Revista del Jardín Zoológico de Buenos Ayres/Tomo I/Notas biológicas (II)
El "Chancho jabalí" ó Porco do Matto, ó Quexada branca, como lo llaman los brasileros, es muy abundante en la region boscosa de las Misiones, del Paraguay, y de la Provincia brasilera de Rio Grande del Sur, como lo es tambien en todos los bosques sub-tropicales y tropicales de la América Austral. Animal de vida nómada, se reune en grandes bandadas (ó piaras, que guía un macho viejo) y que recorren extensiones enormes, dejando tras de sí, como huella de su paso desvastador, un destrozo considerable en las tierras por donde pasan, las que aran con su hocico inquieto, á fin de extraer las raíces que les sirven de alimento.
Bosque ó plantaciones, para ellos es lo mismo; la cuestion es comer, y de dia ó de noche, al son de sus gruñidos, persisten en su obra de destruccion.
En su marcha, hacen un ruido especial, algo como un traqueteo; pero dada la densidad de los bosques, que apaga los sonidos, no se percibe sinó de corta distancia.
Nada les detiene en su avance. Para ellos no hay dificultades: monte, bañados, arroyos y aun ríos, son atravesados caminando ó nadando.
La direccion de la marcha la lleva siempre el macho viejo, que vá de puntero, y todos los demás lo siguen inconscientemente; pero á veces tambien se equivoca, y, á lo mejor, se mete dentro de algun pueblo, como sucedió ahora pocos años, una tarde de Viérnes Santo, en el de San Pedro del Paraná ó Bobí, situado en el Paraguay (al Sur) á pocas leguas del Rio Tebicuary.
Aquello fué un espectáculo original, porque, sin darse cuenta, la poblacion se vió de pronto invadida por aquella horda animal que se metia por todas partes, en la Iglesia, las casas, la plaza, bajo los corredores, lo que permitió, á pesar de lo solemne del dia, que los habitantes, echando á un lado los escrúpulos religiosos, se lanzaran, llenos de entusiasmo, que en guaraní expresan con gritos y carcajadas, al más desenfrenado sport cinegético, que dió por resultado una matanza horrible, comparable sólo á una San Barthelemy porcina.
El chancho que nos ocupa es más ó menos de un metro de largo y unos cuarenta centímetros de alto, aumentándose estas dimensiones en los individuos viejos.
Sobre el lomo tiene una glándula que exhala, cuando el animal se irrita, un fuerte olor nauseabundo, casi insoportable, á lo que llaman por allí la catinga, de modo que los cazadores, al matar uno de estos chanchos, procuran extraerle ante todo la glándula, para que no comunique su olor á la carne.
He tenido ocasion de observar domesticado, varias veces, este chancho, que algunos obrajeros curiosos, al agarrarlos pequeños, crian despues. Mas era de verlos cuando se encontraban con los perros de la casa. Allí eran los gruñidos y disparadas cortas, que se sucedían interminables, siendo animal testarudo, pues siempre volvía sobre sus pasos, con las cerdas del lomo erizadas y lanzando su perfume horrible, que desde lejos percibíamos. Esto sucedía cuando lo dejaban suelto y salía á caminar; por lo demás, se dejaba atar á un poste por medio de una cuerda que la dueña de la casa le pasaba al rededor del pescuezo, sin oponer resistencia alguna.
Algunos, más curiosos aún, han tratado de cruzar este chancho con el doméstico, pero sin resultados, pues, en vez de manifestarse en ellos síntomas de amor sexual, formidables peleas eran las que se armaban, y daban por resultado heridas más ó menos graves de parte á parte, correspondiéndole la peor al doméstico.
