Quien da luego, da dos vecesQuien da luego, da dos vecesTirso de MolinaActo II
Acto II
Salen don DIEGO como de noche,
y doña ELENA
DIEGO:
La calle es ésta, y aquélla
su casa.
ELENA:
Buena, en verdad.
DIEGO:
Con haber en la ciudad
tantas, ésta es la más bella.
ELENA:
El estar en arrabal
disminuye su valor.
DIEGO:
No es por aqueso peor.
ELENA:
No está en calle principal.
DIEGO:
No, pero es más provechosa.
ELENA:
Mas ¿cómo?
DIEGO:
Demás de estar
dentro y fuera del lugar,
esta huerta deleitosa
la hace más excelente,
que es gran cómodo el poder
en una ciudad tener
casa y quinta juntamente.
ELENA:
Ya sé que se llama ésta
porque no me satisfagas,
la quinta de lcs Gonzagas;
mas, si según manifiesta
la fama, su dueño pasa
pobreza, di que la venda,
que siempre la poca hacienda
se corre en la grande casa.
DIEGO:
No ha de obligar la pobreza,
por grande que venga a ser,
a que uno llegue a vender
el solar de la nobleza.
Y aunque hecha comparación
con la hacienda y el estado
que tuvo antes ha quedado
pobre, según la opinión
del vulgo, más rico queda
el rico cuando empobrece
que el pobre cuando enriquece.
ELENA:
Para que quedarlo pueda,
empeñe esta Margarita
que me da tanto pesar.
DIEGO:
Vender si, mas nó empeñar,
que no es prenda que se quita
la mujer, antes con ella
dan dineros.
ELENA:
Mucho tarda
don Luis.
DIEGO:
Como no aguarda
su dama ni ha de vencella
con servirla y pasealla,
quizá se hartó de rondar
y dio la vuelta a cenar.
ELENA:
La huerta han abierto, calla.
DIEGO:
¿Mas si le hubieren cogido
a don Luis entre dos puertas?
ELENA:
Mis desdichas fueran ciertas.
DIEGO:
Una mujer ha salido
sola.
ELENA:
Dama debe ser
de Marco Antonio.
DIEGO:
No es hora
de salir damas ahora.
ELENA:
Pues ¿cuándo?
DIEGO:
Al amanecer
salen muchas de aventura,
que, como sobras de cena,
las mañanas; doña Elena,
las echan con la basura.
ELENA:
¿Hate sucedido a ti?
DIEGO:
No sé; cuando no hay solomo,
mozo soy, de todo como.
Sale MARGARITA con manto
MARGARITA:
¿Dónde iré, triste de mí?
¿Si habrá el príncipe venido?
Gente por la calle pasa.
¿Qué he de hacer? Volverme a casa
no es posible, que ha sentido
mi hermano mi liviandad,
y dar esta noche intenta
fin a mi vida y su afrenta.
¡Tened, cielos, piedad
de mi vida!
ELENA:
Consultando
está por dónde ha de ir.
MARGARITA:
El temor me fuerza a huír,
y el honor está dudando.
Volveréme.
DIEGO:
Reina mía,
si estar indeterminada
es a falta de posada
mientras sigue el alba el día,
en la nuestra está la cena
con ánimo de aguardar
convidados.
MARGARITA:
¡Qué a escuchar
venga aquesto!
DIEGO:
Doña Elena,
¡qué bien huele, pesia tal!
ELENA:
Sí; pero no siempre suele
oler bien quien siempre huele.
DIEGO:
Así lo dijo Marcial.
¿No merecemos respuesta?
Da voces
MARGARITA:
¡Ah Príncipe! ¡Ah Carlos!
ELENA:
¡Paso!
DIEGO:
¿Principe? ¡Notable caso!
ELENA:
Mujer principal es ésta.
Volverme será mejor.
DIEGO:
¿Qué teméis, señora mía?
MARGARITA:
Alguna descortesía.
DIEGO:
Gente somos de valor.
MARGARITA:
Pues mostradle en no impedir
mi camino.
DIEGO:
Andad con Dios,
aunque llevando a los dos
más segura podréis ir.
MARGARITA:
El peligro considero
qué llevo de noche y sola.
¿Qué gente sois?
DIEGO:
Española.
MARGARITA:
¿Sois noble?
DIEGO:
Soy caballero.
MARGARITA:
¿De qué reino?
