Porfiar hasta morir/Acto II

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Acto I
Porfiar hasta morir
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

Tocan cajas, salen en alarde soldados, PÁEZ, FERNANDO, TELLO, NUÑO, MACÍAS, el MAESTRE.
TELLO:

  Toda Córdoba se admira
de tu venida, señor.

MAESTRE:

Desta manera el valor
los enemigos retira.

FERNANDO:

  ¡Qué veloz el africano
supo a Granada volver!

TELLO:

Hasta en el ver y el vencer
eres César castellano.
  Por más que intente decirte
será imposible alabarte.

PÁEZ:

El Rey lo muestra en honrarte,
pues que sale a recibirte.

(Sale el REY.)
REY:

  Dadme los brazos, maestre.

MAESTRE:

¿Gran señor?

REY:

Honrar es justo
vuestro valor, y este gusto
es bien que en público muestre.
  No os pregunto como estáis,
pues vitorioso venís,
porque viniendo decís
el estado en que os halláis.
  Hoy a vuestra roja espada
habéis dado tanta gloria,
que ha de ser esta vitoria
freno y temor de Granada,
  porque volver castigado
el moro de la frontera,
como si en su Alhambra viera
nuestro pendón levantado,
  me ha dado contento y gusto.

MAESTRE:

Honráis los buenos deseos
de ofreceros por trofeos
el mundo, príncipe augusto.
  Estos soldados lo han hecho
con tan heroico valor,
que merecen bien, señor,
que honréis su valiente pecho.
  Tello de Mendoza es
mi camarero, y os juro
que puede su alarbe muro
rendir Granada a sus pies.
  Fortún Páez y Fernando
Girón mostraron en todo
que tienen del nombre godo
sangre y valor heredado.
  Mas desde que me ceñí
la espada puedo jurar
que no he visto pelear
más bien que a este hidalgo vi,
  recién venido a servirme
de Castilla, porque creo
que no he visto en cuantos veo
hombre tan valiente y firme,
  tan gallardo y alentado,
tanto, que a decir me atrevo
que la vitoria le debo.

MACÍAS:

Quien fue, gran señor, soldado
  del maestre poco hacía,
cuando mil moros venciera,
pues dél imitar pudiera
tanto valor aquel día.
  Yo, bisoño, solo fui
a dar principio al deseo
de serviros.

REY:

En él veo
lo que decís.

MACÍAS:

Si hay en mí
  algún átomo pequeño
de aliento, de ánimo y brío,
puesto que parece mío,
todo se reduce al dueño.

REY:

  ¡Qué bien hablado y cortés!
Pide, mancebo galán,
alguna merced.

MACÍAS:

Tendrán
mis labios tus reales pies
  por merced tan singular,
que no quieren más ventura.
Mas, si tu alteza procura
hecho tan humilde honrar,
  le suplico sea servido
de oírme aparte.

REY:

Sí haré,
porque es muy justo que esté
a quien sirve agradecido.

(Apártanse los demás.)


MACÍAS:

  Ínclito rey don Enrique,
sangre de los altos reyes
que el laurel que perdió España
vas restaurando a su frente,
tú que al divino Pelayo
de tal manera pareces
que a sus gloriosos principios
fin tan dichoso prometes,
yo soy Macías, hidalgo
de los buenos que decienden
de la montaña a Castilla,
que supuesto que se debe
el buen nacimiento al cielo,
yo pienso que quien le tiene
también se puede alabar
si obrando bien lo merece.
Los estudios de Palencia,
en este tiempo eminentes,
me dieron letras bastantes
para no ignorar las leyes.
Mas yo, que en la variedad
hallaba más gusto siempre,
la retórica y poesía
quise que mis ciencias fuesen.
Hice versos amorosos
porque son los años verdes
para sus conceptos alma,
si bien el alma divierten.

MACÍAS:

Fueme forzoso dejar
por algunos intereses
la patria; pensé en la corte,
que no hay cosa que se piense
más presto cuando un mancebo
salir de su patria quiere.
Truje cartas del señor
de Alba y dilas al maestre,
recibiome en su servicio,
y así los cielos aumenten
tus glorias y hasta Marruecos
tus rojos pendones lleguen,
que lo que quiero decirte
me perdones, pues que tienes
ingenio a quien no le espantan
los humanos accidentes.
La condesa doña Juana,
sangre de Lara excelente,
a cuya virtud es sombra
la fama que la encarece,
tiene en su servicio agora
una dama que, si puede
disculparme el hacer versos,
es un serafín celeste.