Siendo los bosques de Misiones relativamente pobres de mamíferos, muy diseminados y generalmente bien escondidos y protegidos por la espesura, como ser el Venado (Cervus campestris) la otra especie de Chancho (Dycotiles torquatus) llamado Tateto, el Anta ó Tapir (Tapirus americanus) el Acutí (Dasyprocta Azaræ) y la Paca (Cœlogenys paca) y sobre la costa de los rios algunos Carpinchos (Hydrochœrus Capybara) es natural que nuestro Tigre (Felis onca) no desperdicie la ocasion que le presentan los "chanchos jabalíes" para regalarse á menudo de carne fresca y abundante, de modo que, detrás de cada piara, siempre van uno ó mas tigres siguiéndola, aprovechando la ocasion de que alguno, sobre todo de los mas nuevos, quede cortado de la bandada, para darle su mortífero zarpazo, agarrarlo en la boca y desaparecer despues, en dos saltos, entre la maraña sin fin, hasta llegar bajo alguna mata de tupido tacuarembó y gozarse tranquilo de las dulzuras de un buen apetito satisfecho.
Pero, como nada queda impune en esta vida, y tanto va el cántaro al agua que al fin se rompe, al Tigre le llega tambien su día, en el que á su vez suele ser víctima de los chanchos, debido á su arrojo y demasiada confianza en sí mismo.
Conozco muchos hechos acaecidos, en la region que me ocupa, de muertes de Tigres por los Chanchos, pero uno de los más interesantes, es el siguiente, que me fué referido por el Señor Don Patricio Gamon, respetable vecino del Alto Paraná, persona que me merece entera fé, y á quien debo numerosos datos interesantes.
El Señor Gamon ha sido, y es aún, á pesar de sus años, un gran aficionado á la caza mayor, sobre todo de tigres, y tiene fama de poseer perros superiores para este objeto.
Al ir á una de sus acostumbradas cacerías, acompañado con un amigo, despues de haber cruzado un gran trecho de campo, salpicado de grandes tacurús, y al entrar al monte que lo rodeaba, para largar los perros, á fin de que dieran con algún rastro de caza mayor, se detuvieron al oir un gran tropel que cerca de ellos se percibía.
El tropel les era por demás conocido para que no tomaran sus precauciones: eran los Tayazú (nombre que dan en guaraní á los Chanchos jabalíes).
Los perros fueron atados y escondidos dentro del monte (bosque), y ellos, á su vez, volviendo á la orilla, treparon, con sus armas preparadas, sobre un árbol, para comenzar la matanza, con comodidad y sin peligro.
La piara, al compás de su fuerte pisoteo y de un inmenso coro de gruñidos, en todos los tonos, segun la edad y sexo de los ejecutantes, salió del monte, y entró en el campo, abriéndose sus filas, y aumentando de extension, gracias á la holgura que este le ofrecía.
Ya nuestros cazadores apuntaban á los últimos, cuando una nueva aparicion les hizo bajar las armas.
Detrás de la piara, un bulto amarillo caminaba cautelosamente, aprovechando, para ocultar su cuerpo, todos los pequeños reparos que el campo le ofrecía.
Era un Tigre, y de los grandes.
El feroz carnicero deseaba carne fresca, y con su andar felino, casi arrastrando el vientre, la cabeza tendida, la mirada fija hácia adelante, avanzaba bastante ligero relativamente, escondiéndose, ya detrás de un tacurú, ya de una mata de espartillo, mientras los chanchos continuaban su pesado trote, gruñendo siempre.
El espectáculo era por demás interesante para que los cazadores lo echaran á perder disparando sus armas.
La piara se diseminaba cada vez más en aquella vasta campiña rodeada de bosques, buscando cada uno alguna raíz, y otros, obligados por los tacurúes, se desparramaban por todos lados.
Ya casi en medio del abra, el Tigre aprovechó la ocasion que le presentaba un rezagado, é irguiéndose de golpe de su posicion encogida, describió una curva por el aire, cayendo rápido como un rayo sobre él, al que derribó de un formidable zarpazo.
La víctima dió un grito agudo, que fué contestado con un inmenso gruñido de rabia por los demás, los que, á su vez, como flechas, volviendo caras, se precipitaron, haciendo castañetear los dientes, sobre el Tigre, que, comprendiendo el peligro que corría, saltó presuroso sobre un tacurú, á fin de ponerse en salvo de los terribles colmillos de los chanchos.
