Principio de relatividad/Prólogo

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Principio de relatividad: sus fundamentos experimentales y filosóficos y su evolución histórica (1923)
de Blas Cabrera
Prólogo

E

ste libro recoge el contenido esencial de varias Conferencias dadas por el autor en el Ateneo de Madrid, la Sociedad Científica Argentina, la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Córdoba (República Argentina), y, por último, en forma casi idéntica al contenido de las siguientes páginas, en la Facultad de Ciencias, de Madrid. Perseguía en todas ellas probar que no existe nada en las Ciencias positivas que esté en oposición con el principio de relatividad, tanto en su forma restringida como en la general; y bastante que obliga a convertirle en postulado necesario de la Filosofía natural. El origen del recelo que todos hemos sentido al primer contacto con la Ciencia que este principio ha creado, y que algunos conservan a pesar de los esfuerzos dedicados por muchos hombres de ciencia a combatir tal estado de espíritu, estriba en confundir con imposiciones de la razón, o también con verdades adquiridas por la observación y la experiencia, nociones elaboradas por nuestra mente partiendo de postulados que las más de las veces han penetrado subrepticiamente en la Ciencia.

No es nuevo el hecho, siquiera nunca haya sido de resonancia comparable. Los primeros pasos de toda nueva teoría provocan siempre resistencia equivalente de parte de quienes han formado su espíritu bajo la tutela de las ideas que se pretende derrocar. Es el resultado de una ley general del conocimiento que bien puede llamarse de inercia intelectual, pues expresa la tendencia a conservar el sentido de su evolución, a la manera como la inercia de la materia se manifiesta por la persistencia en la dirección y celeridad del movimiento de los cuerpos.

Cuantos poseen ya un poco de experiencia de estudio de las Ciencias naturales, podrán, seguramente, recordar en la historia de su pensamiento con cuánto despego hemos acogido inicialmente teorías nuevas que más tarde se nos han impuesto.

Y lo que ocurre en nuestro mundo interior, es también exacto para la vida colectiva. Basta pasar rápida revista a la historia de las teorías que hoy consideramos indiscutibles: las mismas que esgrimimos contra las nuevas ideas, para caer en la cuenta de que no parecieron tan evidentes a los contemporáneos de su nacimiento. La propia interpretación dada por Newton a los fenómenos gravitatorios, que consideran incuestionable los defensores de la Ciencia clásica, fué en los días del sabio inglés motivo de no pocas discusiones, cuyos ecos se fueron debilitando lentamente mientras la referida teoría se enseñoreaba del mundo científico, hasta olvidar la prudente actitud de su autor respecto del valor filosófico de la atracción universal, que consideró simple medio de imitar los fenómenos que la Naturaleza ofrece, en tanto sus discípulos inmediatos, y la mayoría de los hombres de ciencia del pasado siglo, la confundieron con la realidad misma.

En aquella época, como ahora, autoridades indiscutibles del saber, como el propio Huyghens, y aun más tarde Juan Bernoulli, rechazaron de plano aquella atracción, al menos como principio fundamental; y es interesante notar que la base de toda la argumentación es la repugnancia hacia las acciones a distancia, que también ha sido instigadora del pensamiento de Einstein en la investigación que le condujo a su teoría de la gravitación. Precisamente su mayor mérito estriba en lograr la plena satisfacción de esta necesidad del espíritu sin renunciar a ninguna de las conquistas que la obra de Newton y sus continuadores ha proporcionado a la Filosofía natural.

Cierto que ha sido necesario el cruento sacrificio de ideas que se estimaban verdades axiomáticas; pero un análisis minucioso de cada una de ellas, lleva al ánimo el convencimiento de que se trata de construcciones gratuitas de nuestra mente por extrapolación indebida de ciertos resultados experimentales. Sin embargo, abundan los casos en que la firmeza de aquellas ideas es bastante para nublar el referido análisis. Es necesario entonces acudir a la imposición de los hechos que por su compatibilidad con una sola de las teorías contrapuestas sirven de experimentum crucis para resolver entre ellas.

Este papel lo llenan las tres consecuencias comprobables por la observación que Einstein ha deducido de su teoría, por no referirnos más que a la Ciencia del principio generalizado en que hoy se concentra toda la oposición, pues el restringido que halló al nacer análogas dificultades, ha tiempo que ha conquistado el asentimiento general. El movimiento del perihelio de la órbita de Mercurio, la desviación de la luz en su paso por las proximidades del Sol y el corrimiento hacia el rojo de las rayas espectrales que proceden de los cuerpos incandescentes situados en campos gravitatorios más intensos que el de la superficie de nuestro planeta, son fenómenos previstos cuantitativamente por Einstein y confirmados por la observación anterior o posterior a ella, sin que tales resultados hayan intervenido en ningún momento de su desarrollo para fijar constantes indeterminadas que figurasen en sus ecuaciones, circunstancia en todo tiempo considerada como argumento de máximo valor en pro de una teoría científica.

No obstante estos éxitos, la inercia intelectual, como es lógico, sigue resistiendo y adopta una de estas dos actitudes: o diseca cuidadosamente los resultados de la observación buscando posibles causas de error que debiliten la convicción que de ellos pueda desprenderse, o busca afanosamente concepciones teóricas que conduzcan a las mismas consecuencias sin romper tan marcadamente con las ideas clásicas.

