Quien todo lo quiere/Acto II

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Acto I
​Quien todo lo quiere​ de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

Salen DON JUAN y BERNAL de camino.
DON JUAN:

  Belleza Nápoles tiene.

BERNAL:

No hay duda, sino que admira
a quien la contempla y mira,
señor, si con gusto viene.
  Pero si verdad te digo,
aquel Madrid...

DON JUAN:

Calla loco,
déjame olvidar un poco
del mal que traigo conmigo.

BERNAL:

  ¿Ni la tierra, ni la mar
te olviden desta mujer?

DON JUAN:

Lo que yo no puedo hacer
no lo quieras tú intentar.

BERNAL:

  Allá un poeta español
dijo que el mejor vencer
al amor era querer,
y esto es más claro que el sol.
  Porque si el que quiso, quiere
no querer, vencer podrá;
pero, ¿cómo olvidará
mientras más amor adquiere?

DON JUAN:

  No quiero en Otavia yo
la condición desigual,
que fuera quererla mal,
pues tanto mal me causó.
  Quiero la gracia y belleza,
y entendimiento divino.

BERNAL:

Otavia es un desatino.

DON JUAN:

¿De quién?

BERNAL:

De naturaleza.

DON JUAN:

  Bien dices, Bernal; yo quiero
que me enseñes a olvidar.

BERNAL:

Pues yo te quiero enseñar.

DON JUAN:

Comienza pues.

BERNAL:

Lo primero
  has de pensar que es muy fea.

DON JUAN:

¿Pues podré mentirme a mí,
que tan hermosa la vi?

BERNAL:

Piensa que es, aunque no sea.

DON JUAN:

  Pienso que es fea.

BERNAL:

También
que es sucia, que es desigual,
y que a ti te quiere mal,
y a otros muchos quiere bien.
  Que es loca, y desvanecida
por coches, dueñas, crïados,
versos, músicas, estrados,
y ser de todos querida.
  Que la tela nos pescó
cantando como sirena,
que a don Pedro la cadena
injustamente le dio.
  Que de España nos ha echado.

DON JUAN:

Ya es ese mucho pensar,
y si tengo de olvidar,
no he de pensar lo pasado.
  Mal me aconsejas. ¿Qué haré,
cielo, en esta tierra estraña
dejando el alma en España?

BERNAL:

¡Qué necio estás!

DON JUAN:

Ya lo sé.

BERNAL:

  Cuando todo ha sucedido
de la manera que ves,
¿es justo que triste estés?

DON JUAN:

Hallo amor, y busco olvido.

BERNAL:

  Vienes a Nápoles bella
libre de necios cuidados,
y hallas con cien mil ducados
un tío que vive en ella.
  Tienes su mesa y su casa,
y una prima como un oro,
que con tal honra y decoro
mil almas de amor abrasa.
  Besaste al duque los pies,
con las cartas que traías,
dando indicios en dos días
de lo que has de hacer después;
  ¿y estás triste?

DON JUAN:

¿Qué he de hacer?

BERNAL:

Fabricio es este.

DON JUAN:

¡Ay, amor!

(Sale FABRICIO.)
FABRICIO:

El regente mi señor,
que agora viene de ver
  al virrey, con mucho gusto,
te quiere hablar.

DON JUAN:

Plega Dios,
que sea para los dos
buena nueva.

(Vase DON JUAN.)
FABRICIO:

¿Qué disgusto
  tiene don Juan? ¿No le agrada
Nápoles, Bernal?

BERNAL:

Sí hiciera
si con libertad viniera,
mas deja el alma empeñada.

FABRICIO:

  Efetos son de su edad;
tan triste está, que el regente
ya lo conoce, y lo siente;
pero tiene esta ciudad
  tales entretenimientos,
que olvidará presto a España.

BERNAL:

Son una guerra en campaña
don Juan y sus pensamientos.

FABRICIO:

  Así vine yo de allá;
ya yo no tengo memoria
de España, ni de mi historia.

BERNAL:

Agora, Fabricio, está
  su corte la más lucida
del mundo, y aquel lugar,
el mejor para pasar
alegremente la vida.

FABRICIO:

  Mientras viene tu señor,
dime de Madrid.

