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Rinconete y Cortadillo (1883)

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época

RINCONETE Y CORTADILLO.



En la venta del Molinillo, que está puesta en los fines de los famosos campos de Alcudia, como vamos de Castilla á la Andalucía, un dia de los calorosos del verano se halla ron en ella acaso dos muchachos de hasta edad de catorce á quince años el uno, y el otro no pasaba de diez y siete: ambos de buena gracia, pero muy descosidos, rotos y maltratados; capa no la tenian, los calzones eran de lienzo, y las medias de carne; bien es verdad que lo enmendaban los zapatos, porque los del uno eran alpargates tan traidos como llevados, y los del otro picados y sin suelas, de manera que mas le servian de cormas, que de zapatos: traia el uno montera verde de cazador, el otro un sombrero sin toquilla, bajo de copa y ancho de falda: á la espalda, y ceñida por los pechos traia uno una camisa de color de camuza, encerrada y recogida toda en una manga: el otro venia escueto y sin alforjas, puesto que en el seno se le parecia un gran bulto, que á lo que despues pareció, era un cuello de los que llaman valonas almidonadas, almidonado con grasa, y tan deshilado de roto, que todo parecia hilachas: venian en él envueltos y guardados unos naipes de figura ovada, porque de ejercitarlos, se les habian gastado las puntas, y porque durasen mas, se las cercenaron y los dejaron de aquel talle: estaban los dos quemados del sol, las uñas caireladas, y las manos no muy limpias: el uno tenia una media espada, y el otro un cuchillo de cachas amarillas, que los suelen llamar vaqueros: saliéronse los dos á sestear en un portal ó cobertizo que delante de la venta se hace, y sentándose frontero el uno del otro, el que parecia de mas edad dijo al mas pequeño: ¿De qué tierra es vuesa merced, señor gentilhombre, y para dónde bueno camina? Mi tierra, señor caballero, respondió el preguntado, no la sé, ni para dónde camino tampoco. Pues en verdad, dijo el mayor, que no parece vuesa merced del cielo, y que este no es lugar para hacer su asiento en él, que por fuerza se ha de pasar adelante. Así es, respondió el mediano; pero yo he dicho verdad en lo que he dicho, porque mi tierra no es mia, pues no tengo en ella mas de un padre que no me tiene por hijo, y una madrastra que me trata como alnado: el camino que llevo es á la ventura, y allí le daria fin donde hallase quien me diese lo necesario para pasar esta miserable vida. Y ¿sabe vuesa merced algun oficio? preguntó el grande; y el menor respondió: No sé otro sino que corro como una liebre, y salto como un gamo, y corto de tijera muy delicadamente. Todo eso es muy bueno, útil y provechoso, dijo el grande, porque habrá sacristan que le dé á vuesa merced la ofrenda de Todos Santos, porque para el Juéves Santo le corte florones de papel para el monumento. No es mi corte desa manera, respondió el menor, sino que mi padre por la misericordia del cielo es sastre y calcetero, y me enseñó á cortar antiparas, que como vuesa merced bien sabe, son medias calzas con avanpiés, que por su propio nombre se suelen llamar polainas; y córtolas tan bien, que en verdad que me podria examinar de maestro, si no que la corta suerte me tiene arrinconado. Todo eso y mas acontece por los buenos, respondió el grande, y siempre he oido decir que las buenas habilidades son las mas perdidas, pero aun edad tiene vuesa merced para enmendar su ventura: mas si yo no me engaño y el ojo no me miente, otras gracias tiene vuesa merced secretas, y no las quiere manifestar. Sí tengo, respondió el pequeño; pero no son para en público, como vuesa merced ha muy bien apuntado. A lo cual replicó el grande: Pues yo le sé decir que soy uno de los mas secretos mozos que