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EN GLORIA Y MAGESTAD

dicen que durará mil años, sea este un tiempo determinado ó indeterminado: luego la Iglesia ha definido, que es falsa y erronea la opinin de los Milenarios, y por consiguiente su reino milenario.

72. Sin recurrir al concilio de Constantinopla, que no habla palalura de los Milenarios, y que, solo añadió aquellas palabras, á fin de aclarar mas una verdad, que no estaba espresa en el símbolo Niceno, pudieran formar el mismo argumento con solo abrir a Biblia sagrada: pues esta es una de aquellas verdades de que da testimonio claro, así el nuevo como el antiguo Testamento; y que no ha ignorado el mas rudo de los Milenarios. Mas los que proponen este argumento en tono tan decisivo, con esto solo dan á entender, que han mirado este punto muy de prisa, y por la superficie solamente. Si algún Milenario hubiese dicho que concluidos los mil años se acabaría con ellos el reino del Mesías, en este caso el argumento sería terrible é indisoluble; mas si ninguno lo ha dicho ni soñado, ¿á quién convencerá? Se convencerá á sí mismo, á lo menos de importuno, como quien da golpes al aire[1]. No obstante, para quitar al argumento toda su apariencia, y el equívoco en que se funda, se responde en breve, que el reino del Mesías, considerado en sí mismo, sin otra relacion estrínseca, no puede tener fin: es tan eterno como el rey mismo: mas considerado solamente como reino milenario, es decir como reino sobre los vivos y viadores, que todavia no han pasado por la muerte, en este solo aspecto es preciso que tenga fin. ¿Por qué? Porque esos vivos y viadores sobre quienes ha de reinar, y á quienes como rey ha de juzgar, han de morir todos alguna vez, sin quedar uno solo que no haya pasado por la muerte. Llegado el caso de que todos mueran, como infaliblemente debe llegar, es, claro que ya no podrá haber reino sobre los vivos y viadores, porque ya no los hay: luego el reino en este aspecto solo tuvo fin, más no por eso se podrá decir que el reino tuvo fin y se acabó; pues siguiéndose inmediatamente la resurreccion

  1. Quasî aerem verberans.— I ad Cor. ix, 26.