Quien calla otorgaQuien calla otorgaTirso de MolinaActo I
Acto I
Salen AURORA, NARCISA, y BRIANDA
AURORA:
¡Qué necio y qué porfiado!
NARCISA:
Por fuerza ha de ser lo uno
si es lo otro.
AURORA:
¿Hay tal enfado?
¡Hola! No entre aquí ninguno,
Esté ese jardín cerrado.
Salid vos también afuera;
guardad la puerta.
BRIANDA:
¡Portera,
siendo dueña! ¿Hacerme quiso
ángel de este paraíso?
En mi mocead sí fuera;
pero ¡cuando dan despojos
al tiempo, que no resisto,
mis años, y mis enojos...!
Hasta agora, ¿quién ha visto
ángel con tocas y antojos?
Vase BRIANDA
AURORA:
¿Qué es lo que Carlos pretende
con tanta embajada, hermana?
NARCISA:
Escribiendo se suspende
de Amor la llama tirana,
que en él tu memoria enciende.
Mientras no te ve te escribe,
y en respuestas que recibe,
apoya ausencias crueles;
que la esperanza, en papeles
tal vez, como joya vive;
y fiado en el concierto
y palabra que le dio
mi padre, tiene por cierto
ser tu esposo.
AURORA:
Ya murió
mi padre y con él se ha muerto
cualquier derecho y acción
que alegue en la pretensión
de mi amor; pues si le di
esperanzas con el sí,
fue más por obligación
[a su paternal prudencia]
que por gusto y voluntad.
NARCISA:
Contra ti das la sentencia.
AURORA:
¿Por qué, si mi libertad
queda libre, con la herencia
de este marquesado absuelta?
NARCISA:
Nunca la palabra suelta
quien estima su valor.
AURORA:
Dísela como menor;
Libre soy, y estoy resuelta
a no cumplirla; esto es cierto.
Déjame, hermana, gozar
de mí misma, pues se ha muerto
mi padre; que no he de hallar
en medio del golfo el puerto.
No cautives mi cuidado
de ese modo; que no es justo
que intente el conde, pesado,
oprimir leyes del gusto,
por sola razón de estado.
La voluntad ha de hacer
esta elección; que a no ser
ella la casamentera,
la cruz que hace Amor lijera,
de plomo, haráme caer.
NARCISA:
¿Tan mal el conde te está,
mancebo, galán, discreto,
y que en Borgoña podrá,
si llega su amor a efeto,
--que si eres cuerda, si hará--
con este estado y el suyo,
casi un reino hacer?
AURORA:
Concluyo
que en mí imposibles conquista.
Amor entra por la vista,
no por el abono tuyo.
No le he visto, y así trato
no ser conmigo crüel,
si mi libertad maltrato.
NARCISA:
Ya sustituye por él
este gallardo retrato.
AURORA:
Pinturas encarecidas,
y verdades, imagino
que vienen a ser, oídas,
como nuevas de camino,
mentirosas o añadidas.
Pintar y escribir es ciencia
de adular con elocuencia;
porque en materia de amores,
los poetas y pintores
tienen de mentir licencia.
¡Bueno es que al pintor pagase
retrato el conde, que fuese
bastante a que me obligase,
y que al pincel permitiese
que sus faltas retratase!
Yo a lo menos no lo creo,
no pienso dar fe al traslado,
si el original no veo;
que es retrato este pagado,
y no puede venir feo.
NARCISA:
Ya yo sé que el interés
hace, cuando Apeles es,
por ser su pincel de oro,
de un Polifemo un Medoro;
mas cuando crédito des
a la fama, que acrecienta
del conde alabanzas sumas,
yo sé que estarás contenta.
AURORA:
Es la fama toda plumas,
¿Y no quieres tú que mienta?
¿De plumas no es el pincel?
Luego mentiras me ofrece.
NARCISA:
Milagros me cuentan de él.
AURORA:
Si a ti tan bien te parece,
cásate, hermana, con él.
NARCISA:
Si fuera marquesa yo...
AURORA:
¿Luego solo en eso estriba
tu voluntad?
NARCISA:
¿Por qué no?
Lo más a lo menos priva.
AURORA:
Heredera te dejó
de sus tesoros mi padre;
y del dote de mi madre,
joyas, riquezas, bienes,
tanta hacienda [a] tener vienes,
que como el conde te cuadre,
te igualas casi a mi estado.
NARCISA:
No es bien, siendo yo menor,
casarme antes, ni le ha dado
al conde pena mi amor;
sola tú le das cuidado.
AURORA:
Pues aunque así de él te avisa,
no me encarezcas sus quejas,
ni me cases tan aprisa;
que ese oficio es de muy viejas,
y tú eres niña, Narcisa.
Ayer dejamos el luto
con que el paternal tributo
pagamos al fin del año;
gocemos, pasado el daño,
de la libertad el fruto.
Esto de casarse, hermana,
ha de tener ocasión,
no como fruta temprana
que, cogida sin sazón,
sale insipida o vana.
NARCISA:
Muy alegórica estás.
No tratemos de esto más.
El conde sufra y perdone,
hasta que amor te sazone;
que agora ni aun hojas das.
AURORA:
Mudemos plática, hermana,
y no te acuerdes más de él.
Di, ¿qué te escribe Diana,
condesa de Oberisel?
NARCISA:
Es la hermosura alemana.
A un don Rodrigo Girón,
español y caballero,
me encomienda.
