Porfiar hasta morir/Acto III

De Wikisource, la biblioteca libre.
Porfiar hasta morir
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Salen el REY, PÁEZ, FERNANDO y MACÍAS, con hábito de Santiago, y NUÑO.
MACÍAS:

  A besaros los pies, señor, me envía
el maestre, al honor agradecido
que traigo al pecho este dichoso día,
más grande, cuanto menos merecido.

REY:

Para que os viese usó de cortesía:
a él ese favor habéis debido.
Él es el dueño dese honor; no es justo
deberme más que intercesión y gusto.

MACÍAS:

  Vuestro valor el alto cielo estienda
donde hasta agora no plantas ningunas,
y plegue al cielo que de vós decienda
quien ponga en otro mundo las colunas.

REY:

¿Cómo va de las Musas?

MACÍAS:

La contienda,
claro señor, de envidias importunas
las tiene retiradas, mas no tanto
que no os celebren en su dulce canto.
  Apenas hoy comienza el que desea
por los versos, señor, fama constante,
cuando quiere vencer con breve idea
al que la tiene en bronce y en diamante.
Otro veréis que en enseñar se emplea
y está de los principios ignorante:
todos estos resiste la prudencia.

REY:

¿Qué virtud se libró de competencia?
  La sortija no vi, por ocupado,
aquella tarde, y me alabó el maestre
letras, galas y lanzas de un soldado
que no hay acción en que valor no muestre.
¿Quién la mantuvo?

MACÍAS:

El mismo desposado,
porque las armas el amor adiestre
con más primor que el arte.

REY:

¡Buenos bríos!

MACÍAS:

(Aparte)
¡Ay dulce causa de los males míos!)
  Salió Tello galán, de blanca tela
bordada de laureles, que le alcanza
favor, que enamorado se desvela
y vio la posesión de su esperanza.
Dorada de la lanza la arandela,
los bríos igualó la confianza,
con manto al hombro que, barriendo el suelo,
era cometa de arrogante cielo.
  Prometo, gran señor, a vuestra alteza
que un castaño bridón de tela armado
le hacía un edificio en la firmeza,
si puede ser en aire fabricado.
Aquella corpulenta ligereza
como baquetas de atambor templado
las fuertes manos con tal son movía,
que pensaban las piedras que tañía.
  Llevaba dos gigantes por padrinos,
presos de un niño amor que los guiaba,
«Mis deseos» por letra, y que eran dignos
de su grandeza con razón mostraba,
que puesto que de Clara los divinos
cielos de amor pacífico gozaba,
quiso mostrar que dulces himineos
no tiemplan, antes crecen, los deseos.

MACÍAS:

  Fortún Páez salió de verde y plata,
todo bordado de diversas flores;
llevó por letra, en quejas de una ingrata:
«No pasan de esperanzas a favores».
Un bayo obscuro los del sol retrata,
y tan ligero al aire dio colores
que, aunque en Córdoba son hijos del viento,
este lo fue del mismo pensamiento.
  Fernando, que presente miras, quiso
para tomarlos, más que dar consejos,
ser de sí mismo y de su amor Narciso,
y en oro y nácar se vistió de espejos.
Las damas, que temieron este aviso,
mirábanse en sus luces desde lejos,
si bien por los espejos y dos años
de amor por letra dio: «Mis desengaños».
  En esto un monte, vomitando fuego,
en dos partes la máquina divide,
y sale dél un caballero luego
que mil ardientes círculos despide,
cuyas breves cometas a don Diego
de Lara dan lugar; la lanza pide
y, sospechoso, a dos azules cielos
llevó por letra: «Aquí me tienen celos».

MACÍAS:

  Con el caballo en forma de una fiera
sierpe, ya imagen del celeste polo,
pasó Dionís Peralta la carrera,
de suerte que previno el arco Apolo
y a la mitad, con invención ligera,
cayó la piel; quedó el caballo solo,
tan blanco y tan hermoso que se atreve
a llamar cisne retratado en nieve.
  Entró de plumas, avestruz fingido,
con un hierro en la boca, Recaredo;
la letra, de algún hierro arrepentido,
dijo: «Por ver si digerirla puedo».
El caballo, de plumas guarnecido,
no tuvo al yerro de las plantas miedo,
porque alzando las manos parecía
que juntarlas al freno pretendía.
  Mas ¿para qué te canso, si me esperas?
Yo entré en figura del furioso Orlando,
tela negra sembré de áspides fieras
que estaban corazones enlazando.
En hábito francés, reconocieras
que la historia de Angélica imitando
envidiaba, señor, algún Medoro,
dichoso dueño de la luz que adoro.