MACÍAS:

Su bien compuesta persona
labró de púrpura y nieve
naturaleza despacio,
o con la priesa que suele,
de suerte que quiso ser,
aunque el arte se le niegue,
para su mármol, Lisipo,
para su pintura, Apeles.
Retrató el sol en sus ojos
y en un hilo de lucientes
perlas puso artificiosa
dos encendidos claveles.
Perdona otra vez, señor,
si mi loca lengua excede
del modo con que es razón
que los reyes se respeten.
Clara es su nombre, y obscuro
el sol mirando su frente.
Llevome el alma; sin alma,
¿qué vida tenerla puede?
Desasosiegos de amor
me pusieron de tal suerte
que me alegré de que el moro
tan atrevido viniese,
pues con gusto de morir
fui a la guerra; mas la muerte
nunca viene a quien la busca,
que a los descuidados viene.

MACÍAS:

Por vida de vuestra alteza
que nunca, que yo me acuerde,
había sacado la espada,
porque no a todos se ofrece,
hasta que a los moros vi,
mas amor, que hace valientes,
me dio tal brío y valor
para que obligar pudiese
al maestre, que no creo
que airado cierzo en noviembre
derriba al olmo las hojas
que dél, medio secas, penden
con más violencia y furor,
y en remolinos envuelve,
que yo cabezas de moros,
y esto es fácil de creerse,
porque las fuerzas de amor
a todo imposible exceden.
Como me mandaste aquí
que te pidiese mercedes,
y sé que aun el mismo Dios
quiere que le pidan siempre,
pareciome bien pedirte
que le mandes al maestre
me dé por mujer a Clara,
que todo el orbe de Oriente
no estimaré como ser
su marido, si concedes
esta merced a mi amor,
porque los humanos bienes
no compiten con las almas,
reino que el amor posee.
Y así, en hacerme este bien
mostrarás, señor, quién eres,
que en tenerla está mi vida
y en perderla está mi muerte.

REY:

  Huelgo de haberte escuchado,
que como hombre tal vez
soy de los hombres jüez,
y en la piedad lo he mostrado.
  Retírate, hidalgo, allí.
Maestre.

MAESTRE:

¿Señor?

REY:

Sabed
que os pide a vós la merced
este soldado por mí.

MAESTRE:

  Señor, con tan buen tercero
no queda qué encarecer.

REY:

Dalde a Clara por mujer.

MAESTRE:

Diósela a mi camarero
  la Condesa, y ya se han dado
las manos.

REY:

Pésame.

MAESTRE:

Haré
que no se casen.

REY:

Seré,
si ya lo impido, culpado
  para con Dios.

MAESTRE:

Esto es cierto.

REY:

Macías.

MAESTRE:

¿Señor?

REY:

Está
casada esa dama ya,
por escrito su concierto.

MACÍAS:

  Desdichado soy, señor.

REY:

Con una cruz de Santiago
lo que he prometido pago,
bien debido a tu valor.
  Maestre.

MAESTRE:

¿Señor?

REY:

Daréis
por mí un hábito a este hidalgo,
que por sus méritos salgo.

MAESTRE:

Vós le dais y vós le hacéis,
  que ninguno le ha tenido
por término más honrado,
si un rey le ha calificado
y su información ha sido.

(Vanse y quedan MACÍAS y NUÑO solos.)
MACÍAS:

  ¿Qué desdicha puede haber,
Nuño, que iguale a la mía?
Llegó de mi muerte el día,
ya no es Clara mi mujer.
No sé qué tengo de hacer
sin esperanza ninguna,
porque donde hay alguna
que mire a la posesión,
aún falta jurisdición
al poder de la fortuna.
  ¡Ay de mí! Clara perdida,
vida, ¿para qué sois buena?
Que de tantos males llena
más seréis muerte que vida.
De una esperanza asida
con el bien de su memoria,
animastes la vitoria,
que a estar de perderla cierto,
quedar en el campo muerto
tuviera mi amor por gloria.
  ¿Tello de Mendoza, ¡ay, cielos!,
ha de gozar de mi bien?
¿Cómo puede ser que estén
juntos mi amor y mis celos?
Mal pueden fuegos y yelos
tener en paz mi cuidado,
mas si helado y abrasado
no puede ser que me vea,
hará que posible sea
la dicha de un desdichado.