AURORA:
Su opinión
le ha dado el lugar primero
entre los de su nación.
Lo mismo me pide a mí,
porque ha de venir aquí,
y de verle me holgaré;
que ya sus amores sé.
NARCISA:
Cosas notables oí
de ese español, si es que son
verdaderas.
AURORA:
La condesa
le tuvo tanta afición
como la fama confiesa;
y a aprovechar la ocasión,
dicen que de Oberisel
fuera conde, y de Diana
esposo.
NARCISA:
Para ser él
español, nación que gana
por atrevida el laurel
de Marte, como el de Amor,
milagro es que tal valor
haya, por corto, dejado
perder tal mujer y estado.
AURORA:
¿Gozóle el conde? ¡Mejor!
Óyense voces dentro
VOZ 1:
¡Matadle!
VOZ 2:
Al agua se echó.
VOZ 3:
Disparadle las pistolas.
VOZ 4:
Venturas son españolas.
La cerca, leve saltó.
VOZ 5:
El jardín de la marquesa
le ha dado seguro puerto.
VOZ 6:
¡Que no le hubiéramos muerto!
¡Ah, mal cumplida promesa!
Sale don RODRIGO,
la espada en la mano
AURORA:
Qué es esto? Hombre, ¿dónde vas?
Retírate, hermana mía.
NARCISA:
¿Hay tan notable osadía?
¿Sabes acaso que estás
en el jardín, reservado
solo a la marquesa Aurora?
RODRIGO:
Lo que la ignorancia ignora,
mi ventura ha declarado.
Damas suyas debéis ser,
ya que las señoras no;
y no poco feliz yo,
si la mereciese ver.
AURORA:
¿Cómo venís de esa suerte?
RODRIGO:
Envidiosos lisonjeros,
por quitarme el bien de veros,
han querido darme muerte.
Pero este jardín que en ser
vuestro da clara señal
de que es noble y es leal,
me vino a favorecer
contra la pasión violenta
que envidiosa me persigue,
de quien, para que os obligue,
será razón daros cuenta.
Nací en España noble, no dichoso,
si en mis desgracias mi fortuna fundo,
de madre ilustre y padre generoso.
Rodrigo en nombre, en sucesión segundo.
Mi hermano, mayorazgo caudaloso,
me forzó a que buscase por el mundo
correspondiente estado a mis intentos,
huyendo sus escasos alimentos.
Troqué por Flandes mi famosa tierra
donde hermanos segundos no heredados
su vejación redimen en la guerra
si mayorazgos no, siendo soldados.
Entré en Oberisel, en cuya sierra,
metrópoli Momblán de sus estados,
el tribunal de su gobierno elige,
corona muros y flamencos rige.
Varios sucesos, que prolijos dejo,
me dieron a Diana por señora,
condesa suya, de quien es bosquejo
el sol que montes raya y valles dora.
Con luto viudo, de cristal espejo,
que el ébano guarnece, del aurora
emulación hermosa parecía,
noche a su amor, a sus amantes día.
Pusiérame silencio su respeto,
si ella misma al partir no me mandara
que os contase esta historia, y el secreto
la fama, en fin mujer, no profanara.
Su secretario me hizo, y en efeto,
quédese aquí, señora; que repara
su autoridad mi lengua, si os da aviso.
AURORA:
Ya hemos sabido lo que Diana os quiso.
Proseguid vuestra historia, don Rodrigo
pues ella os lo mandó, decí adelante,
si no es que en el suceso a que os obligo
sois relator tan corto como amante.
RODRIGO:
Serviráme el contarla de castigo,
pero en fin, venturoso aunque ignorante,
Diana entre confusos pensamientos,
me dio favor, si no merecimientos.
Peleaban en ella justamente
vergüenza y afición. Obligaciones
de su estado y viudez la hacían prudente.
El deseo animaba persuasiones,
ya desdeñoso honor, ya amor clemente,
divisas en contrarias opiniones.
Tal vez neutral y tal determinada
nave era de huracanes asaltada.
De aquestos dos principios tan distantes,
nació un mixto, a sus causas parecido,
que en mí influyó contrarios semejantes,
juzgándome ya humilde, ya atrevido.
RODRIGO:
Méritos niños admiré gigantes,
y gigante valor lloré abatido,
nube a su sol que sus colores viste,
si amante, alegre, si severa, triste.
De aquesta suerte amándome en confuso
y yo en confuso acciones imitando,
esfinge, enigmas a mi amor propuso,
intérpretes deseos despeñando.
¡Qué de veces el alma a ver se puso,
por ser vista, en los ojos; y mirando
desde ellos mi inquietud y sus enojos!
¡Edipos de la lengua eran mis ojos!
Jeroglífico en fin mí amor, vivía,
atrevido cobarde; pues si hablaba
a Diana y su amor agradecía,
rayos de enojo airada fulminaba;
si otra beldad mi pena entretenía,
celosa atrevimientos castigaba,
deletreando enigmas mi sentido,
más desdeñado, cuando más querido.
RODRIGO:
Vino a Momblán entonces Casimiro,
palatino del Rin, a ser su esposo.
Si fue llamado o no, no sé; aunque admiro
natural en mujer tan caviloso.
Resuelto pues la libertad retiro;
triste, si alegre; libre, si celoso;
parabienes la doy, y cuando pienso
que libre estoy, me deja mas suspenso.
Equívocas razones me responde,
con que me desespera en la esperanza.
