Quien da luego, da dos vecesQuien da luego, da dos vecesTirso de MolinaActo III
Acto III
Sale doña ELENA, de hombre,
y MARGARITA
ELENA:
La lástima que me han hecho
vuestras desgracias, señora,
junto con mi inclinación
que por ser noble es piadosa,
me ha obligado a buscar modo
con que el peligro socorra,
que corren a un mismo tiempo
vuestra vida y vuestra honra.
De España vine a ser paje
de don Diego de Mendoza,
y aunque paje, bien nacido,
como hablan por mí las obras.
De vuestros amores supe
aquesta noche la historia,
que aunque comienza en tragedia
muchas el cielo revoca.
También supe la ocasión
que os sacó de noche y sola
de vuestra quietud y casa
librando la vida a costa
del qué dirán, monstruo vil
en cuya bárbara boca
tantas honras hemos visto
despedazadas y rotas.
Alegre estaréis sin duda
de que en una casa propia
halléis socorro, hijo y madre,
en la nobleza española.
¿Quién duda que aguardaréis
que salga la blanca aurora
huyendo del sol, que ensarta
en hilos de oro su aljófar,
para que el príncipe venga
y a vuestros pesares ponga
alegre fin, dando treguas
a vuestro llanto y congojas?
Don Luis, que en casa ha visto
la ocasión, vencido borra
promesas y obligaciones,
y a los pies del gusto postra
respetos y cortesías.
Si no huís dentro de una hora
a la luz de esa hermosura
será ciega mariposa,
que, aunque queme su nobleza
las alas a la memoria,
traerá otra vez el agravio
que a Tarquino echó de Roma.
Don Diego, como es su amigo,
ni os defiende ni reporta
con el freno del consejo
su determínación loca.
Antes por darle lugar
se ha ausentado de Bolonia;
ved vos, si se va el que os guarda,
¿qué hará el ladrón con las joyas?
El príncipe, que pudiera
defenderos como a esposa,
yéndole yo a dar aviso,
imposible es que os socorra,
porque, según en corrillos
lo dice la ciudad toda,
dejando el tosco disfraz,
tomó para Parma postas,
donde estableciendo paces
perpetuas, otra vez cobra
su estado, dando de esposo
la mano a la hija hermosa
del marqués de Monferrato
y previniendo a sus bodas
mil fiestas que a vuestro amor
harán las fúnebres honras;
pues decir que vuestro hermano,
aunque esta casa os esconda,
ha de ignorar dónde estáis;
sabiendo que os sirve y honra
don Luis, es ignorancia;
y si viene, ¿quién le estorba
que rompiendo vuestro pecho
con él su agravio no rompa?
Celos, peligro y temor
contra vos al arma tocan,
que es propio de las desgracias
convidarse unas a otras.
Mirad si os ofrece el alma
remedio al mal que os asombra,
y si no le halláis bastante
y queréis poner por obra
el que os tengo prevenido,
con determinación corta
le ejecutad, porque os va
en la brevedad la honra.
MARGARITA:
Días ha, amigo Pacheco,
que se ha hecho el alma sorda
a mil pronósticos tristes
que quieren cumplirse ahora.
El terror, que es adivino,
revolvió las tristes hojas
de mis desdichas, y en ellas
leyó mi ventura corta.
Ya yo temí la mudanza,
de Carlos, que era forzosa,
porque una mujer gozada
es trato que anda de sobra.
Pero, pues salieron falsas
las promesas que en lisonjas
lleva el viento, y en mi ofensa
goza a Claudia y me deshonra,
cuando venga Marco Antonio
y me dé muerte, ¿qué importa,
si a falta suya han de ser
verdugos mis manos propias?
Carlos me ha menospreciado,
y cuando no corresponda
don Luis a su favor
ni don Diego de Mendoza
a su palabra y mi ayuda,
siendo los celos ponzoña,
y yo basilisco de ellos,
matarélos si me tocan.
Déjame que en esas calles
dando voces interrompan
mis agravios el silencio,
para que los hombres oigan
de un cruel hombre la inconstancia;
deja que cual toro rompa
la imagen del padre ingrato
en el hijo vil.
ELENA:
¡Señora...!
MARGARITA:
Yo iré a Parma, falso Carlos;
Progne he de ser en tus bodas;
tu hijo he de hacer pedazos
para que sus carnes comas.
ELENA:
Sosiegate.
MARGARITA:
¿Cómo puedo?