NUÑO:

  Mal tus sentimientos mides
con tu ingenio y discreción.
¡Qué injusta lamentación
cuando te dan lo que pides!
  De una sustancia es el pago
y la cruz el testimonio,
pues por la del matrimonio
te han dado la de Santiago.
  La diferencia ha de ser,
dejo aparte los decoros,
el pelear con los moros
o con la propia mujer.
  Aquella es roja cuchilla
y esta del martirio palma;
aquella se pega al alma,
y esta en la capa y ropilla.
  Cuál dellas venga a tener
mayores obligaciones
consiste en otras razones
que hay de marido a mujer.
  Pero es justa imitación
por la roja cruz del lado,
que ha de traerla el casado
al lado del corazón.
  Que con este amor se abone
es del honor vida y luz,
que hay casado que la cruz
a las espaldas la pone.
  Hombre, imita al caballero;
ponla en el pecho y verás
que lo que te pesa más
es en el alma ligero.

MACÍAS:

  ¿Qué tiene, Nuño, que ver
ese discurso conmigo?
Mejor lo haré yo contigo,
si ha sido cruz la mujer,
  porque como un caballero
muerto en la tumba la pone,
eso mismo el Rey dispone
que me pongan cuando muero.
  Vamos a verla entretanto
que vivo, si son consuelos
de amor ver celos, que celos
tienen por consuelo el llanto.
  Vayan mis ojos a ver
lo mismo que han de llorar,
porque no hay mayor pesar
que del ajeno placer.

NUÑO:

  Que no eres tan desdichado
como tienes presumido,
ni Tello, por ser marido,
es tan bienaventurado.
  Que aunque la ventura es suya,
a pocos días de Clara
estoy cierto que tomara
Tello tu cruz por la suya,
  que en trato discreto, ¡oh, necio!,
si a los ejemplos te pones,
hay muy pocas posesiones
que no paren en desprecio.
  Yo te doy que cada día
comas perdiz y capón;
desearás un salpicón
de cebolla y vaca fría.
  ¿Piensas tú que la deidad
de una mujer en su estrado
es, de su marido al lado,
la misma?

MACÍAS:

¡Qué necedad!
  Unos amores discretos,
tratados, ¿pueden perder?

NUÑO:

Digo yo si la mujer
va descubriendo defetos.
  Pero si discreta ha sido,
limpia y de buen parecer,
ya sé que es la tal mujer
corona de su marido.

(Vanse.)
(Salen la CONDESA, CLARA y LEONOR.)
CONDESA:

  Estos vestidos gusto
que lleves esta noche.

CLARA:

Tus pies beso,
mas mira que no es justo
que llegue tu favor a tanto exceso.

CONDESA:

No es exceso quererte.
Yo quiero que te vistas desta suerte;
  la cintura y cadena
te doy también, y el parabién, que es justo
de lo que el cielo ordena
para remedio tuyo, tan a gusto
del maestre que creo
que retrató tu dicha su deseo:
  es Tello de Mendoza
hidalgo de los buenos de Castilla.

(Salen FERNANDO y PÁEZ.)
FERNANDO:

¡Por Dios, que es bella moza!

PÁEZ:

No la hay desde Toledo hasta Sevilla
de tal ingenio y cara.

FERNANDO:

Merece a Tello justamente Clara.

CONDESA:

  A todos regocija
tu casamiento; gracias doy al cielo.

FERNANDO:

Salir a la sortija
que han intentado me ha de dar desvelo.

PÁEZ:

¿Qué mayores tesoros
que para la invención vender dos moros?

FERNANDO:

  Tantos hemos traído
que no valdrán entrambos treinta reales.

PÁEZ:

Buscar de los que han sido,
para rescate, moros principales.

FERNANDO:

¿Quién ha de mantenella?

PÁEZ:

Tello será mantenedor por ella.

FERNANDO:

  Dijeron que Macías.

