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Respuesta a una crítica

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época
I


RESPUESTA A UNA CRÍTICA

Por sabido me tuve, al dar á luz un ligero estudio sobre prohombres de la época de la Independencia, que mi patriótica tarea había de suscitar críticas. No se puede hacer tortilla sin romper huevos, ni ocuparse de los contemporáneos sin que alguien resuelle por la herida.

Deber mío es no rehuir la polémica, porque, aparte de que me reconozco honrado, así por la talla del adversario como por lo cortés de la censura, creo que de la discusión resultará un rayo de luz que guíe á los aficionados á este género de estudios en el enmarañado laberinto de nuestra descuidada Historia.

No siendo un misterio el nombre de mi ilustrado contendor, excusará éste que, para hacer menos difusa mi réplica, me vea precisado á estamparle. Además, no presumo que mi excelente amigo el doctor don Mariano Felipe Paz-Soldán pretenda monopolizar el magisterio de la Historia patria, y que sus apreciaciones y relatos sean aceptados como artículos de fe.

Pásale á mi estimable crítico, con el extracto y análisis que hizo del proceso sobre el asesinato de Monteagudo, lo que á todo buen padre que siempre se encariña por el más desventurado de sus hijos. Yo he estudiado también, á mi manera, ese curioso proceso, y él me revela lo que el señor Paz Soldán se empeña en no querer ver: que el crimen no fué hijo exclusivo de la castuilidad, sino obra de un puñal comprado.

El 30 de Enero, y á pesar de haberse aplicado tormento á Espinoza, declaró éste que no había sido instigado y que asesinó á Monteagudo sin conocerlo, y sólo por robarle el reloj y alhajas que llevaba encima, ¡Y sin embargo, los ladrones no despojaron á la víctima ni de un alfiler!

Al dia siguiente, después de su entrevista con el Libertador, hizo Espinoza revelaciones comprometedoras.

El señor Paz Soldán quiere que sólo merezca fe lo declarado por el reo el dia 3o, no se fija en lo absurdo de la instructiva de un ladrón que no roba, teniendo espacio para hacerlo, y estima en poco las revelaciones posteriores y aun los careos con los señores Colmenares y Moreira Matute.

Que las revelaciones del asesino debieron ser de tal magnitud que llevaran al ánimo del Libertador la convicción plena de que existía un círculo político que puso el puñal en manos de Candelario Espinoza, lo prueba el empeño de Bolívar por salvarle la vida, empeño que arrastró al Gran Capitán de Colombia hasta el pimto de hacer gala de sus facultades dictatoriales.

Las palabras mismas del doctor don Manuel Lorenzo Vidaurre, vienen á corroborar mis afirmaciones. El doctor Vidaurre era una inteligencia clarísima y perspicaz, y á quien no se podia hacer comulgar con la rueda de molino de que Candelario Espinoza no era instrumento de ajena voluntad.

Con el proceso de Monteagudo nos pasa, al señor Paz Soldán y á mí, algo de original. Sacamos conclusiones diametralmente opuestas. Donde mi laborioso y entendido contradictor ve sólo la mano de la casualidad descubro yo todos los pormenores de un plan.

Una semana antes del asesinato de Monteagudo, debió realizarse igual tragedia en la persona del mismo Bolívar, en el baile dado en la Universidad para celebrar el triunfo de Ayacucho. Ciertamente que planes de esta naturaleza no pueden documentarse, y hay que fiar en el testimonio privado de los contemporáneos.

Oportuno es tener en cuenta las doctrinas dominantes sobre el tiranicidio; que estaban palpitantes aún los recuerdos de la revolución francesa; que el padre Jerónimo había traído de Europa y puesto en manos de nuestros estudiantes las obras de Voltaire, Diderot, Volney, Roussean, D'Alembert y demás enciclopedistas,- y que nuestra juventud de los colegios, ardorosa y poéticamente republicana, veía un ideal en los auslcros tipos de la Roma antigua.

Exígeme el señor Paz-Soldán documentos auténticos é intachables sobre alguna de mis afirmaciones, negando que la Historia camine casi siempre de inducción en inducción. Su exigencia peca contra la filosofía de la Historia. Por inducción aprecia ésta muchas veces, en presencia de un hecho, las causas que lo engendraron y las consecuencias que su realización produjo ó debió producir.

Lo que yo encuentro claro como la luz en el proceso y que el señor Paz-Soldán tiene el capricho de no querer encontrar, es lo mismo que repite el centenar de personas quef aun viven en Lima y que presenciaron la tragedia del año 25. Es lo mismo que, sin embozo, refirieron públicamente los mariscales Castilla y San Román á infinitos hombres de nuestros dias. Vivos están el doctor Dávila Condemarin, amigo íntimo y paisano de Sánchez Carrión, y los generales Pezet, Mendiburu, Echenique, Alvarado Ortiz y otros muchos soldados, nobles reliquias de esos tiempos de titánica lucha, y ellos dirán si hubo, por entonces, en el Perú, quien viera en la desaparición de Monteagudo, la mano de esa casualidad acomodaticia inventada, medio siglo después, por mi apasionado amigo.