ELENA:
Escuchándóme.
MARGARITA:
Estoy loca.
¿Qué quieres decirme?
ELENA:
Carlos
no está casado hastá ahora.
¿Qué sabemos si pretende
mientras que su padre toma
la posesión de su estado
que ha tanto que por él llora,
engañar así al marqués
para que en quietud dichosa,
a pesar de sus contrarios,
te llame Parma señora,
después?
MARGARITA:
Con esas promesas
su voluntad cautelosa
entretuvo mi esperanza,
Pacheco, no ha muchas horas.
¿Qué me aconsejas?
ELENA:
Yo he dado
una traza milagrosa
que, para que se ejecute,
tu aprobación falta sola.
El ama que a mis señores
sirve es una labradora
de aquí cerca, cuyo padre
una milla de aquí mora,
y es quintero del marqués
de Monferrato, el que toma
a Carlos todo su estado.
MARGARITA:
Ése mi esperanza agosta.
ELENA:
Ya tú sabes que aquí cerca
labró con soberbia y costa
una casa de placer
donde deposita Flora
su apacible primavera,
y donde Amaltea hermosa
vierte, a pesar del invierno,
eternamente su copia.
Si este rústico te lleva
disfrazada con las ropas
de su hija, imaginando
que eres una labradora,
a quien por querer yo bien
y que nadie te conozca
en su quinta, por mi cuenta
que estés oculta me importa,
podrás aguardar segura,
si la Fortuna mejora
tus desgracias, excusando
los peligros que te asombran;
y yo partiéndome a Parma
haré con Carlos de forma
que de Claudia la presencia
no destierre tus memoriás.
Y cuando casarse intente,
como la fama pregona,
buscaremos trazas nuevas
que estorbo a su intento ponga.
¿Qué dices?
MARGARITA:
Que no sé quién
en mi favor te provoca
cuando todos me persiguen.
ELENA:
Mi inclinación que es piadosa.
Al labrador tengo hablado
y a mi gusto se acomoda,
de su hija prevenidas
las galas pobrles y toscas.
El camino es breve, el tiempo
acomodado, pues, corta
a la noche con tijeras
de plata el alba las ropas.
A la puerta está el peligro
la diligencia negocia
y es madre de la ventura.
¿Qué escoges?
MARGARITA:
Fuerza es que escoja
tus consejos saludables.
ELENA:
¡Alto, pues! Vamos, señora,
por el niño cuya vista
alivio dé a tus congojas,
que el labrador nos espera,
y con tan bella pastora
brotará flores la quinta.
MARGARITA:
Si vengo a ser más dichosa,
yo pagaré largamente
esta industria.
ELENA:
(¡Amor, vitoria! (-Aparte-)
Ya está el enemigo fuera,
ya no se abrasará Troya
ni don Luis gozará
la ocásión que le provoca.)
MARGARITA:
¡Ay, Carlos, al fin mudable!
ELENA:
¡Ay, industrias amorosas!
Vanse.
Salen MARCO Antonio,
JULIO y CARLOS
JULIO:
El príncipe y el marqués
con Claudia estarán, señor,
en la quinta de Belflor;
razón será que le des
con tu presencia un buen día.
De Peynado el jardinero
saben, que en traje grosero
disfrazas la gallardía
que ha envidiado Italia en ti,
y por esto a Belflor vienen,
donde prevenidas tienen
tus bodas; no está de aquí
sino una milla. ¿Qué aguardas,
viendo que te está esperando
Claudia, por siglos juzgando
las horas que en verla tardas?
CARLOS:
Marco Antonio: si merece
que le deis fe mi valor,
nuestra amistad y el amor
que desde hoy en los dos crece,
para cobrar el estado
que me ha usurpado el Marqués,
con cuyo favor después
el que a vos os ha quttado
restauremos, es forzosa
hoy a Belflor mi partida,
y porque no me lo impida
Margarita, que, celosa
de Claud¡a, ha de pretender
partir en mi compañía
o no dejarme ir, querría,
antes de verla, poner
mi intento en ejecución.
.....................
.....................
.................... [ -ón]
¿Qué os parece?
MARCO:
Aunque mudanza
temo, sé vuestro valor,
y que si es cuerdo el temor,
es noble la confianza.
Partid, príncipe, en buen hora;
cobrad a Parma, que es justo,
como reservéis el gusto
para quien en él adora.
