Respuesta al señor Paz-Soldán
No llega tarde quiea llega, dice el adagio, y véome forzado á recurrir á él para disculpar ante el amable señor Paz-Soldán el retardo con que contesto á su bien pensado artículo del dia 10. El señor Paz-Soldán obliga mi gratitud por los corteses términos que gasta en la polémica; pues, para defender una causa, no es necesario tratar con desdén al adversario ni rebajar su talla.
Mi ilustrado contendor y yo perseguimos la verdad histórica, y confieso que honra será para mí ser vencido por él en esta controversia. Fatalmente, sus argumentos no me convencen, traen dudas á mi espíritu, y me suministran nuevas armas para el combate.
Mi afectuoso crítico conoce á fondo los misterios de la Logia Lautarina, en Chile, así como la historia del motín que, en el ejército español, produjo la caída de Pezuela. Manifiesta ahora, si no abierta negativa, duda sobre la existencia en Lima de una asociación republicana que, con cautelosa reserva, trabajara así por la independencia del país, como contra el elemento monárquico.
Puede decirse que el padre jeronimita fué el fundador de ese club republicano, al que perteneció lo más distinguido y exaltado de la juventud de San Carlos y San Fernando. El padre Cisneros dio á conocer, entre los estudiantes, las obras de los enciclopedistas que prepararon la tremenda revolución francesa, inculcando en la juventud ideas, á la vez que poéticas, un tanto terroríficas.
Baquíjano sucedió al fraile español en la dirección de los trabajos de la Logia, hasta la época de su viaje á la metrópoli. Los asociados continuaron trabajando, y se congregaban unas veces en la celda del padre Méndez, y otras en la casa de Tramarría.
Cierto que no hay documentos con que comprobar que la Logia hubiese decretado el asesinato de Monteagudo; pero sí abundan pruebas de que los miembros de ella fueron los autores del popular tumulto que depuso al ministro de San Martín, de la ley que lo extrañaba perpetuamente del país, y de la proposición para que se declarase dia de fiesta nacional el de la deposición de Monteagudo.
En la conciencia universal está que fué la Logia Lautarina la que decretó en Chile la muerte de Manuel Rodríguez; y, sin embargo, no hay un sólo documento que compruebe tan general creencia, pues no es juicioso presumir que sociedade s secretas dejen huella escrita de actos que revisten cierto grado de trascendencia. Pedirme, pues, el señor Paz-Soldán documentos análogos sobre el triste fin de Monteagudo, de pedir lo imposible.
Que las Logias ó sociedades políticas estuvieron á la moda, en la época de la Independencia, es punto históricamente comprobado en toda la América. San Martín organizó una en el Perú, casi con el mismo reglamento de las de Buenos Aires y Santiago. Poseo una copia de ese reglamento y aun otros documentos de esa Logia á la que pertenecieron, al principio, Guido, Monteagudo, Necochea, Alvarez-Jonte, Alvarado (don Rudesindo) y más tarde Santa-Cruz.
Quizá en breve, ampliando mis apuntes y datos, y con al? gunos documentos, que no desespero de conseguir, acometa, en servicio de la Historia patria, im estudio sobre las Logias poh ticas en el Perú.
El odio á Monteagudo, que había herido tantos y tantps intereses y cuya personalidad era una pesadilla para los contrarios, no podia amortiguarse en poco tiempo. Compruébalo el hecho de que la ley de destierro perpetuo se dio cuando él llevaba ya meses de ostracismo.
El general Espejo, en el curioso libro que sobre Bolívar y San Martín ha publicado recientemente en Buenos Aires, nos habla con exceso de pormenores de la intimidad que, desde Guayaquil, se estableció entre el Libertador y Monteagudo. ¿Qué hay, pues, de forzado en que se reavivara el encono contra el hombre que, aunque sin cargo ostensible, era, en realidad, el personaje más influyente en la política del Libertador?