en grande parte se pueden hallar; y para obligar vuesa merced que descubra su pecho y descanse conmigo, le quiero obligar con descubrirle el mio primero, porque imagino que no sin misterio nos ha juntado aquí la suerte, y pienso que habemos de ser, deste hasta el último dia de nuestra vida, verdaderos amigos. Yo, señor hidalgo, soy natural de la Fuenfrida, lugar conocido y famoso por los ilustres pasajeros que por él de contino pasan: mi nombre es Pedro del Rincon, mi padre es persona de calidad, porque es ministro de la Santa Cruzada, quiero decir, que es bulero ó buldero, como los llama el vulgo: algunos dias le acompañé en el oficio, y le aprendí de manera, que no daria ventaja en echar las bulas al que mas presumiese en ello; pero habiéndome un dia aficionado mas al dinero de las bulas, que á las mismas bulas, me abracé con un talego, y di conmigo y con él en Madrid, donde con las comodidades que allí de ordinario se ofrecen, en pocos dias saqué las entrañas al talego, y le dejé con mas dobleces que pañizuelo de desposado: vino el que tenia á cargo el dinero tras mí, prendiéronme, tuve poco favor, aunque viendo aquellos señores mi poca edad se contentaron con que me arrimasen al aldabilla, y me mosqueasen las espaldas por un rato, y con que saliese desterrado por cuatro años de la corte: tuve paciencia, encogí los hombros, sufrí la tanda y mosqueo, y salí á cumplir mi destierro con tanta priesa, que no tuve lugar de buscar cabalgaduras: tomé de mis alhajas las que pude y las que me parecieron mas necesarias, y entre ellas saqué estos naipes (y á este tiempo descubrió los que se han dicho, que en el cuello traia), con los cuales he ganado mi vida por los mesones y ventas que hay desde Madrid aquí, jugando á la veintiuna; y aunque vuesa merced los ve tan astrosos y maltratados, usan de una maravillosa virtud con quien los entiende, que no alzará que no quede un as debajo, y si vuesa merced es versado en este juego, verá cuánta ventaja lleva el que sabe que tiene cierto un as á la primera carta, que le puede servir de un punto y de once; que con esta ventaja, siendo la veintiuna envidada, el dinero se queda en casa: fuera desto aprendí de un cocinero de un embajador ciertas tretas de quínolas y del parar, á quien tambien llaman el andaboba; que así como vuesa merced se puede examinar en la corte de sus antiparas, así puedo yo ser maestro en la ciencia villanesca: con esto voy seguro de no morir de hambre, porque aunque llegue á un cortijo, hay quien quiera pasar tiempo jugando un rato, y desto hemos de hacer luego la esperiencia los dos: armemos la red, y veamos si cae algun pájaro destos arrieros que aquí hay, quiero decir, que juguemos los dos á la veintiuna como si fuese de veras, que si alguno quisiere ser tercero, él será el primero que deje la pecunia. Sea en buen hora, dijo el otro, y en merced muy grande tengo la que vuesa merced me ha hecho en darme cuenta de su vida, con que me ha obligado á que yo no le encubra la mia, que diciéndola mas breve, es esta: Yo nací en el Pedroso, lugar puesto entre Salamanca y Medina del Campo: mi padre es sastre, enseñóme su oficio, y de corte de tijera con mi buen ingenio salté á cortar bolsas: enfadóme la vida estrecha de la aldea y el desamorado trato de mi madrastra: dejé mi pueblo, vine á Toledo á ejercitar mi oficio, y en él he hecho maravillas; porque no pende relicario de toca, ni hay faldriquera tan escondida, que mis dedos no visiten, ni mis tijeras no corten, aunque le estén guardando con los ojos de Argos: y en cuatro meses que estuve en aquella ciudad, nunca fuí cogido entre puertas, ni sobresaltado ni corrido de corchetes, ni soplado de ningun cañuto; bien es verdad que habrá ocho dias que una espía doble dié noticia de mi habilidad al corregidor, el