MACÍAS:

  Caballo negro que servir pudiera
al carro de la noche, retratado
en ébano lustroso, y en la esfera
del sol quedar por su valor dorado,
las arenas midió de la carrera
paso a paso, tan firme y alentado
que, si alguna en las plantas recogía,
al levantar las manos la volvía.
  En figura de Astolfo, por padrino,
iba delante Nuño, mi escudero,
con mi seso en un vidrio cristalino
y por letra con él: «Ya no le quiero».
Ganó todo hombre que a las fiestas vino;
yo solo, sin ventura aventurero,
gané la joya de galán, que ha sido
mentira, pues perdí la de marido.

REY:

  Haberos visto quisiera,
mas basta haberos oído.

MACÍAS:

Corrí, señor, tan corrido,
que no es mucho que perdiera.

REY:

  Esa memoria olvidad
y porque menos se sienta
con mil ducados de renta
lo perdido restaurad,
  que estos vale la alcaidía
de Arjona.

MACÍAS:

Cante la fama
tu nombre en cuanto derrama
su luz el autor del día.

PÁEZ:

  Ya sois alcaide de Arjona.

FERNANDO:

Debéis al Rey grande amor.

(Vanse todos. Quedan MACÍAS y NUÑO.)
NUÑO:

Necio has andado, señor;
que te lo diga perdona,
  que estando Clara casada
bien pudieras escusar
esta manera de hablar,
que es Tello persona honrada
  y ofendes su calidad,
y el Rey mostró sentimiento
cuando dijo, descontento:
«Esa memoria olvidad»,
  que fue discreta advertencia.

MACÍAS:

Nuño, quítame el amor,
porque si no, ¿qué temor
me puede poner prudencia?

(Vanse.)


(Sale el MAESTRE y TELLO.)
MAESTRE:

  Aquí me puedes hablar.

TELLO:

Señor, Dios sabe que tengo
vergüenza, mas ya que vengo
a hablar con tanto pesar,
  yo sé que le has de tener.
Está cierto que me obliga
justa causa a que te diga
que, siendo ya mi mujer
  Clara, no es justa razón
que me la sirva hombre humano.
Antes de darla la mano
Macías tuviera acción
  a pretenderla, mas ya
¿qué es lo que intenta Macías
que con tan necias porfías
en el mismo error está?
  Que si bien cualquier error
por amor disculpa ha sido,
no la dieron al marido,
sino al que tiene el amor.
  Bien sé que Clara es honrada,
bien conozco su virtud,
mas una necia inquietud
y voluntad porfiada,
  un siempre constante amor
que en los ojos muestra el pecho,
a muchas buenas ha hecho
dejar de serlo, señor.

TELLO:

  ¿Quién se puede prometer
vivir honrado y seguro?
¿Cercó Dios de foso y muro
los ojos de una mujer?
  ¿Qué guardas puso en su pecho
para que pueda el honor
vivir del ajeno amor
agraviado y satisfecho?
  ¿Es la voluntad por dicha
diamante, o vidrio por quien,
en quien le guarda más bien,
puede entrar cualquier desdicha?
  ¿Tengo yo de estar sin miedo
mientras se desvela aquel,
que no puedo guardar dél
el alma que ver no puedo?
  ¿Que sé yo si vendrá día
en que a Clara desvanezca
su hermosura y la enternezca
de un loco amor la porfía?
  Y atropellando la honra,
puede comenzar a amar
de lástima, y acabar
su lástima en mi deshonra.
  Fuera desto, ¿es bien, señor,
que se atreva un hombre así,
fiado en el Rey y en ti,
a querer manchar mi honor?
  ¿Es bien que en Córdoba canten
los niños claras canciones
de Clara que a los varones
de prudencia y honra espanten?
  ¿Es bien que esto se prosiga
después de casado yo?

