios y hombre y verdadero Rey, bien pueden temer mayores excesos los reyes, y conocer que la boca que los aconseja mal, los escupe. |