No es exacto el paralelo que presenta el señor Paz-Soldán entre las proscripciones de Riva-Agüero y Orbegoso con la de Monteagudo. Desde el dia de su dei>osición, cada hora acrecía el ensañamiento contra él; ni contra Riva-Agüero y Orbeíjoso se escribió nunca, en un periódico, como contra Monteagudo, sosteniendo que era acción meritoria asesinarlos si volvían á pisar tierra peruana.
Incurre el señor Paz-Soldán en una contradicción. Dice que Monteagudo estaba destinado por Bolívar para representante del Perú en el Congreso de Panamá, y pocas líneas más adelante sostiene que cuando lo asesinaron, vivía retirado de la política. No se concibe que el Libertador pensara en confiar tan alto puesto á hombre prescindente de los asuntos públicos, y que no estuviera identificado con su política y muy al cabo de sus planes de dominación perpetua.
Entrando en el examen del proceso, hace hincapié el señor Paz-Soldán apoyándose en su práctica de magistrado y de criminalista, en que con frecuencia el asesino no roba á la víctima porque se amilana ante el "horror del hecho, y sólo le quedan alientos para la fuga. Hábil es, en verdad, el argumento, cuando se trata del que por primera vez entra en la senda del crimen. Pero el mismo señor Paz-Soldán nos dice que el espectáculo de la muerte no era nuevo para Candelario Espinoza, soldado de caballería en Junín, y que, á la edad de diecinueve años había cometido ya otro asesinato y varios robos. Espinoza era, pues, im criminal avezado, ajeno al grito de la conciencia, y nada nervioso ni asustadizo como lo demostró por su energía para soportar el tormento.[1]
No encuentro razón para que el señor Paz-Soldán siga encastillado en dar crédito sólo á la instructiva del reo, y en rechazar las declaraciones posteriores á la entrevista con Bolívar. Llama el señor Paz-Soldán firmeza en negar á la obstinación del reo durante cuarenta y ocho horas, y á f e que no es firmeza de buena ley la que dura tan poco espacio de tiempo.
Y aquí es oportuno rectificar algo que el señor Mariátegui rechaza, y en que el señor Paz-Soldán y yo estamos de acuerdo. No sólo el testimonio de los señores coronel Grueso y mayor Izquierdo, sino de otras muchas personas caracterizadas, prueban que Bolívar tuvo en palacio una entrevista con el reo. El señor Mariátegui lo niega, con la autoridad de su palabra, como ha n^ado, contra la autoridad de irrefutables documentos, que para el plan de monarquía se hubiera pensado de preferencia en un príncipe inglés.
Para el señor Mariátegui, las revelaciones de Espinoza fueron inspiradas por Bolívar, quien quiso comprometer en el crimen á la antigua nobleza colonial y al naciente partido republicano. Por lo mismo que el señor Mariátegui declara que Bolívar era un genio, un talento superior que podia pasarse sin auxiliares para el desarrollo de un plan, paréceme pueril la hipótesis. Bolívar, después de Ayacucho, era omnipotente en el Perú, y es rebajar mucho esa omnipotencia hacerlo descender á forjador de intriguillas de baja ley.
Dice el señor Paz-Soldán que si Espinoza hubiese tenido cómpuces de posición, éstos le habrían ocultado ó favorecido en su fuga. También es hábil el argumento, pero no me hace fuerza. Apresado el asesino, en los primeros momentos se resolvió que fuese juzgado sumaria y militarmente, pero se opuso el ministro Sánchez Carrión. Apelo al respetable testimonio del doctor don Manuel Ortiz de Zevallos, cuyo padre era el juez militar. Vea, pues, el señor Paz-Soldán que á Espinoza no le faltaron protectores.
Entre los manuscritos de la Biblioteca Nacional [2] se encuentra uno titulado:
Razón del proceso formado en la inaudita causa del homicidio perpetrado en la persona de Don Bernardo Monteagudo.