MAESTRE:

No por cierto, Tello, no,
ni que de Clara se diga
  que pudo dar ocasión
a desatinos tan grandes.

TELLO:

Como tú, señor, le mandes
que deje la pretensión,
  sin decir que yo lo sé,
yo sé que la dejará,
porque si ocasión me da...

MAESTRE:

Cuando él ocasión te dé
  castigaré su locura,
pero no tengas temor.

TELLO:

Bien sabes tú que el honor
no ha de estar en aventura,
  ni es razón que un hidalgote
se tome tanta licencia
que a costa de mi prudencia
toda la corte alborote
  y que se atreva a servir
la mujer de un caballero
como yo, porque primero...

MAESTRE:

No lo acabes de decir,
  que tienes mucha razón
y yo lo escucho con pena,
porque en la mujer más buena
puede haber mala opinión,
  de que hay tantas ofendidas
que muchas hay lastimadas
en el honor, siendo honradas,
porque fueron perseguidas,
  que, en andando en pareceres,
deslustran sus claros nombres
la necedad de los hombres,
la envidia de las mujeres.
  Clara es quien es, pero, en fin,
la lengua del vulgo es tal,
que dirá de un ángel mal.

TELLO:

Con hablarle tendrá fin
  su porfía y mi pesar.

MAESTRE:

Y yo salgo por fiador.

TELLO:

Pongo en tus manos mi honor.

(Vase.)



MAESTRE:

Pues yo le sabré guardar.
(Sale PÁEZ.)
  ¡Hola!

PÁEZ:

¿Señor?

[MAESTRE]:

¿Está ahí
Macías?

PÁEZ:

Leyendo está
unos versos.

MAESTRE:

(Aparte.
No tendrá
más ocasión.) Que entre di.

(Vase PÁEZ.)
(Sale MACÍAS.)
MACÍAS:

  Pensé que ocupado estabas
con Tello y no entré, señor,
a decirte un gran favor
del Rey.

MAESTRE:

¿Por eso dejabas
  de darme parte, Macías,
de tus aumentos?

MAESTRE:

Su alteza,
por su liberal grandeza,
que no por las prendas mías,
  el alcaidía me dio
de Arjona, con mil ducados
de renta.

MAESTRE:

Bien empleados.

MACÍAS:

Por ti me favoreció
  deste honor, que no por mí.

MAESTRE:

Yo tengo que hablarte.

MACÍAS:

Soy
tu hechura.

MAESTRE:

Quejoso estoy,
y no sin causa, de ti.
  Cuando veniste a servirme
pusiste en una doncella
de la Condesa los ojos,
hermosa como discreta,
y tan virtüosa y noble,
que la empleó la Condesa
en el hombre más honrado
que me sirve en paz y en guerra.
Por tus servicios al Rey
se la pediste, que fuera
justo, pues él lo mandaba,
casarte entonces con ella.
Pero no se pudo hacer,
que las escrituras hechas
y dadas las manos ya,
fuera impiedad y violencia.
Casose Tello; ese día
cerró la razón la puerta
a tu esperanza. No es justo
que neciamente la tengas,
que está en medio el noble honor
de un hombre de tales prendas
que es tan bueno como yo.
Hanme dicho que no cesas
de servirla y inquietarla,
que me ha dado mucha pena.
Tello es mi propia persona.
Advierte que no te atrevas
a enojarle, que en mi casa
corre su honor por mi cuenta,
no porque él no está seguro,
pero sus deudos se quejan
de tus versos y canciones,
famosos por la excelencia
de tu ingenio, a cuya causa
no solo aquí se celebran,
pero en Granada los moros
las traducen en su lengua.
A tu entendimiento basta
que esto de mi boca entiendas
antes que lo entienda Tello,
que no sufrirá su ofensa.

(Vase.)