DIEGO:
De Toledo,
MARGARITA:
¿Y qué apellido?
DIEGO:
Mendoza.
MARGARITA:
Gracias al cielo que goza
tan noble amparo mi miedo.
Si el valor y la piedad
nobles atributos son
que ensalzan vuestra nación,
Mendoza ilustre, jurad
por la fe de caballero
que mi honor irá seguro
en vuestro amparo.
DIEGO:
Sí, juro.
MARGARITA:
Que lo cumpliréis espero.
Venid, pues.
DIEGO:
¿Dónde?
MARGARITA:
No sé.
DIEGO:
¿Qué lleváis?
MARGARITA:
Mi triste suerte.
DIEGO:
¿De quién huís?
MARGARITA:
De la muerte.
DIEGO:
¿Quién sois?
MARGARITA:
Después lo diré,
que corre mi vida aquí
mucho riesgo.
DIEGO:
En mi posada
segura estaréis y honrada.
MARGARITA:
(¡Ay, Príncipe!) (-Aparte-)
DIEGO:
¿Vamos?
MARGARITA:
Sí. Vanse don DIEGO y MARGARITA
ELENA:
Llevósele por lo honrado.
Dios ponga tiento en su amor,
que no es todo sino olor
a escuras y rebozado.
Aunque si por la apariencia
el juicio se ha de hacer,
muestras ha dado de ser
de más prendas que prudencia.
A un príncipe pidió ayuda,
que Carlos después llamó,
y al ver de dónde salió
me ha puesto en notable duda.
Pero ejemplo tiene en mí
cualquiera amorosa hazaña,
pues a Italia desde España
don Luis me trae ansí.
Por aguardarle si acude
aquí donde pierde el seso,
no voy a ver el suceso,
de esta dama; Amor la ayude
si ha sido autor de sus penas,
que teniendo que llorar
tantas yo; mal podré dar
oídos a las ajenas.
Salen don LUIS y CALVETE, como de noche
LUIS:
¿Que estaba parida el ama?
CALVETE:
¿No lo has visto?
LUIS:
¿Hay tal ventura?
Por el bien de la criatura
la perdono.
CALVETE:
¡Oh, cómo mama
el chicote! Mas ¿a qué
volvemos a este lugár?
¿Es por ventura a buscar
otra cría que nos dé
en que entender?
LUIS:
El deseo
de conocer, si es posible,
este príncipe invisible,
ya que sus efectos veo,
me saca fuera de mí
y de mi casa a tal hora.
CALVETE:
¿Sabes tú si vendrá ahora?
LUIS:
Si le esperaban aquí
a cosa que importa tanto,
¿quién duda que acudirá?
CALVETE:
¿Has de acuchillarle?
LUIS:
¡Ya
cesó mi amoroso encanto!
El fue mejor negociante
y más dichoso que yo.
Si la cátedra llevó
que pretendí por vacante,
¿qué he de hacer?
CALVETE:
Bien lo imaginas,
aunque burla es, y no leve,
que él la cátedra te lleve
y tú pagues las propinas.
Ya parece que nos llama
otra mujer y nos da
otro niño que criará
a tu costa en casa otra ama;
y así puedes poco a poco,
si lo sufre tu caudal,
hacer tu casa hospital
de expósitos.
LUIS:
Calla, loco.
CALVETE:
Harto más lo es quien procura
andar como tú, perdido,
pues rompiendo otro el vestido
te ha echado a cuestas la hechura.
Vamos a cenar, señor.
ELENA:
Dos hombres vienen. ¿Si acaso
es éste el príncipe?
CALVETE:
Paso,
que está tu competidor
a las puertas de tu dama.
LUIS:
Dices la verdad; éste es
el príncipe.
CALVETE:
Llega, pues.
LUIS:
Antes quiero ver si llama
a la puerta.
ELENA:
Hablarle intento.
CALVETE:
Acá se acerca, señor.
Hablarle será mejor.
LUIS y ELENA:
¿Sois el príncipe?
CALVETE:
¡Buen cuento!
¡Válgate la maldición
por príncipe tan buscado!
O es duende o está encantado.
ELENA:
Don Luis y Calvete son.
LUIS:
¿Es Pacheco?
ELENA:
Señor, sí.
LUIS:
¿Y don Diego?
ELENA:
Una aventura
gozar en casa procura.
LUIS:
¿Y qué haces tú solo aquí?