Pero, porque no le ofenda
cuando miréis la beldad
de Claudia, al Amor llevad
cual le pintan, con la venda
a los ojos.
CARLOS:
A entender
con aqueso me habéis dado
que el amor cuando es honrado
sólo a su dama ha de ver,
quedando ciego en su ausencia;
pero, Marco Antonio amigo,
al tiempo doy por testigo,
por fiadora a la experiencia,
y por jueces a los dos,
de mi invencible constancia.
Mi partida es de importáncia;
presto os veré. Adiós.
Vase don CARLOS
MARCO:
Adiós.
Don Luis y don Diego viven
aquí; prevenirlos quiero
que a mi hermana hablen primero,
porque si no la aperciben
de la amistad que hemos hecho
el príncipe y yo, el temor
de mi pasado rigor
que la matará sospecho.
Quiero llamar, pero aquí
pienso que salen los dos.
Salen don LUIS y CALVETE
LUIS:
¿El príncipe?
CALVETE:
Juro a Dios
que la llevó y que lo vi
por éstos que han de comer
garrapatas. ¿Quieres más?
LUIS:
¿Pues has visto tú jamás
al príncipe?
CALVETE:
Desde ayer
le he visto y comunicado;
todo el suceso me dijo
de su amor. Suyo es el hijo
que nos dieron. Disfrazado
por Margarita ha ya un año
que goza de su beldad.
LUIS:
Basta, todo eso es verdad.
CALVETE:
A mí no hay hacerme engaño.
Celoso de que su amante
fueres estando ella aquí,
no ha media hora que la vi
llevarla. Llegué arrogante,
tentéla determinada,
que es colérica y no espera,
saqué el pie derecho fuera,
conocíle y no hubo nada.
Al fin con gravedad nueva
me dijo, "Hola, a quien llegare
si por ella os preguntare
decid, `el príncipe la lleva.'"
Partióse, y fuíme a dormir.
¿Quieres más?
LUIS:
No.
CALVETE:
Voyme a echar.
Vase
LUIS:
Debióse de adelantar
Carlos, y por prevenir
el riesgo de una ocasión,
se la llevó. Ya sosiego;
a buscar voy a don Diego.
Extraños enredos son
los que aquesta noche ha habido.
MARCO:
¿Qué hay, don Luis valeroso?
LUIS:
¡Oh, Marco Antonio famoso!
No por poco prevenido
el príncipe perderá
lo que es suyo de derecho.
Poca confianza ha hecho
de quien sirviéndole está.
MARCO:
¡Cómo!
LUIS:
¿No lo sabéis?
MARCO:
No.
LUIS:
A Margarita ha sacado
de casa desconfiado
de que, por amarla yo,
había de estar segura
su belleza en mi poder.
MARCO:
Eso, ¿cómo puede ser?
LUIS:
Así quien lo vió lo jura.
MARCO:
Pues vase ahora de aquí
a Belflor determinado
de cobrar su antiguo estado
a costa de dar el sí
a Claudia, y porque por ella
mi hermana no le impidiese
su camino o le siguiese
a Belfior, se va sin ella,
¿y decís que la sacó
de casa?
LUIS:
Lo cierto es esto.
MARCO:
En confusión me habéis puesto
notable.
LUIS:
Si se apartó
anoche de vos, es cierto
que vino por ella.
MARCO:
Sí,
luego que me despedí
de vos se fue. ¿Si la ha muerto
por quedar libre y poder
casarse con Claudia?
LUIS:
No,
que es noble y cristiano.
MARCO:
Y yo
desdichado. Sin querer
ver a su esposa, partir
a Belflor con tanta prisa,
¡qué tarde el alma me avisa!
No quiso, por encubrir
su muerte, verla conmigo.
¡Ah promesas lisonjeras!
¡Nunca fue amigo de veras
quien de veras fue enemigo!
Testigo ha de ser Belflor,
si al homicida hallo en él,
del castigo más crüel
que dio un agravio a un traidor.
LUIS:
Si aqueso es cierto, el primero
seré en vengar su inocente
sangre.
MARCO:
¡Ah, príncipe inclemente!
LUIS:
Ir con vos a Belfior quiero.
MARCO:
¡Ah, Margarita engañada!
LUIS:
La quinta pienso abrasar.
MARCO:
¡Qué poco que hay que fïar
de amistad reconciliada!
Vanse.