MACÍAS:

  ¡Oh, confusión de mi amoroso engaño!
Esto faltaba solo a mi tormento.
¿En qué puede ofender mi pensamiento
la hermosa causa de mi eterno daño?
¡Oh, ley crüel! ¡Oh, injusto desengaño!
¿Que aun no quiere que sienta el mal que siento?
¿Qué honor puede quitar mi entendimiento,
con cuyos versos mi esperanza engaño?
Mandarme que no quiera es la violencia
mayor que puedo hacer a mi sentido,
y en presencia del bien sufrir ausencia,
que estando, como estoy, de amor perdido,
aumentara el amor la resistencia,
que para largo amor no hay breve olvido.

(Sale NUÑO.)
NUÑO:

  Bien me puedes dar albricias
de que va la primavera
a dar cristales al Betis
o flores a sus riberas.
No sin envidia del sol,
no sin igual competencia,
Clara...

MACÍAS:

¡Ay, Dios!

NUÑO:

Clara, señor,
en un coche, en una esfera
de luz, con Leonor, esmalta
las estampas de las ruedas.
Llevaba Clara unos ojos
que pudieran ser estrellas
de la más templada noche;
poco he dicho, que pudieran
ser soles del mismo sol.
Mirome, y fue cosa nueva
mirarme Clara con ellos,
mas fue la causa más cierta
de mirarme aquellos ojos
no tener otros tan cerca.
También me miró Leonor,
y sentí no sé qué flechas
desde los ojos al alma.
Pareciome que eran señas
y acerqueme.

MAESTRE:

Bien hiciste.

NUÑO:

Tan bien que, en llegando a ellas,
me dieron un cortinazo
que entre la mano y la seda
me llevaron las narices.

MACÍAS:

Si acercabas la cabeza
por el estribo, ¿no quieres
que un ángel, Nuño, se ofenda
de que a su trono divino
un hombre humano se atreva?

NUÑO:

Trono o trueno, mis narices,
que no destilaron perlas,
sintieron el disfavor,
que no hay parte que más duela,
más opuesta a cualquier daño,
más delicada y más necia.
¿Téngolas derechas?

MAESTRE:

Nuño,
notables cosas me cuentas.
¿Qué sentiste al tiempo cuando
esa dichosa cabeza
por el estribo acercabas
a las blancas azucenas
de aquella divina mano?

NUÑO:

Sentí lo que tú sintieras
al llevarte las narices
una azucena de piedra.

MACÍAS:

¡Ay! ¡Quién fuera tan dichoso
que de aquella mano bella,
de aquel cristal, de aquel nácar,
ese favor recibiera!

NUÑO:

¿Eso tienes por favor?
Mas, porque envidia me tengas,
seguilas, y se apearon
del coche en la primer huerta,
y al bajar Clara, no sé
si fue el brío o fue la priesa,
yo vi...

MAESTRE:

¿Cuánto quieres, Nuño,
antes que tu dicha sepa,
por los ojos?

NUÑO:

Pues ¿los ojos
quieres, señor, que te venda?

MACÍAS:

Cuenta, cuenta lo que viste.

NUÑO:

Vi unas botas de vaqueta
con que el cochero llegó
a apearlas.

MACÍAS:

¿Eso era?

NUÑO:

Pues ¿qué pensaste? ¿Que había
zapatilla cordobesa,
argentada en oro y plata
de corazones y flechas?
¿Pensaste que había manteo
con guarnición sobre tela?

MACÍAS:

Ya no te compro los ojos.

NUÑO:

Si las narices quisieras,
esas te vendiera yo,
porque las más aguileñas
hará un cortinazo romas.

MACÍAS:

¿Que tanta la dicha sea
de un cochero que a los brazos
de un ángel sin temor llega?

NUÑO:

Si vieses un aguador
con un vestido de jerga
coger una dama y dar
en las jamugas con ella,
¿qué dirías?

MACÍAS:

Que son dichas
que merece la inocencia.

NUÑO:

Los cocheros y aguadores
son sacristanes de iglesias,
que las imágenes ponen,
mas nunca rezan en ellas.

MACÍAS:

¿No podré yo ver a Clara?

NUÑO:

Con discreción podrás verla,
pero no sin discreción.

MACÍAS:

Nuño, como yo la vea,
¿qué mal me puede venir?
Y cuando muchos me vengan,
¿no es por ella? Pues ¿qué gloria
mayor que tan dulce pena?