Pregúntole si tiene amor al conde;
dice que sí y que no. ¿Qué ingenio alcanza
la paradoja que este caos esconde?
¿O quién vio tal firmeza en tal mudanza?
En fin me llama, y amorosa, esquiva,
al conde manda que un papel escriba.
Lo que me nota asiento, y sin nombrarle,
su bien le llama, su esperanza y vida,
y porque en ella intenta asegurarle,
a su jardín de noche le convida.
RODRIGO:
Leyóle, extremos hizo, ofreció abrazos
dando a larga esperanza cortos plazos.
Entróse en el jardín, y a sus umbrales
lloraba yo ocasión tan mal perdida,
cuando los dos salieron en iguales
lazos, que unieron dos en una vida.
Viome Diana, y aumentó corales,
no sé si vergonzosa u ofendida,
diciéndome, "¡El papel al conde distes;
mostrado habéis cuán poco me quisistes."
"Pensé que el conde..." dije; y con desprecio
me ataja, replicando, "Don Rodrigo,
¿hombre sois de penséque? Ya no os precio
como hasta aquí. Perdido habéis conmigo
si os disculpáis con el `penséque' necio.
Sírvaos vuestro `penséque' de castigo
y mi amor en el conde gustos trueque
que esto merece amante de `penséque.'"
RODRIGO:
Leyóle, extremos hizo, ofreció abrazos
dando a larga esperanza cortos plazos.
Entróse en el jardín, y a sus umbrales
lloraba yo ocasión tan mal perdida,
cuando los dos salieron en iguales
lazos, que unieron dos en una vida.
Viome Diana, y aumentó corales,
no sé si vergonzosa u ofendida,
diciéndome, "¡El papel al conde distes;
mostrado habéis cuán poco me quisistes."
"Pensé que el conde..." dije; y con desprecio
me ataja, replicando, "Don Rodrigo,
¿hombre sois de penséque? Ya no os precio
como hasta aquí. Perdido habéis conmigo
si os disculpáis con el `penséque' necio.
Sírvaos vuestro `penséque' de castigo
y mi amor en el conde gustos trueque
que esto merece amante de `penséque.'"
RODRIGO:
A Casimiro elige por consorte.
Intentéme casar con una dama
que un tiempo fue de mi esperanza norte,
pero celosa, efetos de quien ama,
tal casamiento impide, y de su corte
salir me manda, y para vos, madama,
este pliego os escribe en favor mío,
testigo de mi loco desvarío. Dáselo
La dama, que mi esposa creyó en vano
ser en vez de Diana, mi partida
culpa llorosa, llámame tirano,
deshonras finge, quéjase ofendida.
Su persuasión en fin forzó a su hermano
que me asalte con otros, y la vida
me quiten, que a esos pies humilde puesta
su historia y mi desdicha os manifiesta.
AURORA:
La primer vez, don Rodrigo,
que ha perdido la ocasión
con merecido castigo
hombre de vuestra nación,
es ésta. La opinión sigo
que por acá España tiene.
En mi casa os estaréis,
donde una plaza os previene
la encomienda que traéis
de mi prima. ¡Ojalá enfrene
la ausencia vuestro pesar!
Llegad, don Rodrigo; a hablar
a mi hermana, intercesora
vuestra.
RODRIGO:
Dadme, gran señora,
esos pies.
NARCISA:
A restaurar
penas de vuestro suceso
id; que ya dicho lo había
la fama.
RODRIGO:
Los pies os beso.
NARCISA:
Ya Diana, prima mía,
con quien nuevo amor profeso,
escrito nos ha a las dos,
intercediendo por vos.
Por quien sois y por Diana,
os hará merced mi hermana.
RODRIGO:
Mil años os guarde Dios.
Vanse.
Salen el conde CARLOS
y TEODORO, de camino
CARLOS:
Tanto resistir, Teodoro,
Aurora, ¿qué puede ser?
¡Un año de padecer,
habiendo dos que la adoro!
No es posible que no tenga
cautiva la libertad
en ajena voluntad.
Esto me obliga a que venga
a hacer yo mismo experiencia
de mis venturas o engaños.
TEODORO:
No sé qué en propios o extraños,
con tener tanta licencia
la vulgar murmuración,
haya hasta agora notado
de amante a Aurora, ni dado
indicios a tu opinión.
Antes contra su aspereza
murmuran cuantos la ven
que en ella corra el desdén
parejas con su belleza.
CARLOS:
Pues ¿por qué, ingrata y severa,
mi esperanza desanima?
TEODORO:
Porque en mucho más se estima,
señor, lo que más se espera.
Y siendo así, no es acierto
el que has hecho, en no querer
darte agora a conocer.
CARLOS:
Yo he de servir encubierto
a la marquesa, Teodoro,
y averiguar de esta suerte
si ajeno amor la divierte.
TEODORO:
Yendo contra tu decoro,
y sirviendo a quien espera
admitirte por señor,
desdices de tu valor.
CARLOS:
Mis sospechas considera,
y verás cuán cuerdo fui
en venir a averiguarlas.
TEODORO:
Pues ¿no basta a asegurarlas,
señor, la palabra, di,
de Aurora y su padre?
CARLOS:
Es viento
la palabra en la mujer.
TEODORO:
¿De qué modo no ha de ser
para ti, si el testamento
del muerto marqués dispone
que te desposes con ella?
CARLOS:
¡Qué bien! Como eso atropella,
Teodoro, un `Dios le perdone.'