Salen el MARQUÉS y el PRÍCIPE de
Parma, viejos, CLAUDIA y otros
MARQUÉS:
Menos la luz se estimara
si no hubiera escuridad,
y a faltar la enfermedad
la salud no se preciara.
El mar furioso declara
lo que la bonanza encierra,
realza al llano la sierra
como la fea a la hermosa,
y así nunca es tan preciosa
la paz como tras la guerra.
Ejemplo de esta verdad
será, príncipe excelente,
la que establece al presente
nuestra antigua enemistad.
Para más conformidad
tocó cajas al rigor
de nuestro antiguo furor,
mas ya con paz nos abraza
y de dos opuestos traza
nuestro parentesco amor.
PRÍCIPE:
Cuando la guerra prolija
después de tantos enojos
no me diera más despojos
que por hija a vuestra hija,
es justo, marqués, que elija
desde hoy mi dicha, la gloria
y premio de la vitoria;
porque cuando yo os venciera,
¿con qué otra cosa pudiera
eternizar mi memoria?
¡Dichoso Carlos, que aguarda
ser dueño de tal belleza!
MARQUÉS:
Más merece su nobleza.
Claudia juzgará que tarda;
que aunque el temor la acobarda,
con el femenil recato
como desposarla trato
hoy deseará ver
a quien su esposo ha de ser
y heredar a Monferrato.
PRÍCIPE:
Nuestros pasados enojos
nunca les dieron lugar
para verse ni gozar
Carlos la luz de estos ojos.
Entre groseros despojos
Bolonia le ha disfrazado;
pero, pues ya está avisado
del bien que el cielo le da,
presto, señora, vendrá
humilde y enamorado.
¿Habéisle cobrado amor?
CLAUDIA:
Nunca mi gusto aborrece
lo que estima y le parece
bien al marqués, mi señor.
PRÍCIPE:
Vos respondistes mejor
que yo supe preguntar.
MARQUÉS:
Vamos, démosla lugar
que con el deseo trate
de Carlos, y la retrate,
que amor bien sabe pintar.
Vanse el PRÍNCIPE
y el MARQUÉS
CLAUDIA:
Si son propiedades ciertas
de Amor que aún está en calma,
que para entrar en el alma
los ojos le abran las puertas,
¿cómo en mí, no estando abiertas,
me presenta sus despojos
mi padre por darme enojos?
Pues de los cinco sentidos
la fe escoge los oídos,
pero Amor sólo los ojos.
Déjeme verle y hablalle,
sepa mi amor lo que merca,
que quien ha de estar tan cerca
no es bien de lejos amalle.
Sin ver su presencia y talle,
¿cómo le podré querer?
En un paje suelen ver
el talle, el rostro y lenguaje,
pues ¿importa más un paje
que quien mi esposo ha de ser?
Salen doña ELENA, da galán,
y CALVETE
ELENA:
¿Margarita está contenta
y segura de mi amor?
CALVETE:
Contado le he a mi señor
todo el caso; pero intenta
estorbar que a Claudia veas;
con Marco Antonio vendrá
aquí, que dudoso está
de que en Margarita empleas
todo el gusto, sin que tenga
Claudia en él alguna parte
con que te obligue a casarte.
ELENA:
Cuando Marco Antonio venga
conocerá la firmeza
de mi noble inclinación.
CLAUDIA:
¿Qué gente es ésta? ¿Si son
pajes de Carlos? Ya empieza
a prevenirse el deseo.
¿Si habrá el príncipe venido?
CALVETE:
Grande atrevimiento ha sido
traerla aquí.
ELENA:
Ya lo veo,
aunque estando su belleza
encubierta como está,
de aquese modo será
testigo de mi firmeza.
CLAUDIA:
Lo que hablan quiero escuchar.
CALVETE:
Di, pues, quién eres, señor,
porque se alegre Belflor.
CLAUDIA:
Si Belflor se ha de alegrar
con su venida, ¿quién duda
que es este el príncipe? ¡Ay, cielos!
ELENA:
Calvete, algunos recelos
puesto me tienen en duda.
CALVETE:
Si eres, Carlos, heredero
de Parma, ¿qué hay que temer?
ELENA:
No he de darme a conocer
sin ver a Claudia primero.
CLAUDIA:
¿Verme quiere? Mi opinión
sigue, que Amor se conquista
solamente por la vista.
No previne la ocasión.
¿Si está el cabello compuesto?
¿Si tengo igual el vestido?
¡Qué sin pensar me has cogido,
Amor, en el lazo puesto!