NUÑO:

Yo me pongo en las narices,
por si llegáremos cerca,
un capirote de halcón.

MACÍAS:

¿Clara ofende?

NUÑO:

Muy bien pega.

(Vanse.)


(Salen CLARA y LEONOR.)
CLARA:

  No puedo, Leonor mía,
imaginar la causa.

LEONOR:

Pues ¿tan presto
vive sin alegría?

CLARA:

Nunca en pensar el pensamiento he puesto
que de su nuevo estado
proceda la tristeza que le ha dado.
  No falta en los favores
mi esposo y los regalos que solía;
con los mismos amores
le halla la noche y le despierta el día.

LEONOR:

Pues ¿en qué se han fundado
esas tristezas?

CLARA:

En algún cuidado.

LEONOR:

  ¿Cuidado?

CLARA:

Unos suspiros
tal vez le salen del ardiente pecho
que como al blanco tiros
me traspasan el alma, en que sospecho
que algunos locos celos
le dan estas tristezas y desvelos.

LEONOR:

  ¿Celos pueden, señora,
en tu virtud de todos conocida
tener inquieto agora
a quien conoce de tu honesta vida
tan gran recogimiento?

CLARA:

Celos engaños son del pensamiento.
  Como va caminante
en noche obscura hasta que llegue el día,
así celoso amante
camina por su ciega fantasía
hasta que deste engaño
le divierta la luz del desengaño.
  Entre tanto padece
el sujeto que adora.

LEONOR:

Yo sospecho
que no le desvanece
culpa que ofenda tu inocente pecho,
que en el servir hay cosas
que obligan a tristezas cuidadosas.

(Salen MACÍAS y NUÑO.)
NUÑO:

  Allí están.

MACÍAS:

Ya las he visto.
Pero ¿cómo llegaré?

[NUÑO]:

Pues vuélvete.

MACÍAS:

No podré.
(Aparte.
¡Qué hermoso mármol conquisto!
Pero ¿por qué me resisto,
si a lo mismo me provoco?
Cuerdo temo y llego loco,
pero temer no es razón,
que quien pierde la ocasión
tiene la fortuna en poco.)
  Hermosa Clara, ocasión
de mis versos y mis penas,
vuelve esas luces serenas
a mi obscura confusión.
No pido más galardón
de amor tan desatinado
que saber que mi cuidado
halló lástima en tu pecho
para morir satisfecho
de que fue bien empleado.
  No quiero yo de ti más
de que digas (oye, advierte):
«Hombre, pésame de verte
en el estado en que estás».
Mira tú qué premio das
tan fácil a mi tormento.
Bien sabes tú que no intento
cosa que ofenda tu honor,
pues este fue de mi amor
el mayor atrevimiento.

CLARA:

  Macías, cuando me hablaste
en la pena que tuviste
de saber que me perdiste,
a decirte me obligaste
que lo agradecí; pues baste
que agradezca yo tu amor
para un hombre de valor.
Retírate a ti de ti,
que no me quieres a mí
mientras no quieres mi honor.
  El que no estima el disgusto
que da el quitarle la fama,
ese no estima su dama,
que solo estima su gusto.
Tú eres discreto, y no es justo
que esté a tu pluma sujeta.
No escribas, que se inquieta
mi marido, y no es razón
que a costa de mi opinión
ganes fama de poeta.
  Tus canciones y favores
son para lágrimas mías.
Escribe guerras, Macías;
deja de escribir amores.
¿Sujetos no son mejores
esas banderas opuestas?
Más que me sirves, molestas,
y advierte que las casadas
perdemos, por celebradas,
la opinión de ser honestas.
  A una casada le basta
para estimación honrosa
no el saber que ha sido hermosa,
sino saber que fue casta.
¿Tú piensas que me contrasta
la vanidad que previenes
del grande ingenio que tienes?
Pues en tan locos engaños
escribe tus desengaños
y no escribas mis desdenes.

MACÍAS:

  Señora, señora, advierte...

(Sale TELLO al paño.)
TELLO:

¿Qué es esto que estoy mirando?

CLARA:

¿De qué sirve, porfiando,
dar ocasión a tu muerte?

(Vase.)
MACÍAS:

No fue mi intento ofenderte.
Leonor, Leonor.

