Recordación Florida/Tomo II Libro XVI Capítulo II

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CAPÍTULO II.


Del pueblo y montaña que llaman de San Diego, camino y tránsito para las barras y surgideros de la mar del Sur.

Tiene el pueblo de Alotenango debajo de su jurisdicción á el de San Diego, pueblo de abreviada y estrecha vecindad que sólo se mantiene como por señal de posesión y dominio de aquella extendida tierra, que corre y se dilata hasta introducirse por la costa del Sur; en cuyo territorio gozan una fértil y copiosa montaña de inestimables maderas que llaman el monte de San Diego: mas es para el provecho y logro como ninguno, pues de ella no se sacan las maderas que se pudieran á fácil comodidad conducir á esta ciudad de Goathemala, en especial el cedro, caobana, nogal, níspero, zapotillo, naranjo, tapinsiran, granadillo, cocchipilan y otras preciosas y excelentes maderas, y de elevada y subida estimación y precio para las obras de marquetería, y otras primorosas y pulidas de embutidos más gruesos; cuya aplicación y comercio les fuera de sobrada, útil y provechosa conveniencia á los indios de Alotenango, si se dieran á este género de ocupación y granjería. Mas no por eso les falta una opulenta copia de comodidad, nacida de la muy abundante porción de sus largas cosechas de maíz, frísoles y chile que siembran y cultivan incansables con atento esmero en las tierras limpias, y aparte de la montería, que ésta es intratable y dificultosa para estos y semejantes beneficios, y más intolerable y casi impertransible como el monte de Petapa, por lo que en el tiempo de las lluvias queda alagado y pantanoso, y con barrancos y robaderos muy peligrosos; mas sin embargo, en el atento cuidado de los antiguos conquistadores se vió este camino desde esta ciudad de Goathemala hasta las playas de la mar del Sur y puerto de Istapa tan llano como una plaza, por el año de 1539 en adelante[1] á esmero y cuidado del capitán regidor Antonio de Salazar, caballero de loables máximas, y esta no menos excelente y útil á el común beneficio; pues en carros se conducía toda la carga á aquellos puertos, y así se trasportaron muchos de los pertrechos y víveres de la armada del Adelantado D. Pedro de Alvarado.

Los indios deste pueblo de San Diego y los de Alotenango siembran y cogen mucha cantidad de tabaco mexicano, que es cierta especie de ello medicinal, cuya hoja sólo se extiende en su tamaño á el de la hoja del granado, y así este género no tiene para su venta y dispendio el modo de distribución que lo demás que se vende por tercios ó manojos, sino que se compra y vende por medida de fanega colmada; y este linaje de tabaco aplican los médicos tomado en humo á las personas que padecen la enfermedad de asma. Su color, aun después de maduro y seco, es siempre verde-oscuro, y á el tacto es belloso y áspero, aunque el olor no es vehemente ni desabrido, pero no es á propósito para tomado en polvo.

Tiene el numeroso pueblo de Alotenango por su patrón y abogado á el divino Baptista, admirable precursor de Cristo Nuestro Señor, y en él le está dedicado a su merecido glorioso culto un esmerado templo y un capacísimo y ostentativo convento guardián de la religión Franciscana, que resplandece con ostentación de oficinas y claustros altos y bajos de mucha elegancia y esmero de arquitectura: en que son habituales el guardián, doctrinero, coadjutor y otros ministros religiosos; por cuyo cuidado y desvelo esmerado corre la administración de almas de aquellos indios, que logran frecuente el pasto y comercio espiritual, como todas las otras que están administradas y regidas por esta seráfica familia; y así resalta su vigilancia en lo que se ve de esmerados adornos que ilustran y hermosean este maravilloso templo. De todo el agregado de este templo y sacristía de éste y otros conventos de San Francisco, se verá brevemente cumplida, docta, esmerada y curiosa relación en la Crónica que de esta edificativa y santa familia de Goathemala está para imprimirse, escrita por el padre lector jubilado fray Francisco Vázquez, sujeto que puede, con razón, ocupar todo el eco sonoro de la fama, llenando con la suavidad de su trompa en su merecido elogio, aun más allá de la gloriosa esfera española, por la claridad de sus virtudes, suavidad y blandura de su trato, complemento lucido de todo género de letras, prendas singulares de púlpito y ingenuidad de sus palabras; cuyo crédito suyo, en la verdad de su historia, me excusa (aunque no del todo) de decir cuanto bueno con verdad notoria y acreditada siento de esta apostólica, ejemplar, esclarecida familia; pues para ella sola y los venerables varones que en el discurso de más de ciento cincuenta años de su fundación en esta ciudad han florecido con maravilloso y singular ejemplo de admirables virtudes, tomo muy crecido aun no bastara.

Todo este dilatado y fecunda valle goza de la provisión de las abundantes aguas que ministra y ofrece el copioso y noble río de la Magdalena, llamado de la lengua pipil Guacalat, que corresponde á Guacal de agua, mas con poca razón según la esfera de su lleno; siendo uno de los excelentes ríos que corren á la costa del Sur con abundante curso, y que para el frecuente y diario tránsito necesita de una elegante puente que tiene á la salida del pueblo; con otro excelente río que llaman del Molino, posesión que fué de D. Pedro de Alvarado,[2] fuera de otra que estuvo (y están sus ruinas), que fué por entónces para el ministerio de moler metales, y perteneciente á Diego Sánchez, minero,[3] y sus vestigios se ven hoy en el trapiche de los hijos menores de D. José del Castillo: á cuya abundancia de aguas se agrega otro río que corre por el pueblo de San Diego, y luego allí se introduce en Guacalat, como otros muchos que le entran, para hacerse famoso á el entrar en la mar del Sur con nombre de Barra de Istapa ó de Bahía de Goathemala.

Usan estos indios de Alotenango, á imitación y estilo de la costa, el tomar humo de tabaco; pero lo ordinario y frecuente en ellos es valerse del uso de cierto género de cigarros que llaman puquietes, fabricados medicinal y próvidamente de variedad compuesta de hierbas provechosas y de fragrante excelente humo; siendo la penúltima capa de su formación de hojas de guayabos, de que abunda mucho la tierra caliente, y la última cubierta de un betún firme y lustroso de tintas varias, pero también de gomas aromáticas. Mas el uso y gasto de los puquietes entre ellos es señal de bizarría y opulencia de caudal, ó porque sea más costoso el gasto de ellos, ó porque entre esta nación se ha recibido desde su gentilidad por estilo y costumbre de nobles.

  1. Libro II de Cabildo, folio 174.
  2. Libro II de Cabildo, folio 34.
  3. Idem, folio 72.