Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte I/III
III
Nadie ha de estar tan en desgracia del rey, en cuyo castigo, si le pide misericordia, no se le conceda algún ruego. (Matth., 8; Marc., 5; Luc., 8.) | |
Dice el Evangelista, que un endemoniado de muchos años, que desnudo andaba por los montes, y dejando su casa habitaba en los monumentos, y ni con cadenas le podía tener nadie, viendo a Jesús desde lejos le salió al encuentro, y arrojándose en el suelo y adorándole, le dijo: «Jesús, Hijo de Dios, ¿qué tienes tú con nosotros? ¿Por qué has venido antes de tiempo a atormentarnos? Conjúrote por Dios vivo, y te lo suplico, no me atormentes». Dice el texto que le hizo otras preguntas, y que respondió que no era un demonio, sino una legión. Pidiéronle a Jesús, que los dejase entrar en unos puercos y no los enviase al abismo. Y dice el Evangelista que luego se lo concedió. | |
Y por demás se juntan autoridades de Aristóteles y otros filósofos que en las tinieblas de la gentilidad mendigaron algún acierto, cuando el rey Cristo Jesús en este evangelio enseña como verdad, vida y camino a todos los monarcas, el método de la justicia real. | |
Cuando éstos fueran ángeles, merecían ser demonios por cualquiera palabra de éstas; y siendo tales por la culpa antigua, y reos por la posesión de aquel hombre; y añadiendo a esto, cuando empezaba a tener que hacer con ellos, dudarlo; y cuando era el tiempo de su venida cumplido, desmentirlo; -estando no sólo fuera de toda su gracia, sino imposibilitados de poder volver a ella, le piden que no los vuelva al abismo, sino que los deje entrar en una manada de puercos; y Cristo Rey les concedió lo que pedían, que era mudar lugar solamente. | |
Señor, el delito siempre esté fuera de la clemencia de vuestra majestad, el pecado y la insolencia; mas el pecador y el delincuente guarden sagrado en la naturaleza del príncipe. De sí se acuerda (dijo Séneca) quien se apiada del miserable; todo se ha de negar a la ofensa de Dios, no al ofensor; ella ha de ser castigada, y él reducido. Acabar con él no es remedio, sino ímpetu. Muera el que merece muerte, mas con alivio que, no estorbando la ejecución, acredite la benignidad del príncipe. Ser justo, ser recto, ser severo, otra cosa es; que inexorable es condición indigna de quien tiene cuidados de Dios, del padre de las gentes, del pastor de los pueblos. No se remite el castigo por variarse, si lo que la ley ordena el juez no lo dispone, respetando los accidentes y la ocasión que habrá sin castigo; digo sin merecerle. Muchos son buenos, si se da crédito a los testigos; pocos, si se toma declaración a sus conciencias. En los malos, en los impíos se ha de mostrar la misericordia: por los delincuentes se han de hacer finezas. ¿Quién padeció por el bueno? Con estas palabras habló elegante la caridad de San Pablo (Ad Rom., 5.): Ut quid enim Christus, cum adhuc infirmi essemus, secundum tempus pro impiis mortuus est? Vix enim pro justo quis moritur: nam pro bono forsitam quis audeat mori? Commendat autem charitatem suam Deus in nobis: quoniam cum adhuc peccatores essemus, Christus pro nobis mortuus est. Murió el Rey Cristo, Señor, por los impíos, y encomiéndanos su caridad. Todas las obras que hizo Cristo, y toda su vida se encaminaron y miró a darnos ejemplo. Así lo dijo: Exemplum enim dedi vobis: «Porque yo os di ejemplo». Niégale San Pedro; mas ya advertido de que le había de negar; mírale, y no le revoca las mercedes grandes; hízoselas porque le confesó; no se las quita porque se desdice y le niega. No depende del ajeno descuido la grandeza de Cristo. A Judas le dice, de suerte que lo pudo entender, que al que le venderá le valiera más no haber nacido. Cena con él, lávale los pies; da la seña en el Huerto para la entrada, caudillo de los soldados, y recíbele con palabras de tanto regalo: Ad quid venisti, amice? «¿A qué has venido, amigo?». No perdonó diligencia para su salvación; y al fin tuvo el castigo que él se tomó. Muere ahorcado Judas; mas del rey ofendido y del maestro entregado no oyó palabra desabrida, ni vio semblante que no le persuadiese misericordia y esperanza. Pídenle los demonios que no los envíe al abismo: concédeselo. En esto habla la exposición teóloga. Piden que los deje entrar en el ganado: permíteselo. Ellos lo pidieron por hacer aquel mal de camino al dueño del ganado. El Rey Cristo les dio licencia, que al demonio la ha concedido fácilmente cuando se la ha pedido para destruir las haciendas y bienes temporales; que antes es la mitad diligencia para el arrepentimiento y recuerdo de Dios. Así en Job largamente le permitió extendiese su mano Satanás sobre todos sus bienes. Quería avivar la valentía de aquel espíritu tan esforzado; y a esta causa no rehúsa Dios dar esta permisión al infierno, pues es hacer los instrumentos del desembarazo del conocimiento propio; y en esta parte es elocuente la persecución, y pocas almas hay sordas a la pérdida de los bienes. |