Rodearon éstos el tacurú en masas compactas, con las cerdas del lomo erizadas, y despidiendo, llenos de ira, su fétida catinga, mientras castañeteaban los colmillos; sus piés golpeaban furiosos el duro suelo, y un gruñir inmenso se elevaba cual un coro de su conjunto irritado.
La situacion era tremenda. El Tigre no descansaba; bien asegurado en el tacurú, con la boca abierta, la piel de su rostro arrugada, dejando escapar su bramido horripilante, daba zarpazos á diestra y siniestra, derribando á los mas cercanos.
Las víctimas se sucedían, pero el asalto continuaba, y lejos de acobardar á los otros, los gritos de muerte de los que caían servían de estímulo á los demás, que continuaban con pertinacia su sitio vengativo.
Y el Tigre, acosado por todos lados, redoblaba su furor, y su brazo formidable no descansaba.
El tacurú era mas bien bajo, lo que hizo, en medio de la lucha, que, olvidándose el Tigre de levantar la cola, los Chanchos se prendieran de ella, y haciéndole perder el equilibrio á tirones, fuera derribado.
El Tigre desapareció aplastado por los Chanchos y sólo denotaban su presencia los espantosos bramidos que el dolor le arrancaba.
Un rato despues, la piara, con su trote acostumbrado, continuaba su marcha interrumpida, abandonando aquel campo de desigual combate; y cuando los últimos se internaron en el monte, nuestros cazadores, emocionados aún por la escena que acababan de presenciar, bajaron de su observatorio, dirigiéndose al teatro de la lucha.
Al rededor del tacurú yacían diez y ocho chanchos muertos, víctimas de los zarpazos del Tigre, y éste, á su vez, se hallaba tendido en medio de un grupo de cadáveres, horriblemente mutilado, con la boca abierta, y las facciones contraídas por el sufrimiento, nadando en un charco de sangre, con los intestinos de fuera, y presentando innumerables dentelladas, ó mas bien desgarraduras producidas por los filosos colmillos de los chanchos.
Los cazadores cargaron las presas que pudieron, avisando á los vecinos inmediatos, los que vinieron á proveerse de esta caza tan cómoda y gratuita.
En cuanto al Tigre, fué imposible sacarle el cuero, por hallarse destrozado al punto de no servir, según su expresion, ni para hacer un bocoy.[1]
El Chancho jabalí es una providencia como recurso de alimentacion en los montes.
Los indios de todas las tribus lo cazan con placer y los montaraces hacen otro tanto.
La importancia que le reconocen es tal, que hasta existen leyendas especiales, tanto de unos como de otros, destinadas á impedir su destruccion total, como puede reconocerlo el lector que tenga conocimiento de lo que hemos publicado anteriormente bajo el título de Materiales para el Folk-lore misionero, Leyenda del Caá-pora, n. II, Entrega V de esta Revista, Tomo I.
El Chancho jabalí tiene varios nombres, según las tribus. En guaraní llámase Tayazú, nombre que le dan tambien los indios Caingüá, pronunciando Tayachú.
Los Tupís Caingángue ó Coroados que habitan la Sierra de Misiones, en San Pedro, lo llaman Krun, y los mismos indios, en la Provincia del Paraná (Brasil) Krengue; los Tupís Ingáin, que habitan el Alto Paraná, diez leguas al Norte de Tacurú Pucú, en el Iuitorocai, lo denominan Cré.
Los indios lo cazan á flecha, y, sobre todo los Caingüá, usan especialmente, para este animal, la flecha de punta de madera dura y lisa, sin dientes, porque dicen que el Chancho, al correr, pierde la flecha, dejando la herida abierta, por la que se desangra bien y así la carne es mejor.