Para ser más concreto en el examen de estas dos tendencias, me referiré al interesante trabajo del astrónomo francés E. Esclangon, titulado Les preuves astronomiques de la relativité, y a la Memoria de P. Painlevé, La théorie clasique et la théorie einsteinniene de la gravitation. En la primera se hace un detallado estudio del valor de cada una de las coincidencias entre la teoría y la observación a que antes he aludido, y se concluye que en todas ellas, y sobre todo en los casos del movimiento de Mercurio y de la desviación de la luz, los errores posibles en el cálculo de las observaciones afectan en tal proporción a los resultados, que está justificado el considerar fortuito el acuerdo. Esta objeción sería de gran fuerza si no se tratase de tres fenómenos absolutamente independientes, y además los únicos que han podido preverse. Al mismo estado de espíritu responde el esperar al resultado de nuevas observaciones para declarar la victoria del pensamiento de Einstein; en particular, es frecuente la afirmación de que el eclipse recientemente observado en el hemisferio Sur puede ser decisivo. Es innegable la posibilidad de que el éxito sea de tal modo claro, que contribuya a disminuir la resistencia de ciertos espíritus; pero lo más probable es que la opinión científica continúe su evolución lenta en el sentido de las nuevas ideas. Los que mayor repugnancia sienten hacia ella, encontrarán en las diferencias entre los resultados de los distintos observadores suficiente motivo para seguir dudando, mientras los ya convencidos no sentirán debilitada su fe ante resultados menos concordantes que los obtenidos en el eclipse de 1919. Lejos de mi ánimo negar importancia a las observaciones que hayan podido realizarse en el último eclipse o se logren en los futuros, pues acaso permitan nuevos avances a nuestro conocimiento o contribuyan al perfeccionamiento de algunos aspectos parciales de la teoría. Sólo he querido afirmar que lo más esencial de ella se encuentra suficientemente consolidado por la lógica acabada de su construcción y porque ha permitido la interpretación de varios hechos de experiencia que escapaban a las teorías clásicas, sin perder una sola de las conquistas que ellas lograron.

Viniendo ya a la segunda de las actitudes arriba señaladas, Painlevé formula una serie de postulados que conservan la geometría de Euclides para el espacio, de los cuales deriva una teoría que él llama semieinsteinniana, cuyas previsiones astronómicas sólo difieren de las deducidas por Einstein en cantidades que se hallan más allá de los medios actuales de observación. En ella se conserva la idea del tiempo absoluto, y, por tanto, se prescinde de las modificaciones que en la Mecánica introdujo la relatividad restringida; pero es el caso que esta última cuenta ya en su haber con el apoyo de resultados experimentales de tal importancia, que ningún físico puede dudar de su exactitud.

Es clara la analogía de esta actitud con la de aquellos que, reconociendo el progreso que las ideas de Einstein representan para el conocimiento de la realidad externa, se preguntan por el valor lógico de la construcción elaborada como interpretación de la realidad. Me limitaré a citar aquí el trabajo reciente de Zaremba: La théorie de la Relativité et les faits observés, pues un análisis de este interesante aspecto del problema me llevaría demasiado lejos.

Vuelvo a repetir que la finalidad que he perseguido, tanto en las conferencias y cursos arriba recordados como en la publicación de este libro, es llevar al ánimo de mis oyentes y lectores la convicción de que las alteraciones impuestas por el principio de relatividad en los conceptos fundamentales de la Filosofía natural están impuestas por la observación y la experiencia, y vienen a depurar nuestro conocimiento positivo de ciertos postulados que subrepticiamente se introdujeron en él.

Conviene a esta finalidad un modo de exposición que no es el de un libro didáctico, pues he debido sacrificar el detalle del razonamiento a la rápida visión de las dificultades de la Ciencia clásica y su fácil eliminación por las nuevas ideas. Muy especialmente quiero precaver al lector contra el deseo de seguir al detalle los cálculos que en este libro se esbozan. En las múltiples fórmulas que encontrará en sus páginas, ha de ver cosas, objetos, creaciones del espíritu, destinados a contener de la manera más acabada y más concisa la descripción esquemática de la Naturaleza; pero no aspire a averiguar el cómo y el porqué de dichas fórmulas con el solo auxilio de lo que en este libro se dice. Precisamente creemos que la fuente más copiosa de las dificultades con que la nueva Ciencia ha venido luchando, es la necesidad de utilizar para su desarrollo métodos de razonamiento matemático que hasta ella fueron del dominio exclusivo de un grupo muy limitado de especialistas, y para cuyo uso adecuado faltaba aquel hábito que es indispensable para el empleo de todo instrumento.

Repito que no ha sido mi objeto una exposición didáctica, sino inspirar la fe en las nuevas ideas y despertar el deseo de su más perfecto conocimiento, para el cual se dispone hoy de una excelente literatura, de entre la cual señalo al lector, en la Bibliografía que va al final de este libro, las obras más interesantes, agrupadas y hasta ordenadas del modo que estimo más adecuado para un estudio completo de la nueva teoría, que si de momento parece de escasa trascendencia para la Ciencia que más directamente procura la resolución de los problemas concernientes a nuestra vida material, la tiene incalculable para la Filosofía natural, puesto que supone una revolución profunda de nuestra concepción del Universo.