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Realidad: 41

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Escena III

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INFANTE; AUGUSTA.


INFANTE.- (Acercándose a la primera puerta de la derecha.) Si se habrá acostado...

AUGUSTA.- (Sale cautelosamente, envuelta en una cachemira, en actitud doliente.) ¡Ah!, Manolo... gracias a Dios que vienes...

INFANTE.- Estuve a prima noche; pero dormías, y no quise molestarte... ya puedo darte la seguridad que deseas... Todo arreglado.

AUGUSTA.- ¿Has hablado con ellas?

INFANTE.- Sí; y he recompensado con largueza, como deseabas, la noble conducta que observaron contigo.

AUGUSTA.- ¡Pobrecillas! Nunca les agradeceré bastante aquel acto de compasión y generosidad. Me conocían, sí... Comprendieron los peligros de mi presencia en aquella casa, y me encerraron no sé dónde... en un cuarto lóbrego y estrecho... ¡Qué instantes, Manolo, qué horas! No sé cuánto tiempo estuve allí... Desde mi encierro, oí el tumulto de los vecinos, de la policía al invadir la casa... Dios me inspiró la idea salvadora de mandarte llamar, de poner mi suerte en tus manos... Acudiste, y me sacaste de aquella situación, cuya gravedad me espanta todavía.

INFANTE.- ¿Y a quién sino a mí, más que amigo hermano, podías confiar pena y conflicto tan graves? Por respeto a ti, por compasión, desde que pusiste en mí tu confianza, decidí hacerme digno de ella. No temas nada. De tu presencia en aquella casa no hay ni puede haber el más leve indicio en el proceso. Es un hecho que hemos escamoteado a la realidad. No existe más que en la imaginación de los forjadores de leyendas.

AUGUSTA.- ¡Ay, primo mío, cuánto tengo que agradecerte! Pero el juez...

INFANTE.- Te lo repito: nada temas. Los dos testigos Claudia y Bárbara, nada depondrán contra ti. Están bien cogidas y aseguradas.

AUGUSTA.- ¡Qué gran consuelo me das! Mi vida no es vida...

INFANTE.- El tiempo te irá serenando, y tu conciencia adquirirá la paz que ahora no tiene... ni puede tener. (Bajando la voz.) Debo advertirte que a Tomás han llegado, no sé por qué conducto, algunas de las hablillas con que alimenta su insana curiosidad este vulgo que aquí solemos ver, y que te acompaña, te recrea y te adula, mientras no llega una ocasión en que pueda decapitarte. Las muchedumbres, aunque vistan frac, no perdonan, y fácilmente guillotinan o arrastran hoy a los que ayer adoraron.

AUGUSTA.- (Con inquietud.) Sí... Tomás sabe... no diré que todo... parte sí... algo... no sé qué. ¿Qué grado de culpa verá en mí? ¿Su calma es la expresión más refinada del desprecio con que me mira?

INFANTE.- No te atormentes, y espera resignada y animosa, con la entereza que da un arrepentimiento sincero. Ten por seguro que Tomás...

AUGUSTA.- ¿Me interrogará...? ¿Crees tú...?

INFANTE.- Creo que sí, y mi opinión, Augusta, es que debes... entregarte sin condiciones... decir toda, absolutamente toda la verdad. A un hombre como ése, no se le puede decir menos que al confesor. Éste es mi consejo leal, consejo de hermano. Tu salvación es ésa; no hay otra para ti.

AUGUSTA.- Quizás tengas razón. ¡Confesarme a él!... ¿Y si yo te dijera que ya lo he hecho...? ¡Oh, yo estoy loca! No sé lo que digo ni lo que pienso. Me atormenta una duda... Verás... Anoche tuve pesadillas horribles, una tras otra, y ratos de insomnio febril. Pero no puedo distinguir lo real de lo soñado. Mis actos despierta, mis sueños dormida se confunden, se amalgaman, y no los puedo separar. La impresión que más claramente subsiste en mí, entre tantas impresiones borrosas y turbias, es... que me levanté de la cama, pásmate, que fui al despacho de Tomás, que entré y me puse de rodillas ante él, y le confesé todo... pero todo, todo...

INFANTE.- ¿Estás segura...?

AUGUSTA.- No, y ése es mi suplicio... Lo sospecho. Es como un recuerdo de lo que fue, como un temor de lo que pudo ser. No puedo explicártelo. ¿Crees tú en el sonambulismo?

INFANTE.- Te diré. (Mirando por la izquierda.) Me parece que Tomás viene. Hablemos de otra cosa. Teresa Trujillo inconsolable por no verte. (Entra OROZCO.) Aguado, nuestro gran moralista, me encargó...

OROZCO.- (A AUGUSTA.) ¿Qué tal, vida mía?, ¿te sientes mejor?

AUGUSTA.- Sí... un poquito mejor. ¡Qué tarde vienes!

OROZCO.- Una reunión fastidiosa...

INFANTE.- Pues a recogerse. No estorbo más. (A AUGUSTA.) Celebro tu alivio, prima. Mañana, a paseo.

OROZCO.- (Saludándole.) Adiós... Ya es hora de que descanses tú también.

INFANTE.- (Aparte.) Y que lo necesito de veras... ¡Qué día! (Vase.)