Es un curioso extracto del proceso, y en el cual están literalmente copiados los principales documentos. Lástima es que el señor Paz-Soldán no lo haya tenido á la vista para convencerse de las contradicciones que hay entre el proceso por él extractado y la relación hecha, en 1825, por el anónimo autor del manuscrito. Dice, entre otras cosas, que por decreto de 25 de Marzo de 1825, que reproduce íntegro, firmado por el señor Unanue, se nombró un Tribunal del que fué presidente el doctor don Francisco Valdivieso, vocales los doctores López Aldana y Larrea Loredo, y fiscales acusadores los doctores don José María Galdeano y don Mariano Alejo Alvarez. Excusóse el último y no le fué aceptada la excusa. Insistió Alvarez, diciendo que «si se le obligaba á desempeñar el cargo de fiscal » acusador, tendría cpie empezar por pedir mandamiento de pri*sión contra el ministro de Gobierno (Sánchez Carrión) y otros personajes sospechosos. Ante tal amenaza, se le aceptó la » excusa, y en su lugar se nombró al doctor don Manuel Telle»ría. Este mismo Alvarez puso en la imprenta un papel en que explayaba la idea, y revelaba cosas interesantes en el particular; pero el Gobierno le prohibió su impresión.»
Yo no quiero hacer los comentarios que naturalmente se desprenden de la excusa del fiscal Alvarez, y aun de la aceptación de ella. Hágalos quien crea en la casualidad que victimó á Monteagudo.
Al concluir esta polémica reitero al señor Paz-Soldán, mi excelente amigo, las gracias, por los benévolos conceptos con que me ha favorecido. Desdicha es que entre nosotros no pueda discutirse con calma y respetos mutuos una cuestión histórica De todos modos, en el pro y en el contra, hemos gastado la suficiente tinta para formar la conciencia de los demás.
Chorrillos, Abril 20 de 1878.
Con estudiada destemplanza, y sin omitir ni la personal injuria, se presenta en el número 14,017 del «Comercio» un señor P. S. rompiendo lanzas en defensa de la divinidad colombiana, y abrumándome con más de cuatro columnas de argumentos ad hominem. Yo habría podido excusar una respuesta desde que ese caballero saca la cuestión del terreho histórico para convertirla en polémica de comadres; pero consideraciones de especial carácter me imponen el deber de contestar. Líbreme Dios de llamar maligno, venenoso, cínico, calumniador y protervo al escritor que tenga la desgracia de no pensar como yo pienso y que humanice lo que mi fantasía diviniza.
El señor P. S. [3] hace de Bolívar su ídolo. Es colombiano, y está en su perfecto derecho.
Yo, peruano, estudio á Bolívar, después de medio siglo de los sucesos, y mi corazón y mi criterio de peruano no pueden cantar himnos al hombre que menos amó á mi patria.
Pregimte el señor P. S. á esa juventud Carolina que hoy se afana para levantar uuna estatua á San Martín, estatua que há tiempo debió erigirse con el óbolo de todos los peruanos, y oirá de los labios de esa ilustrada juventud estas palabras de un historiador contemporáneo:— San Martín fué, ante todo, americano. Bolívar fué, ante todo, colombiano.
No soy yo quien antojadizamente establece este paralelismo. Es la Historia.
Bolívar trae un ejército auxiliar al Ecuador. Unido con las tropas peruanas alcanza la victoria de Pichincha, y luego nos da una prueba clásica de amor, desmembrando nuesti o territorio en provecho de su Colombia. Porque era él fuerte y nosotros impotentes, nos quita Guayaquil, que durante doscientos veinte años había formado parte integrante del Perú. Sin más razón que la del rey de las selvas, guia nominar leoy nos despoja del mejor astillero del Pacífico. ¿Qué importa el ultraje al uti possidetis? Por derecho de conquista, nos arrebata nuestra propiedad: y antes de ayudarnos á alcanzar la Independencia cobra por anticipado, con ese inicuo despojo, el precio de su auxilio.