ELENA:
Obligo cierto respeto.
LUIS:
¿Tuyo?
ELENA:
¿No soy yo persona?
CALVETE:
Para hacerle una mamona.
ELENA:
Soy solícito y secreto,
y por esta causa espero
ser venturoso en amores.
CALVETE:
Todos salen bailadores
en cas del tamborilero.
Tenemos el amo amante,
por fuerza habemos de amar;
desde hoy me echo a enamorar,
pues tú eres disciplinante.
LUIS:
¿Qué príncipe imaginaste
que era yo cuando me viste?
ELENA:
El mismo que tú entendiste
que era yo cuando me hablaste.
LUIS:
¿Conócesle?
ELENA:
Yo en mi vida
le eché paja.
CALVETE:
O se ha escondido,
o algún diablo se ha metido
príncipe.
ELENA:
Salió afligida
de esa casa una mujer
de bravo talle y olor;
tuvo de vernos temor,
y queriéndose vólver,
llegó don Diego, ofrecióla
a lo tierno su posada,
peró gritó alborotada,
"¡Ah príncipe! ¡Ah, Carlos! ¡Hola!"
Sosegámosla los dos,
y paró en fin en sosiego
en llevársela don Diego
a casa.
CALVETE:
¡Bueno, por Dios!
LUIS:
Calvete, ¿si es Margarita?
CALVETE:
¡Jesús! ¿Eso has de decir?
¿Tal mujer ha de salir
de noche, y sola? Bonita
es ella; alguna crïada
al príncipe fue a buscar
que se debió de pagar
del convite y la posada,
y envidiosa por ventura
de lo que con su ama pasa,
querrá encuadernar en casa
con don Diego otra criatura;
no hay siño cunas y a ello,
que llueven muchachos hoy.
LUIS:
¿Quién será? Confuso estoy.
CALVETE:
En casa puede sabello.
LUIS:
Bien dices. ¡Ay, cielos,
si tengo en ella a mi bien!
CALVETE:
Un hombre viene; detén
el paso.
ELENA:
(Ya tengo celos (-Aparte-)
de este demonio o mujer.
¿Si és Margarita? ¡Ay de mi!)
Sale don DIEGO
DIEGO:
¿Si hallaré al príncipe aquí?
Mas éste debe de ser.
¿Sois el príncipe, señor?
CALVETE:
Otro buscón de aventuras.
¿Qué príncipe es éste a escuras,
qué brujo o que encantador?
DIEGO:
¡Don Luis!
LUIS:
¿Es don Diego?
DIEGO:
¡Bueno!
Dadme albricias.<poem>
DIEGO:
Los que aman
siembran gusto y cogen duelos.
¿No sabes en qué ha parado
la monja?
LUIS:
Ya he sabido
que ha parado en que ha parido.
CALVETE:
Las cabras nos han echado;
en casa el muchacho está.
DIEGO:
¡Válgame Dios!
LUIS:
Hallé abierta
esta encubridora puerta,
poco más de una hora habrá;
asomóse una crïada
con un niño, y como vio
que pasábamos, llamó;
llegué, el alma alborotada,
y oyéndome preguntar,
"¿sois el príncipe?" Que sí,
celoso la respondí.
"Gracias, dijo, podéis dar
a Dios, de que ya tenéis
un hijo que a Margarita
y a vos en belleza imita;
y porque os aseguréis
de todo punto los dos,
Marco Antonio está ignorante
de todo." Dióme el infante
y cerró con un adiós.
¿Qué os parece?
DIEGO:
¡Caso extraño!
LUIS:
Al ama, en fin, se la di,
qué está parida.
DIEGO:
Eso sí,
no será estéril este año.
¿Y habéis sabido quién es
el príncipe?
LUIS:
Ya estuviera
en casa si lo supiera;
eso aguardo.
DIEGO:
Vamos,,pues,
que yo os quitaré el deseo.
LUIS:
¿Cómo? ¿Conocéisle vos?
DIEGO:
Muy bien.
CALVETE:
¡Bendito sea Dios
que cumplir tu antojo veo!<poem>
LUIS:
¿Príncipe era el hortelano?
Con tan gran competidor
temerario fue mi amor.