Si no me ama, no intento
pleitear con su desdén
ni a mí me puede estar bien
casarme por testamento;
que el casarme no es herencia.
TEODORO:
Es concierto entre los dos.
CARLOS:
Yo he de saber, vive Dios,
por qué es tanta resistencia.
Cánsate ya de cansarme.
Cartas traigo en mi favor
de mí mismo.
TEODORO:
¡Extraño humor!
CARLOS:
Agora audiencia ha de darme,
que ya las cartas leyó,
y su criado he de ser.
TEODORO:
¿Pues no te ha de conocer?
CARLOS:
Jamás Aurora me vio.
TEODORO:
Tu retrato la enviaste.
CARLOS:
Si la doy, cual pienso, enojos,
no habrá puesto en él los ojos.
TEODORO:
¿Y si te ama, y te engañaste?
CARLOS:
Entonces podré seguro
descubrirme y desmentir
sospechas, que han de salir
con la verdad que procuro.
TEODORO:
Alto; pues que das en eso,
sirve a quien has de mandar.
¡Qué difícil es de hallar
sabio rico, amor con seso!
Salen don RODRIGO y ASCANIO,
hablando con don RODRIGO
cerca de la puerta y distantes
ambos del CONDE y TEODORO
ASCANIO:
Días ha que he deseado,
señor don Rodrígo, veros,
serviros y conoceros;
que la fama que os ha dado
la que habéis vos conseguido
y por Italia os alaba,
a estimaros me inclinaba;
y pues ya se me ha cumplido
este deseo, desde hoy
os rindo una voluntad,
sujeta a vuestra amistad.
RODRIGO:
Yo solo el dichoso soy,
señor secretario; en eso
tanto más interesado
cuanto me habéis obligado
con la merced que confieso,
y la experiencia hará llana.
ASCANIO:
En una casa vivimos,
y a una señora servimos,
cuya hermosísima hermana,
ya que llego a descubriros
secretos... Mas por agora
se quede, que sale Aurora.
Mucho tiene que deciros
el alma.
Salen NARCISA y AURORA,
con una carta
AURORA:
¿Sois vos por quien
el conde Carlos me escribe?
CARLOS:
Soy, señora, el que apercibe
un alma... y no dije bien...
(Que más hablo como amante (-Aparte-)
que como el que a servir viene.)
AURORA:
Turbado estáis.
CARLOS:
¿No conviene
que quien tiene al sol delante,
a lo menos al aurora,
no ciegue cuando la vea?
Soy quien acertar desea
a serviros, gran señora.
NARCISA habla aparte con AURORA
NARCISA:
Advierte, hermana, que tienes
a[l] conde Carlos delante,
al retrato semejante.
AURORA:
Con mi sospecha conviene.
Disimula agora. A los otros
El conde
me escribe en vuestro favor;
y como ha de ser señor
de este estado, corresponde
con lo mucho que le quiero
pues me envía adelantado
en vos tan noble criado.
CARLOS:
Mostrar que lo soy espero,
agradándoos, gran señora.
AURORA:
Dispone mi amor con vos;
que sois un alma los dos,
según me avisa; y agora,
aunque el casarme dilato,
Ludovico, he de mostrar
con vos lo que sé estimar
sus cosas.
CARLOS:
(No vio el retrato; (-Aparte-)
me desconoce.)
AURORA:
Yo he puesto
casa que a mi gusto cuadre.
Los criados de mi padre
eran viejos, y molesto
su modo de gobernar.
Con cargos que les he dado
en lugares este estado,
podrán todos descansar,
y yo renovar oficios.
Pues ya por mi cuenta tomo
vuestro aumento, mayordomo
de mi casa os hago.
CARLOS:
Indicio
dais de la correspondencia
con que paga vuestro amor
el del conde mi señor.
AURORA:
Pues que vuestra suficiencia
abona, muy bien se emplea
la plaza en vos que os he dado,
porque su mayor privado,
mayor en mi casa sea.
CARLOS:
Bésooslos pies.
AURORA:
Don Rodrigo,
por lo mucho que os estima
Diana, y por ser mi prima,
cuyo gusto alabo y sigo,
os [hago?] mi maestresala.
RODRIGO:
Como a serviros acierte,
será dichosa la suerte
que en ese oficio señala,
gran señora, mi ventura.
AURORA:
El oficio de trinchar
consiste en saber buscar,
español, la coyuntura.
Curioso es, aunque ordinario.
Veré si en provecho vuestro,
sois maestresala más diestro,
que entendido secretario.
Vase AURORA
NARCISA:
Esto es tocar en la historia
de vuestro amor, don Rodrigo.
RODRIGO:
No pensé que, en mi castigo,
fuera a todos tan notoria.
NARCISA:
¿`Penséque' otra vez decís?
Dejad `penséques' avaros,
que os han salido muy caros,
si a restaurarlos venís.
Vase NARCISA
RODRIGO:
(Basta; que a todos ofrezco (-Aparte-)
materia en que satiricen
mi cortedad; mas no dicen
aun lo menos que merezco.
Mi `penséque' se ha extendido
por todo el mundo.
CARLOS habla
aparte con TEODORO
CARLOS:
Teodoro,
más sospecho lo que ignoro.
¡Que no me haya conocido
Aurora! No pongas duda
de que de mí no se acuerda.
TEODORO:
Tu industria, no sé si cuerda,
prosigue; que con su ayuda
podrás salir de este abismo.
CARLOS:
Yo procuraré saber
la verdad, pues vengo a ser
mayordomo de mí mismo.