PÁEZ:

No sé por qué razón, favorecido,
anda triste estos días.

FERNANDO:

La ausencia de la patria habrá sentido.

PÁEZ:

Voy a vender un moro.

FERNANDO:

Trocalde a un mercader a seda y oro.

(Vanse FERNANDO y PÁEZ.)
CONDESA:

  Las fiestas de tu boda,
Clara, traen la casa alborotada.

CLARA:

De quererme bien toda
nace alegrarse de que esté casada
con hidalgo tan noble.

CONDESA:

Y por su dicha dél se alegra al doble.
  A tus padres escribe.

CLARA:

Con tu licencia los escribo agora.

CONDESA:

Clara, contenta vive
y Dios te haga dichosa.

CLARA:

¡Oh, gran señora!
Aquí una esclava tienes.

CONDESA:

Tus méritos te dan los parabienes.

[(Vase.)]
CLARA:

  Dame, Leonor amiga,
recado de escribir.

LEONOR:

Goces mil años,
sin que de la enemiga
fortuna sientas los contrarios daños,
estado tan dichoso
con Tello mi señor, tu amado esposo,
  mas siendo la primera
que las nuevas te di, no me has pagado
con palabras siquiera.

CLARA:

Leonor, todas mis galas te he dejado,
que quiere desde agora
que me vista las suyas mi señora.
  Como fuiste presente
de Tello y nuestra fe tomaste luego,
dudé, mas neciamente,
el darte libertad: esa te entrego.

LEONOR:

Beso tus pies mil veces.
En fin, señora, ¿libertad me ofreces?

CLARA:

  Ya eres tuya.

LEONOR:

¿Ya puedo
darme a quien yo quisiere?

CLARA:

Si eres tuya,
bien puedes.

LEONOR:

Pues si quedo
con libertad, como de cosa suya
dispone el alma mía
que vuelva a ser del dueño que solía.
  Ser por fuerza tu esclava
no me obligaba a ser agradecida,
mas si quien libre estaba
te vuelve a dar libertad rendida,
más hace, siendo suya.

CLARA:

Eso es, Leonor, hacerme esclava tuya.

(Salen MACÍAS y NUÑO.)
MACÍAS:

  ¿Puedo darte el parabién
de tu dicha y de mi muerte,
Clara hermosa?

CLARA:

Pienso yo
que mi dicha le merece.

MACÍAS:

Que le merece tu dicha
¿quién puede haber que lo niegue?
Que mi muerte le merezca
es lo que estraño parece.
Mandome el Rey, por servicios
que le hice, que pidiese
mercedes, y te pedí
por las mayores mercedes.
Díjole al maestre el Rey,
¡ay Dios!, que te mereciese
por mujer, y respondió
al mismo Rey, libremente,
que estabas casada ya.
El Rey, de ver que no fueses
el premio de mis servicios,
mandole, Clara, al maestre
que de un hábito me honrase.
Pensolo discretamente,
porque si las de los muertos,
que por últimas les deben,
llaman honras en Castilla,
el Rey por muerto me tiene.
No sé cómo hable contigo,
porque fue necedad siempre
hablarles en cosas tristes
a los que viven alegres.
Casarte tú y morir yo
son cosas tan diferentes,
que no puede concertallas
ni quien vive, ni quien muere.
Pero en tu bien y en mi mal
una cosa solamente
puede caber, y no quiero
que ser esperanza pienses,
que no soy tan descortés.

CLARA:

Pues ¿qué será lo que quieres,
siendo cosa tan honesta?

MACÍAS:

Que te dé lástima el verme.

CLARA:

¿No quieres más?

MACÍAS:

No, por Dios,
que pedirte que te pese
fuera gran descompostura.

CLARA:

Pues, hidalgo noble, advierte:
no solo me has dado pena
de la que amando me tienes,
pero, a no estar ya casada,
fuera tuya eternamente.
Esto sin que haya esperanza
ni atrevimiento que llegue
a pasar tu amor de aquí,
porque el día que esto fuese,
yo propia diré a mi esposo,
honrado como valiente,
que te quitase la vida.

MACÍAS:

No hayas miedo que yo deje
de amarte.

CLARA:

¿Cómo?

MACÍAS:

No más
de amarte, sin ofenderte.