LEONOR:

No hay Leonor.

(Vase.)
NUÑO:

Necio has andado, señor.

MACÍAS:

¿Cómo puede andar discreto,
aborrecido y sujeto
un hombre que tiene amor?

NUÑO:

  Entre esos árboles vi
a Tello como escondido.

MACÍAS:

Con el maestre ha venido,
que suele andar por aquí.
¿Si me vio?

NUÑO:

Pienso que sí.
Mas ven por aquí, señor.

MACÍAS:

A ver el coche es mejor.

NUÑO:

¿Eso dices?

MACÍAS:

Ya no esperes
mientras con vida me vieres
sino locuras de amor.

(Vanse los dos.)
TELLO:

  Ya es infame el sufrimiento
que pone el honor en duda.

(Saca la espada y sale el MAESTRE.)
MAESTRE:

¡Dónde!, ¿la espada desnuda?

TELLO:

Cortar un árbol intento.

MAESTRE:

  Pues ¿tú me engañas a mí,
y habiendo visto a Macías?

TELLO:

Yo te dije sus porfías
poniendo mi honor en ti,
  y su privanza, señor,
de mi honor te ha descuidado,
que si le hubieras hablado
no se atreviera a mi honor.
  Quise matarle, mirando
su atrevimiento.

MAESTRE:

Yo hablé
con Macías y pensé
que bastara, imaginando
  que era hombre de razón,
pero pues que no lo ha sido,
ni el haberle yo reñido
templa su necia afición,
  ven conmigo.

TELLO:

Presumí
que no le habías hablado.
Perdona.

MAESTRE:

Estoy enojado.

TELLO:

Mi remedio pongo en ti.

MAESTRE:

  Ya fue tu agravio pequeño
con el que hace a mi valor,
porque no merece amor
quien no obedece a su dueño.

(Vanse.)


(Salen MACÍAS y NUÑO.)
MACÍAS:

  ¿Vino el maestre?

NUÑO:

No sé.
La Condesa está esperando.

MACÍAS:

Y yo estoy desesperando
de que mi firmeza y fe
  quieran con tanta desdicha.

NUÑO:

Quien se puede divertir
y se ha dejado morir
no se queje de su dicha.

MACÍAS:

  ¿Cómo tendré sufrimiento
para el dolor de olvidar,
cuando lo quiera intentar?

NUÑO:

Poniendo el entendimiento
  en que esto ha de durar poco.

MACÍAS:

No podré tener paciencia
para vivir en su ausencia,
Nuño, sin volverme loco.

NUÑO:

  A Júpiter se quejaron
las muelas del hombre un día,
diciendo a su señoría
los años que trabajaron
  desde la muela primera
mascando lo que comía
y que, por dolor de un día,
luego las echaban fuera.
  Don Júpiter le riñó
y él respondió: «¿Qué he de hacer,
si no dejan de doler?»
A quien luego replicó:
  «Hombre, sufre, pues te toca,
el dolor, que bien podrás,
que después te alegrarás
de ver tu muela en tu boca».
  Sufra, pues, tu voluntad
ese pequeño disgusto,
que después te dará gusto
gozar de tu libertad.

(Salen PÁEZ y un ALCAIDE.)
PÁEZ:

  Macías.

MACÍAS:

¿Quién es?

PÁEZ:

Yo soy.

MACÍAS:

¿Qué quieres, Páez?

PÁEZ:

Advierte
que prenderte me han mandado.

MACÍAS:

¿Quién?

PÁEZ:

El maestre.

MACÍAS:

El maestre
es mi dueño y es mi jüez.
Páez, si él lo manda, puede.
¿Díjote la causa?

PÁEZ:

No.

MACÍAS:

Vamos.

PÁEZ:

El alcaide viene
a ponerte en esa torre.

ALCAIDE:

No pienso yo que lo sientes
como yo.

MACÍAS:

No tengas pena,
don Pedro, que estos vaivenes
deben de ser de fortuna,
si la cabeza le duele.

NUÑO:

¿A ti en prisión?

MACÍAS:

Calla, Nuño,
que el criado inobediente
a lo que el dueño le manda
este castigo merece.

(Vanse.)