Vanse CARLOS y TEODORO
ASCANIO:
¡Don Rodrigo, ya el palacio
esfera de los dos es.
Yo os vendré a buscar después;
que os tengo que hablar despacio.
Vase ASCANIO.
Sale CHINCHILLA
CHINCHILLA:
¡Señor de mi corazón!
La priesa que traigo es tanta,
de verte, que no hago poco
en no entrar en esta sala
con mula, freno y cojín.
¿Es posible que te hallas
sin Chinchilla en el Piamonte?
Pon juntas esas dos patas
en mis labios.
RODRIGO:
¡Mi Chinchilla!
CHINCHILLA:
Patea aquestas quijadas,
o déjamelas besar.
RODRIGO:
Presto volviste de España.
CHINCHILLA:
Si estaba sin ti, ¿qué mucho?
Al viento merced y gracias,
que a la nave en vez de velas,
le prestó lijeras alas.
¿A qué veniste a Saluzo,
cuando entendí que te hallara
en Momblán, y de Clavela
dueño, con estado y casa?
RODRIGO:
Gustos son de la condesa.
CHINCHILLA:
Tiene por nombre Diana,
y hasta en las obras la imita,
si es que lloras sus mudanzas.
Luego que a Momblán llegué
y supe que en él no estabas,
sin aguardar de Clavela
quejas, ni de amigos cartas
fié al camino deseos,
la paciencia a las jornadas,
la bolsa a las hosterías,
y a diez postas las lunadas,
que vienen cual digan dueñas,
por no decir batanadas,
y mecidas, sin ser niño,
las tripas y las entrañas.
RODRIGO:
¿Viste en Madrid a mi hermano?
CHINCHILLA:
Tan cercado de mohatras,
cargado de pretensiones
y enmarañado de trampas,
que no le dieron lugar
para hablarme dos palabras.
RODRIGO:
¿No te preguntó por mí?
CHINCHILLA:
Casi no.
RODRIGO:
¿Cuál fue le causa?
CHINCHILLA:
Reliquias que habrán quedado
de la pendencia pasada,
y el imaginar que iba
por tus alimentos.
RODRIGO:
Basta.
Excusa tiene, si debe.
CHINCHILLA:
Fuera de que en toda España
tu crédito está perdido.
La culpa tiene tu fama;
que el castigo del `penséque'
y ocasión perdida, pasa
de boca en boca en la corte.
El `parapoco' te llama.
RODRIGO:
¿Que mis amores se saben
allá?
CHINCHILLA:
Saben que a Diana
perdiste y a Oberisel,
por ser corto y para nada.
Hizo un diablo de un poeta
de tu historia o tu desgracia,
una comedia en Toledo,
`El castigo,' intitulada,
`del penséque', que ha corrido
por los teatros de España,
ciudades, villas y aldeas.
Y aunque ha sido celebrada,
todos te echan maldiciones,
porque siendo español hayas
afrentado a tu nación,
y con ella la prosapia
de los Girones; que dicen
que ninguno de esa casa
supo perder coyuntura
en amores ni en hazañas,
si no eres tú.
RODRIGO:
Y dicen bien.
CHINCHILLA:
Yo la vi en Guadalajara
representar a Balvín;
y en saliendo con sus calzas,
hecho lacayo Chinchilla,
subióseme la mostaza
a las narices, y estuve
por darle una cuchillada.
En fin, no hay pensar volver,
mientras vivas, a tu patria,
si tu `penséque' no enmiendas,
porque en ella no te llaman
ya don Rodrigo Girón.
RODRIGO:
¿Pues...?
CHINCHILLA:
Caballeros y damas,
don Rodrigo del Penséque.
RODRIGO:
¡Bueno mi crédito anda!
¿Qué hay en la corte de nuevo?
CHINCHILLA:
Muchas cosas, que es contarlas
un proceder infinito;
mas diréte las que bastan.
Hay en la calle Mayor
joyerías en que se halla
mucha carne de doncella,
y aunque esta vale barata,
se vende en cintas.
RODRIGO:
Ésa es
color, por grave, estimada.
CHINCHILLA:
Doncellas que andan en cinta
y se venden, tripularlas.
Calles que de puro enfermas,
por los licores que exhalan
sus perfumeras nocturnas,
se han abierto, a fuer de damas,
fuentes que aumentan sus lodos;
porque afrentándose el agua
de vivir en arrabales,
ya se ha vuelto cortesana
una plaza generosa.
RODRIGO:
Dime mucho de esa plaza.
CHINCHILLA:
Que está, sin ser despensero,
a puras sisas medrada.
No hay en la corte mujer
que peque ya de liviana,
porque todas traen firmezas
a cuello, si no en el alma.
Anda lo azul tan valido,
que hubo viejo que esta pascua
sacó, por vivir al uso,
azul cabellera y barba.
La multitud de los coches,
en Egipto fuera plaga,
si autoridad en Madrid.
No se tiene por honrada
mujer que no se cochea;
y tan adelante pasa,
que una pastelera dicen
haber comprado una caja,
tirada de dos rocines
que traen la harina que gasta,
en que sábados y viernes
se pasea autorizada;
pero en viniendo el domingo,
hasta el fin de la semana,
trueca el coche por el horno,
y el abano por la pala.
Los mozos que pastelizan,
son cocheros por su tanda;
con que nuestra pastelera
va, aunque gorda, sancochada.
