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Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte I/XV

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XIV
Política de Dios, gobierno de Cristo
de Francisco de Quevedo y Villegas
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Buen ministro. (Matth., 17; Marc., 9; Luc., 9.)
Petrus autem, et qui cum illo erant, gravati erant somno, et evigilantes viderunt majestatem ejus, et duos viros qui stabant cum illo: et factum est cum discederent ab illo, ait Petrus ad Jesum: Domine, bonum est nos hic esse: Si vis, faciamus hic tria tabernacula: tibi unum, Moysi unum, Eliae unum, non enim sciebat quid diceret.
«Estaban rendidos al sueño Pedro y los que con él estaban, y despertando vieron la Majestad suya y dos varones que estaban con él; y sucedió en apartándose que dijo Pedro a Jesús: Señor, bueno es que nos estemos aquí. Si quieres hagamos tres alojamientos: para ti uno, para Moisen otro, para Elías otro. No sabía lo que decía».
El mal ministro dijera: Para mí uno, y otro para mí, y para mí el otro, y todo para mí; porque Satanás ha dicho que sus ministros todo lo quieren para sí, y que él todo lo promete a uno. Siempre he buscado con mucha curiosidad y diligencia, en qué estuvo el desacierto de San Pedro en esta ocasión, cuando partió tan como buen ministro, que repartía la comodidad en los otros, sin acordarse de sí para los tabernáculos y mansiones.



Señor, yo afirmara que nunca privado pidió tan cortésmente, ni propuso con tan grande acierto, pues pide y quiere para los muertos los mejores lugares, y para los antiguos criados de casa, como Moisen y Elías, las comodidades, honras y descanso. Ajustada proposición parecerá a todos; y es tan apocado el seso humano, tan limitado el discurso de los hombres, y fía tanto de las apariencias, que cuando está admirando en este ministro esta consulta, de que se debían agradar todos los príncipes por celosa y dictada de la caridad y del celo, dice el Evangelista, sin regalar en manera alguna el lenguaje, sino crudamente: «No sabía lo que se decía». Al criado que todo lo quiere para sí, y no se acuerda de los muertos sino para desenterrarlos de sus sepulturas, ni de los criados antiguos y beneméritos de la casa, sino para ponerles objeciones, ¿qué le dirá el Evangelista? Rey que todo lo da a uno, parece que tiene de Dios, para errar, más poder que el diablo, pues a Satanás sólo le fue concedido prometerlo, y a él le permiten, para más condenación, el darlo. Señor, ya lo he dicho: quien todo lo pide, tienta y no ruega (repetir estas cosas más es celo que prolijidad); demonio es; quiere el que se lo da todo, sea peor que él, pues a él sólo le es dado ofrecerlo.



Cuidadosamente he examinado la inadvertencia de esta propuesta, tan severamente reprendida en San Pedro, príncipe que había de ser de la Iglesia; y habiéndolo considerado muchas veces, hallo que al parecer fue consulta cautelosa y en parte lisonjera, pues pidió para los allegados, y que los vio al lado en la gloria, y en el mejor lugar. Señor, pedir para los que pueden, designio tiene, intención esconde; puede disimular vanidad; secreto va el interés propio disfrazado en la diligencia por el amigo. Dar al poderoso es comprar; pedir para el que priva es negociar, no es ruego.
Débese ponderar con admiración que ni quiere Cristo que pidan las sillas, ni que traten de los que están a su lado. A los que las pidieron para sí, dijo: «No sabéis lo que pedís»; y al que las pidió para los que estaban con él, que no «sabía lo que se decía». No son cosas estas en que ha de hablar nadie: no tiene entrada el discurso en estas materias.
En el Tabor, trasfigurado Cristo, se representaron la desnudez y miseria de los hombres, que habían menester a Cristo en cruz y muerto; y por otra parte Elías y Moysen, que le acompañaban gloriosos. Pedro se olvida en la consulta de los pobres y necesitados, y lisonjea los presentes. No quiere que vaya a morir, ni que baje a Jerusalén. Y también hallo que escondió su interés en la palabra «bueno es que nos quedemos aquí». También regateaba el acompañamiento; y así Cristo, por interesada en la comodidad propia y desapiadada de los necesitados, reprende la consulta donde se pide para los ricos y favorecidos, y se olvidan los pobres y menesterosos. Señor, San Pedro pidió entre sueños: mostró más comodidad que celo; y en las palabras habló con lenguaje ajeno de los oídos de Dios.



Así que, no es buen ministro el que mira por la seguridad del príncipe y por su descanso y el de sus allegados: sólo ése, si olvida los pobres, en nada sabe lo que se dice. Sólo es buen ministro quien derechamente mira a los necesitados. Quien da al poderoso compra, y no da; mercader es, no dadivoso; logro es el suyo, no servicio; más pide dando que pidiendo, porque pide obligando a que le den. Quien pide para el que manda, toma para sí: cautela es, no caridad; no sabe lo que dice; y el mejor remedio es saber lo que con él se ha de hacer. Y copie vuestra majestad esta respuesta del Evangelista, que vendrá siempre a propósito en muchos sucesos; y de los ministros que con afectación se le mostraren muy celosos de su reposo y descanso, tenga más sospecha que satisfacción; y esté vuestra majestad acautelado contra este género de amor que peca en trampa contra la autoridad; pues tanto es mayor el interés del que puede, cuanto más le deja el rey que haga de lo que a él sólo toca: haláganle con el sosiego, y desautorízanle y desacredítanle con el divertimiento del cargo real. San Pedro quería que Cristo, su Señor y Maestro, se estuviese trasfigurado y en gloria, y entre Elías y Moisen; y no supo lo que se dijo, porque al oficio de Cristo, y al ministerio a que vino convenía, no el Tabor, sino el Calvario; no gloria, sino pena; no los lados de Elías y Moisen, sino de dos ladrones. En esto sí habrá quien quiera imitar a Cristo; ni faltarán ladrones que le cojan en medio. Es de advertir que Cristo, nuestro Redentor y Maestro, vivió entre apóstoles y murió entre ladrones.