BERNAL:

Quisiera
que sus pinceles me diera
el más celebre pintor.
  La conveniencia que en Madrid se advierte,
para que sea corte al rey de España,
creciendo van sus fábricas de suerte,
y de cualquiera duda desengaña,
no le importa a Madrid ser plaza fuerte,
no le cercan almenas, ni le baña
soberbio mar, que solo un río pequeño
es de los bosques apacible dueño.
  Las casas que se labran, ya son tantas,
que en tanta multitud están vacías;
erigen templos religiones santas,
y todo de limosnas y obras pías;
bellos jardines con diversas plantas
suelen amanecer todos los días,
de suerte, que a Madrid dirá cualquiera
que se vino a vivir la Primavera.
  Decirte de las fuentes que fabrica
Madrid en tantas calles, mi rudeza
condena su artificio, porque implica
contradición hablar en su belleza;
en esta, pues, ya máquina tan rica
vive Filipo, pues vive la Alteza
de sus Altezas, y una prenda vive,
que a dar a don Juan muerte se apercibe.

FABRICIO:

  Basta que has hecho, Bernal,
milagros en mi memoria,
resucitando la historia
de su fábrica real.
  Mas tu señor viene aquí,
después te hablaré despacio.

(Vase, y sale DON JUAN.)
DON JUAN:

Vamos, Bernal, a palacio.

BERNAL:

¿Hay nuevas de gusto?

DON JUAN:

Sí.

BERNAL:

  ¿Cómo?

DON JUAN:

Díceme el regente
que me da una compañía
el Duque, y el mismo día
puedo conducir la gente,
  porque la manda embarcar.

BERNAL:

Dame, capitán, los pies.

DON JUAN:

Yo te pienso honrar después,
si Dios nos vuelve del mar.

BERNAL:

  Sirve al virrey, que en el mundo
nadie honra más los soldados.

DON JUAN:

Hoy sepulto mis cuidados,
Bernal, en el mar profundo:
  no más Otavia.

BERNAL:

¿Si habrá
muerto don Pedro?

DON JUAN:

No sé.
Desgracia forzosa fue,
España se acabó ya.
  Sola una carta deseo
de don Fernando Manuel.

BERNAL:

La vida tienes por él.

DON JUAN:

¡Qué rico, qué honroso empleo
  fuera, Bernal, en su hermana!
Mas quiere la lealtad
que se debe a la amistad,
que no imagine en doña Ana.

BERNAL:

  Pues a fe que se lo debes.

DON JUAN:

No seré ingrato, si puedo,
a ley de noble Acevedo.

BERNAL:

¡Con qué palabras tan breves
  te obligó cuando partiste!

DON JUAN:

Dejemos, Bernal, pasiones,
y hablemos de galeones,
en quien ya mi honor consiste.
  Sirvamos al rey, que el mar
agora es nuestro Madrid.

BERNAL:

Yo pelearé como un Cid;
eso, todo es comenzar,
  que no me turban turbantes
de turcos viven los cielos.

DON JUAN:

Pues a mí unos turcos celos
son a turbarme bastantes.
  Ven a palacio, Bernal,
besaré al virrey la mano.

BERNAL:

De todo el mar Oceano
llegues a ser general.

(Vanse, y salen DON FERNANDO y DOÑA ANA.)
DON FERNANDO:

  Hoy he visto muy galán
a don Pedro.

DOÑA ANA:

¡Cosa estraña!
Bien estuviera en España,
y no en Italia don Juan.

DON FERNANDO:

  Si lo hubiera adivinado,
no le dejara partir.

DOÑA ANA:

Ya este caso con vivir
don Pedro está remediado.

DON FERNANDO:

  Eso es por lo que toca
a la justicia y parientes;
pero no a los accidentes
del amor que le provoca;
  porque quiere tanto a Otavia
como esta carta refiere,
con saber que no le quiere.

DOÑA ANA:

Mucho su valor agravia,
  que don Juan es caballero
de tales partes, que diera
causa de amarle a quien fuera
mujer.

DON FERNANDO:

Remediarlo espero,
  si me cuesta hacienda y vida.

DOÑA ANA:

¿Qué remedio puede haber
para dejar de querer
quien despreciado no olvida?

DON FERNANDO:

  Solo con entretener
de don Pedro el casamiento
viendo el desvanecimiento
desta gallarda mujer;
  porque ella no tiene amor
a nadie, a lo que sospecho.

