Prosa por José Rizal/Los Animales de Suan

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Prosa: edición del centenario (1961)
de José Rizal
Los Animales de Suan
LOS ANIMALES DE SUAN[1]


Como nací el día de San Salomón a las doce en punto de la noche, cuando la luna entraba en su pleno, poseo el raro don de comprender el lenguaje de los animales. Si alguno no me cree, no tiene más que nacer en las mismas condiciones que yo, y al instante se convencerá.

Teníamos un solar muy grande1 donde vivían mezclados gallos, gallinas, patos, pavos, gansos, cerdos y a donde bajaban también las palomas para picotear el grano que por las mañanas les arrojaba Suan, un criado nuestro muy simple pero muy hábil para ciertas operaciones quirúrgicas por medio de las cuales los animales más lúbricos se volvían castos y engordaban deliciosamente.

Hacía algún tiempo mi padre observaba que las aves enflaquecían y morían no dejando más que huesos y plumas, que los huevos escaseaban y eso que teníamos unas cincuenta gallinas, que así los capones como los pavos perdían el brillo metálico de su plumaje y que pichones en el palomar se hacían muy raros los pocos que se encontraban pareciendo sietediasinos. Ni mi padre ni Suan se podían explicar este fenómeno; no había enfermedad reinante ni epizootia alguna; el palay y el maiz que les daban eran de lo mejor; nuestro gato estaba siempre bastante bien alimentado para que vaya a comerse los pichones; no rondaba ningún alamid2 por la vecindad ni se tenía noticia de que nos visitase alguna iguana, animal reputado amigo de comerse los huevos y nuestro Suan era de una probidad rayana muchas veces en simpleza.

Aunque yo me cuidaba poco de las cosas de mi casa y no me importaba mucho que las gallinas y capones enflaqueciesen o no, sin embargo la calamidad me llegaba a interesar bastante porque los pollitos (pollitos que armábamos de una espina de naranjo a guisa de espolón o navaja) que cogía para jugar al gallo con mis primos perdían continuamente, huían y se dejaban vencer de la manera más vergonzosa. Tomé pues la determinación de averiguar lo que pasaba entre nuestros animales y quise utilizar el don que tenía de comprender su lenguaje, don que yo había ocultado a todos por temor de ser molestado, y que no cultivaba como otras muchas facultades que Dios me ha concedido al nacer el día de S. Salomón a las doce en punto de la noche en el momento del plenilunio.

Una hermosa siesta pues, de esas que convidan a dormir o a balancearse en una hamaca suspendida de las ramas, mientras todos descansaban fuíme a nuestra huerta, me encarmé a un árbol de makupa,3 me senté sobre una rama y me dispuse a escuchar las conversaciones de los animales. A poca distancia, echados sobre el polvo y el fango de un lodazal había algunos cerdos, unos durmiendo, otros medio despiertos; un poco más allá, bajo un cafetero y posados sobre un pilón roto descansaban dormitando pavos, patos y gansos, mientras que de un lado para otro circulaban en silencio melancólicamente algunas gallinas, pollos y gallos, procurando no acercarse mucho del grupo de los cerdos.

Según lo que pude observar y colegir de algunos cuchicheos y picotazos de las aves, nuestros animales vivían entre sí como viven los buenos cristianos y los hombres de buena voluntad en la tierra con su policía, desconfianzas, delaciones, vejaciones, expedienteos, calumnias, violencias, murmuraciones, quejas, amenazas, cárceles, horcas, cañones, leyes, confesionarios, púlpitos, guardias civiles, carabineros, etc., etc., reinaba el orden más completo y la más afectuosa fraternidad quitando tal o cual gruñido de un cerdo, tal o cual pelea, picotazo, etc. Entre ellos figuraban en primera linea como Séres dignos de toda clase de respeto los cerdos, 1.º porque eran muy gordos y la gordura ha sido siempre un distintivo de la buena posición; 2.º porque dormían mucho y el mucho dormir significa tranquilidad de conciencia e independencia de situación; 3.º porque eran muy gruñones y gritones, y ya se sabe, en el patio de nuestra casa como en nuestro mundo el que más habla y chilla es el que más consigue y se pinta. Pero lo que más les hacía respetables a los ojos de la comunidad era, según entendí de una chismografía de dos viejas gallinas, la repugnante suciedad en que vivían: entre los animales la suciedad y la cochinería se reputaban por virtud y así les tenían por santos los gansos y publicaban por todas partes rasgos famosos de su santidad tales como el no bañarse nunca, el entrar y permanecer en sitios excusados de nombrar, el olor repugnante, etc., etc.