No hay mal que por bien no venga;
dígolo porque, afrentadas
las damas de andar a pie,
salen menos de sus casas.
Una premática nueva
ha salido de importancia,
en materia de reforma.
RODRIGO:
Eso será, si se guarda.
CHINCHILLA:
Mandan que todos los hombres
que de cincuenta no pasan,
cuando en coches anduvieren,
no puedan llevar espadas.
RODRIGO:
¿Por qué?
CHINCHILLA:
Danlos por enfermos,
y quieren por esta causa,
que se entienda andar en coches
lo mismo que andar con bandas.
Han replicado los mozos
que como ha tanto que andan
en coches, no tienen uso
de caballos--¡Qué ignorancia!--
por lo cual se les concede
que por cuatro meses vayan
en sillones o en jamugas,
excusando que no caigan.
Ítem, que todo dolor
cure a destajo, y por tasa
concierte la enfermedad,
sin que pueda cobrar blanca
miéntras no se levantare
el enfermo de la cama
sano y bueno; y si muriere,
que pague el tal dotor, mandan,
la botica y sepultura.
RODRIGO:
¡Con qué cuidado curaran,
a ejecutarse esta ley!
¡Con qué tiento recetaran!
CHINCHILLA:
Ítem, que los sastres corten
ropas, vestidos y galas
en presencia de su dueño,
y que delante de él traigan
los aforros, hilo y seda,
vivos, pasamanos, franjas,
y todo junto lo pesen,
porque después de acabada
de coser la dicha ropa,
por peso vuelvan a darla
a su dueño, y con el doblo
restituyan lo que falta.
RODRIGO:
No fuera mandato injusto.
CHINCHILLA:
Al menos, si no se guarda,
habíase de guardar.
Esto es lo que en Madrid pasa,
y otras cosas que no cuento.
Yo te las diré mañana.
Sale ASCANIO
ASCANIO:
¿Qué hacéis, don Rodrigo, aquí
cuando están todas las damas
de la marquesa en el parque,
por balcones y ventanas
tirando a los gentilhombres
de Aurora pellas que abrasan
de amores, con ser de nieve?
Dejad memorias pasadas;
andad acá, por mi vida,
y entre nieves sepultadlas.
Veréis a Narcisa hermosa,
que de una fuente de plata
saca pellas que son negras,
puestas en sus manos blancas.
RODRIGO:
Como son carnestolendas,
y aquí se usa celebrarlas
con aplauso y regocijo,
por limones y naranjas,
de que el Piamonte es estéril
tiran pelotas nevadas,
esmeriles de hermosuras,
que las libertades matan.
ASCANIO:
Huevos hay de azar también.
CHINCHILLA:
¿Qué mas azar ni desgracia,
que tirar pellas de nieve,
que han de resolverse en agua?
Si hubiera pellas de vino,
yo las sorbiera de chaza;
pero ¡de nieve y con huevos
sin yemas! ¡Algún sin alma!
ASCANIO:
¿Queréis venir, don Rodrigo?
RODRIGO:
Vamos; que entre nieve tanta
templaré incendios de amor,
ya que la ausencia no basta.
ASCANIO:
Aquí hallaréis contrayerba,
si fue veneno Diana,
que cure vuestra memoria.
Vanse ASCANIO y don RODRIGO
CHINCHILLA:
Todo es frío en esta casa;
lo primero, en cuanto es nieve
su dueño. Aurora se llama,
que aun por el verano hiela.
Si son gallinas sus damas,
huevos ponen; mas son hueros,
pues que vienen llenos de agua.
¡Oh botas de San Martín!
¡Oh espuelas de Rivadavia!
¿Quién, para pasar el puerto
de tanta nieve, os calzara?
Que, a falta de tal almilla,
tiritando llevo el alma.
Vase.
Salen AURORA y NARCISA
NARCISA:
En fin, ¿te parece bien
el conde Carlos?
AURORA:
Agora
que la voluntad no ignora
lo que los ojos ven,
mejor a Carlos recibo.
NARCISA:
Era tu desdén ingrato.
AURORA:
Fue amante muerto el retrato;
más eficaz es el vivo.
La fineza del venir
disfrazado a verme, hermana,
a quererle bien me allana.
NARCISA:
Luego ¿podréle decir
que se descubra?
AURORA:
Es muy presto,
pues en nuestra casa está.
Mejor, Narcisa, será,
ya que en él mi gusto he puesto,
fingiendo no conocerle,
examinar su afición,
inquirir su condición,
y entre tanto entretenerle.
NARCISA:
En fin, ¿por razón de estado
quieres amar?
AURORA:
Si ha de ser
mi esposo, y yo su mujer,
¿no es mejor que examinado
a elegir el alma venga
el dueño que ha de adorar,
que no por necia llorar,
cuando remedio no tenga?
Prueba un caballo primero
quien le compra, qué tal sale,
con costar, el que más vale,
sólo un poco de dinero;
y un marido de por vida,
a precio de mil cuidados,
¿quieres tú que a ojos cerrados
se entre en casa?
NARCISA:
Apercebida
mujer eres.
AURORA:
Y es razón
que cuando venga a casarme,
no tenga de quien quejarme,
si no es ya de mi elección.
Catorce años en Jacob
hizo Raquel experiencia
para casarse.
NARCISA:
Paciencia
fue mayor que la de Job.
AURORA:
Y cuerdo su sufrimiento,
porque hay tanto que saber
de un hombre, que es menester
tan largo conocimiento.