(Vase CLARA.)
NUÑO:

¡Cuerpo de tal! ¡Qué mujer!
Esta sí, que no mujeres
todas melindres y engaños,
sino decir lo que sienten.
¡Con qué gracia de sus labios,
rosas de abril entre nieve,
dijo: «a no estar ya casada,
fuera tuya eternamente»!

MACÍAS:

¿Y no es nada lo que dijo
después? Que si yo quisiese
pasar a esperanza sola,
o a más que amarla atreverme,
diría a su mismo esposo,
honrado como valiente,
que me quitase la vida.

NUÑO:

Habló noble y justamente
para atajarte los pasos.
¡Bien haya quien agradece
el amor y el honor guarda!
No como algunas crüeles,
que por pescar las haciendas
a los hombres desvanecen.
Aquí no queda qué hacer,
Macías, mas de que entierres
tu amor, pues tú mismo dices
que estás muerto.

MACÍAS:

¡Bien lo entiendes!
Con advertimiento, Nuño,
de que en nada me aconsejes,
desde hoy comienzo a servir
a Clara.

MACÍAS:

Pues ¿qué pretendes?
¿Qué han de sentir su marido,
la Condesa y el maestre?
Si esta necedad intentas,
que es fuerza llegue a saberse,
¿qué ha de ser de ti y de mí?

MACÍAS:

¿No puedo quererla?

NUÑO:

Puedes.

MACÍAS:

¿Quererla es delito?

NUÑO:

No.

MACÍAS:

¿Oféndola?

NUÑO:

No la ofendes.

MACÍAS:

Pues ¿qué importa?

NUÑO:

Andar perdido.

MACÍAS:

Pues ¿qué pierdo?

NUÑO:

El tiempo pierdes.

MACÍAS:

¿Yo no me muero?

NUÑO:

Es locura.

MACÍAS:

Confieso.

NUÑO:

No lo confieses.

MACÍAS:

¿Qué haré?

NUÑO:

Dejarlo de hacer.

MACÍAS:

¿Y quién podrá?

NUÑO:

Tú, si quieres.

MACÍAS:

Quiero y no puedo.

NUÑO:

Porfía.

MAESTRE:

Por Dios, Nuño, que me dejes,
que a quien le cansa la vida
será partido la muerte.

(Vanse y salen el REY con un libro y el MAESTRE.)
MAESTRE:

  Información trujo honrada
de su noble nacimiento.

REY:

De su ingenio estoy contento
como lo estáis de su espada.
  En fin, ¿ha escrito Macías
todo este libro?

MAESTRE:

Ha mostrado
lo tierno de enamorado,
mayormente en estos días
  que casé a Clara, en hacer
letras, romances, canciones,
a diversas ocasiones,
que todas deben de ser
  dirigidas a haber sido
en perderla desdichado.

REY:

Si le hubiérades casado,
todas se hubieran perdido.

MAESTRE:

  ¿Por qué, señor?

REY:

Porque amor
en posesión no desea,
y no hay materia que sea
para los versos mejor
  que un amante desdeñado
o en esperanza del bien.

MAESTRE:

Pocos escriben tan bien.

REY:

Él tiene ingenio estremado.
  Tienen gracia y agudeza
los españoles, maestre,
en hacer versos.

MAESTRE:

Que muestre
tanta afición vuestra alteza
  hará que vuelva a tener
España en versos, iguales,
mil Sénecas y Marciales.

REY:

Las causas que dan de hacer
  tan peregrinos conceptos
en las obras amorosas,
más que la historia y las prosas,
son del mismo amor efetos,
  pues dicen que no hay nación
que así estime, adore y quiera
las mujeres, ni prefiera
a la hacienda, a la opinión
  y aun a la vida su gusto.

MAESTRE:

Bien se ve en las galas y oro
que les dan.

REY:

Con gran decoro
las sirven y aman, y es justo,
  así por deuda tan clara
del nacer, como por ser
la hermosura de mujer
cosa tan perfeta y rara.
  Leedme esa dirección
que de su libro me hace
Macías.

MAESTRE:

Si os satisface,
confirmaréis su opinión.
(Lea.)
  «Al muy poderoso señor de Castilla,
el gran decendiente del magno Pelayo,
de España corona, del África rayo,
de moros alarbes sangrienta cuchilla,
a quien obedezcan Granada y Sevilla
como en el tiempo que fue de los godos,
Macías ofrece sus versos, y todos
al pie soberano los postra y humilla.»