DOÑA ANA:

Muy necio discurso has hecho.

DON FERNANDO:

¿Qué dices?

DOÑA ANA:

¿Pues no es mejor
  que se case, y que la olvide
si es fuerza, en siendo casada?
Pues vuelto desta jornada
toda su esperanza impide.

DON FERNANDO:

  Doña Ana, no es amistad
de un amigo bien nacido,
estando don Juan perdido,
forzalle la voluntad.
  El servicio que yo puedo
hacer por él, es hacer
que halle libre esta mujer,
y que la sirva sin miedo,
  y escucha el modo en que quiero
que nos ayudes.

DOÑA ANA:

¿Yo? ¿En qué?

DON FERNANDO:

Don Pedro ha poco que fue,
como sabes, caballero;
  porque en aqueste lugar
ricos de hacienda en sus tratos
hay caballeros beatos,
que están por canonizar.
  Otavia, desvanecida,
mira solo a la riqueza;
pero riqueza y nobleza
será mejor admitida.
  Yo tengo seis mil ducados
de renta, con ser Manuel,
que puedo mejores que él
tener algunos criados.
  Quiero fingir que la quiero,
y que pretendo casarme,
presumo que ha de estimarme
más rico y más caballero,
  por lo que es desvanecida.
Con esto le entretendré
hasta que don Juan esté
donde el casamiento impida.
  Y así tengo prevenido
que vayas a visitar
hoy a Otavia, y a tratar
mi casamiento fingido.

DOÑA ANA:

  ¿Yo?

DON FERNANDO:

Tú, pues.

DOÑA ANA:

¿Estás en ti?

DON FERNANDO:

Hermana, esto es amistad;
¿qué pierde tu calidad
en hacer esto por mí?
  Pues venido aquí don Juan
fingiré que estoy celoso
de un hombre tan valeroso,
tan discreto, y tan galán.
  Y retirado a mi casa,
la empresa le dejaré.

DOÑA ANA:

Aún responderte no sé.

DON FERNANDO:

Doña Ana, don Juan se abrasa
  de amores desta mujer;
haz esto, por vida mía.
Toma el coche.

DOÑA ANA:

No querría,
Fernando, echarte a perder,
  si no lo acierto a fingir
como tu cuidado espera.

DON FERNANDO:

Eres la mujer primera
que tiene miedo al mentir.
  Ve, y si me vieres pasar,
llámame.

DOÑA ANA:

Yo voy.

DON FERNANDO:

Advierte
que lo encamines de suerte
que Otavia me pueda amar.

DOÑA ANA:

  Creo que te ha parecido
bien, y que a don Juan y a mí
nos quieres burlar así,
y hacer verdad lo fingido.

DON FERNANDO:

  Tú sabes mejor que yo,
si quiero a don Juan.

DOÑA ANA:

Sí harás;
pero yo le quiero más.

DON FERNANDO:

¿Qué dices?

DOÑA ANA:

Que temo un no,
  si quiere a don Pedro bien.

DON FERNANDO:

Yo conozco sus mudanzas;
dale tú mis esperanzas,
que ella me querrá también.

(Vanse, y salen OTAVIA y DON PEDRO.)
OTAVIA:

  Mil parabienes os doy.

DON PEDRO:

¿Qué mayores que teneros
por espejo, cuando salgo
señora a la luz del cielo?
Vengo a besaros las manos
del favor que me habéis hecho
con papeles y regalos.

OTAVIA:

Corrida estoy en estremo
de que no pude serviros,
pero no lo está el deseo.

DON PEDRO:

¿De don Juan qué habéis sabido?

OTAVIA:

Nunca ausentes os den celos;
demás que bien sabéis vos
que siempre estuvo más lejos
de mis ojos que está agora.

DON PEDRO:

Él es noble caballero
y me pesa que esté ausente,
pues tuve de mi suceso
la culpa yo.

OTAVIA:

Con razón
por noble os estimo y quiero.
Sentaos, que aún estáis sin fuerzas.

DON PEDRO:

Fuerzas, mi señora, tengo,
que os tengo en el alma a vos.

OTAVIA:

Cuanto decís os merezco
y no puedo encarecer
lo que me huelgo de veros.