cual aficionado mis buenas partes quisiera verme; mas yo que por ser humilde no quiero tratar con personas tan graves, procuré de no verme con él, y así salí de la ciudad con tanta priesa, que no tuve lugar de acomodarme de cabalgaduras, ni blancas, ni de algun coche de retorno, ó por lo menos de un carro. Eso se borre, dijo Rincon, y pues ya nos conocemos, no hay para qué aquesas grandezas ni altiveces: confesemos llanamente que no tenemos blanca ni aun zapatos. Sea así, respondió Diego Cortado (que así dijo el menor que se llamaba), y pues nuestra amistad, como vuesa merced, señor Rincon, ha dicho, ha de ser perpetua, comencémosla con santas y loables ceremonias; y levantándose Diego Cortado abrazó á Rincon, y Rincon á él tierna y estrechamente, y luego se pusieron los dos á jugar á la veintiuna con los ya referidos naipes, limpios de polvo y de paja, mas no de grasa y malicia: pocas manos alzaba tan bien por el as Cortado, como Rincon su maestro. Salió en esto un arriero á refrescarse al portal, y pidió que queria hacer tercio acogiéronle de buena gana, y en ménos de media hora le ganaron doce reales y veinte y dos maravedises, que fué darle doce lanzadas y veinte y dos mil pesadumbres: y creyendo el arriero que por ser muchachos no se lo defenderian, quiso quitarles el dinero; mas ellos poniendo el uno mano á su media espada, y el otro al de las cachas amaillas, le dieron tanto que hacer, que á no salir sus compañeros, sin duda lo pasara harto mal. A esta sazon pasaron acaso por el camino una tropa de caminantes á caballo, que iban á sestear à la venta del Alcalde, que está media legua mas adelante, los cuales viendo la pendencia del arriero con los dos muchachos, los apaciguaron y les dijeron que si acaso iban á Sevilla que se viniesen con ellos. Allá vamos, dijo Rincon, y serviremos á vuesas mercedes en todo cuanto nos mandaren: y sin mas detenerse saltaron delante de las mulas, y se fueron con ellos, dejando al arriero agraviado y enojado, y á la ventera admirada de la buena crianza de los pícaros, que les habia estado oyendo su plática, sin que ellos advirtiesen en ello; y cuando dijo al arriero que les habia oido decir que los naipes que traian eran falsos, se pelaba las barbas, y queria ir á la venta tras ellos á cobrar su hacienda, porque decia que era grandísima afrenta y caso de ménos valer, que dos muchachos hubiesen engañado á un hombrazo tan grande como él: sus compañeros le detuvieron y aconsejaron que no fuese, siquiera por no publicar su inhabilidad y simpleza. En fin tales razones le dijeron, que aunque no le consolaron, le obligaron á quedarse.

En esto Cortado y Rincon se dieron tan buena maña en servir á los caminantes, que lo mas del camino los llevaban á las ancas; y aunque se les ofrecian algunas ocasiones de tentar las balijas de sus medios amos, no las admitieron por no perder la ocasion tan buena del viaje de Sevilla, donde ellos tenian grande deseo de verse: con todo esto á la entrada de la ciudad, que fué á la oracion y por la puerta de la Aduana á causa del registro y almojarifazgo que se paga, no se pudo contener Cortado de no cortar la balija ó maleta que á las ancas traia un frances de la camarada, y así con el de sus cachas le dió tan larga y profunda herida, que se parecian patentemente las entrañas, y sutilmente le sacó dos camisas buenas, un reloj de sol, y un libro de memoria, cosas que cuando las vieron, no les dieron mucho gusto; y pensando que pues el frances llevaba á las ancas aquella maleta, no la habia de haber ocupado con tan poco peso como era el que tenian aquellas preseas, quisieran volver á darle otro tiento; pero no lo hicieron, imaginando que ya lo habrian echado ménos, y puesto en recaudo lo que quedaba. Habíanse despedido ántes que el