Recibiendo el alborada

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LXXXII


R

ecibiendo el alborada

que viene á alegrar la tierra,
tocaban á recoger
seis clarines por Valencia.
Don Rodrigo de Vivar,
el buen Cid, su gente apresta
para partir á Toledo,
que á Cortes el rey le espera.
Ya la plaza del palacio
está de gente cubierta,

de escuderos y fidalgos
esperando que el Cid venga.
Él sale ya de la sala,
ya está en medio la escalera,
y sálenle á acompañar
sus dos fijas y Jimena.
Abrázalas cortésmente,
y ruégales que se vuelvan,
que en ver presentes sus fijas
tiene presente su afrenta.
Descendió fasta el zaguán
donde estaba su Babieca,
que de ver triste á su amo
casi siente su tristeza.
Salió en cuerpo hasta la plaza
armado con armas negras,
sembradas de cruces de oro,
desde la gola á las grevas.
Vió su gente tan lucida,
y en la ventana á Jimena,
y por facer lozanía
puso al caballo las piernas.
Llevó los ojos de todos,
y al cabo de la carrera
quitó á Jimena la gorra
y tocaron las trompetas;
todos siguieron tras él,
¡cuán lucida gente lleva!
pues alegre el sol de vellos
en las armas reverbera.
Caminan por sus jornadas,
y á la vista de Requena
detuvo la rienda el Cid,
que no quiso entrar en ella.
Acordóse en aquel punto
que allí fué la vez primera

que le llamó el sexto Alfonso
estando él quieto en ella.
Con grave y severa voz,
levantando la visera
y afirmando en los estribos,
la dice d’esta manera:
—Teatro de mi deshonra,
do se hizo la tragedia
en que mis aleves yernos
fueron los autores de ella;
principio de mi desdicha,
do sin ser jueves de Cena
comieron con faz doblada
ambos Judas á mi mesa;
al rey vo á pedir justicia,
ruego á Dios que no la tuerza,
que á postre de mi venganza
no estaréis en mi frontera.—
Y llevado de furor
puso al caballo las piernas,
contra la flaca muralla,
que de verle airado tiembla.