DON PEDRO:

¿Qué haré, ya que de mi mal
no tuve más sentimiento
que imaginar que os perdía?

OTAVIA:

Galán venís y discreto.
Con la falta de la sangre
estará el entendimiento
por lo débil más sutil.

DON PEDRO:

No hablemos, señora, en esto,
porque es hablar en don Juan.

OTAVIA:

Ya os he dicho que estéis cierto,
no de que no le he querido,
mas de que ya le aborrezco.

(Sale GINÉS.)
GINÉS:

De un coche he visto apear
a una dama.

OTAVIA:

¿En casa?

GINÉS:

Pienso
que ha entrado.

DON PEDRO:

Mejor visita,
Otavia, dejaros quiero.
Dadme licencia.

OTAVIA:

Por Dios,
que convalecéis don Pedro
de todo lo que imagino.

DON PEDRO:

¿Yo?

OTAVIA:

Sí, pues os vais tan presto,
que los celos de don Juan
no han sido buenos terceros
de mi amor en vuestro mal.

DON PEDRO:

¿Cuándo son buenos los celos?

(Salen DOÑA ANA y CELIA con mantos.)
DOÑA ANA:

Juzgaréis a novedad,
señora, el venir a veros.

OTAVIA:

Solo de vista os conozco.

DOÑA ANA:

Vecinas fuimos un tiempo.

OTAVIA:

Ya sé quién sois, y los brazos
os pido.

DOÑA ANA:

Tenedme, os ruego,
por muy vuestra servidora.

OTAVIA:

Tomad, mi señora, asiento.

DOÑA ANA:

Querría en secreto hablaros.

OTAVIA:

Perdonad, señor don Pedro.

DOÑA ANA:

¿Es don Pedro, cierto herido,
Otavia, este caballero?

OTAVIA:

Él mismo es.

DOÑA ANA:

Pues no os vais,
que antes de hallaros me huelgo,
señor, en esta ocasión;
de vuestra salud me alegro
y os doy muchos parabienes.

DON PEDRO:

Cuando solo para veros
hubiera convalecido,
agradeciera a los cielos
más que ya para vivir
la vida y salud que tengo.

DOÑA ANA:

Por el nombre os conocía
y, sin encarecimiento,
tenía desta ocasión
deseos por un deseo.

OTAVIA:

Basta, señora doña Ana,
que os decís los dos requiebros.
Ea, yo seré testigo.

DON PEDRO:

Dicen muchos, y lo creo,
que los que luego se aman
cuando se ven, tienen hecho
infinitos años antes
con las estrellas concierto.
Esto digo por mi parte,
que aún no os he visto, y ya os quiero.

DOÑA ANA:

Responda Otavia por mí.

OTAVIA:

Lo que yo responder puedo,
es que no pase adelante
este amor, o cumplimiento,
porque me digáis la causa
que os trujo, aunque la agradezco,
a hacerme tanta merced.

DOÑA ANA:

A serviros, por lo menos.
Ya sabéis que don Fernando
Manuel, mi hermano, es mancebo.

OTAVIA:

Ya sé que no se ha casado.

DOÑA ANA:

A tratar su casamiento
vengo con vos.

OTAVIA:

Pues conozco
el venturoso sujeto
por dicha yo, es deuda mía.

DOÑA ANA:

Y sin encarecimiento
la cosa que más queréis.

OTAVIA:

¿Cómo?

DOÑA ANA:

Vos misma.

OTAVIA:

Teneos
que el señor don Pedro tiene
ese mismo pensamiento.

DON PEDRO:

Por mí, señora, no importa,
que la que presente veo
me pone mayor codicia.

OTAVIA:

¡Qué presto vengáis los celos!

DON PEDRO:

No, por Dios, sino que miro
en esta dama el empleo
mayor que pueden tener
mis honrados pensamientos.

DOÑA ANA:

Todas estas son venganzas.

OTAVIA:

Yo por tales las entiendo.

DON PEDRO:

Y yo entiendo que es verdad
lo que digo, y lo que siento.

DOÑA ANA:

Mi hermano pasa, llamalde,
mas aunque lo es, os prometo
que no le quisiera yo,
si estuviera en vuestro pecho;
porque si bien no es tan rico,
que tiene esta noche ciertos
seis mil ducados de renta,
son bienes libres, no pienso
que hay tan mala condición.