salto hiciesen, de los que hasta allí los habian sustentado; y otro dia vendieron las camisas en el malbaratillo que se hace fuera de la puerta del Arenal, y dellas hicieron veinte reales. Hecho esto se fueron á ver la ciudad, y admiróles la grandeza y suntuosidad de su mayor iglesia, el gran concurso de gente del rio, porque era en tiempo de cargazon de flota, y habia en él seis galeras, cuya vista les hizo suspirar y aun temer el dia que sus culpas les habian de traer á morar en ellas de por vida: echaron de ver los muchos muchachos de la esportilla que por allí andaban; informáronse de uno dellos qué oficio era aquel, y si era de mucho trabajo y de qué ganancia. Un muchacho asturiano, que fué á quien hicieron la pregunta, respondió que el cficio era descansado, y de que no se pagaba alcabala, y que algunos dias salia con cinco y con seis reales de ganancia, con que comia y bebia, y triunfaba como cuerpo de rey, libre de buscar amo á quien dar fianzas, y seguro de comer á la hora que quisiese, pues á todas lo hallaba en el mas mínimo bodegon de toda la ciudad, en la cual habia tantos y tan buenos. No les pareció mal á los dos amigos la relacion del asturianillo, ni les descontentó el oficio, por parecerles que venia como de molde para poder usar el suyo con cubierta y seguridad, por la comodidad que ofrecia de entrar en todas las casas; y luego determinaron de comprar los instrumentos necesarios para usalle, pues lo podian usar sin exámen: y preguntándole al asturiano qué habian de comprar, les respondió que sendos costales pequeños, limpios, ó nuevos, y cada uno tres espuertas de palma, dos grandes y una pequeña, en las cuales se repartia la carne, pescado y fruta, en el costal el pan, y él les guió donde lo vendian, y ellos del dinero de la galima del frances lo compraron todo; y dentro de dos horas pudieran estar graduados en el nuevo oficio segun les ensayaban las esportillas, y asentaban los costales; avisóles su adalid de los puestos donde habian de acudir: por las mañanas á la carnicería y á la plaza de San Salvador, los dias de pescado á la Pescadería y á la Costanilla, todas las tardes al rio, los juéves á la feria.

Toda esta leccion tomaron bien de memoria, y otro dia. bien de mañana se plantaron en la plaza de San Salvador, y apénas hubieron llegado, cuando los rodearon otros mozos del oficio, que por lo flamante de los costales y espuertas vieron ser nuevos en la plaza; hiciéronles mil preguntas, y á todas respondian con discrecion y mesura: en esto llegaron un medio estudiante y un soldado, y convidados de la limpieza de las espuertas de los dos novatos, el que parecia. estudiante llamó á Cortado, y el soldado á Rincon. En nombre sea de Dios, dijeron ambos. Para bien se comience el oficio, dijo Rincon, que vuesa merced me estrena, señor mio.. A lo cual respondió el soldado: la estrena no será mala, porque estoy de ganancia, y soy enamorado, y tengo de hacer hoy banquete á unas amigas de mi señora. Pues cargue vuesa merced á su gusto, que ánimo tengo y fuerzas para llevarme toda esta plaza, y aun si fuere menester que ayude á guisallo, lo haré de muy buena voluntad. Contentóse el soldado de la buena gracia del mozo, y díjole que si queria servir, que él le sacaria de aquel abatido oficio: á lo cual respondió Rincon que por ser aquel el dia primero que le usaba, no le queria dejar tan presto hasta ver á lo ménos lo que tenia de malo ó bueno; y cuando no le contentase, él daba su palabra de servirle á él, y ántes que á un canónigo: rióse el soldado, cargóle muy bien, mostróle la casa de su dama para que la supiese de allí adelante, y él no tuviese necesidad, cuando otra vez le enviase, de acompañarle. Rincon prometió fidelidad y buen trato: dióle el soldado tres cuartos, y en un vuelo volvió