CALVETE:
El cielo las partes haga
de tu esposa.
ELENA:
Sí, hará.
CLAUDIA:
¿Su esposa me llama ya?
Recíprocamente paga
mi amor, que es un angel de oro
el principillo.
ELENA:
No entiendas
que interés, belleza o prendas
me han de vencer, que la adoro
y es mi esposa.
CLAUDIA:
Que me adora
dice. Perdone el temor
que le he de hablar... ¡Ah, señor,
con tal silencio!
ELENA:
¡Oh, señora!
¿Conocéisme vos a mí?
CLAUDIA:
El alma que profetiza
su dicha en vos solemniza
a Carlos.
ELENA:
¿Sois Claudia?
CLAUDIA:
Sí.
CALVETE:
Por Dios que nos ha escuchado.
ELENA:
Dadme aquesa mano bella,
honraré mi boca en ella.
CLAUDIA:
Aunque sois tan deseado
no sé si en parte me pesa
de que a verme hayáis venido.
ELENA:
Pues ¿por qué he desmerecido
tanto bien?
CLAUDIA:
No es la causa ésa.
ELENA:
¿Pues cuál?
CLAUDIA:
Habéisme pintado
allá en la imaginación
un ángel en perfección
y hermosura, y engañado
agora, vendré a perder
lo que en ausencia ganara
si por tan bella quedara,
porque jamás suele ser
igual el original
a lo que el deseo retrata.
ELENA:
Nunca con igualdad trata
lo humano a lo celestial,
y siendo Claudia infinita,
tan rara beldad excede
a lo que mi ingenio puede
pintar.
CALVETE:
(¡Pobre Margarita!) (-Aparte-)
CLAUDIA:
De vos la misma razón
alegar Carlos podría,
pues como visto no había
vuestro talle y discreción,
pintábaos el pensamiento
un matahombres, enseñado
más al acero templado
que al dulce entretenimiento
con que el amoroso dios
hace en las almas su empleo;
pero su retrato veo
en lo niño y bello en vos.
Vamos, que quiero ganar
las albricias del marqués,
aunque siendo el interés
mío, yo las puedo dar.
ELENA:
Impórtame por ahora
que no sepan mi venida.
CLAUDIA:
¿Cómo? ¿Mi dicha no impida
norabuena?
ELENA:
No, señora;
sólo es por cierto respeto
que después os contaré.
CLAUDIA:
Vamos, pues, que yo os tendré
con el debido secreto
que pedís. Pero qué, ¿tanto
encubierto habéis de estar?
ELENA:
Lo que tardase en llegar
un amigo. (¡Cielo santo, (-Aparte-)
ya yo entré donde no puedo
salir si no me sacáis!
En buen peligro, alma, andáis
por don Luis de Toledo.)
CLAUDIA:
(¿Hizo el cielo más hermoso (-Aparte-)
príncipe? Perdida voy.)
ELENA:
Vamos, que habéis de ser hoy...
CLAUDIA:
¿Qué?
ELENA:
Mi esposa.
CLAUDIA:
Y vos mi esposo.
Vanse CLAUDIA y doña ELENA
CALVETE:
Zampáronse allá los dos.
Yo no acabo de entender
qué fin tiene de tener
tanto embeleco. Salen PEYNADO y MARGARITA de labradora
PEYNADO:
Par Dios,
que por más que os encubráis
sois Margarita Gonzaga.
MARGARITA:
¡Arre allá; apartaos de zaga!
PEYNADO:
Yo no sé si en pena andáis
desque os mató vuestro hermano,
mas vuestra empergeñadura
es su misma catadura.
Encubriros será en vano.
Un responso y media misa
si andáis, Margarita, en pena,
os haré decir.
MARGARITA:
¿No es buena
la tema en que da? Fenisa
me llamo. (Si me conocen
CALVETE:
Zampáronse allá los dos.
Yo no acabo de entender
qué fin tiene de tener
tanto embeleco. Salen PEYNADO y MARGARITA de labradora
PEYNADO:
Par Dios,
que por más que os encubráis
sois Margarita Gonzaga.
MARGARITA:
¡Arre allá; apartaos de zaga!
PEYNADO:
Yo no sé si en pena andáis
desque os mató vuestro hermano,
mas vuestra empergeñadura
es su misma catadura.
Encubriros será en vano.
Un responso y media misa
si andáis, Margarita, en pena,
os haré decir.