Generalmente, al salir á una cacería, estos indios se reunen en el Tapuí (Rancho) del cacique, y, antes de marchar, forman en una línea, mientras el cacique, al frente de ellos, agarrándose con ambas manos las orejas por el lóbulo, empieza á cantar y á bailar solo, de un modo pausado, y en un tono plañidero, pidiéndole á Tupá (Dios) que les haga encontrar muchos Chanchos jabalíes para que puedan darles de comer á sus familias, porque ellos son buenos y tienen muchos hijos.
Además, el rancho del cacique, según tuve ocasion de observar, tierra adentro de Tacurú Pucú, se distingue de los demás, porque, delante de la puerta, y un poco retirado, como á seis metros, sobre un palo horizontal sostenido por dos horcones, á dos metros del suelo, colocan á caballo de éste las mandíbulas inferiores de los chanchos que cazan.
Este hecho no lo he observado en ningún otro rancho, á pesar de haber visto en todos, colgados en las paredes, huesos diversos, como talismanes para ser felices en las cacerías.
El Chancho jabalí es nadador, aunque no muy rápido, y cuando en su marcha se le presenta un rio como el Alto Paraná, por ejemplo, que en algunas canchas, arriba de Posadas, tiene una gran anchura, no encuentran inconveniente en echarse al agua, para cruzar al otro lado.
Muchas veces, ya sea canoas ó vaporcitos, se encuentran con piaras pasando el rio y entónces el sport es distinto: algunos se meten entre la piara y matan á machetazos, por el placer de matar solamente, y otros proceden del siguiente modo:
Tratan de cortar una punta de chanchos, la que rodean, para que no se desparrame, y con una canoa se acercan á los animales que agarran de las patas de atrás y levantan de modo que la cabeza quede sumergida, y el chancho se ahogue, y entónces lo embarcan.
A un conocido obrajero, amigo mio, don Pedro Labat, le sucedió un caso muy curioso, que pudo costarle caro.
Ya tenía ahogados varios chanchos en la canoa y se dirigía á su vaporcito, cuando uno de ellos, un macho grande, que no lo estaba del todo, se levantó delante de él, en el extremo opuesto, haciendo castañetear sus dientes. La situacion era por demas crítica; pero, felizmente, como había tomado mucha agua y estaba asonsado, no se le ocurrió atropellarlo, pudiendo llegar su propietario de ese modo nada agradable, hasta el vapor, en donde su presa fué muerta. Al día siguiente comentábamos el hecho abordo del mismo vapor, mientras saboreábamos unas costillas del causante del susto.
La carne de este animal es bastante sabrosa y nutritiva, á pesar de que algunas personas le encuentran un tufo especial, que no es extraño posea, como todas las carnes, incluso la de vaca, el cual no notamos, porque estamos habituados á ella; pero otros lo notan.
Un yerbatero me refería que, habiendo estado en los yerbales, como dos años seguidos, alimentándose solamente con carne de los animales que cazaba: chanchos jabalíes, antas, cuando bajó á Posadas y le sirvieron en el hotel puchero de vaca, no pudo comerlo, por encontrarle un tufo de leche que le repugnaba.
Durante los meses de Abril y Mayo, los Chanchos jabalíes cargan mucho sobre la Cordillera de Misiones, en donde se hallan los inmensos pinares (Araucaria brasiliensis), época en que estas Coníferas dan sus frutas ó piñas, las que, maduras, caen, siendo muy apreciadas, no sólo por los Chanchos jabalíes, sino tambien por todos los demas animales, proporcionando, al mismo tiempo, á los indios Caingangue, un gran alimento.
En esa época, estos indios hacen grandes cacerías de chanchos, rodeando las piaras hombres y mujeres escondidos, que, para asonsarlos, imitan todos el ladrido de los perros, de modo que esos animales, en su pertinacia feroz, en vez de huir, se quedan en ese punto esperando la aparicion de los perros, mientras los indios aprovechan el tiempo para lanzar sobre ellos una lluvia de flechas.
- ↑ Pequeña bolsa de cuero de 20 á 25 centímetros de ancho, por 30 de largo, y que llevan los montaraces colgada del lado izquierdo, donde cargan sus avios.