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ZADIG,

á mi esposo, y ahora os quiero como aquel á quien de vida y honra soy deudora. Nunca rebosó un pecho en mas tiernos afectos que el de Semira, nunca tan linda boca pronunció con tanta viveza de aquellas inflamadas expresiones que de la gratitud del mas alto beneficio y de los mas tiernos raptos del cariño mas legitimo son hijas. Era leve su herida, y sanó en breve. Zadig estaba herido de mas peligro, porque una flecha le habia hecho una honda llaga junto al ojo. Semira importunaba á los Dioses por la cura de su amante: dia y noche bañados los ojos en llanto, aguardaba con impaciencia el instante que los de Zadig se pudieran gozar en mirarla; pero una apostema que se formó en el ojo herido causó el mayor temor. Enviáron á llamar á Menfis al célebre médico Hermes, que vino con una crecida comitiva; y habiendo visitado al enfermo declaró que irremediablemente perdia el ojo, pronosticando hasta el dia y la hora que habia de suceder tan fatal desman. Si hubiera sido, dixo, el ojo derecho, yo le curaria; pero las heridas del izquierdo no tienen cura. Toda Babilonia se dolió de la suerte de Zadig, al paso que quedó asombrada con la profunda ciencia de Hermes. Dos dias despues reventó naturalmente la apostema, y sanó Zadig. Hermes escribió un libro, probándole que no debia haber sanado, el qual Zadig no leyó; pero luego que pudo salir, fué á ver á aquella de quien esperaba su felicidad,