MARGARITA:
¿No es buena
la tema en que da? Fenisa
me llamo. (Si me conocen (-Aparte-)
en Belflor, perdida soy.
CALVETE:
Señora, dichoso soy.
en haberte hallado; gocen
mis labios tus pies.
en Belflor, perdida soy.
CALVETE:
Señora, dichoso soy.
en haberte hallado; gocen
mis labios tus pies.
MARGARITA:
¡Verá
si escampan los desvaríos!
CALVETE:
Calvete soy.
MARGARITA:
¡Hola, tíos;
ténganse les digo allá!
CALVETE:
¡Oh! ¿Zangamangas conmigo?
PEYNADO:
Vos no debéis de saber
que anda en pena esa mujer
y está muerta. Quitaos digo.
CALVETE:
¿Muerta?
PEYNADO:
Sí, par Dios, yo oí
abrir su huesa en la huerta
do la enterraron.
MARGARITA:
(Por muerta (-Aparte-)
me tienen.)
CALVETE:
Quita de ahí,
páparo.
MARGARITA:
¿Mas qué he de echarlos?
¡Si no se van con mal huego!
PEYNADO:
¿Veislo?
CALVETE:
Yo la haré que luego
vuelva la hoja. Al oído
Aquí está Carlos,
y si no vas a estorbar
que no hable a Claudia, par Dios,
que se picotean los dos.
MARGARITA:
¿Cómo? Espera.
PEYNADO:
Es escolar
y conjúrala al oído,
¿qué mucho se esté quedita?
CALVETE:
Vuestro hermano, Margarita,
todo el suceso ha sabido
y presto vendrá a Belflor
con don Luis y don Diego.
Carlos está de amor ciego
por Claudia.
MARGARITA:
¿Ciego de amor,
y por Claudia?
CALVETE:
Aquesto es llano
si a la vista he de creer;
ahora acabo de ver
que se entraron mano a mano
donde, aunque esté Marco Antonio
confïado en él, par Dios,
que deben estar los dos
consumando el matrimonio.
MARGARITA:
¡Alto! Echó Fortuna el resto
de mi pena y su rigor;
hoy abrasaré a Belflor. Sale JULIO
JULIO:
Avisen a Claudia presto.
PEYNADO:
¿Qué hay de nuevo?
JULIO:
Que ha venido
Carlos.
CALVETE:
¿Veslo?
PEYNADO:
Ya me alegro.
JULIO:
Con su padre y con su suegro
está.
CALVETE:
Habrále persuadido
Claudia, después de gozada,
que se les dé a conocer.
JULIO:
El desposorio ha de ser
hoy y luego la jornada,
que han de ir a dormir a Parma.
A Claudia voy a llamar.
Adiós. Vase JULIO
MARGARITA:
¿Hoy se han de casar?
Celos, toquemos al arma.
Traedme el alma de Carlos,
para que la atormentemos.
PEYNADO:
Pues ¿soy yo corchete de almas?
MARGARITA:
Tú eres el diablo cojuelo.
PEYNADO:
¿Cojo me quieres dejar?
¿Quién diablos me metió en esto?
MARGARITA:
Métele en el calabozo
que llaman del menosprecio,
donde con fuego y azufre,
que es azul, le quemen celos.
¿No le traes?
PEYNADO:
Ya voy por él,
Por el guisopo y caldero
voy al cura y monacillos:
¡Abernuncio, Jesús, credo! Vase PEYNADO
MARGARITA:
Pasa tú aquí, Asmodeíllo,
que en tu compañia quiero,
como hay visita de cárcel,
que haya visita de infierno.
Tú días ha que condenado
estás.
CALVETE:
¡Zape! Eso reniego.
¿Condenado? Ni aun de burlas.
¿Por qué?
MARGARITA:
Por alcabalero.
CALVETE:
Por alcahuete dirás.
MARGARITA:
Sí, que también el infierno
como el mundo, sin ser santos,
tiene su orden de terceros.
¡Oh, qué de oficios que están
abrasándose!
CALVETE:
Acá dentro
no consienten vagamundos.
MARGARITA:
¿Quién son éstos?
CALVETE:
Pasteleros.
MARGARITA:
O [son] hojaldreros ladrones,
poca carne, mucho hueso,
moscas con caldo en verano,
macho picado en invierno.
Con sus pelos enhornarlos.
CALVETE:
Los de Italia serán ésos,
porque los de España son
buenos cristianos.