Yo creí que mis observaciones no iban a pasar de ahí y ya me disponía a bajar, cuando apareció Suan disponiéndose a hacer la comida de los cerdos. Despertáronse éstos, levantaron sus hocicos, pronunciaron dos o tres gruñidos que significaban una profunda salutación, sacudieron sus anchas orejas, y uno de ellos, un cerdo flaco muy feo gritó:

—¡Acercáos todos y escuchad! ¡El gran cerdo ha de hablar!

Con gran sorpresa mía, ví que se acercaron obedientemente los animales; primero eran los pavos haciendo rueda y caminando lentamente; después seguían los gansos y los patos; detrás de estos venían los gallos, gallinas y pollos, y últimamente las palomas que manifestaban mucho miedo y desconfianza.

—¡Escuchad! ¡El gran cerdo ha de hablar! repitió con gruñido imperioso el que hacía las veces de pregonero.

Busqué con la mirada al gran cerdo y noté que tenían por tal a Bótiok, uno que Suan había bautizado así por ser el más gordo de todos. Hacía dos años que estaba castrado y mi padre le iba ya a encerrar para sacrificarle dentro de un año. Era un animal respetable; su vientre arrastraba, sus mejillas se caían y los ojos los tenía ya tan hundidos que estoy seguro ya no le servían. Estaba echado y roncaba.

—¡Está meditando el sermón! —dijéronse en voz baja los patos y los gansos.

—¡Está en éxtasis! —añadieron las gallinas. Entretanto le murmuraba al oído el cerdo pregonero:

—Gran Bótiok, levántate, es menester que gruñas porque se acerca la hora de comer.

Bótiok abrió los ojos y respondió con un gruñido.

—Es menester que gruñas —repitió el pregonero en gruñido bajo;— hemos notado cierto descontento en los pollitos y muchos gallos empiezan a murmurar; se acerca la hora de comer; levántate y gruñe.

—Y ¿que les he de decir? preguntó Bótiok bostezando.

—Pues cualquier cosa, recomendarles la humildad, la sumisión, la obediencia…

Yo me interesaba tanto en lo que pasaba que era todo ojos y oídos.

Bótiok, aunque algo malhumorado trató de levantarse, agitó su rabito y después de abrir varias veces la boca y sacudir las orejas, gruñó en medio de la expectación general:

—¡Hermanos míos en Suan! Los cerdos somos de raza superior, vosotros sois de raza inferior. ¿Quién lo ha de negar? Ninguno de vosotros tiene el hocico largo y movible como el nuestro

—¡Ticaticatoccatoc! —interrumpió un pavo. (Esto en lenguaje pavesco quiere decir: nosotros también tenemos un moco largo, colgante y rojo. Como Vs. ven el lenguaje pavesco es conciso y enérgico.)

—Sí, hermanos pavos —replicó Bótiok— tenéis un moco largo y rojo, es verdad, pero no tenéis nuestras orejas anchas.

—Pero tenemos barba —replicó otro pavo que tenía un mechón de pelos en el pecho.

E hizo la rueda y se paseó majestuosamente.