Extráñame, y mucho, que sea el señor Paz-Soldán quien afirmo que no era posible entre nosotros la monarquía, sabiendo que, hasta hace quince ó veinte años, había en el Peni pueblos, (en Ayacucho y Huancavelica, por ejemplo) donde se creía que aun gobernaba nuestro amo el rey. Los republicanos de 182l, no sólo tuvieron que luchar con el poderoso ejército español, sino con los hábitos monárquicos de tres siglos. Más que con las bayonetas realistas, tuvieron que batallar con las preocupaciones; pues no es fácil que un pueblo, fanático é inculto como era el nuestro, rompa en un momento con las tradiciones y el servilismo. Por eso los republicanos de 182l, más que soldados de fortuna, fueron hábiles propagandistas de la doctrina democrática, en pugna con otro círculo, también inteligente y privilegiado además con la riqueza y pergaminos de cuna que, si bien se avenía á hacer sacrificios por la Independencia del país, no podia conformarse con que la República viniera á hacer tabla rasa de fueros y blasones.

Diga lo que quiera el señor Paz-Soldán. San Martín estuvo lejos de ser republicano, pero mucho más lo estuvo Bolívar. Su proyecto de vitalicia nos conducía solapada y arteramente á Ja monarquía. En la conducta del primero hubo, por lo menos, hidalga franqueza. En él la monarquía era una convicción honrada.

Débil argumento es el de que Monteagudo, sin el apoyo de San Martín, era ya una estrella errante y sin brillo. Monteagudo, como todos los que se apasionan, no quiso irse á Chile ni á Buenos Aires, donde por su talento habría siempre figurado, sino que, atropellando por todo, prefirió volver al Perú, donde su plan de monarquía contaba con numerosos é influyentes adeptos. Excuso, para no herir susceptibilidades, citar nombres y aun hechos que el señor Paz-Soldán conoce tanto ó más que yo. Monteagudo, al abandonar el destierro, sabía que una ley del Congreso lo extrañaba perpetuamente del país, y no podia ignorar que su antagonista, el impetuoso Sánchez Carrión, había escrito en el Tribuno un artículo, sosteniendo que cualquier peruano tenía el derecho de matar sin conmiseración á Monteagudo, si una imprudencia hasta hoy desconocida ó su mala ventura lo condujeran á nuestras costas.

Monteagudo tenía la seguridad del peligro que corría su vida; y vino, porque los planes gigantescos no brotan en ánimos cobardes; y vino, como el apóstol de una idea, buena ó mala, salvadora ó fatal, decidido á la victoria ó al sacrificio. Bolívar no podia sin provocar en el país serias resistencias y graves conflictos, que acaso pusieran el éxito de la campaña á merced de los españoles, hacer su ministro á Monteagudo; y razonable presunción es la de que éste se habría negado á aceptar un puesto en el que tan amargas decepciones cosechara un dia. Túvolo á su lado en la batalla de Junín y, aunque sin cargo público, fué notorio que era hombre influyente en la camarilla palaciega, en que dominaban Unanue y otros partidarios del sistema monárquico. En el mismo proyecto de Constitución Boliviana, descubre el menos avisado la influencia de Monteagudo y rasgos que fueron propios de su pluma sentenciosa.

Maravíllame que el señor Paz-Soldán tenga tan mojados sus papeles históricos, que me pida pruebas sobre la existencia de la Logia republicana, cuyos principales trabajos se contrajeron á combatir el plan de monarquía.

Casi no hubo suceso de alguna significación, en la obra de nuestra Independencia, que no esté relacionado con la Logia. Creo más, que sin el talento y entusiasmo de los hombres que .compusieron esta sociedad, las ideas de Monteagudo se habrían enseñoreado del país. Patriotería á un lado, y digamos una verdad sin vuelta de hoja. Cuando se proclamó la Independencia, el Perú estaba preparado para todo, menos para la República. La República fué, pues, la obra de Sánchez Cardón y de, sus compañeros de Logia.

En cuanto al envenenamiento de Sánchez Carrión, el mismo empeño que tomó el gobierno para desvanecer el rumorcillo acusador, contribuyó á fortificarlo. Esa fué la opinión pública en aquel tiempo, y estudiando sin pasión los hombres y los sucesos de há medio siglo, he hecho las deducciones y apreciaciones que incumben al que, con mediano criterio, escudriña las páginas del pasado. No es, pues, justo conmigo mi apreciable crítico afirmando que al escribir sobre Historia, me tomo la misma libertad y llaneza que al hilvanar Tradiciones.

El señor Paz-Soldán creyó que con su folleto sobre el proceso de Monteagudo, en que la casualidad es el Deus ex machina, quedaba dicha la última palabra. Yo, sin respeto al nolli me tangere, me he apoderado también del proceso; pero para sacar distintas conclusiones. No sé cuál de los dos estará en posesión de la verdad: si el que peca de candoroso, haciendo á la casualidad árbitra de la vida de Monteagudo, ó el que peca de malicioso, viendo en el suceso la consecuencia lógica de la ley de la Asamblea.

Al terminar, perdóneme el señor Paz-Soldán jjue proteste contra la parte de su crítica en que, á guisa de moraleja, dice: —«No manchemos la fama postuma de nuestros grandes hombres.»— Tales palabras pueden aplicarse al que calumnia maliciosamente, con interesado y malévolo propósito; pero no á quien con espíritu justiciero, sin amores ni odios, y teniendo por único móvil el servir, modesta y quizá útilmente, á las letras patrias, consagra sus horas al estudio del pasado. A ser práctico el consejo de mi buen amigo, al huir del examen por no herir reputaciones y susceptibilidades, tendríamos que dar siempre puesto de preferencia á candorosos absurdos y patrañas injustificables, como la de la casualidad que nos arrebató á Monteagudo.

Marzo, 20 de 1878.