Resuelto ya á trasladarse al Perú, azuza con infernal maquiavelismo nuestras contiendas domésticas. Juzgúese por el siguiente fragmento de la carta que escribió Bolívar al señor Mosquera, ministro por entonces de Colombia en Lima:
«Es preciso trabajar por que no se establezca nada en el Perú, y el modo más seguro es dividirlos á todos. Me parece » excelente la idea de ofrecer el apoyo de la división de Colombia para que disuelva el Congreso. Es preciso que no exista ni simulacro de gobierno, y esto se consigue multiplicando el número de mandatarios y poniéndolos á todos en oposición. A mi llegada á Lima debe ser el Perú un campo rozado »para que yo pueda hacer en él lo que convenga.»
Después de leer ese maquiavélico fragnáento de carta, ¿hay corazón peruano que no se agite de indignación? 'Bolívar, el gran Bolívar, explotando nuestras desventuras! ¡Soberbio americanismo el suyo!
No quiero hablar, i>or no ennegrecer el cuadro, de los propósitos que, en daflo del Perú, lo animaron al crear la república de Bolivia, con una demarcación territorial calculada para que, entre ambos países, existiese siempre una manzana d.e discordia. A Bolívar, exclusivamente, debemos la eterna cuestión aduanera que hoy mismo preocupa á los dos gobiernos.
¡¡¡La generosidad de Bolívar!!! Gran generosidad la del que constantemente nos echaba en rostro el auxilio que nos prestó, como si al afianzar la Independencia del Perú no hubiera Colombia afianzado la propia. El ministro de relaciones exteriores de esa República, en los oficios que el año 28 cambió con el señor Villa, nuestro representante en Bogotá, hacía siempre hincapié, por encargo especial del Libertador, en estas frases: —«Colombia no ha necesitado de nadie para ser libre— bastóle »el esfuerzo de sus hijos:— ella supo emanciparse con sus pro»pios recursos.»
¿Era noble, era generoso herir así el sentimiento nacional de los peruanos? El Perú pagó, con profusa liberalidad, la cooperación de Colombia, y tributó al Libertador honores que á nadie acaso se habían dispensado sobre la tierra. Por lo mismo que Bolívar daba constantes pruebas de no amarnos, habíamos tomado á empeño el conquistarnos su afecto. Humillábamos ante él nuestro orgullo, y pagábamos lo que se llama la deuda de gratitud, hasta con el sacrificio de nuestra dignidad.
¿Quién no ha leído la proclama dada por el Libertador, antes de la batalla del Pórtete de Tarqui, proclama que termina con esta frase que se "ha hecha popular:— iíi presencia entre vosotros será la señal del combate?— En ese clásico documento, son clásicos también los insultos. La perfidia del Perú, la abominable conducta y la ingratitud de los peruanos, esos miserables que intentan profanai' á la madre de los héroes, etc.— He aquí cómo nos retribuía Bolívar el incienso que á sus plantas habíamos quemado los peruanos.
¡La magnanimidadi ¡¡La clemencia de Bolívar!! Magnánimo y clemente para salvar la vida del ruin asesino de Monteagudo. Pequeño y cruel para condenar á un peruano del talento de Berindoaga, cuyo crimen no pasó de debilidad de carácter ó de error político. El Cabildo de Lima, el clero, las señoras, todo lo más selecto de nuestra sociedad intercedió i>or la vida de Berindoaga. Bolívar tuvo la satisfacción de humillar á todos con un desaire. La Independencia era un hecho consiunado; todo peugro había desaparecido; la bandera de España no flameaba ya en ningún pueblo de Sud-América; la causa de la libertad no exigía ya holocaustos ni víctimas expiatorias; pero las exigía el amor propio de Bolívar, herido por los arliculos que contra él escribiera Berindoaga; y Berindoaga fué sacrificado.
