Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte I/XVI

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Política de Dios, gobierno de Cristo
de Francisco de Quevedo y Villegas
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Cómo y a quién se han de dar las audiencias de los reyes. (Luc., cap. 18.)
Afferebant autem ad illum et infantes, ut eos tangeret, quod cum viderent discipuli, increpabant illos. Jesus autem convocans illos, dixit: Sinite pueros venire ad me, et nolite vetare eos; talium est enim regnum Dei.
«Traíanle a Cristo muchachos para que los bendijese, y viéndolo sus discípulos, los despedían con reprensión: mas Jesús, convocándolos, les dijo: Dejad que vengan a mí los niños, y no los despidáis: de estos tales es el reino de Dios.»
Tiene tantos achaques en el ánimo más puro el ser ministro en palacio, aunque sea en menudencia, como la puerta donde el portero no es otra cosa sino una dificultad de la llave, y hacer mal acondicionada la cerradura y desacreditar el paso, que enferma con desabrimiento los ánimos más puros. Y conócese bien, pues en los ánimos de los apóstoles puso el dar las audiencias despego merecedor de reprensión tan severa, como Cristo con demostración les hizo.
Señor, todo lo hacen al revés los reyes que no se dan, sin interpretaciones y comentos de codiciosos, a la imitación de Cristo. Retiramiento afectado en los reyes o confiesa sospecha suya o desconfianza; y si es maña, ni disimula ni autoriza; porque la malicia quejosa en los vasallos imagina lo que puede ser y adelántase a cualquier prevención. Rey que se cierra con los ambiciosos y los tiranos, con cuidado se guarda de los buenos y santos y leales, da la llave de la puerta a quien había con particular recato de esconder la casa. ¿De quién te guardas -¡oh descaminado señor!- si te entregas a los que habías de temer?



«Traíanle a él» dice el texto. No es de ahora hallar mala acogida en los malos ministros los que traen a los reyes, y no a ellos. Esto habló así para nuestras costumbres; que los apóstoles es cierto que lo hicieron por no molestar con tanta multitud de gentes a su Maestro, si bien entre ellos estaría Judas que sin duda quisiera que le trajesen a él, y no a Cristo, o que trajeran dineros, y no necesitados. Cristo los convocó, y les dijo: «Dejad que vengan a mí.» Así dice el Evangelista, y así habían de decir los príncipes cuando ven que sus ministros dan audiencias con ostentación y ceremonia majestuosa a los vasallos: Dejad que vengan a mí; que os hablen es bien; pero que os busquen para hablaros y que se haga negociación para eso, no conviene a mi cargo: vengan a mí; dejadlos que vengan, que los embarazáis con vuestra vanidad.- Dar audiencia los ministros es forzoso, y pueden cometer gran crimen y escandaloso en el modo de darla, por ser la acción de singular majestad en los reyes, y en España, y Castilla particularmente, no hacer otra con los vasallos en que personalmente el rey ejercite la jurisdicción y soberanía; y si ésta se imita por el criado, es desautoridad; y si se igualase, sería atrevimiento; y si se excediese, lo que Dios no quiera, sería acción que aun ponerle nombre no se puede sin culpa. Por eso Cristo dijo a sus apóstoles, siendo tales: «Dejadlos venir a mí.»
Pues si el Hijo de Dios se recata de sus doce apóstoles, porque entre ellos hay un Judas, ¿qué han de hacer los príncipes servidos de malos ministros, que entre doce Judas quiera Dios que apenas tengan un apóstol?



La majestad del rey consiste en estas piadosas demostraciones; porque, bien visto, el pobre y desamparado ha de buscar al rey, y el rey ha de buscar al benemérito; y si los ministros le escondieren el uno y le despidieren los otros, su oficio es llamar a aquéllos y reprender y castigar a éstos. ¿Por qué no parecerá bien, cuando un gran monarca va cercado de armas (en que sólo está el ruido, no la majestad de su persona) y el soldado aparta la viuda y el huérfano, llamarlos él y traerlos a sí, considerando que los menesterosos son la verdadera guarda suya y su más honrado acompañamiento; y la pompa, que no es vana y es preciosa para hablar a los reyes, sólo ha de ser la necesidad y el trabajo?
El rey es persona pública; su corona son las necesidades de su reino: el reinar no es entretenimiento, sino tarea; mal rey el que goza sus estados, y bueno el que los sirve. Rey que se esconde a las quejas y que tiene porteros para los agraviados y no para quien los agravia, ése retírase de su oficio y obligación, y cree que los ojos de Dios no entran en su retiramiento, y está de par en par a la perdición y al castigo del Señor, de quien no quiere aprender a ser rey.
No hay otro oficio en palacio que medre dando, sino el de las audiencias, y por eso quiere más cuidado en todo.



Esta doctrina referida no la aprobarán los poderosos que hacen su caudal de la persecución, desamparando los buenos. En el propio capítulo, admirado de esta acción (no pareciéndole digna del embelesamiento que llaman severidad en los monarcas), le preguntó un príncipe (así le nombra el Evangelio): «Buen Maestro, ¿qué haré yo para tener la vida eterna?». Respondió Cristo: «¿Por qué me llamas bueno?». Entendió que Cristo oiría lisonjas de tan buena gana como él. Y no habiendo Cristo rehusado adoración, caricia, regalo ni alabanza de la Magdalena, de la vieja que bendijo los pechos que mamó, el Hosanna in excelsis del pueblo, ni la confesión de San Pedro: ésta sola rehusó y despreció y reprendió, a mi parecer, porque no preguntó con deseo de aprovecharse, sino con envidia. Pues luego que oyó decir a Cristo que dejasen venir los niños a él, y que de los semejantes era el reino de Dios, le pareció que se hacía agravio a los ricos, y preguntó qué haría él para entrar en el reino de Dios; y respondiole, después de otras advertencias, que diese lo que tenía a los pobres, que fue decir lo que había dicho, que se hiciese pobre y entraría.
¡Qué república tan diferente de la que mantienen los reyes del mundo! Aquí los ricos no pueden entrar, y entre nosotros no saben salir. Llama a los pequeños, y despide a los poderosos, no porque no admite el reino a todos, sino porque ellos se son estorbo a sí, y en este mundo embarazan y ocupan la entrada a los pobres, y en el otro, como la puerta es estrecha y el camino angosto, ni por el uno ni por la otra caben.