Revolución moral 2
Nunca acabaremos de comprender la perseverancia con que en nuestra perturbada sociedad, por efecto de tendencias avasalladoras, se mantiene el imperio de la injusticia. No parece sino que el órden social debe traducirse por guerra, según el encarnizarmiento con que el hombre lucha con sus semejantes, desarrollando con imponente monstruosidad la ley del mas fuerte.
Un hecho reciente, nacido ai calor de las ideas revolucionarias que hoy dominan, viene á ser elocuente, testimonio de esa triste verdad.
Quizá no haya un pais en toda Europa donde mas olvidada se encuentre la mujer, ni mas indiferente sea su porvenir, que España. Aquí la mujer tiene por todo destino el matrimonio. No hay para ella carrera, ocupación, arte, oficio ni empleo de su inteligencia. La que no obtiene, como un favor de la suerte, la conquista de un marido, languidece en la soledad y consume el resto de su existencia en el ocio de forzado celibato.
Sabido es que ni aun para ese único destino, el matrimonio, se preocupa la sociedad de preparar convenientemente á la mujer que un día será esposa y madre, y se verá obligada á seguir únicamente las inspiraciones de su corazón para cumplir convenientemente esos altísimos deberes. Sabido es también con cuanto rigor censura la sociedad á la que á ellos falta, no obstante no haber fortalecido su espíritu con los beneficios de una educación conveniente y adecuada. Es una injusticia.
Hay un sin número de trabajos en la sociedad que la mujer es capaz de desempeñar, porque son compatibles con la natural debilidad de sus fuerzas, y porque á la vez no perjudican á esa atmósfera de pudor que debe rodear á una jóven como uno de los mas delicados atractivos de su sexo. Y el hombre, con su soberanía y poder, no tiene por conveniente darle participación en esos trabajos, esplotándolos egoísta para su exclusivo beneficio.
En el Comercio: ¿A quien no causa grima ver á un robusto mancebo, rebosando vigor y energía, detrás de un mostrador entregado á la afeminada ocupación de enseñar tules y sedas á damas, elogiar el mérito del dibujo, ponderar la calidad del tejido, y ostentar una locuacidad empalagosa, para sacar partido de la fascinación y vender á buen precio la delicada mercancía?
Frecuente es en otros países, así como muy raro en el nuestro, ver los escritorios de casas particulares y de fábricas y establecimientos, poblados de hermosas jóvenes encargadas de la contabilidad, la administración la correspondencia y el giro.
Las ciencias médicas, señaladamente las que se refieren, á las enfermedades de mujeres y niños, las vemos en el estranjero felizmente desempeñadas por estudiosas jóvenes; lo cual lleva la ventaja de que sin detrimento del pudor puedan ser depositarías de la confianza de sus clientes, que en mas de una ocasión ocultarían á un hombre esos padecimientos y pequeñas molestias inherentes á la condición de su sexo, y cuya confesión es violenta.
Hay otras ocupaciones burocráticas, en telégrafos, en correos y otros ramos, muy al alcance de la mujer; y la experiencia, no en España, acredita que sabe esta desempeñarlas con la inteligencia y perfección que el hombre.
En las artes: campo inmenso, que la mujer cultiva con,fruto, son la música, la pintura, el grabado, el dibujo y litografía. El que estas líneas traza se honra con la amistad de una excelente madre de familia, que con su esposo é hijos acaba de trasladarse desde Andalucía á esta capital, y es una especialidad en fotografía. De su estudio han salido obras las mas perfectas, tanto en retratos como en soberbias reproducciones de los mas célebres cuadros: y sin temor de equivocarnos, sin apasionamiento ni parcialidad, podemos asegurar que los trabajos de esta distinguida artista no temen la competencia con ninguno, sin excepción, de los renombrados fotógrafos conocidos en Madrid. Desearíamos que nuestra digna paisana se decidiese á abrir su gabinete al inteligente público de esta villa, cuyo favor se conquistaría muy luego; aun cuando hoy deploramos que sus propósitos no sean los de entregarse al arte, para justificar plenamente nuestra opinión.
Hasta en el arte de imprenta; aquí mismo hemos visto, á imitación de otros pueblos, un periódico de literatura hecho por jóvenes durante algunos meses, en que se hizo por vía de ensayo el aprendizaje de algunas niñas que habrían llegado á ser cajistas perfectos.