Bolívar pudo considerar dignos de su maguanimidad á sus enemigos de Colombia. Creo que llorase, como dice el señor P. S. ante el cadáver del general Piar, á quien hizo fusilar; y aun hallo posible que se afligiese ante la matanza de los veintidós capuchinos, frailes misioneros del Caroni. Para con sus adversarios del Perú, muy distinta fue siempre su conduela.
Yo no debo ni quiero hacer el proceso de Bolívar en Colombia, aunque para ello tenga á mano mucho de lo que escribieron sus émulos y contemporáneos, sin desdeñar ni el folleto del obispo de Popayán Jiménez de Encizo. Bástame juzgar á Bolívar en sus relaciones con mi patria.
Tratándose del envenenamiento de Sánchez Carrión, yo he dicho:— que la voz pública acusó á Bolívar de haberlo envenenado, estimando á su ministro como invencible obstáculo para la realización de los planes de vitalicia. Y tanto debió ser generalizado el rumor, que el mismo gobierno, pai^a acallarlo, dispuso la autopsia del cadáver. Apunto coincidencias, cito hechos y testimonios, examino los móviles y saco las deducciones, en mi concepto, razonables.
En cuanto á los planes de vitalicia, es decir de monarquía sin la palabra monarca, la cosa sin el nombre, al alcance de todos están las colecciones del Telégrafo y Mercurio de Lima correspondientes á los años de 27 á 28. Escritos hay allí que ponen en transparencia al ambicioso mandatario. Por no hacer demasiado extensa esta réplica, omito copiar algunos trozos que á mi propósito cuadrarían; pero no puedo excusarme de reproducir los siguientes acápites de las Memorias del general don Rudesindo Alvarado, y los reproduzco por no ser conocidos para los lectores del presente artículo.
Este curioso libro acaba de ser publicado en Buenos Aires, y debo á la bondad de mi viejo amigo, el general Espejo, ayudante que fué de San Martín, el ejemplar que poseo.
Residia Alvarado, en 1825, en Arequipa, y habitaba una quinta que le había cedido el prefecto don Pío Tristán. Llegó el Libertador á la ciudad, y la víspera de proseguir su marcha al Cuzco le dio Alvarado un convite. Cedamos la palabra á Alvarado.
El menor incidente basta, á veces, para revelar el pensamiento más oculto de un hombre de Estado. En los brindis, el general Bolívar, abimdando en la elocuencia que le era familiar, analizó con entusiasmo sus triunfos, sus glorias, y las que se prometía aún llevando sus huestes á la república Argentina. Herido nuestro amor propio, expresé, con la moderación posible, el hondo sentimiento que me causaba escuchar del Libertador palabras tan inmerecidas como no proavocadas de parte de una nación que, en esos instantes, se preparaba á luchar con el vecino imperio del Brasil.»
«Me había retirado conversando con uno de los generales de Colombia al extremo opuesto de la galería, cuando noté que el Libertador saltaba sobre la mesa en que se sirvió el café, y decía al coronel Dehesa:—Así, así he de pisotear á la República Argentina— al mismo tiempo que pisaba y hacía pedazos las tazas y botellas que cubrían dicha mesa.»
«A este espectáculo corrí hacia el Libertador, y alejando á Dehesa, logré con mil esfuerzos calmar su exaltación y conjurar aquella tempestad.»
«Instruido de la causa que motivó el lance, supe que Bolívar había dicho algo en relación á la dictadura, en la América del Sur, que era su sueño dorado, agregando que, en breve, pisaría el territorio argentino. El coronel Dehesa, que lo escuchaba con la cabeza acalorada, contestó que sus compatriotas no aceptaban dictadores—respuesa que irritó tanto al Libertador.»