Yo sé que en aqueste estado
pocas mal casadas vieran,
si los maridos tuvieran
un año de noviciado.
Pero ¿qué te ha parecido
del español?
NARCISA:
Elección
tan digna de la afición
que Diana le ha tenido,
que no mereció el suceso
con que su amor castigó.
AURORA:
Bien la condesa eligió.
Su buen gusto te confieso;
pero no iguala al de Carlos.
NARCISA:
Cualquiera comparación
es odiosa, y tu afición
no acertará a compararlos.
Si va a decir la verdad,
el haber sabido, hermana,
que le quiso bien Diana,
la nobleza y calidad
que de su linaje cuentan,
las hazañas que le abonan,
los ojos que no perdonan
ocasiones que atormentan;
la española bizarría
que en él por mi daño vi,
no sé lo que han hecho en mí,
que no soy la que solía.
AURORA:
Di que estás enamorada,
y acaba.
NARCISA:
Más cuerda soy.
Enamorada no estoy,
pero...
AURORA:
¿Qué?
NARCISA:
Estoyle inclinada.
AURORA:
¿Tan presto?
NARCISA:
Amor reina, Aurora,
y llegando hoy de camino,
antes la fama previno,
que fue su aposentadora.
AURORA:
¡Buena excusa!
NARCISA:
La que has dado
para no casarte luego
con el conde, por mí alego.
Él, hermana, es tu criado,
y también lo es don Rodrigo.
Si el casamiento dilatas
porque examinarle tratas,
yo tambien tus pasos sigo.
También le examinaré
con prudencia y con secreto.
Si es tan cuerdo y tan discreto
y cuando tu gusto esté
para el conde sazonado,
el mío lo vendrá a estar,
y nos podemos casar
cada cual con su criado.
Vase NARCISA
AURORA:
Narcisa ama a don Rodrigo.
¡Oh riguroso poder
de la envidia en la mujer!
¡Qué de ello puedes conmigo!
Cuando yo le aborreciera,
para adorarle bastara
que mi hermana le alabara,
y conmigo compitiera.
Al conde empecé a querer,
a pesar de mi rigor,
siendo efímera su amor,
pues que se muere al nacer;
y este español que ha venido
a despertar mi cuidado,
ausente tan alabado,
y ya presente, querido,
da materia a mis desvelos,
y los del conde deshace;
que amor de la envidia nace,
cuando es hijo de los celos.
Mas pues despierta a quien duerme
y descuidada me avisa
de aquesta suerte Narcisa,
a su amor he de oponerme
poniendo en su curso freno
que sus principios reprima;
porque, en fin, en más se estima
lo que está en poder ajeno.
Sale BRIANDA
BRIANDA:
Si se quiere entretener
agora vuestra excelencia,
una apacible pendencia
en el parque podrá ver
desde aquestas celosías,
que entre nuestras damas pasa
y gentilhombres de casa.
Ellas tiran alcancías
de nieve, y ellos por dar
aromas a los balcones,
tiran dorados limones,
pomas y huevos de azar.
AURORA:
¿Y está el maestresala entre ellos?
BRIANDA:
Sí, señora.
AURORA:
(No quisiera (-Aparte-)
que entre tantas damas viera
de alguna los ojos bellos.
¡Que pueda la envidia en mí
tanto! ¿Qué es aquesto, cielos?
¿Antes que amor, tengo celos?
Mi muerte en este hombre vi.)
¿No podré verlos, Brianda,
bien desde mi camarín?
BRIANDA:
Su balcón sale al jardín
donde están todos.
AURORA:
Pues anda,
llévame una fuente allá
de pellas.
BRIANDA:
Yo voy por ellas.
AURORA:
Sin que sepan que las pellas
son para mí.
BRIANDA:
No sabrá
ninguno para quién son.
Vase BRIANDA
AURORA:
De allí los veré encubierta.
Impórtame que divierta
este hombre; que la ocasión,
en los ojos poderosa,
puede en alguna beldad
ocupar su voluntad,
y tenerme a mí celosa.
Hombre a quien quiso Diana,
digno es de estimación.
Si es español y Girón,
no le merece mi hermana.
Ya sea amor, ya frenesí,
ya condición de mujer,
a ninguna ha de querer,
me ha de querer a mí.
Vase AURORA.
Salen RODRIGO y CHINCHILLA
RODRIGO:
Chinchilla, ¡qué bellas damas
tiene la marquesa!
CHINCHILLA:
Bellas;
mas hielan con tantas pellas
el alma.
RODRIGO:
De Amor las llamas
se aumentan con esta nieve.
CHINCHILLA:
Si fuera el Amor agora
de gusto de cantimplora,
a fuer de señor que bebe
nieve en verano e invierno,
el brindis de tu afición
pudiera hacer la razón;
que ya te imagino tierno.
Mas yo que lo bebo puro,
aborrezco amor nevado;
que ha de estar por fuerza aguado,
y así excusarle procuro.
RODRIGO:
¿No es Narcisa hermosa dama?
CHINCHILLA:
Bien te holgara de pasar,
puesto que ha andado en nevar,
su puerto de Guadarrama.
¿Hubo pellita?
RODRIGO:
Y en ella
fuego que el alma traspasa;
que también la nieve abrasa.
De alquitrán fue aquella pella,
no de nieve.
CHINCHILLA:
¿Ya tenemos
bobuna? Pues ¿la condesa?
RODRIGO:
Siendo imposible su empresa,
y la ausencia toda extremos,
Narcisa ha de ser triaca
del veneno de su amor.
