Recordación Florida/Tomo II Libro XIII Capítulo V

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CAPITULO V.


De la continuación y progreso de esta guerra de Sacattepeques, y el último rendimiento de sus pueblos rebelados y castigo de Panaguali.

Desenvolviendo el sol de las tinieblas el sueño de los mortales, al tiempo de esclarecer y iluminar igualmente lo humilde de los valles y la pompa soberbia de los montes, habiendo corrido la campaña la destreza de la caballería y reconocido estar segura de las cautelas del enemigo, salió nuestro ejército del valle de las colinas tomando la marcha con lento y advertido paso á la vuelta y cercanía del pueblo de Sacattepeques sin impedimento alguno. Pero al mediar el camino de la llanura se empezó á divisar á las goteras de aquel numeroso pueblo más copioso y atrapado número de guerreros armados á su usanza de pieles de animales, rodelas y vara tostada y muchas plumas en la cabeza, á la manera en unos de diadema y en otros de abanico, y otros con arcos y saetas; no siendo el menor número los que combatían con hondas. Y al mismo tiempo que nuestro ejército campaba en la mitad de aquel llano, se empezó el de los indios á mover á violento y desordenado paso, acercándose con vocería y grita incomparable y temerosa á nuestros veteranos españoles. Pero desde el punto que empezaron á mover sus atrapadas mangas, mandó hacer alto D. Pedro Portocarrero y ordenó su escuadrón con la destreza y arte militar que acostumbraba, colocando su artillería á la frente de su ejército, y guarneciendo los costados con la caballería: ocupó el cuerno derecho de la infantería el capitán Gonzalo de Ovalle, y el cuerno izquierdo el capitán Juan Peréz Dardón, y el centro que ocupaban los otros capitanes ya mencionados en el capítulo antecedente; y desta suerte esperó al avance y resolución de los contrarios, que acometiendo de golpe y siendo recibidos con una diestra y unida carga, quedaron muertos, y heridos algunos indios; pero tomando la retirada y volviendo á acometer, se abrieron en dos trozos y embistieron ligeros y deslumbrados por los costados. Mas cogiendo muy sobre sí á nuestra caballería y infantes que con ella se interpolaban, recibieron sobre sí los rebeldes otra mayor y más cerrada carga que la primera, que les obligó á que, tomando la vuelta por largo espacio de la campaña, volviesen á acometer unidos, y cerrados por la manguardía española, hacia el costado derecho que ocupaba el capitán Gonzalo de Ovalle, que á la fiereza y granizar de sus agudas y venenosas saetas los recibió con ardiente y violento estruendo de la pólvora, y señalado de los rebeldes; porque ciegamente encarnizados y llenos de furor y barbaridad osada se afirmaron constantemente con los nuestros por más de media hora de marcial y horrible tiempo, en que se vió el campo del sangriento y sañudo Marte envuelto en iras y sangrientas atrocidades; cayendo muertos y heridos innumerables combatientes, de la una y otra parte: y al herir del sol en su mayor aumento y de las armas en el mayor furor de sus iras, dejaban humedecida la trillada y repetida arena del sudor y sangre, viéndose á Palas de la una parte y á Marte de la otra, pero á la Fortuna de ninguna; porque nunca se vió más ciega que entonces, perturbada quizá de los negros y densos humos, y de la espesura confusa de las repetidas flechas con que se veía oscurecer y asombrar la claridad de las luces; ni nunca se vió más funestado ni lamentable el campo de aquel sitio que entonces, siendo dura y áspera palestra á los vivos, y funesta tumba á innumerables muertos; siendo á cada instante más y más los que cedían las vidas, cuanto era más fervoroso el impulso y ímpetu de las armas, trabados y revueltos confusamente entre sí los dos ejércitos, bien que el de los rebeldes metían sus numerosas escuadras advertidos con la misma ligereza con que las sacaban. Pero entonces era cuando, al tiempo de salir y retirarlas más á su salvo, herían en ellos las armas españolas; hasta que en una destas retiradas de los rebeldes, el disparar y herir de nuestras armas fué á tal tiempo y con tanto militar acierto, avanzando por más distancia de cuatro escuadras, que en este acometimiento con fiero y espantoso estrago quedó al arbitrio de las fieras gran muchedumbre de cadáveres. Con cuyo accidente, confusos y desordenados los rebeldes indios, volvieron las espaldas con desordenada ligereza, prosiguiendo nuestra caballería y algunas mangas de infantes el avance hasta encerrarlos y oprimirlos en el teatro lastimoso de su pueblo, entonces lamentable á causa de los llantos y vocería de las temerosas mujeres, y más viendo que llegando casi á los muros de su pueblo cinco escuadras de nuestra infantería hicieron prisioneros sin resistencia á ocho príncipales indios, caudillos de los rendidos, y con ellos á Panaguali y otros dos papaces de menos autoridad, que salían á recibir los vecinos: con cuyo despojo le pareció á D. Pedro Portocarrero tenía suficientes rehenes y equivalentes prendas para la seguridad de aquel indómito y altivo pueblo; retirando su campo al reposo y seguro domicilio de Ocubil. Donde, teniendo en cuidadosa custodia á los prisioneros, tomó reposo tres días, curando los heridos, y pasando muestra de su ejército, para contar el número de los muertos de nuestra parte, que fueron 37, el uno español llamado Villafuerte, nueve tlaxcaltecos, y dellos principales D. Pedro Xuxuic y D. Enrique de Frías, y veintisiete de los realistas de las milpas con su principal caudillo Huehuexuc; siendo innumerable el cálculo de los contrarios muertos, y indecible el desaliento y cobardía que concibió el número de sus heridos.