REY:

  ¡Estremada dirección!

MAESTRE:

Como a quien va dirigida.

REY:

Pero leed, por mi vida,
de amor alguna canción.

MAESTRE:

  «Amores me dieron corona de amores
porque mi nombre por más bocas ande.
Entonces no era mi mal menos grande,
cuando me daban placer sus dolores.
Vencen el seso sus dulces errores,
mas no duran siempre según luego aplacen,
y pues que me hirieron del mal que vos hacen,
sabed al amor desamar, amadores.»

REY:

  ¡Qué excelente y qué ejemplar!
Maestre, estimad este hombre.

MAESTRE:

¿Quién como vós dese nombre
le puede calificar?
  Yerra en lo que persevera,
y más casándose Clara.

REY:

Si el moro no lo estorbara,
grandes ingenios hubiera.

(Vanse y salen MACÍAS y NUÑO.)
NUÑO:

  ¿Qué descompostura es esta?
¿Tienes seso?

MACÍAS:

Hele perdido
con lo que he visto y oído.

NUÑO:

Bien claro se manifiesta.
¿Para qué entraste en la fiesta
si lo habías de sentir?

MACÍAS:

Si me vienen a decir
que al novio, Nuño, acompañe,
cuando más me desengañe,
¿puedo dejar de morir?
  En la noche confiado,
que, en fin, encubre mejor
cualquier efeto de amor,
entré con el desposado.
Llevaba el color mudado
como quien va a desafío,
y el corazón, aunque el brío
de tantas penas deshecho,
tan descortés en el pecho
como si no fuera mío.

MACÍAS:

  Llegué, volví atrás, temblé,
paró el pie la confusión,
pero luego el corazón
hizo el oficio del pie.
Miré, perdime, lloré,
y de suerte vine a estar
que andaban para buscar
consejos, donde hay tan pocos,
todos los sentidos locos,
sin conocer su lugar.
  Pareciome que no vía
lo mismo que viendo estaba;
sin oír lo que escuchaba,
lo que imaginaba oía.
¿No has visto un fuego? Así ardía
la casa del alma, y luego
el entendimiento ciego
pedía con mil enojos
a las fuentes de los ojos
agua que templase el fuego.
  Como al crepúsculo frío
del alba, entre luces rojas,
abre una rosa las hojas
para beber el rocío,
estaba aquel dueño mío,
aquella divina fiera,
tan hermosa que pudiera
adoralla como al sol,
a ser indio el español
que entonces sus rayos viera.

MACÍAS:

  Cuando Dios no fabricara
púrpura y cristal de roca,
naturaleza en su boca
cristal y púrpura hallara,
y cuando el sol no formara,
se viera en sus bellos ojos,
y a no haber claveles rojos,
allí los vieran los cielos,
y cuando no hubiera celos,
se hallaran en mis enojos.
  Levantose del estrado
y la Condesa con ella;
llegó el desposado a ella,
más dichoso que turbado,
y con el padrino al lado
la sala se suspendió;
luego el padrino llegó
y, tomándoles las manos
(¡cómo, cielos soberanos,
vivo yo, si lo vi yo!),
  preguntó a Tello, ¡ay de mí!,
si por mujer la quería;
dijo que sí y yo vivía,
que aún faltaba el otro sí
luego a Clara; y hasta aquí,
como si en la horca fuera,
mi loca esperanza espera,
pero en oyendo mi daño
el verdugo desengaño
me arrojó de la escalera.

MACÍAS:

  Yo no sé cómo viví,
pero ¿quién habrá que crea
que me pareciese fea
al tiempo que dijo sí?
Mas por dicha no entendí
la causa que pudo haber;
hermosa debió de ser,
porque son todas las cosas,
Nuño, mucho más hermosas
cuando se quieren perder.
  Mira tú qué pensamiento
el de una loca afición,
que tuve imaginación
de poner impedimento,
pero en este necio intento
la bendición les llegó,
y Tello a Clara llevó
donde, con otras señoras
sentados, culpan las horas
que estoy dilatando yo.
  Pero ya las dos serán
y siento que se levantan,
que ya ni danzan ni cantan,
antes pienso que se van.
¡Ay Dios!, la muerte me dan
con ver acortar los plazos
de sus regalos y abrazos,
que si una mano que dio
Clara a Tello me mató,
¿qué haré si le da los brazos?