OTAVIA:

¿Pues qué tiene?

DOÑA ANA:

Es muy soberbio,
desapacible, enfadoso,
con su poquito de necio.

OTAVIA:

¡Qué buena casamentera!

DOÑA ANA:

Con sus faltas os le vendo.
¿Pues qué diréis, si por dicha
viene de perder? No creo
que hay áspid como su lengua.

OTAVIA:

En mi vida vi tan nuevo
modo de casar.

DON PEDRO:

Será
por falso encarecimiento.

DOÑA ANA:

En materia de mujeres
de haber visto no me acuerdo
una que le quiera bien
de tantas como hay.

OTAVIA:

Confieso
que ni venís a casalle,
(Levántanse.)
ni parece hermano vuestro.
Oíd aparte.

DOÑA ANA:

Decid.

OTAVIA:

Responded, que ya le quiero
con las faltas que decís,
que dellas ,doña Ana, entiendo,
que aunque venís a tratalle,
no os agrada el casamiento.
Si es soberbio, yo le haré
humilde con blandos ruegos;
si es necio, más vale así
que bachiller de concetos:
que hay en la corte unos hombres,
que por hablar a lo nuevo,
mudan la sustancia en paja,
y lo castellano en griego.
Si juega, yo le tendré
con tanto entretenimiento,
que se le olvide el jugar.

DOÑA ANA:

De vuestro gusto lo creo;
¿pero esto de las mujeres?

OTAVIA:

Tenga yo el honor que debo
a quien soy, mi coche, y galas,
que allá nos entenderemos.

DOÑA ANA:

Con esa respuesta voy.

OTAVIA:

Que veáis mi casa quiero,
y que llevéis un regalo.

(Vase.)
DOÑA ANA:

Id delante, que ya entro.
  ¿Queréis que os diga dos cosas,
señor don Pedro?

DON PEDRO:

Si fueran
las que yo pienso, tuvieran
precio de almas generosas.

DOÑA ANA:

La primera es ser hermosas
las partes de Otavia, y tales,
que las juzgo a celestiales.
La segunda, que os prometo,
que no he visto en un sujeto
mudanzas tan desiguales.

DON PEDRO:

  Pues, ¿qué responde?

DOÑA ANA:

Que aceta
el casamiento.

DON PEDRO:

Dejad
que al sol de vuestra beldad
ricas albricias prometa.
Otavia ha sido discreta
en querer a vuestro hermano,
y yo dichoso, pues gano
a donde ella me perdió
la esperanza que me dio
de merecer vuestra mano.
  Después que me hirió por ella
un caballero, que vos
no conoceréis, por Dios
que he dado en aborrecella.
No vuela la ardiente estrella
del aire por la región
con más leve presunción
que el final principio alcanza,
que el amor y la mudanza
en su fácil condición.
  Aunque pensar que ha de haber
quien merezca más que hablar,
es contar la arena al mar,
y el aire en redes coger.
Tal modo de entretener
no se ha visto, ni más dura
condición en tal blandura.
Mas fue del cielo invención,
pues cura su condición
cuantos mata su hermosura.
  Si por vuestro me queréis...

DOÑA ANA:

Tened, no paséis de ahí,
que no tengo cosa en mí,
porque adelante paséis.
Mas si obligarme tenéis
por esperanza, servid
a Otavia; pero advertid
que es con tanta honestidad
que no tengo voluntad
ni pensamiento en Madrid.
  Prometo agradecimiento
al amor que me mostráis,
y esto basta, si estorbáis
de mi hermano el casamiento;
no por el merecimiento
de Otavia, mas por mi gusto,
que el casamiento es muy justo,
mas basta a un hombre discreto
decir que en este secreto
cifro todo mi disgusto.

(Vase.)


DON PEDRO:

  Un sabio llamó ley a la hermosura,
por mostrar que obediencia se le debe,
así la voluntad engaña y mueve
aquella de las almas lumbre pura.
Si reverencia tu valor procura,
¿qué más ejemplo que tu gloria pruebe?
Pues a huir, ni a resistir se atreve,
el que abrasarse de tu sol procura.
Yo te despreciaré, si te he querido,
crüel Otavia, pues tu amor traslado
donde no me veré favorecido.
Porque más quiero ser desengañado
de una firme mujer aborrecido,
que de una libre condición amado.