La víspera del cuarto día del alojamiento de Ucubil, mandó D. Pedro Portocarrero á los principales y caciques prisioneros que enviasen al pueblo de Sacattepeques uno de los papaces ó sacerdotes menores á dar aviso de cómo el ejército iba otro día á él á asentar la paz y la seguridad de su obediencia; que esperasen con seguridad de no recibir molestia ni daño alguno, y que le ordenasen volviese diligente con la respuesta de su embajada. Así se ejecutó, saliendo á la diligencia el más mozo de los papaces, que vuelto después de haber entrado el sol en el imperio y jurisdicción de las sombras, dijo que el pueblo estaba sujeto, y que esperaba á la entrada de los Castilanguinac (que es lo mismo que personas de Castilla) para revalidar la obediencia á que habían faltado con experiencia lamentable y sentida y amarga memoria del pesado costo que les tenía; pero que en adelante serían fieles, seguros y leales: que siempre en las necesidades y aprietos prometen mucho los hombres, porque son muy cobardes las culpas, y muere de muchas veces y de muchas maneras el que obra mal.

Al romper el sol el velo de las tinieblas se rompió también el nombre en nuestros alojamientos de Ucubil, y habiéndose dado el refresco necesario á la gente y corrido la caballería para descubrir la campaña y lo libre de la llanura, se tocó á marchar, y saliendo de Ucubil, á dos horas de haber iluminado el sol la cima de los montes, con ordenado y militar arte, á lento y sosegado paso llegó el ejército español á las puertas de Sacattepeques; siendo introducido al pueblo por los demás principales que, fuera de los ocho prisioneros, escaparon al pueblo en la retirada de la campaña, y repartiendo Portocarrero los alojamientos y cuerpos de guarda, de calidad y arte que no estuviesen distantes, para unirse con breve facilidad á la llamada que ocasión pidiese, y que según su distribución dejaban ceñida y presidiada la plaza principal del pueblo, donde residía el alojamiento del Teniente general, como señalada y principal plaza de armas. Y estando todo en conveniente punto, hizo venir á la plaza D. Pedro Portocarrero á todos los principales del pueblo y alguna parte del común, y ya congregados todos al punto de mediodía, haciendo tomar las armas y ocupar las bocacalles con alguna infantería, mandó traer á su presencia á Panaguali, motor del levantamiento, y haciéndole cargo de la gravedad de su delito, á que no tuvo que responder para descargo suyo más que ser orden de Camanelon, le mandó entregar al ejército para que con guarda suficiente á vista de los suyos se le diese garrote; y así se ejecutó al instante, con asombro y admiración del pueblo burlado de su Dios endiablado, que suspenso en tan memorable y merecido castigo y advertido ejemplar, tuvo surtos los sentidos para las ejecuciones; pareciendo en aquella inopinada ocasión este cuerpo repúblico, como sin cabeza (faltándole Panaguali), cuerpo también sin manos.

Así se terminó y dió feliz y gloriosa ejecución con prosperado suceso de nuestras españolas armas á la guerra y última toma del valle de Sacattepeques, estando todo lo que corre de la costa del Sur y este valle de Goathemala hasta Olimtepeque nuevamente levantado: ocasión que me da motivo á pensar que, dejando el Adelantado D. Pedro de Alvarado en este conflicto toda la tierra, y volviendo este gran caudillo las espaldas á esta necesidad y aprieto, tomando la vuelta para España, era grande la ocasión que allá le llamaba; y á la verdad lo era, y muy del punto y crédito de caballero, estando capitulado de sus mayores émulos. Pero no menos me hace pensar en el gran valor, talento y fidelidad de D. Pedro Portorrero; pues con que sustituyera su persona, parecía bastante para que D. Pedro de Alvarado pudiera partir seguro para España. Y á la verdad era así: porque así Portocarrero como los demás conquistadores deste nuevo Orbe se rotularon grandes, gloriosos y memorables en el reino de la fama, ciñéndose si no las palmas del temporal triunfo, sí del eterno logro los inmarcesibles lauros; pues el logro y crecida gloria que del áspero tesón de sus grandes fatigas se ha seguido, es el esquilmo deste rebaño conquistado para la Iglesia y para que se rindieran tantas innumerables y pingües provincias y numerosos pueblos al grande, católico y piadoso Rey de las Españas, merecedor de más extendidos y poderosos señoríos.