Por desgracia, que lealmente lamentamos, vemos que aquí las ocupaciones á que ordinariamente se dedica la mujer del pueblo, y aun algunas de la clase media, apenas le rinden un jornal mezquino con que pueda atender á las indispensables necesidades de su persona. ¿Qué representa el jornal de una costurera, de una guantera? Hay algunas otras labores de aguja con las que una pobre mujer, á pesar de un trabajo asiduo difícilmente obtiene cuatro ó cinco reales al cabo del día; en tanto que el hombre, en cualquiera de las ocupaciones que tiene usurpadas á la mujer duplica y triplica el precio del jornal; sin que por eso entremos á discutir sobre la cuestión magna de la relación entre el trabajo y su recompensa.
De las precedentes reflexiones se desprende la injusticia de que el ser débil mujer es victima, bajo la despótica opresión en que la tiene el otro ser fuerte hombre.
Y si una prueba más se necesitase para evidenciar esta verdad, muy reciente tenemos un hecho con que la actual revolución acaba de patentizarnos hasta la exageración el uso y el abuso que de su fuerza hace el hombre en contra del sexo débil. Hablamos de la exclaustración de monjas; sin ánimo de apreciar consideraciones de carácter puramente político, estrañas de todo punto á la índole de esta publicación.
No está en nuestro propósito hacer una calurosa defensa de la vida del claustro, cuya época creemos pasó ya; pero sí vemos que la sociedad lia sido demasiado severa al expulsar de sus modestos asilos á unas pobres mujeres, que á nadie perjudicaban, ni eran obstáculo al planteamiento y desarrollo de las libertades conquistadas por la revolución.
Acaso muchas de ellas buscaron en el recogimiento de la vida conventual un asilo contra la miseria, un albergue contra las persecuciones mundanas, ya que se diera de barato que no las guiase una decidida vocación. Pero esa sociedad que tan en olvido tiene la condición y la suerte de la mujer ¿con qué derecho puede entrañar verla entregarse á la práctica de actos religiosos que, si en algún caso van exagerados por el fanatismo, tienen la disculpa de ese mismo olvido? ¿Puede desconocerse que el corazón de la mujer necesita amar? ¿Y puede estrañarse que cuando ese amor no encuentre objeto digno en el mundo real, ó se ve desdeñado y no comprendido, se eleve en brazos del sentimiento religioso en busca de un objeto ideal, fantástico, espiritual, á consagrarle todo el sentimiento espansivo que no halló entre sus semejantes?
No censuramos las razones de conveniencia política que hayan inspirado la medida de exclaustrar á las monjas ; pero creemos que la sociedad estaba también obligada á proporcionar ocupación, trabajo y sustento á ésa clase, en el hecho de apartarla del sendero que por su voluntad había emprendido; porque estamos persuadidos de que la revolución que se limita á destruir, y no avanza a crear en sustitución y ventaja de lo que destruye, ni es revolución ni progreso social; es sencillamente anarquía, y nos resistimos á creer que aquí haya partidos políticos cuyo ideal pueda ser la anarquía, concediendo a todos rectitud de miras en bien ae la nación.
Es evidente; cuando la sociedad penetra en la índole de una institución para modificarla, no puede limitarse á destruir, para lo cual no se necesita sabiduría; sino que tiene el deber de buscar nueva ocupación á la actividad individual cuya modificación acomete: esto es lógico y justo. En buen hora que altas consideraciones de Estado hayan aconsejado esa medida de exclaustración; respetémoslas; pero las mas superficiales nociones de equidad y de justicia exigen compensaciones legítimas á los intereses vulnerados por la determinación de apartar de su destino á esas mujeres entregadas á la vida contemplativa.
El hecho es, que en este acontecimiento, aisladamente considerado, vemos la continuación de las injusticias á que la sociedad actual, un tanto engreída con los adelantos de nuestra civilización, somete á la mujer.
Nosotros, sin embargo, creemos que en el órden mora tiene mucho camino que andar todavía nuestra civilización; no somos obstinados en negarle su legítima influencia en el bienestar social; esto seria negarse á conocer la evidencia. Lo que únicamente desearíamos, es, que para que sea en realidad reparadora, realzase á la mujer hasta el grado que la corresponde; que cuidase mas de su educación; que le abriese el camino del trabajo y de la recompensa. Obrar de otro modo, hacer lo que hasta aquí se ha hecho, es desconocer la significación y la influencia que sobre el corazón del hombre ejerce la esposa, la madre. Y en este caso preciso es nacer ver á la sociedad que no todos los esclavos están en las Antillas ni son gentes de color; que el primer esclavo á quien necesita redimir es esa dulce mitad del genero humano.
C. Brunet.