El apetito villano
persuade al pensamiento
mil quimeras, que no sé
si resistirlas podré,
don Diego, si está al sediento
brindando el arroyo claro,
si puede vivir el muerto,
si el que navega ve el puerto,
si toca el oro el avaro,
si ve la joya el ladrón,
si el asalto el capitán,
al norte la piedra imán,
y, en fin, Amor la ocasión,
¿no será cualquier reparo
que le resista violento?
Claro está; yo soy sediento,
muerto, navegante, avaro,
ladrón, capitán y amante;
pues si agua, vida, puerto, oro,
asalto, ocasión, tesoro,
me ha puesto el cielo delante,
¿quién pondrá a mi gusto tasa
cuando la ocasión le espera,
ni quién la osará echar fuera
si ella misma se entra en casa?
ELENA:
(¡Ay, sospechoso temor,’’’(-Aparte-)’’’
mi desdicha averiguastes!)
DIEGO:
Contra amorosos contrastes,
don Luis, basta el valor.
Margarita tiene dueño.
Ella es noble y vos honrado;
de mi valor se ha fïado
y es mi palabra el empeño
sobre quien su honor confía,
y es razón que lo defienda,
pena de perder la prenda
que ella estima por ser mía.
Bien sé que lo que decís
es sin veros al espejo
de la razón y el consejo,
y que sois vos, don Luis,
tan cuerdo, que cuando Amor
la entrada segura os diera,
el apetito venciera
vuestra nobleza y valor. Echa mano
Mas por sí, o por no, dejad
vuestra amorosa querella
en esta raya o en ella
dejaré vuestra amistad
por más prendas que en ella haya;
que ser amigo es deshonra
del que en ofensa de la honra
sus gustos no tiene a raya.
LUIS:
Dame, amigo, aquesos brazos,
que injustamente lo fueras
si enojado no rompieras
de mi amor los ciegos lazos.
Habló sin pedir licencia
a la razón el deseo;
mi culpa y tu enojo veo;
mas sirva de penitencia
mi justo arrepentimiento,
que el fuego que me provoca
sacó el alma por la boca,
porque estaba en mí violento.
Tántalo soy; el manjar
que mi apetito interesa
me pone Amor en la mesa
sin dejármele tocar.
Ven, que persuadido quedo,
por mucho que pueda Amor,
que podrá más el valor
de don Luis de Toledo.
DIEGO:
Vamos, que esa hazaña sola
es digna de aquese pecho.
Pero ¿qué hazañas no ha hecho
la cortesía española?
Contra ti has de pelear.
LUIS:
(¡Cielos, que viendo que abrasa (-Aparte-)
el fuego el dueño a su casa
no le ha de poder matar!)
Vanse don LUIS y don DIEGO
CALVETE:
Pacheco, ¿qué suspensión
es ésa?
ELENA:
Es mi desventura,
es pena, es rabia, es locura
y es la misma confusión
del infierno. ¿Margarita
en casa con don Luis?
Celos, ¿aquesto sufrís,
cuando amor os precipita?
¡Fuera vida, seso afuera,
fuera inútiles disfraces!
Sepa quién soy
CALVETE:
¿Qué es lo que haces?
ELENA:
Muera Margarita y muera
don Luis.
CALVETE:
¿Estás borracho?
........................
........................
......................[ -acho].
¡Jesús! ¿Qué te importa a ti
Margarita?
ELENA:
¡Bueno es eso!
El alma, la vida, el seso,
que por su ocasión perdí.
¿Piensas tú que soy Pacheco?
CALVETE:
Pues ¿quién eres?
ELENA:
¿Qué sé yo?
Un árbol que Amor plantó,
verde ayer y ahora seco.
(¡Ay, confusos devaneos! (-Aparte-)
¿Así quién soy descubrís?
¿Por qué, honor, no resistís
mis frenéticos deseos?
Si aquéste sabe quién soy,
a don Luis se lo dirá,
y sin razón cortará
la tela que urdiendo voy;
impórtame divertirle
de este pensamiento. Amor,
siempre sois enredador;
prevenidme qué decirle.)
CALVETE:
¿Qué, no eres Pacheco?
ELENA:
No.
CALVETE:
Dime, pues, ¿cómo te llamas?
ELENA:
Infierno de amor.
CALVETE:
¿Luego amas
a Margarita?
ELENA:
Enlazó
en sus brazos mi espéranza
la hiedra que, ya marchita,
adivina en Margarita
mi muerte por su mudanza.
¡Ay, si supieras quién soy!