á la plaza por no perder coyuntura; porque tambien desta diligencia les advirtió el asturiano, y de que cuando llevasen pescado menudo, conviene á saber, albures, ó sardinas, ó acedías, bien podian tomar algunas, y hacerlas la salva, siquiera para el gasto de aquel dia; pero que esto habia de ser con toda sagacidad y advertimiento, porque no se perdiese el crédito, que era lo que mas importaba en aquel ejercicio. Por presto que volvió Rincon, ya halló en el mismo puesto á Cortado. Llegóse Cortado á Rincon, y preguntóle que cómo le habia ido. Rincon abrió la mano, y mostróle los tres cuartos. Cortado entró la suya en el seno, y sacó una bolsilla que mostraba haber sido de ámbar en los pasados tiempos; venia algo hinchada, y dijo: Con esta me pagó su reverencia del estudiante y con dos cuartos mas; tomadla vos, Rincon, por lo que puede suceder: y habiéndosela ya dado secretamente, veis aquí de vuelve el estudiante trasudando y turbado de muerte, y viendo á Cortado le dijo si acaso habia visto una bolsa de tales y tales señas, que con quince escudos de oro en oro, y con tres reales de á dos, y tantos maravedís en cuartos y en ochavos le faltaba, y que le dijese si la habia tomado en el entre tanto que con él habia andado comprando. A lo cual con estraño disimulo, sin alterarse ni mudarse en nada, respondió Cortado: Lo que yo sabré decir desa bolsa es que no debe de estar perdida, si ya no es que vuesa merced la puso á mal recaudo. Eso es ello, pecador de mí, respondió el estudiante, que la debí de poner á mal recaudo, pues me la hurtaron. Lo mismo digo yo, dijo Cortado: pero para todo hay remedio, si no es para la muerte, y el que vuesa merced podrá tomar es lo primero y principal tener paciencia, que de ménos nos hizo Dios, y un dia viene tras otro dia, y donde las dan las toman, y podria ser que con el tiempo que llevó la bolsa se viniese á arrepentir, y se la volviese á vuestra merced sahumada. El sahumerio le perdonaríamos, respondió el estudiante, y Cortado prosiguió diciendo: Cuanto mas que cartas de descomunion hay paulinas, y buena diligencia, que es madre de la buenaventura, aunque á la verdad no quisiera yo ser el llevador de la bolsa, porque si es que vuesa merced tiene alguna órden sacra, parecermeia á mí que habia cometido algun grande incesto ó sacrilegio. Y ¿cómo que ha cometido sacrilegio? dijo á esto adolorido el estudiante; que puesto caso que yo no soy sacerdote sino sacristan de unas monjas, el dinero de la bolsa era del tercio de una capellanía que me dió á cobrar un sacerdote amigo mio, y es dinero sagrado y bendito. Con su pan se lo coma, dijo Rincon á este punto, no le arriendo la ganancia, dia de juicio hay donde todo saldrá, como dicen, en la colada, y entonces se verá quién fué Callejas, y el atrevido que se atrevió á tomar, hurtar y menoscabar el tercio de la capellanía: y ¿cuánto renta cada año, dígame, señor sacristan, por su vida? Renta la puta que me parió; y ¡estoy yo agora para decir lo que renta! respondió el sacristan con algun tanto de demasiada cólera: decidme, hermano, si sabeis algo, sino quedad con Dios, que yo la quiero hacer pregonar. No me parece mal remedio ese, dijo Cortado, pero advierta vuesa merced no se le olviden las señas de la bolsa, ni la cantidad puntualmente del dinero que va en ella, que si yerra en un ardite, no parecerá en dias del mundo, y esto le doy por hado. No hay que temer deso, respondió el sacristan, que lo tengo mas en la memoria que el tocar de las campanas: no me erraré en un átomo; sacó en esto de la faldriquera un pañuelo randado para limpiarse el sudor que llovia de su rostro como de alquitara; y apénas le hubo visto Cortado, cuando le marcó por suyo: y habiéndose ido el sacristan, Cortado le siguió y le alcanzó en las gradas, donde