CHINCHILLA:
Bien dices, porque un dolor
con su contrario se aplaca.
Si te abrasó su hermosura,
Narcisa como discreta,
mientras pellas te receta,
tu fuego con nieve cura.
RODRIGO:
No hay otra Narcisa en el mundo.
CHINCHILLA:
¿Mas que habemos de tener,
señor, por esta mujer,
otro `penséque' segundo? Tiran del palacio una pella que da en el sombrero de don RODRIGO
¡Ay!
RODRIGO:
¿Qué ha sido?
CHINCHILLA:
Pella fue.
RODRIGO:
Derríbame a mí el sombrero,
¡Y quéjaste, majadero!
CHINCHILLA:
De verla venir me helé.
Abrió esa celosía
una mano de cristal,
y a fe que no acierta mal.
RODRIGO:
Un papel dentro venía.
¿Hay invención semejante?
Ya tienen alma las pellas.
CHINCHILLA:
Preñadas, como doncellas
al uso, están. No te espante.
Mas, por Dios, es maravilla
que esté, hasta la nieve helada,
en este tiempo preñada.
RODRIGO:
¿Leeré?
CHINCHILLA:
Pues.
RODRIGO:
Oye, Chinchilla. Lee
"Cierta dama de palacio, lisonjeada
por hermosa, y que quiere fiar de vuestro
buen gusto la certeza de si lo es o no,
tiene el suyo puesto en vos; y por
inconvenientes que al presente instan,
importa por ahora no darse a conocer,
hasta que el tiempo haga alarde de su
vista, como ahora de su voluntad. No
dispongáis de la vuestra, que como
forastera andará buscando posada, hasta
que sepáis si es a vuestro propósito la
que tantos pretenden, y vos solo
merecéis. El cielo os guarde."
¿Hay mas extraña aventura?
CHINCHILLA:
Las tuyas siempre lo son.
RODRIGO:
¿Ya empieza otra confusión?
CHINCHILLA:
Ésta, por Dios, que es escura.
RODRIGO:
¿Si es Narcisa?
CHINCHILLA:
Puede ser.
RODRIGO:
¡Ay! ¡Qué dicha, si fuera ella!
CHINCHILLA:
Alcahueta hizo una pella;
mas ¿qué no hará una mujer?
RODRIGO:
Apenas de un laberinto
salgo, ¡y en otro me veo!
CHINCHILLA:
Si no eres mejor Teseo
que en el otro, aunque distinto,
en aqueste, vive Dios,
que ha de haber segunda parte
del `penséque.' Industria y arte
nos han de hacer a los dos
dichosos. Sirve y pretende,
y date por entendido;
que mujer ilustre ha sido
ésta nuestra dama duende,
si crédito hemos de dar
al modo con que te escribe.
RODRIGO:
Si es Narcisa, ya apercibe
el alma centro y lugar,
en que como dueño asista.
A la condesa he olvidado.
CHINCHILLA:
Libranzas Amor te ha dado;
mas no son a letra vista,
pues a tu dama no ves.
RODRIGO:
Habré por fe de querella.
CHINCHILLA:
¡Válgate el diablo por pella!
Amante eres piamontés.
Aunque no se manifieste,
finge amarla, si regala.
Sale AURORA, y quita a don RODRIGO
el papel de las manos
AURORA:
¿Qué hacéis aquí, maestresala?
RODRIGO:
Estoy...
AURORA:
¿Qué papel es éste?
RODRIGO:
No sé, por Dios. En el suelo
le hallé, y alzándole acaso...
CHINCHILLA:
(¡En la trampa al primer paso! (-Aparte-)
Despedidura recelo.)
AURORA:
La letra conozco bien.
RODRIGO y CHINCHILLA hablan aparte
RODRIGO:
¿Leele?
CHINCHILLA:
¡Y cómo! ¡Y muy despacio!
Lee
AURORA:
"Cierta dama de palacio,
lisonjeada..." ¡Oh, qué bien!
¿De muchos?
CHINCHILLA:
Si no te escapas,
que hay fraterna, es cierta cosa.
Lee
AURORA:
"Lisonjeada por hermosa..."
CHINCHILLA:
¡Al primer tapón zurrapas!
RODRIGO:
¿Hay igual desgracia?
Lee
AURORA:
"Quiere
fiar de vuestro buen gusto..."
CHINCHILLA:
Amor que empieza por susto,
bueno va. Si no se muere,
nos envía a los dos
a Alón.
RODRIGO:
¿Quieres callar, necio?
CHINCHILLA:
Ya lee paso, ya recio.
Lee
AURORA:
"Tiene el suyo puesto en vos..."
¡Qué dama tan de repente!
CHINCHILLA:
Para copla no era mala.
¡Por Dios, señor maestresala,
que se te arruga la frente!
Algún sin alma que aguarde
lo que esperamos los dos.
Lee
AURORA:
"Tantos pretenden, y vos
merecéis. El cielo os guarde."
Esta casa, don Rodrigo,
está poco acostumbrada
a libertades, criada
toda su gente conmigo.
No es Saluzo Oberisel.
Escarmentad; que por Dios,
que otra vez haga de vos
lo que de aqueste papel.
Rásgale
CHINCHILLA:
(¡Zape!) (-Aparte-)
AURORA:
Andad. (Bueno va ansí, (-Aparte-)
que si en ser curioso da,
por lo menos no sabrá
que soy yo quien le escribí.)