Mas, si muero porque callo,
poco importa declarallo
y morir, pues loco estoy.
CALVETE:
¿Quién eres?
ELENA:
El desdichado
príncipe de Parma.
CALVETE:
¿Quién?
¿Tú príncipe?
ELENA:
Yo.
CALVETE:
¡Oh, qué bien!
Pocas muelas he mamado.
¿A mi engañifas?
ELENA:
¡Pluguiera
al cielo que no me honrara
con tal nombre, que no entrara
en Bolonia, que no viera
con Margarita mi daño,
que no pagara tributo
a mi amor el suyo en fruto
que sembré y cogí en un año!
Del hijo de quien es madre
soy padre.
CALVETE:
Serlo podéis;
pero, pardiez, que tenéis
ruines barbas para padre.
Pacheco, si ha sido gana
de darme papilla al niño
con ella, que sois lampiño,
y yo extiendo toda arana...
ELENA:
Vete, necio, que no estoy
para burlas ni quimeras
cuando salen tan de veras
mis desdichas. Di que soy,
a Margarita, heredero
de Parma desposeído,
por príncipe aborrecido
y amado por jardinero.
Di que, pues el español
me afrenta y sus brazos goza,
sin que el valor de Mendoza
lo estorbe, que cuanto el sol
viste de oro y el mar baña,
tengo de peregrinar
hasta que pueda vengar
la injuria que me hace España.
Dile que de celos muero
y que la vida me enfada;
pero no le digas nada,
que es don Luis caballero;
ella noble, y sin sentido
mis celos, que sin querer
juzgan lo que puede ser
como si ya hubiera sido.
CALVETE:
Tú lo dices de tal suerte,
que cuando burlarme trates,
aunque ensartas disparates,
de lástima he de creerte.
Pero ¿cómo puede ser,
rapaz, lo que dices cierto,
si ha un año que está encubierto
en casa de esa mujer
el príncipe, y de su estado
por el marqués excluído?
ELENA:
Basta decir que yo he sido
quien de pastor disfrazado,
temeroso del marqués
de Monferrato, la quinta
donde a Chipre el Amor pinta,
cultivé por interés
de otra Venus en beldad
que me dio un ángel que incita
al amor.
CALVETE:
Si a Margarita
gozabas con libertad
hecho hortelano, ¿a qué efeto
dejaste el rústico traje
y escogiste más ser paje
de don Diego?
ELENA:
No hay secreto
que permanezca si el ciego
descubre sus travesuras;
sembró sus gustos a escuras
y a luz sacó el fruto luego.
Supo su hermano el suceso,
mandó ausentarme el temor,
mas, como, aunque niño, Amor
es temerario y travieso,
por no ausentarme de aquí
y saber de esta maraña
al fin, el valor de España
en mi favor escogí.
CALVETE:
Pues ¿por qué más a don Diego
que a otro?
ELENA:
¡Jesús, qué extraño
sois, Calvete! Si en un año
que cual mariposa al fuego
me abraso por Margarita,
sé que es don Luis su amante
y que no hay hora ni instante
que su amor no solicita,
discreción fue el escoger
el servirle, pues podía
andando en su compañía
a mi Margarita ver
con don Luis cada instante
que a solicitarla fuera,
y mi amor en él tuviera
siempre un tercero ignorante.
CALVETE:
Todo aquesto es evidencia;
convencióse mi porfía,
perdóneme vusiría;
pero mal dije, vuslencia,
que yo diré a mi señor
que es el príncipe.
ELENA:
El secreto
me importa, mas yo os prometo
de haceros mucho favor
si con debido recato
mi estado y nombre encubrís,
que es amigo don Luis
del marqués de Monferrato,
y no menos que la vida
en que lo ignore me va.
CALVETE:
Desde hoy la lengua estará
por ti al paladar asida.
Pero más satisfacción
tu Margarita merece
si por tu causa aborrece
de mi señor la afición.
ELENA:
¡Ay, cielos! Que su hermosura,
corre riesgo en su poder,
y Amor no sabe perder
el tiempo ni coyuntura.
CALVETE:
Don Luis ha prometido
no agraviarla, y de su honor
es don Diego el defensor;
firme ella, tú su marido,
no hay trance que temer puedas.
ELENA:
Ni hombre que pueda estar,
Calvete, junto al manjar
con hambre y las manos quedas.