NUÑO:

  Tello no es tan venturoso
como a ti te ha parecido.
¿No es, en efeto, marido?

MACÍAS:

¿Y puede ser más dichoso?

NUÑO:

  No sé, por Dios. ¿No ha de estar
en casa?

MACÍAS:

Pues ¿dónde quieres?

NUÑO:

Muy dignas son las mujeres
de amar y reverenciar,
  pero esto de estar allí
a todas horas es cosa,
por fácil, menos gustosa.

MACÍAS:

Tal me sucediera a mí.

NUÑO:

  Aunque viendo lo que pasa,
hay mujer que, por ser nueva
de noche, el día se lleva
de un vuelo fuera de casa.
  En un año una mujer
es silla, es banco, es bufete,
porque, como no inquiete,
eso mismo viene a ser.
  La novedad es gran cosa.

MACÍAS:

No para quien ha llegado
a tener, ¡qué dulce estado!,
mujer discreta y hermosa.

NUÑO:

  No es nada la novedad,
pues hoy una dama vi
que sin dientes conocí,
y los tiene en cantidad.
  Y díjela: «Cosa vil
que falta de doce perlas
supla, quien llegare a verlas,
un forastero marfil».
  Y respondiome: «Ha mil días
que los traía, en verdad,
y por mayor novedad
troqué por estas las mías».
  Pero retírate aquí,
que pienso que salen ya.

(Retíranse al paño embozados.)
MACÍAS:

Conjurado, Nuño, está
todo el cielo contra mí.

(Hachas, PÁEZ, FERNANDO, TELLO, de la mano a CLARA, y la CONDESA y el MAESTRE.)
TELLO:

  Suplico a vueseñoría
no pase más adelante.

CLARA:

Señora, basta el favor.
No es bien que adelante pase
de aquí vuestra señoría.

CONDESA:

Ahora bien, el cielo os guarde
y os haga muy venturosos.

MAESTRE:

Clara, no he podido honrarte
de más gallardo marido.

CLARA:

Ni hacerme favor más grande,
pero, en fin, de tales manos,
que beso mil veces.

FERNANDO:

[(Aparte a PÁEZ.)]
Páez,
¡vive Dios, que llevo envidia!

PÁEZ:

¡Linda moza!

FERNANDO:

Es como un ángel.

(Vanse los desposados por una parte y el MAESTRE y la CONDESA por otra, y descúbrense MACÍAS y NUÑO.)
NUÑO:

Ellos se van a acostar.
Bien puedes desembozarte
y vamos a hacer lo mismo,
pues ya no hay Clara que aguardes
si no es la mañana clara.
¿No hablas? Pero no hables
si ha de haber lamentaciones
y aquello de los amantes
cuando glosan muchas veces
con siete mil disparates:
«No goces al desposado».
Vamos a casa, que es tarde
y es mañana la sortija
en que, por lo menos, sales
a ser el mantenedor.
Mira que estás por las partes
de valiente y de poeta
e inventor de nuevos trajes
en los ojos de la corte,
y que será bien que saques
galas y discretas letras.

MACÍAS:

¡Ay fortunas inconstantes
del mar de amor en que voy
como en el golfo la nave
combatida de los vientos!

NUÑO:

Anda pues, y no te pares.

MACÍAS:

¿Cómo andar?

NUÑO:

Pues bien, ¿qué implica
que a un mismo tiempo hables y andes?
En un auto un día del Corpus
decía un representante:
«Quiero destrüir el mundo»,
y como entonces llegase
la procesión, aunque estaba
en figura venerable,
dijo un regidor: «Andando
y destruyendo, Juan Sánchez».
Tú agora quéjate y anda.

MACÍAS:

Sin andar pienso quejarme,
que no me puedo mover
con peso de tantos males.

NUÑO:

Pareces perro de caza
que vio la perdiz delante,
que como te halló te quedas.
Mira que tocan a laudes
en cuarenta monasterios.