(Salen TELLO y CLARA.)
TELLO:

  Cierto estoy de tu valor,
conozco tu honestidad,
pero tanta libertad
obliga a mirar mi honor.
No te den, Clara, temor
mis diligencias, a efeto
de haber tenido respeto
al maestre, que si fuera
de otra suerte yo me hubiera
vengado menos discreto.
  ¿Bueno es que sepa un marido
que sirven a su mujer
y que lo que puede ser
pueda poner en olvido?
El que su afrenta ha sabido
no es hombre, ni aun animal,
si consiente tanto mal,
pues en ocasiones tales
hacen muchos animales
venganza al agravio igual.
  Entre todas las naciones
tiene el español valor,
fundado todo su honor
en ajenas opiniones,
y en estas satisfaciones
que, en fin, de la honra son,
en que estriba su opinión,
aunque fundada en mujer,
veo que debe de ser
la más honrada nación.

CLARA:

  Tello, desdicha fue mía
que aqueste necio haya dado
en ser, sobre porfiado,
hombre de tanta osadía,
no porque en esta porfía
haya más atrevimiento
que decir su pensamiento
sin pretender esperanza.

TELLO:

Pues ¿qué espera quien alcanza
poner en prisión al viento?

CLARA:

  No más de la vanidad
de sus canciones de amor.

TELLO:

¿Y ha de estar siempre mi honor
sujeto a su libertad?
¿Quién ha visto voluntad
tan necia en hombre discreto?
Si es para solo el efeto
de escribir, ¿por qué ha de ser
el sujeto mi mujer?
¿Falta en el mundo sujeto?

CLARA:

  Como tú vivas de mí,
como merezco, seguro,
de la opinión que aventuro
quiero consolarme así.

TELLO:

Tus dueños vienen aquí.
No te entienda la Condesa.

CLARA:

De lo que sabe me pesa,
pero ella sabe mi honor.

(Salen la CONDESA, el MAESTRE, FERNANDO y criados.)
CONDESA:

Bien sé que vuestro valor
le obliga a daros la empresa.
  ¿Cuándo será la partida?

MAESTRE:

Antes que venga la gente
de Castilla no hay qué intente.

CONDESA:

Vós la llevaréis lucida.
  A Tello no llevaréis,
que ya está Tello casado.

TELLO:

No dejo de ser soldado,
si no es que vós lo mandéis.

CONDESA:

  Llevad a Páez por Tello,
a Fernando o a Macías.

MAESTRE:

Téngole preso, que ha días
que tiene sobre el cabello
  la espada de cierto honor.

TELLO:

Aparte a CLARA.
¡Vive Dios que no le prende
por mi honor, que le defiende
de mí por tenerle amor!

CLARA:

  No digas tal, por tu vida.

TELLO:

Clara, yo lo entiendo ya.

CONDESA:

¿Preso Macías está?

MAESTRE:

(Aparte a la CONDESA.
Mejor está defendida
  desta suerte su persona.)
Allí olvidará mejor.

FERNANDO:

Ya los músicos, señor,
han llegado de Archidona.

(Salen los músicos.)
MÚSICOS:

  A servirte nos envía
el alcaide.

MAESTRE:

Yo agradezco
así vuestra voluntad
como el gusto que me ha hecho.
¿Tenéis muchas cosas nuevas?

MÚSICOS:

Romances, señor, tenemos,
y algunas letras.

MAESTRE:

Cantad
sin templar los instrumentos.

[MÚSICOS]:

 (Cantan.)
Dulce pensamiento mío,
si en una obscura prisión
el hierro es mi dulce gloria,
la tiniebla es claro sol.
Decidla a mi bella ingrata
cómo en la imaginación
tan presente la contemplo
cuando ausente della estoy.

MAESTRE:

No cantéis más, bueno está.
Vamos, señora, que quiero
hablar en nuestra jornada.

(Vanse todos y detiene TELLO a PÁEZ.)
TELLO:

Páez, Páez.

PÁEZ:

¿Llamas, Tello?

TELLO:

¿Eres mi amigo?

PÁEZ:

Sí soy.

TELLO:

¿De los que son verdaderos,
o de los que son fingidos?