Mas, vamos, que mi presencia
la suya hará recatada.
CALVETE:
¿Hay noche más enredada?
ELENA:
¡Hola!
CALVETE:
¿Qué manda vuecencia?
Vanse.
Salen CARLOS y PEYNADO
PEYNADO:
En una sala encerrado
hasta ahora me ha tenido,
adonde el pobre Peynado
a tragos por ti ha sorbido
la muerte. De modo he estado
esta noche en el encierro
o prisión, que, si por hierro
Marco Antonio me matara,
en mis calzones hallara
la cera para el entierro.
Darme la muerte quería,
según por entre la puerta
lo escuché, en viniendo el día.
Ya su hermaná estará muerta...
CARLOS:
¿Qué dices? ¡Ay, prenda mía!
PEYNADO:
A no romper la ventana
y escorrirme, esta es la hora
que me hace cenar sin gana
con Cristo, y que Menga llora
su luto y viudez temprana.
Todo lo sabe, par Dios;
por mataros a los dos
juntos, esta noche ha sido
disimulado, fingido;
pero no hallándoos a vos,
ya habrá visto Margarita
la tierra de la verdad.
CARLOS:
Antes que el cielo permita
tan inhumana crueldad,
venganza tan inaudita,
no admita otra vez el sol
desde el sepulcro español
la oriental y hermosa cuna,
ni sirva otra con la luna
a la noche de farol.
¡Ay mi adorada inocente!
Si en duda puede el temor
darme la pena presente,
averiguado el rigor
de vuestro hermano inclemente!
¿Qué hará en mí? Pero es cristiano
y noble, y al fin su hermano;
no hará crueldad como ésa.
PEYNADO:
Los golpes con que la huesa
abrió el azadón villano
sentí, aunque preso, señor,
y el intento oí después
del airado matador,
porque bien sabéis que es
todo oídos el terror.
De una mujer afligida,
atormentada o parida,
sentí suspiros y llantos,
pedir reliquias y santos
y encomendarlos su vida.
CARLOS:
¡Villano, loco, atrevido,
vete, antes que el pesar
.................... [ -ido]
crezca y no me dé lugar
para serte agradecido! Vase PEYNADO
¿Cómo no me he vuelto loco?
Pero sin entendimiento
fuera, esposa, el sentimiento
de tU injusta muerte poco.
Para tu venganza invoco
tu inocencia; entrad, Amor,
y sed vos el vengador,
aunque el castigo no iguale
a la culpa. Un hombre sale.
Sale MARCO Antonio
MARCO:
Huyó el príncipe traidor
con mi hermana, y mi venganza,
por tardar, no satisfizo
mi agravio; mas ¿cuándo hizo
cosa buena la tardanza?
Si mi ventura le alcanza,
mi muerto honor resucita,
a un tiempo tres vidas quita;
la de Carlos fementido,
la del hijo mal nacida
y la vil de Margarita.
CARLOS:
¡Cielos, Marco Antonio es éste!
Mil gracias rendiros quiero,
pues se vino donde espero,
que aquí su castigo apreste.
Caín de manos crüeles
más bárbaro y fiero que él,
pues Caín mató un Abel
y tú has muerto dos Abeles,
Herodes, cuyas hazañas,
para tu afrenta inclementes,
es dar la muerte a inocentes,
en cuya sangre te bañas.
Pide al cielo si permite
que un ángel vengado esté,
que cada instante te dé
mil vidas que yo te quite;
que aun no igualara el valor
de todas cuantas les des
con la suya, que al fin es
un ángel y no un traidor.
MARCO:
Que vienes sin seso creo
o por otro me has hablado,
pues las obras has culpado
que aún no ejecutó el deseo.
¿A qué Abel mi enoja quita
la vida, que vengar quieres?
CARLOS:
¿No sabes quién soy?
MARCO:
¿Quién eres?
CARLOS:
El alma de Margarita,
que en señal de su inocencia,
como la vengo a heredar,
no tuvo que me dejar
sino es el alma en herencia,
su venganza solicita.
MARCO:
¿Eres Carlos?
CARLOS:
Carlos soy,
que con dos almas estoy,
porque vive Margarita,
bárbaro tirano, en mí,
pues cuando determinaste
dividirlas, las juntaste
para venir contra ti.
