Registro Nacional: Libro II/041
RECEPCIÓN DEL EXMO. SEÑOR PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA
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En Buenos Aires a 8 de febrero de 1826: hallándose el exmo. gobierno de la provincia, encargado del poder ejecutivo nacional, con asistencia de los generales y jefes militares hasta el grado de coronel, la plana mayor del ejército, los jefes y oficiales de los
cuerpos, todos los departamentos de la lista civil, y un numero crecido de ciudadanos, en el salón principal de la fortaleza, con el objeto de dar posesión del mando al señor don Bernardino Rivadavia, electo Presidente de la república de las Provincias Unidas del Río de la Plata, se personó este señor con las comisiones que se destinaron para acompañarle a la sala del congreso general constituyente, e instruido el gobierno encargado del poder ejecutivo nacional por los señores ministros que las presidieron, de que el Señor Presidente había ya prestado el juramento, de ley ante la soberanía de los pueblos, firmó el siguiente decreto, que fue leído en alta voz por mi el escribano mayor de gobierno.
Buenos Aires febrero 8 de 1826.
"Quedando cumplidas todas las formalidades prescriptas por la ley, el gobierno encargado del poder ejecutivo nacional ha acordado y decreta.
ART. 1. Con arreglo a la ley de 6, y al decreto de 7 del corriente, expedidos por el congreso general, queda en posesión del cargo de Presidente de la república de las Provincias Unidas del Río de la Plata el ciudadano don Bernardino Rivadavia.
2. Ordénese su reconocimiento, circulándose a los gobiernos de las provincias de la república, y dese al Registro Nacional. — Heras. — Manuel José García."
En seguida colocó al señor presidente a su derecha, y lo proclamó en los términos que siguen: "el ciudadano don Bernardino Rivadavia es Presidente de la república de las Provincias Unidas del Río de la Plata: ordenó se anunciase al público, como se hizo, con una salva general en la fortaleza, a que siguieron otras en las baterías del Sud y Norte, y en la escuadra, y dirigiéndose al señor presidente, dijo. Que el congreso general al confiarle la autoridad suprema de la república había hecho una evidente justicia al mérito que le distinguía. Que la situación presente de los negocios abría un inmenso campo a la virtud y al genio. Que la gloria le esperaba ciertamente al término de su honorable carrera. Que encontraría el señor presidente vencidas las primeras dificultades, y preparados los elementos para la organización y defensa del territorio. Que ello era debido a la cooperación eficaz que habían prestado los gobiernos de las provincias y demás autoridades de la república, al gobierno encargado provisoriamente del ejecutivo nacional. Que él solo había dirigido conservando siempre la noble independencia de su carácter. Que le era lisonjera la confianza, de que el señor presidente encontraría siempre las mismas disposiciones en todas las provincias de la república, y que la de Buenos Aires seria sin
duda la primera en dar ejemplos de obediencia, y de una consagración generosa a la causa nacional. Que después de esto, solo le restaba felicitar al señor presidente y depositar, como lo verificaba, en sus distinguidas manos la insignia del mando. Concluida esta
alocución, el señor presidente contestó. Que no hacían dos años que había tenido el honor de poner en las dignas manos del señor general el bastón que acababa de pasar a las suyas. Que entonces el mando estaba reducido a la esfera que nos rodeaba, y ahora era de una
extensión mayor. Que entonces le marcó los principios que habían regido a la administración de la época anterior, y le anunció que en la posición que ocupaba la posteridad estaba cerca. Que con mucha mas razón tendría a la vista este principio, y jamás se apartaría de él; y después de algunas otras ideas y sentimientos, el señor presidente reconoció la justicia con que el señor general, que acababa de entregarle el mando, había recapitulado en su alocución lo que en aquel entonces explanó. Que las dificultades que indicaba, eran ciertamente de un gran volumen; y que con exactitud había dicho el señor general, que el camino de la gloria estaba abierto. Que el presidente de las Provincias Unidas marcharía en post de ella; y se lisonjeaba, de que todos los que sentían el honor de ser ciudadanos de esta republica, lo acompañarían. Que la prueba mayor que justificaba esta expresión, era el convencimiento en que estaba, de que se reconocía lo que era de su deber declarar: esto es, que el gobierno que le había precedido en el ejecutivo nacional había sabido sobreponerse a lo que hay de mas amargo al hombre para llenar sus deberes. Que él participaba del placer, y también del honor, que al señor general, y a todo su ministerio, debía acompañar hasta la
tumba, de que el primer tratado que unía a la América nueva con la España, había sido celebrado en la época de su mando: que lo había sido igualmente la primera reunión nacional, que empezaba a dar esperanzas de existencia durable; y que la primer guerra que iba a decidir de la existencia nacional, en que estaban comprometidos los intereses y el honor de la república, también había empezado bajo su mando. Que cada uno de estos hechos bastaba por si solo a dignificar a un gobierno, y que por lo tanto, después de hacer esta solemne declaración, debía manifestar, que reposaba en la esperanza de que el señor general, y todos los que habían pertenecido a su ministerio corresponderían a ella, acompañando y desempeñando el servicio que la patria respectivamente les exigiese. Que esto era lo que ciertamente sellaría el mérito del señor general y de todos los que habían cooperado con él en su gobierno; y que este también le traería la satisfacción de ver a la república próspera y feliz.— Luego el señor gobernador de la provincia firmó la nota competente al congreso general avisándole, que de conformidad con la ley acababa de poner en posesión del Cargo de presidente de la república al Señor don Bernardino Rivadavia, y se retiró con los señores ministros y autoridades, poniéndose antes a las ordenes del exmo. señor presidente, quien firmó una nota al congreso general avisando quedar recibido de la presidencia de la república. Con lo que concluyó este acto de posesión. Y lo firmaron de que doy fe. — Juan Gregorio de las Heras. — Manuel José García.— Bernardino Rivadavia. —
Don José Ramón de Basabilbaso: escribano mayor de gobierno.