PÁEZ:

Verdad y amistad profeso.

TELLO:

Pues ¿qué has sentido de ver
que con tal atrevimiento
haga de mi honor Macías
romances, estando preso?
¿Los músicos de Archidona
envía a Córdoba el necio
para que los oiga Clara?

PÁEZ:

Lo que del maestre entiendo
es que le quiere muy bien.

TELLO:

Pues yo que lo entiendo y veo
que paga así mis servicios,
¿qué aguardo?

PÁEZ:

No te aconsejo
que te quejes, pues matarle
no puedes.

TELLO:

¿Cómo no puedo?
Por la reja de la torre,
¡ay dél, Páez, si le acierto!,
le he de tirar una lanza.

PÁEZ:

No harás, Tello, que eres cuerdo,
y si te prende el maestre
que te quitase sospecho
la cabeza.

TELLO:

Noble soy.
No importa, mi honor defiendo.

(Vase y sale NUÑO.)
NUÑO:

Porque estaba Tello aquí
no entré a hablaros.

PÁEZ:

Mucho siento
de Macías la prisión.

NUÑO:

Que es de sentirla os prometo,
que este es un honrado hidalgo
que con amor tan honesto
ha querido a doña Clara,
que he visto a sus pensamientos
lo que sentía Platón
pintando a un amor perfeto.
No quiere más de querer.
Aqueste papel le llevo
al Rey.

PÁEZ:

Querrá libertad.

NUÑO:

Esa pide en treinta versos.

(Ruido dentro. Sale el ALCAIDE con la espada desnuda tras TELLO DE MENDOZA, que se sale retirando.)
ALCAIDE:

Prendelde, y si no es posible,
matadle, soldados.

TELLO:

Creo,
si ya he vengado mi honor,
que estimo la muerte menos.

(Vase.)
PÁEZ:

¿Qué es esto, señor alcaide?

ALCAIDE:

Que ha muerto a Macías Tello
tirándole por la reja
una lanza.

(Vase.)
(Sale MACÍAS con un pedazo de lanza por el pecho y otros teniéndole.)
MACÍAS:

¡Ay cielo, hoy muero!

NUÑO:

  Señor, ¿qué es esto?

MACÍAS:

No sé,
Nuño; solamente puedo
decirte que ya tu miedo
verdad en mi muerte fue.
Quise bien, canté, lloré,
escribí y el escribir,
amar, llorar y sentir,
y cuanto he escrito y sentido
y llorado, todo ha sido
porfiar hasta morir.
  ¡Ay, Clara, que me has costado
la vida! Que no tenía
más que te dar si te había
todas mis potencias dado.
Honestamente te he amado,
que tú lo puedes decir,
pero de amar y servir
justo galardón me alcanza,
pues quise sin esperanza
porfiar hasta morir.
  Di al maestre, mi señor,
que a Tello perdono aquí,
pues yo la ocasión le di
y él ha guardado su honor.
Cielos, perdonad mi error;
pensé que un casto servir
se pudiera permitir.

(Salen el MAESTRE, la CONDESA, CLARA y LEONOR, el ALCAIDE, y todos.)
MAESTRE:

¿Muerto?

ALCAIDE:

Mira el desengaño.

MACÍAS:

Sí, señor, que fue mi daño
porfiar hasta morir.

(Muere.)
CONDESA:

  ¡Caso estraño!

MAESTRE:

¡Lastimoso!
¡Que no prendiesen a Tello!

ALCAIDE:

No fue posible, señor;
amigos le defendieron.

CLARA:

Leonor, ¿quién ha de mirar
tanto dolor?

LEONOR:

El que tengo
muestran mis ojos.

CLARA:

¿Qué hará
quien fue la causa?

MAESTRE:

Está cierto,
Macías, de tu venganza.
Vive el cielo que si puedo
he de poner su cabeza
por pies de tu honroso entierro
y, por memoria de amor
tan verdadero y honesto,
en un sepulcro famoso
honrar y poner tu cuerpo,
con unas letras doradas
que digan en mármol terso:
«Aquí yace el mismo amor».

NUÑO:

Y aquí, senado discreto,
Porfiar hasta morir
dio fin a servicio vuestro.