MARCO:
Ya tengo que agradecerte
pues me excusas de buscarte,
y aunque en albricias de hallarte
te tengo de dar la muerte,
primero que te la dé
y con ella satisfagas
la injuria de los Gonzagas,
su sangre, nobleza y fe,
quiero saber si perdida
la vida con el honor
murió mi hermana.
CARLOS:
¡Traidor!
Pues siendo tú el fratricida,
¿me lo preguntas a mí?
........................
........................
..................... [ -í].
Yo no podré castigar
con tu muerte tu delito,
pues si la vida te quito
aún no comienzo a vengar
a mi esposa. Mas, traidor,
gente viene; ven tras mí,
que quiero cobrar de ti
como de mal pagador.
Echan mano y vanse.
Salen don DIEGO y don LUIS
DIEGO:
Entretanto que no viere
el príncipe no tendrá
sosiego.
LUIS:
Celoso está
mi amor por lo que le quiere,
y vengo huyendo del fuego
que mis entrañas abrasa,
que aun no oso quedar en casa
con ella y sin ti, don Diego.
DIEGO:
Con eso das testimonio,
don Luis, de tu valor.
Hablan dentro
MARCO:
¡Ah, príncipe engañador!
CARLOS:
¡Ah, tirano Marco Antonio!
DIEGO:
Al príncipe oí nombrar.
LUIS:
Yo á Marco Antonio, el hermano
de Margarita.
DIEGO:
No en vano
nos trujo a este lugar
el cielo. Llega a apartarlos,
que se matan.
LUIS:
Caballeros,
tened los nobles aceros,
que entre Marco Antonio y Carlos
la amistad y el parentesco
han de ser los medios sabios
con que se olviden agravios
antiguos.
DIEGO:
Si es que merezco
esta merced en favor,
príncipe, de que una dama
que vive en mi casa os llama
de su libertad deudor,
parad la espada y la mano,
que morirá Margarita
si esta pendencia le quita
a su esposo o a su hermano.
Salen MARCO Antonio y CARLOS
CARLOS:
¿Cómo, pues, vive mi esposa?
DIEGO:
Y viva por muchos años.
MARCO:
¡Ay, sospechosos engaños!
CARLOS:
¡Ay, prenda del alma hermosa!
LUIS:
En vuestro nombre me dio
un ángel, de quien sois padre,
que como es ángel su madre,
su semejanza parió.
Y don Diego, que venía
en mi busca, a vuestra esposa
encontró que, temerosa
de Marco Antonio, salía
de su casa; y porque os cuadre
el contento, quiso Dios
que llevásemos los dos
a la nuestra el hijo y madre.
CARLOS:
Hoy vuelvo a vivir de nuevo.
MARCO:
¿Quién en una noche vio
tanto enredo?
CARLOS:
Sepa yo
a quién tanta merced debo.
LUIS:
Por don Diego de Mendoza
a vuestra esposa adquirís.
DIEGO:
Solamente don Luis
de Toledo el favor goza
con que os sirve, y le debéis
aún más de lo que pensáis,
................... [ -áis]
Disponer de ella podéis,
que a la española nación
no es mucho ofrecer la vida.
LUIS:
Margarita está afligida,
recelosa, con razón,
de la enemistad antigua
que entre Marco Antonio y vos
se conserva, pues que Dios
con tanta paz averigua,
a pesar de la fortuna
vuestra, prolijas pasiones,
sean uno los corazones,
pues que ya la sangre es una.
Las manos habéis de daros
de amigos.
De rodillas
CARLOS:
Más razón es
que os dé rendido a esos pies
mis armas para vengaros,
pues viviendo Margarita
satisfecho moriría,
porque el agravio lo esté
que a darme muerte os incita.
Para que os venguéis escojo,
Marco Antonio, este lugar,
porque en él han de quedar,
o mi vida o vuestro enojo.
LUIS:
La nobleza en pechos sabios
olvidos de injurias cría.
MARCO:
Príncipe, la cortesía
puede más que los agravios.
Dadme aquesa noble mano
y esos brazos que yo os doy.
...................... [ -oy].
CARLOS:
Y yo nombre de mi hermano.
Vamos a ver a mi esposa.
DIEGO:
¿Hay ventura más extraña?
MARCO:
Siendo medianera España
por fuerza ha de ser dichosa.
CARLOS:
¡Qué os he de ver cara prenda!
LUIS:
Don Diego, en esta ocasión
gozará, echando al ladrón
de casa, el alma su hacienda.