Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte I/XVI
XVI
Cómo y a quién se han de dar las audiencias de los reyes. (Luc., cap. 18.) | |
«Traíanle a él» dice el texto. No es de ahora hallar mala acogida en los malos ministros los que traen a los reyes, y no a ellos. Esto habló así para nuestras costumbres; que los apóstoles es cierto que lo hicieron por no molestar con tanta multitud de gentes a su Maestro, si bien entre ellos estaría Judas que sin duda quisiera que le trajesen a él, y no a Cristo, o que trajeran dineros, y no necesitados. Cristo los convocó, y les dijo: «Dejad que vengan a mí.» Así dice el Evangelista, y así habían de decir los príncipes cuando ven que sus ministros dan audiencias con ostentación y ceremonia majestuosa a los vasallos: Dejad que vengan a mí; que os hablen es bien; pero que os busquen para hablaros y que se haga negociación para eso, no conviene a mi cargo: vengan a mí; dejadlos que vengan, que los embarazáis con vuestra vanidad.- Dar audiencia los ministros es forzoso, y pueden cometer gran crimen y escandaloso en el modo de darla, por ser la acción de singular majestad en los reyes, y en España, y Castilla particularmente, no hacer otra con los vasallos en que personalmente el rey ejercite la jurisdicción y soberanía; y si ésta se imita por el criado, es desautoridad; y si se igualase, sería atrevimiento; y si se excediese, lo que Dios no quiera, sería acción que aun ponerle nombre no se puede sin culpa. Por eso Cristo dijo a sus apóstoles, siendo tales: «Dejadlos venir a mí.» | |
La majestad del rey consiste en estas piadosas demostraciones; porque, bien visto, el pobre y desamparado ha de buscar al rey, y el rey ha de buscar al benemérito; y si los ministros le escondieren el uno y le despidieren los otros, su oficio es llamar a aquéllos y reprender y castigar a éstos. ¿Por qué no parecerá bien, cuando un gran monarca va cercado de armas (en que sólo está el ruido, no la majestad de su persona) y el soldado aparta la viuda y el huérfano, llamarlos él y traerlos a sí, considerando que los menesterosos son la verdadera guarda suya y su más honrado acompañamiento; y la pompa, que no es vana y es preciosa para hablar a los reyes, sólo ha de ser la necesidad y el trabajo? | |
Esta doctrina referida no la aprobarán los poderosos que hacen su caudal de la persecución, desamparando los buenos. En el propio capítulo, admirado de esta acción (no pareciéndole digna del embelesamiento que llaman severidad en los monarcas), le preguntó un príncipe (así le nombra el Evangelio): «Buen Maestro, ¿qué haré yo para tener la vida eterna?». Respondió Cristo: «¿Por qué me llamas bueno?». Entendió que Cristo oiría lisonjas de tan buena gana como él. Y no habiendo Cristo rehusado adoración, caricia, regalo ni alabanza de la Magdalena, de la vieja que bendijo los pechos que mamó, el Hosanna in excelsis del pueblo, ni la confesión de San Pedro: ésta sola rehusó y despreció y reprendió, a mi parecer, porque no preguntó con deseo de aprovecharse, sino con envidia. Pues luego que oyó decir a Cristo que dejasen venir los niños a él, y que de los semejantes era el reino de Dios, le pareció que se hacía agravio a los ricos, y preguntó qué haría él para entrar en el reino de Dios; y respondiole, después de otras advertencias, que diese lo que tenía a los pobres, que fue decir lo que había dicho, que se hiciese pobre y entraría. |