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LA VIDA

Sin embargo, la comparación deja mucho que desear. El perro y la mariposa advierten las nupcias sin conocer aún la novia. En cambio, el Minotaurus, inexperto en grandes peregrinaciones, se dirige en breve ronda, a la que ya ha frecuentado; la reconoce, la distingue de las demás en ciertas emanaciones, ciertos olores individuales apreciados solamente por el enamorado. ¿En qué consisten tales efluvios? El insecto me lo ha dicho. ¡Qué lástima! ¡Nos hubiera enseñado tantas cosas de las proezas de su olfato!

Ahora bien; ¿cómo se reparte el trabajo en este matrimonio? El saberlo no es empresa cómoda, para la que baste la punta de una navaja. El que se proponga visitar al insecto cavador en su casa tiene que recurrir a trabajos de zapa extenuadores. No tenemos aquí la cámara del Scarabæus, del Copris y de los otros, que se pone al descubierto sin fatiga con una sencilla azadilla de bolsillo; es un pozo a cuyo fondo no puede llegarse sino con una sólida pala reciamente manejada durante muchas horas. Por poco vivo qué sea el sol, saldrá uno medio tullido del trabajo.

¡Pobres articulaciones mías, enmohecidas por la edad! ¡Presumir bajo tierra un buen problema y no poder escarbar! No obstante, el ardor persiste tan fogoso como en el tiempo en que derribaba los taludes esponjosos de los Anthophoras; mi entusiasmo por las exploraciones no ha decaído; pero faltan las fuerzas. Felizmente, tengo quien me ayude: mi hijo Pablo, que me presta el vigor de sus puños y la flexibilidad de sus riñones. Yo soy la cabeza, él es el brazo.

También nos acompaña el resto de la familia, incluso la madre, que no es la menos animosa. No están demás tantos ojos cuando, ya profunda