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Prudencia episcopal

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Tradiciones peruanas - Novena serie
Prudencia episcopal

de Ricardo Palma

Contome mi queridísimo e inolvidable amigo Lavalle, para que hoy lo cuente yo a ustedes que, allá por los años de 1814, una monja del monasterio del Carmen se escapó cierta noche partí ir al teatro a gozar de la ópera italiana, representación que por primera vez se efectuaba en Lima. Realizó su escapatoria aprovechándose de que estaba en limpia el acequión ó brazo de río que provee al convento; y cubierta la cabeza con pañolón lambayecano oyó, desde un oculto de platea, cantar a Carolina Griffoni El Barbero de Sevilla del maestro Paisiello, que Rossini no había aún escrito la ópera del mismo título, con la que ha inmortalizado su nombre.

Con ánimo entre regocijado y receloso regresaba la dilettante, después de las diez de la noche, en medio del chipichipi o garúa característico del invierno limeño, cuando, al llegar á la Acequia de Islas se encontró con que los tomeros habían soltado el agua, lo que para la monja melómana imposibilitaba la entrada al claustro por el mismo camino que, tres horas antes, utilizara para la salida.

En tribulación tamaña no le quedó ala desdichada otro recurso que el de dar aldabonazos a la puerta de la casa arzobispal, hasta que alarmado su ilustrísima que, en esos momentos, concluida la colación chocolatesca, iba a acostarse en el lecho, mandó abrir y que entrase la importuna.

Después de revelarle ésta su cuita y de escuchar humildemente la merecida reprimenda, el sagaz arzobispo Las Heras la hizo vestir la sotana, manteo y birretillo de su secretario, encaminándose al Carmen con el improvisado familiar.

Llegados al monasterio dejó a éste en la puerta y, penetrando sólo en la portería, ordenó a la portera previniese a la comunidad que, bajo pena de excomunión ipso fado incurrenda prohibía a las monjas asomar las narices fuera de la celda, hasta que él tocara la campana convocando a coro.


—¿Qué habrá? ¿qué será ello? se decían entre sí las monjitas, viéndose en el caso de la colegiala a quien preguntó el examinador si huevo era masculino o femenino.— Eso, contestó la chica, será según y conforme, y no se puede saber hasta que del huevo salga pollito o pollita. Si sale pollito será masculino el huevo, y si sale pollita será femenino.

Alejada la hermana portera para cumplimentar el mandato, dio su ilustrísima entrada al fingido familiar, quien, ya en su celda, cambió rápidamente de vestido.

Cuando quince minutos más tarde se congregaron las monjas, el señor Las Heras dijo a la superiora:

— Madre abadesa, contad vuestras ovejas.

— Están completas, ilustrísimo señor. Veinte monjas y tres de velo blanco, contestó aquella después de pasar revista al rebaño.

—Bendigamos á Dios, hijas mías, porque ha resultado calumnioso un aviso anónimo que recibí ayer.

Y con voz arrogante entonó el Te Deum laudamus acompañándolo las monjas, que nunca supieron la verdad sobre lo que motivara la visita del arzobispo en hora tan intempestiva.