MACÍAS:

Diles que para enterrarme,
¡ay, Nuño!, toquen a muerto,
y si no lo estoy, matadme,
celos, envidias de amor,
¿o queréis que yo me mate?
Dejadme, imaginaciones,
que de la pintura el arte
imitáis en mis sentidos
pintando figuras tales
que me abrasan y me yelan:
ya veo, en forma de Marte,
cómo Tello de Mendoza
le dice amores süaves;
ya veo la hermosa Venus,
que sobre las flores yace
de un verde prado, después
que dio nieve a sus cristales;
ya veo dos mil Cupidos
por los ramos de los sauces
esparciendo azahar y rosa
sobre los tiernos amantes.
Nuño, ¿sabes que he pensado?
Que con grandes golpes llames
y que digas que el maestre
le manda que se levante.
Hazme este bien, Nuño amigo.

NUÑO:

Los malos remedios hacen
lo que hace el agua en la fragua,
con que más las llamas arden,
y este hombre no es tan necio
que en tal ocasión pensase
que le llamaba el maestre.

MACÍAS:

¿No sirve? Pues no te espantes,
que él sabe que los señores
no hallan cosa en que reparen
cuando los han menester.

NUÑO:

¿Qué ocasión habrá bastante
para que él pueda creerlo?
Que a tal hora, no es muy fácil.
Decirle que a la Condesa
le dio un recio mal de madre
es necedad, porque Tello
no cura destos achaques.
Demás que desde la cama
dirá Clara: «Quemad, paje,
unas plumas de perdiz,
y si no, ponelde un parche».
¿El maestre orina bien?

MACÍAS:

¡Qué consuelos!

NUÑO:

Si los sabes
mejores, dilos, que ya
descubre el alba celajes
en el cuchillo del monte
que corta a Córdoba azahares.

MACÍAS:

Dile que han venido moros.

NUÑO:

¿A qué?

MACÍAS:

¿Cómo a qué? A vengarse.

NUÑO:

Como era tan de mañana
pensé que a dar por las calles
letüario y aguardiente.
Mas ¿si pregunta a qué parte?

MACÍAS:

Di que a Écija.

NUÑO:

¿Y si dice
que, habiendo ocho leguas grandes,
no pueden llegar tan presto,
y que entretanto descanse
su señoría, qué haremos?

MACÍAS:

Da golpes. Basta vengarme
en que despiertes a Tello.

NUÑO:

Necedad de necedades.
¿Tello había de dormir,
teniendo al lado aquel ángel?

MACÍAS:

¡Maldígate el cielo, Nuño,
que me has muerto!

NUÑO:

No te canses.
Mira que estás a su puerta,
mira que el alba que sale
se ríe de tus locuras,
y se las cuentan las aves.

MACÍAS:

¿Que es posible que no quieres
de la cama levantalle?

NUÑO:

¿Quieres tú que se resfríe
ese desposado en balde?
Mira, señor, que entra el día.

MACÍAS:

¡Entre, y entren mil pesares
hasta el alma!

NUÑO:

Gente suena
en casa y las puertas abren.
¿Dónde van perros y halcones,
y cazadores delante?
¡Vive Dios, que es el maestre!
Ya no hay que huir; no te apartes,
que será darle sospecha.

(Entre el MAESTRE, de caza, y FERNANDO y PÁEZ.)
MACÍAS:

¡No hay desdicha que me falte!

MAESTRE:

¿Es Macías?

FERNANDO:

Sí, señor,
si no es que el alba me engañe.

MAESTRE:

¿Cómo has madrugado tanto?

MACÍAS:

Solo vengo a acompañarte,
que supe que al campo ibas.

MAESTRE:

Serame más agradable
contigo. Dalde el overo,
si no es que caballo traes,
y dalde una haca a Nuño.

NUÑO:

¿Haca? ¡Oh!, ¿que sin acostarme,
tras esta noche, una haca,
y entre árboles y jarales
andar buscando un venado
o una garza por los aires?
¡Muerto soy!

MAESTRE:

Vamos, Macías.

NUÑO:

¿No llevas almuerzo, Páez?

PÁEZ:

¿Levántaste de la cama
y quieres comer?

NUÑO:

A nadie
le dé Dios tan mala noche.
¿Volverán presto?

PÁEZ:

A la tarde.