(Vase.)
(Toquen cajas, salen DON JUAN y BERNAL de soldados, y otros.)
DON JUAN:

  Breve ha sido la jornada,
pero alegre y venturosa.

BERNAL:

La mar ha estado gloriosa
toda de plata enlosada.
  El viento, como si fuera
ya con las velas casado,
pacífico y enseñado
a oír su arrogancia fiera.

DON JUAN:

  No falta quien escribió,
cansado de navegar,
Bernal, que era libre el mar,
porque nunca se casó.

BERNAL:

  Pues Bernal no se ha turbado
de turbantes, vive Dios,
que ha teñido a más de dos
las tocas de colorado.
  ¡Qué bravos hombrazos son
los turcos! ¡Quién viera aquí
los cortesanos que vi
con tanta murmuración!
  Torneme loco de ver
gobernar desde la corte
guerras del sur y del norte
entre una y otra mujer.

DON JUAN:

  Bernal, ¿hombres hay ahora
como en los tiempos pasados?
El no ser tan bien premiados
algo su valor desdora.
  Pero no se puede más;
ya he comenzado a servir,
y la guerra he de seguir
sin volver un paso atrás.
  Que de aqueste buen suceso
he quedado tan picado,
que España se me ha olvidado,
y aun Otavia, te confieso.
  Ya de la escuela de amor
paso arrepentido en parte
a la palestra de Marte:
requiebros trueco a furor.
  Allá fui tenido en poco
y aquí me veo estimado.

(Entre FABIO.)
FABIO:

Hoy me dicen que ha llegado,
y estoy de contento loco.
  Entre aquesta soldadesca,
que agora sale del mar,
será bueno preguntar;
que con victoria tan fresca
  todas vienen como al sol:
suelen las aves al alba
hacer a Nápoles salva.

DON JUAN:

¿Es aquel hombre español?

BERNAL:

  Español, y forastero:
él te mira y reconoce.

DON JUAN:

Parece que me conoce,
y yo conocerle quiero.
  ¿No es este Fabio el que entraba
en casa de Otavia?

BERNAL:

Él es.

FABIO:

¡Don Juan!

DON JUAN:

¡Fabio!

FABIO:

En esos pies...

DON JUAN:

Brazos hay: detente, acaba.

FABIO:

  Apenas de España llego
cuando pregunto por ti.

DON JUAN:

¿Y qué te han dicho de mí?

FABIO:

Tu valor, responden luego,
  y esta victoria del mar
contra turcos, y enemigos
de España.

DON JUAN:

¿Y nuestros amigos?

FABIO:

Hay mucho que te contar.

DON JUAN:

  ¿Vivió don Pedro?

FABIO:

Vivió.

DON JUAN:

Luego ya estará casado.

FABIO:

¿Casado?

DON JUAN:

¿Quién lo ha estorbado,
si en la posesión quedó?

FABIO:

  Esto solo no quisiera
decirte.

DON JUAN:

Ya no podrás
escusarlo, pues que más
en la privación me altera.

FABIO:

  Tu don Fernando Manuel
está medio concertado
con Otavia, o ya casado.

DON JUAN:

¿Qué dices?

FABIO:

Que lo sé dél,
  de Otavia, y de sus parientes,
y de su casa.

DON JUAN:

Bernal,
¿pasas por esto?

BERNAL:

Es tal
la amistad de los ausentes.
  Pero, ¿qué es esto? Ya está
mi amo con estas nuevas
suspenso. ¿De qué te elevas?
¿Resucita Otavia ya?
  ¿Vuelven los celos a hacer
mayor la imagen de amor
que tienes? Habla, señor.

DON JUAN:

¿Puede ser? No puede ser.
  ¿Fernando, el mayor amigo,
con Otavia? No hay verdad
en el mundo.

BERNAL:

Ni amistad
en la corte firme, digo.

DON JUAN:

  ¿Don Fernando con Otavia?
Mal hice en rogarle yo
que la viese; bien la vio.
¿Que tanta amistad se agravia?
  ¿Que tanta verdad se ofende?
¿Que tanto amor se desprecia?