Alvarado acompañó á Bolívar en su viaje triunfal hasta Potosí, y allí el Libertador fué más explícito con él. Sigamos copiando.
«En otra de sus visitas, tomando aquel aire de notable franqueza que parecía serle característico, me dijo:— General, tengo veintidós mil hombres que no sé en qué emplearlos con provecho, y que de manera alguna conviene licenciar porque Uevarían la anarquía; preciso es aniquilarlos en la guerra, y hoy, cuando la República Argentina está amenazada por el Brasil, poder irresistible para ella, se me brinda la oportunidad de realizar el pensamiento glorioso que animo de ser dictador de la América del Sur, Ofrezco á usted un cuerpo de seis mil hombres para que ocupe la provincia de Salta.
Por sorprendente que fuera esta proposición, me esforcé en reprimir su fatal impresión, contentándome con decirle que si el gobierno liberal y de crédito que presidia entonces la República Argentina fuera impotente para luchar con el Brasil, y solicitase el concurso de las fuerzas del Libertador, sería yo un soldado en sus filas.»
«Esta conferencia se prolongó algunas horas, y me permití descender hasta á la súplica para que el Libertador no deslustrara su esplendente aureola con sus pretensiones de dictadura que le enrostraría la América entera.»
Lo trascrito de las Memorias del general se comenta por sí solo. El republicanismo de Bolívar queda en transparencia.
Siento habcune visto obligado á probar con documentos, que Bolívar no amó al Perú ni á los peruanos, que no amó más que su ambición. Habría querido dejar en el goce de sus ilusiones y de su entusiasmo por el Gran Capitán de Colombia, á los que no se han tomado el fatigoso trabajo de escudriñar el pasado.
No soy de los que ciegamente se inclinan ante el dios Éxito. Días más, dias menos; con más ó menos sacrificios; con Bolívar ó sin Bolívar; con los colombianos ó sin ellos, la Independencia del Perú era un hecho que tenía que realizarse de una manera fatal, irremediable. Las repúblicas que, por solo la circunstancia de no haber sido el centro del poder colonial, tuvieron la fortuna de independizarse antes que el Perú, no se veían seguras mientras la monarquía tuviese un baluarte en América, y por su propia salvación estaban interesadas en auxiliarnos. El Perú fué agradecido, y ha pagado con usura servicios que perdieron mucho de su mérito desde que se nos echaron en cara.
Con mi folleto sobre Monteagudo he a¿quirido la triste convicción de que no se puede escribir, entre nosotros, sobre Historia contemporánea. Para hablar de hombres públicos, hay que esperar, como para la canonización de los siervos de Dios, á que transcurra siquiera un siglo. No siempre tiene uno la fortuna de encontrar adversarios que, como el señor Paz-Soldán, se respeten á sí propios y sepan respetar al escritor, no sacando la polémica del campo de las apreciaciones y documentos históricos. Yo creía que prestaba un servicio al país con este género de estudios, y veo que me he equivocado. He tenido que ser blanco de las iras del respetable doctor Mariátegui, la susceptibilidad filial del señor Unanue me amenazó con un proceso, y á guisa de bouquet ó de paloma en los árboles de fuego, me ha festejado un señor P. S. con los más pulcros epítetos que encontró en su diccionario. Dejo á este caballero en libertad para continuar la tarea, seguro de mi silencio.
Lima, Junio 14 de 1878.
- ↑ Toda la noche, hasta el amanecer del 31, se alternó el suspenderlo en el aire de la muñeca de la mano y darle azotes hasta desmayarlo. Manuscrito existente en la Biblioteca.
- ↑ Afortunadamente, después de la destrucción de la Biblioteca de Lima en 1881, este manuscrito ha sido uno de los pocos recobrados en 1883. El caballero que lo ha devuelto á la Biblioteca, lo rescató del poder de un soldado chileno. Faltan algunas páginas del final.
- ↑ Pérez Soto.