MARGARITA:
Muy buenos.
CALVETE:
Todos los que ves son sastres.
MARGARITA:
¿Sastres son todos aquéstos?
CALVETE:
Sí, que comen con las puntas
de las agujas el huevo.
MARGARITA:
¡Par diez!
CALVETE:
Ellos son
muy bellacos marineros,
pues viendo siempre la aguja
nunca atinaron al puerto.
¿No notas la multitud
de poetas como perros,
mordiéndose unos a otros,
no las carnes, mas los versos?
MARGARITA:
Tal es la hambre que pasan.
CALVETE:
Por eso se andan royendo
las uñas todos.
MARGARITA:
No es poco
admitirlos el infierno;
mas ¿cómo están con los sastres?
CALVETE:
¿Agora no sabes eso?
Porque cortan de vestir
y mienten siempre con ellos.
Esta es la volatería,
todo es plumas.
MARGARITA:
Ya te entiendo,
que en el infierno también
hay signos como en el cielo.
¿No es Carlos éste que está
con Vireno padeciendo
por ingrato? Olimpa soy;
¡ah, villano; aquí te tengo! Coge a CALVETE
Con los pies te he de pisár
ese corazón blasfemo.
Quien tal hace que tal pague.
CALVETE:
¡Que me matas!
MARGARITA:
¡Tú me has muerto! Vanse.
Salen CARLOS, el MARQUÉS y el PRÍNCIPE
MARQUÉS:
Otra vez me dad los brazos.
CARLOS:
Y el alma, señor, con ellos.
PRÍCIPE:
Dichoso fin a sus canas
mis prolijos años dieron.
MARQUÉS:
Vayan a llamar a Claudia,
que es a quien de este contento
le toca la mayor parte;
hoy os llamará su dueño
y hoy entraremos en Parma.
CARLOS:
¿Cómo, gran señor, tan presto?
MARQUÉS:
Sí, Carlos; que es importante.
CARLOS:
(Si en ella una vez me veo (-Aparte-)
no tendría Margarita
queja de mí, ni sus celos
ocasión de nuevos llantos.) Sale CLAUDIA
CLAUDIA:
¿Carlos? (¡No puede ser eso!) (-Aparte-)
MARQUÉS:
Ya, Claudia; vino tu esposo;
en él tienes un espejo
de nobleza y discreción,
de gentileza y esfuerzo;
dale la mano y los brazos.
CARLOS:
Con los míos os ofrezco
un alma, cuyas potencias
están suspensas de veros.
CLAUDIA:
¿Qué engaño es éste, señores?
¿Vos sois Carlos?
CARLOS:
No merezco
ser vuestro esposo, mas soy
Carlos, de Parma heredero.
CLAUDIA:
Eso ¿cómo puede ser,
si es Carlos un ángel bello
de mi guarda, a cuyos ojos
se rinden mis pensamientos?
MARQUÉS:
Estás sin seso. ¿Qué dices?
CLAUDIA:
Yo bien puedo estar sin seso;
mas, dentro en mi cuarto
está el Carlos a quien yo quiero.
PRÍCIPE:
¿Hay confusión semejante?
MARQUÉS:
Id por él. ¿Qué es esto, cielos?
CLAUDIA:
Yo le traeré y juzgaréis
lo que gano con el trueco. Vase. Salen don DIEGO, don LUIS y MARCO Antonio
LUIS:
Aquí están todos; veamos
el fin de aqueste suceso,
pues si Carlos os ofende,
que hasta ahora no lo creo,
y a Margarita dio muerte,
todos tres satisfaremos
vuestro agravio.
DIEGO:
Vida y honra
por vos perderá don Diego.
MARCO:
Sois españoles, que basta. Sacan dos LABRADORES a MARGARITA de los brazos, de pastora
LABRADOR 1:
Gracias a Dios que en sí ha vuelto.
MARQUÉS:
¿Qué es esto?
LABRADOR 2:
Mande su esencia
poner en un aposento
esta mujer encerrada,
que habiendo perdido el seso
da en decir que es Locifer
y Belflor es el infierno,
los que en ella estamos diablos,
y si no la detenemos
ya volara aquesta quinta
hecha polvos por el viento.
CARLOS:
¡Margarita de mis ojos!
MARGARITA:
¿De tus ojos soy y en ellos
tienes a Claudia, traidor? De rodillas
CARLOS:
No lo permitan los cielos,
sangre ilustre de Gonzaga.