—Sí, todo eso es verdad, hermano pavo —continuó Bótiok que al parecer no quería reñir con la orgullosa corporación de los pavos; es verdad que tenéis moco y barba y nosotros no, pero no gozáis del alto honor de haber sido tocados por la mano de Suan, nuestro Dios y Señor, no estáis consagrados, esto es, no estáis capados como nosotros, en esto nos sóis inferiores.

—¡También hay gallos capones! —se atrevió a piar una gallina con bastante mal humor.

—¡Sí! —dijo con desprecio Bótiok.


Nuestro criado Siloy pasaba por Dios: en efecto era el que les daba de comer, les castraba, les hablaba y acariciaba de cuando en cuando. Decía yo que los cerdos por ser capados se daban mucho tono y aunque es verdad que había también gallos capones, a estos les hacían poco caso y los procuraban desprestigiar por pertenecer a otra raza, y a lo más les consentían desempeñar el papel de criados o ayudantes. Considerábanse como los más sabios; nada se podía creer ni decir en el patio sin que antes se les consultase; lo que un cerdo no sabía, no lo podía saber nadie; pretendían explicarlo todo con gruñidos misteriosos que yo mismo muchas veces por más atención que quise poner, no pude comprender el significado. Se movían poco, y cuando andaban lo hacían con tal gravedad que más de una vez me dieron ganas de hacer una genuflexión.

Lo único que movía y agitaba era el rabito retorcido, sobre todo cuando Siloy le rascaba la piel con una caña, cosa que aumentaba mucho su prestigio y le hacía pasar por representante de Siloy en el patio.

—No comáis todo el grano que os arroja Siloy por las mañanas —decía a las aves de corral:— dejad la mitad para los cerdos y así le seréis más agradables.

Y nuestros gallos y gallinas hacían lo que él les mandaba, y se iban a otra parte a buscar alimento.

—¿Véis esa casa grande, elevada y llena de pinturas azules y blancas? —decía una tarde a algunos animales que le escuchaban.— Pues allí vive Siloy el que hizo este patio, el palay, el maiz, el excusado y el salvado que comemos los cerdos, el lodazal, las cortezas de plátanos y el hugas bigas:4 Siloy, de quien soy el representante, vive allí, reina.

—Si sois sumisos y obedientes a mis mandatos, yo que soy el elegido de Siloy, haré que os lleve arriba donde viviréis en medio de granos de palay eternamente y en donde seréis felices en compañía de los grandes cerdos que ya fueron allí en recompensa de su gordura y suciedad. Allá hay inmensos lodazales, cortezas de toda clase de frutas, inmensos labanganes5

—¡Piok! —interrumpió un pollito que yo había cogido el día antes para jugar al gallo con mis primos; pues yo estuve allí ayer cuando me llevó Dimas y no he visto nada de eso.

—¡Nguuuuu! —gruñó el cerdo:— Dimas es el espíritu malo y en vez de llevarte a esa casa te llevó para engañarte a otra parte.

Así como Siloy pasaba por ser el Ahuramazda del patio, ya Dimas, era el Ahriman, era el espíritu del mal. Por ser muy travieso y casi siempre con mis perros que son los enemigos natos de los cerdos, era muy natural que gozase de mala fama entre estos animales.

—Lo que yo ví eran séres mejores que Siloy y con mejores plumas.

—¡Falso! ¡idolatría, herejía, excomunión! —gritaron varios cerdos a la vez.— ¡Haz penitencia, arrepiéntete de tu error, de lo contrario Siloy te condenará a vivir en el estanque!

Como los pollos tienen mucho miedo al agua, mi pollito se calló.


NOTAS

^1.  Nos recuerda la casa solariega de la familia Rizal en Calamba.

^2.  Alamid —Gato montés.

^3.  Makupa —Macupa. (Eugenia malaccensis, Linn.)

^4.  Hugas bigás —Lavazas de arroz.

^5.  Labanganes —De labangan, palabra tagala que significa comedero de animales domésticos.



  1. El Ms. está en la Biblioteca Nacional.