Desde que dí principio á describir el dichoso progreso desta reñida y sangrienta guerra de Sacattepeques, me he picado y diversas veces divertido con una no pequeña y reparable duda que puede picar á la curiosidad de mis lectores, sobre averiguar la incertidumbre y verdadero sitio desta guerra; sobre que pudieran levantarse cuestiones, porque hay debajo deste pronombre de Sacattepeques dos territorios que con él señalan, rotulan y hacen generalmente conocidos en todo el Reino. Uno que es Sacattepeques del valle de Goathemala, país y objeto de quien es el argumento de los capítulos precedentes, y otro Sacattepeques del corregimiento de Quetzaltenango, de quien se tocará con advertida curiosidad á su tiempo en la Segunda parte. Entre estos dos partidos, pues, se arma y ventila la cuestión, porque si se hace el concepto desta guerra sobre que haya sido en el primero Sacattepeques del Valle, y se asienta por opinión constante y firme, no puede prevalecer, porque en este valle ni en el otro no se halla el pueblo de Ucubil, y parece que esta palabra y la de Camanelon convienen más del Sacattepeques de Quetzaltenango, por ser del idioma y lengua Mame; porque Ucubil, que quiere decir cubilete, que es lo mismo que jícara, y Camanelon, que se compone de dos dicciones, de caman, que es padre, y elon, que corresponde á señor, es del idioma Mame, de que usa como natural y propio Sacattepequez de Quetzaltenango, que no corre entre los indios de Sacattepeques del Valle, que son de la lengua Achi. Pero en el manuscrito de mi tradición hallo que dice, hicieron embajadores á D. Pedro de Alvarado los pueblos de Sinacao, Sumpango y otros, que son pueblos de la jurisdicción de Goathemala en su valle, y conjuntos á los de Sacattepeques, sujetos todos al corregimiento deste valle y no al de Quetzaltenango; razón que claramente prueba ser Sacattepeques del Valle de quien se describe y relata la guerra y no de Sacattepeques de Quetzaltenango: aunque estén en contrario de esta opinión Camanelon y Ucubil de la lengua Mame, que pudo ser accidente, ó haber sido este pueblo Ucubil y el ídolo Camanelon de los indios Mames que dominasen en la persecución de la primitiva fundación de los señores Tultecas esta parte de Cachiqueles; pues estos fueron oprimidos por aquel tiempo de las dos estirpes de los Mames y Pocoman, como queda dicho en el capítulo segundo del libro primero: fuera de que entre un Sacattepeques y otro no pudo por entonces el manuscrito dar distincion: lo primero, porque la tierra estaba indivisa en sus términos y en una confusión atropada y maquinosa, sin división de partidos ni de conocidas jurisdicciones; lo segundo, porque tampoco los pueblos estaban señalados ni tenían la sagrada y estimable marca del título de su advocación; y debo estar á la opinión que tengo por segura, cierta y constante de haber sido esta guerra con los Sacattepeques del Valle, lo uno por lo alejado de los embajadores de Sinacao y Sumpango: cuando al principio y asomar de la guerra en su conquista se rindieron y ofrecieron de paz á la obediencia de nuestro Señor el Rey; lo otro porque en los Sacattepeques del Valle eran cuatro crecidas y grandes poblazones de numeroso pueblo las que se señalaban y conocían con este propio título, que hoy sirve de pronombre á los cuatro San Lucas, Santiago, San Juan y San Pedro Sacattepeques, de donde era factible juntarse no solo ocho ó diez mil guerreros (que hoy pudieran juntar más número de combatientes con ser que están tan disminuídos), mas diez y ocho y veinte mil; y esto no podía ser entonces de aquel Sacattepeques de Quetzaltenango, que es solo un pueblo, y aunque numeroso y crecido no en tanta muchedumbre de habitadores que pudiera armar por sí arriba de mil indios de guerra. Y por estas razones, que no son de pequeña equivalencia, como por la de haberse introducido á pocos días y á breves jornadas en el país infestado nuestro ejército, se prueba ser Sacattepeques del Valle de quien se debe hacer el juicio; estando el de Quetzaltenango á larga y impedida distancia de leguas, cortadas y imposibles, ó dificiles con inaccesibles sierras por donde se hace lo penoso y molesto de su camino.