Realidad: 28

De Wikisource, la biblioteca libre.
Realidad de Benito Pérez Galdós


Escena VIII[editar]

OROZCO; AUGUSTA.


AUGUSTA.- ¡Qué hombre, qué monstruo!, cuéntame... Yo rabiaba de curiosidad, y abrí un poco la puerta. Pero no pude enterarme bien. ¿Le has dado algo?

OROZCO.- Lo menos posible.

AUGUSTA.- ¡Ay!, deja que me reponga del terror que me causa.

OROZCO.- ¿Terror?... A mí me divierte. Histrión más perfecto no creo que exista.

AUGUSTA.- ¿Pero qué...? Creí entender algo de una obligación olvidada.

OROZCO.- Sí, de las de ocho mil libras.

AUGUSTA.- ¿Pero es legítima? Porque ése sería capaz de falsificar...

OROZCO.- Es legítima.

AUGUSTA.- ¿Y qué... te has negado a pagarla?

OROZCO.- Aunque bien pudiera sostenerse la prescripción, yo no la admito, no puedo admitirla, y el crédito ese, como deuda sagrada, debe pagarse.

AUGUSTA.- Tomás de mi alma ¿serás capaz...?

OROZCO.- Ten calma. No sabes...

AUGUSTA.- Tu rectitud ha venido a ser una verdadera demencia. Esas deudas fiambres, obscuras y antediluvianas no se pagan nunca. Consulta el caso con todos los hombres de negocios, y verás...

OROZCO.- No me hace falta consultar a nadie. Esa obligación pendiente pesa sobre mi conciencia, y no estaré tranquilo hasta que de ella no me descargue.

AUGUSTA.- ¡La conciencia...! (Alarmada.) Explícate: ¿pagas...?

OROZCO.- Sí; pero no he dicho que a Viera.

AUGUSTA.- Pues no lo entiendo. ¿Es o no Joaquín poseedor legítimo de la obligación?

OROZCO.- Lo es. Hoy, antes que él viniese, recibí carta de Horacio Ruffer, en la cual me dice que Viera dio por esa obligación un diez por ciento de su valor nominal, es decir, ochocientas libras. Yo le doy el quince, mil doscientas libras.

AUGUSTA.- Y negocio concluido.

OROZCO.- Concluido por parte de él; por parte mía, no, porque pienso pagar íntegramente... De modo que aún tengo en mi poder (Calculando.) libras... seis mil ochocientas.

AUGUSTA.- ¡Pagar íntegramente!... ¡y a quién! (Alarmada.) Ay, hijo, yo voy a llamar a un médico. Tú estás malo, Tomás... ¿Has pensado bien...? Explícame, por Dios.

OROZCO.- Escúchame. Joaquín es un monstruo; tú lo has dicho. Entre sus muchas responsabilidades ante Dios y los hombres, la más notoria es la perversa educación de sus hijos: el abandono en que los tiene, sin apoyo moral, sin medios honrosos de subsistencia. La penuria, la falta de autoridad doméstica, condujeron a Federico... bien lo sabes... a una vida de angustias humillantes. Por las mismas causas, Clotildita se ve precisada a buscar marido de una manera... poco decorosa. Y yo digo: ¿rectificar los errores de ese aventurero, no es un acto de alta justicia? ¿No procedo con absoluta equidad, sustrayéndole, con astucia no inferior a la suya, la mayor parte de lo que le pertenece, para mejorar con ello la existencia de sus infelices, olvidados hijos? (AUGUSTA, paralizada por la estupefacción, no acierta a decir palabra alguna.) ¿Has oído aquello de que «ladrón que roba a ladrón»...? Pues sí, yo, yo le quito a ese tunante el valor casi íntegro del crédito que adquirió, se lo estafo con regocijo y satisfacción santa de mi conciencia.

AUGUSTA.- ¡Oh, qué grandeza... increíble grandeza de alma! ¿Tú eres el ladrón... de ese...?

OROZCO.- Y no sólo soy su ladrón (Con elevado humorismo.) , sino su asesino, porque le mato, le entierro, le doy por fenecido, puesto que entrego su peculio a sus herederos... ¿Lo comprendes ahora? Pues con las seis mil ochocientas libras, constituyo un fondo, que divido en partes iguales, poniéndolo a nombre de Federico y de Clotilde, en títulos intransferibles. Federico podrá vivir de este modo en modesta holgura, y si es hombre capaz de apreciar los beneficios de la vida ordenada, no dudo que se corregirá de ciertos hábitos... En cuanto a Clotilde, no hay que decir que sabrá sacar partido de su herencia.

AUGUSTA.- (En un rapto de entusiasmo.) Tomás, me rindo a tu bondad y a tu entendimiento, que ya me parecen sobrenaturales... ¡Qué hombre! ¡Qué gloria para mí tenerte! (Le abraza con efusión.) ¡Debo adorarte de rodillas! ¡Qué grande eres!... ¿Ves?... se me saltan las lágrimas de alegría... de admiración...

OROZCO.- No creo que Federico, presentada la cuestión de este modo...

AUGUSTA.- ¡Oh, no... imposible!

OROZCO.- Háblale tú... explícale... Hazle comprender...

AUGUSTA.- Veremos... Hoy vendrá a comer.