Si en los generosos pechos
pueden más que los agravios
la piedad que vive en ellos,
tenedla de Margarita
y de mí, que en yugo tierno
ha un año que soy su esposo
y en su casa jardinero,
o dadme perdón o muerte.
PRÍCIPE:
¿Qué es lo que oigo? ¡Ay, triste viejo!
¿Quién es esta Margarita?
CARLOS:
Del mayor contrario vuestro,
aunque ya es hijo, es hermana.
PRÍCIPE:
Si es Marco Antonio, primero
derramaré tu vii sangre. De rodillas
MARGARITA:
La garganta humilde ofrezco,
como a mi padre y señor.
MARCO:
Y yo también este cuello
si vuestra gracia no alcanzo.
CARLOS:
Mi Marco Antonio, aquí os tengo,
ya no temeré la muerte.
MARGARITA:
Cielos piadosos, ¿qué es esto?
¿Tendrán fin tantos pesares?
CARLOS:
Dadnos perdón.
MARQUÉS:
Es muy presto.
CARLOS:
Quien da luego da dos veces.
Ya el enojo es parentesco;
dos veces nos perdonáis
siendo infinitas ejemplo
de príncipes.
MARQUÉS:
¿Qué he de hacer,
si ya no hay otro remedio?
MARCO:
Perdón, señor, os pedimos.
MARGARITA:
Padre sois.
PRÍCIPE:
Yo os lo concedo
como le alcance mi hijo
del marqués.
MARQUÉS:
Pues ya está hecho,
si el dar luego es dar dos veces,
yo os le doy.
CARLOS:
Eres espejo
de Italia y del mundo todo. Salen CLAUDIA y doña ELENA de hombre
CLAUDIA:
El príncipe a quien por dueño
confiesa el alma es aquéste.
MARQUÉS:
¿Cómo? ¡Dadle muerte presto!
¡Ah, villano cauteloso!
Sale CALVETE
CALVETE:
(A pagar de mi dinero (-Aparte-)
que es príncipe y más.)
MARQUÉS:
Matadle.
CLAUDIA:
Señor, por su vida ruego, De rodillas
si no aborrecéis la mía.
ELENA:
Un paje soy, que este enredo
en favor de Margarita
quise hacer.
MARQUÉS:
Matadle presto.
DIEGO:
Eso no, gran señor, que es
una dama de Toledo
tan ilustre como hermosa.
CALVETE:
¡Válgate el diablo el Pacheco!
LUIS:
¿Es doña Elena de Luna?
DIEGO:
Sí, que vuestro olvido y celos
la han obligado a poner
su vida y honor a riesgo.
La mano la habéis de dar
de esposo.
CLAUDIA:
¡Extraño suceso!
CARLOS:
¿Hay más cosas en un día?
CALVETE:
(¡Oh, príncipe embelequero!) (-Aparte-)
DIEGO:
Dadle esa mano.
LUIS:
En España
se la juro dar, don Diego.
DIEGO:
Quien da luego da dos veces.
LUIS:
¡Alto, pues! Dóysela luego.
MARQUÉS:
Claudia la dé a Marco Antonio,
a quien hago mi heredero.
CLAUDIA:
Obedecerte es mi gusto.
MARCO:
Esos pies humildes beso.
LUIS:
Gocéis; Carlos valeroso,
con Parma el dichoso empleo
de Margarita.
CARLOS:
A los dos
cuanto soy y valgo debo,
y pues que ya tiene esposa
don Luis, para don Diego,
guardo una hermana, y con ella
cuatro villas.
DIEGO:
No merezco
tanta merced.
CALVETE:
Eche un guante
para mí.
CARLOS:
¿Qué quieres?
CALVETE:
Quiero
el ama que dio a mamar,
Carlos, a vuestro hijo bello,
que yo haré venga a crïarle.
LUIS:
¿A la parida?
CALVETE:
¡Oh, qué bueno!
Yo soy quien la emparidé.
MARGARITA:
Yo el dote, Calvete, os debo.
Venga a crïarme mi hijo
vuestra mujer.
CALVETE:
Tus. pies beso.
MARQUÉS:
Venid, que en Bolonia quiero
celebrarlos todos juntos
los ilustres casamientos.
CARLOS:
Si es verdad, noble senado,
que conforme estos ejemplos
quien da luego da dos veces,
dad perdón a nuestros yerros.