BERNAL:

No hay, señor, cosa más necia
(perdóneme quien me entiende)
  que fïar mujer ninguna
del amigo más leal,
que nuestro mal natural
más incita y importuna
  a donde hay más privación.

DON JUAN:

¡Qué presto pagué la gloria
desta famosa victoria!
¿Hay tal maldad? ¿Tal traición?
  ¡Qué poco que dura el bien
en un hombre desdichado!

BERNAL:

¿No puede haberse engañado
Fabio?

DON JUAN:

Bien dices también.

BERNAL:

  ¿No sabes tú que en la corte
no es menester más de echar
alguna nueva a volar
destas que vienen sin porte?
  Por Dios que muestres valor,
que ya a la casa has llegado
de tu tío y a un soldado
infaman penas de amor.
  Muestra, señor, alegría,
honra tu sangre, pues vienes
victorioso.

DON JUAN:

Razón tienes;
forzar el alma querría.
  Pasen, señores soldados,
en orden, toca atambor.
Celos bastardos de amor,
¿qué me queréis tan airados?
  ¡Qué bien conmigo os halláis,
aunque yo tan mal me hallé!
Pues en España os dejé,
y en Italia me buscáis.

(Toquen y sale FABRICIO.)
FABRICIO:

  Detén, capitán valiente,
aunque victorioso pasas,
la música militar
de los pífanos y cajas.
De las armas, de las plumas
muda las colores varias
en negro luto, que viste
de lágrimas esta casa.
Murió tu gallarda prima,
murió la vida que daba
vida a tu tío.

DON JUAN:

¡Ay, Fabricio!,
¿murió la divina Juana?

FABRICIO:

Pasó en fin a mejor vida,
y fue la tristeza tanta
de su padre, que en tres días
siguió sus tiernas pisadas.
También murió.

BERNAL:

¡Qué tres nuevas!
Agora digo que hagas
mis sentimientos, que es cosa
que a un mármol rompiera el alma.

DON JUAN:

¿Ya qué puedo pretender,
sin este amparo, en Italia,
muerto mi tío? Mejor
será que me vuelva a España.
Marcha a palacio, no entremos
en casa tan desdichada.

FABRICIO:

No lo es mucho para vos,
pues que ya su dueño os llama.
Y pues de dos malas nuevas
os truje tan tristes cartas,
dadme albricias de otras dos.

DON JUAN:

¿Albricias en penas tantas?

FABRICIO:

Diez mil ducados de renta
os deja el regente, y pasan
de diez mil, a lo que pienso.

BERNAL:

¡Qué temeraria desgracia!

DON JUAN:

Fabricio, si bien los hombres
debemos sentir con alma
las muertes de nuestros deudos,
también es justo dar gracias
del bien que nos hace el cielo.

BERNAL:

¡Y cómo, señor! Levanta
los ojos y di muy tierno:
«¿Qué gracias o qué alabanzas
os dará este pecador?»
Vive el cielo que me baila
el contento, y que los ojos
se me salen de la cara.
¿Diez mil? No sé cómo puedo
sufrirlo.

FABRICIO:

¿Si acaso aguardas
más nuevas tras estas nuevas?
El virrey de honrarte trata
de un hábito de Santiago;
ya está la carta en España,
y se espera la respuesta.

DON JUAN:

Fabricio, tanto te alargas,
que aunque te pienso pagar,
has de hacer corta la paga.
Dos mil ducados te mando.

BERNAL:

Y a Bernal, señor, ¿qué mandas?

DON JUAN:

No mando de lo que es tuyo.

BERNAL:

Con linda gracia te escapas.
Si es mío, yo te lo vuelvo:
dame agora.

DON JUAN:

Cuando vayas
a España, con mil escudos
quiero que salgas de Italia.
Doy ciento a cada soldado,
y doy cincuenta a la caja.

BERNAL:

Todos te besan los pies.

DON JUAN:

Fabio, aquella nueva estraña
no quiere que pague el porte.

FABRICIO:

Si tu pena imaginara,
no hubiera sido tan necio.

DON JUAN:

Toca, y a palacio marcha
a besar la mano al duque.

BERNAL:

Con los diez mil no hay Otavia.

DON JUAN:

Hay diez mil penas con ella,
y más, cuando vuelva a España.