le llamó y le retiró á una parte, y allí le comenzó á decir tantos disparates al modo de le que llaman bernardinas, cerca del hurto y hallazgo de su bolsa, dándole buenas esperanzas, sin concluir jamas razon que comenzase, que el pobre sacristan estaba embelesado escuchándole; y como no acababa de entender lo que le decia, hacia que le repitiese la razon dos y tres veces. Estábale mirando Cortado á la cara atentamente, y no quitaba los ojos de sus ojos: el sacristan le miraba de la misma manera, estando colgado de sus palabras: este tan grande embelesamiento dió lugar á Cortado que concluyese su obra, y sutilmente le sacó el pañuelo de la faldriquera, y despidiéndose dél, le dijo que á la tarde procurase de verle en aquel mismo lugar, porque él traia entre ojos que un muchacho de su mismo oficio y de su mismo tamaño, que era algo ladroncillo, le había tomado la bolsa, y que él se obligaba á saberlo dentro de pocos é de muchos dias. Con esto se consoló algo el sacristan, y se despidió de Cortado, el cual se vino donde estaba Rincon, que todo lo habia visto un poco apartado dél, y mas abajo estaba otro mozo de la esportilla que vió todo lo que habia pasado, y cómo Cortado daba el pañuelo á Rincon; y llegándose á ellos les dijo: Díganme, señores galanes, ¿voacedes son de mala entrada, ó no? No entendemos esa razon, señor galan, respondió Rincon. ¿Qué, no entrevan, señores murcios? respondió el otro. No somos de Teba ni de Murcia, dijo Cortado; si otra cosa quiere, dígala; si no, váyase con Dios. ¿No lo entienden? dijo el mozo, pues yo se lo daré á entender y á beber con una cuchara de plata: quiero decir, señores ¿si son vuesas mercedes ladrones? mas no sé para qué les pregunto esto, pues sé ya que lo son; mas díganme, ¿cómo no han ido á la aduana del señor Mompodio? ¿Págase en esta tierra almojarifazgo de ladrones, señor galan? dijo Rincon. Si no se paga, respondió el mozo, á lo ménos regístranse ante el señor Mompodio, que es su padre, su maestro y su amparo; y así les aconsejo que vengan conmigo á darle la obediencia, ó si no no se atrevan á hurtar sin su señal, que les costará caro. Yo pensé, dijo Cortado, que el hurtar era oficio libre, horro de pecho y alcabala, y que si se paga es por junto, dando por fadores á la garganta y á las espaldas; pero pues así es, y en cada tierra hay su uso, guardemos nosotros el desta, que por ser la mas principal del mundo, será el mas acertado de todo él; y así puede vuesa merced guiarnos donde está ese caballero que dice, que ya yo tengo barruntos, segun lo que he oido decir, que es muy calificado y generoso, y ademas hábil en el oficio. Y ¿cómo que es calificado, hábil y suficiente? respondió el mozo: eslo tanto, que en cuatro años que ha que tiene el cargo de ser nuestro mayor y padre, no han padecido sino cuatro en el finibusterre, y obra de treinta embesados, de sesenta y dos en gurapas. En verdad, señor, dijo Rincon, que así entendemos esos nombres como volar. Comencemos á andar, que yo los iré declarando por el camino, respondió el mozo, con otros algunos que así les conviene saberlos como el pan de la boca: y así les fué diciendo y declarando otros nombres, de los que ellos llaman germanescos ó de la germania, en el discurso de su plática, que no fué corta, porque el camino era largo, en el cual dijo Rincon á su guia: ¿Es vuesa merced por ventura ladron? Sí, respondió él, para servir á Dios y á la buena gente, aunque no de los muy cursados, que todavía estoy en el año del noviciado. A lo cual respondió Cortado: Cosa nueva es para mí, que haya ladrones en el mundo para servir á Dios y la buena gente. A lo cual respondió el mozo: Señor, yo no me meto en teologías; lo que sé es que cada uno en su oficio puede alabar á Dios, y mas con la órden que tiene dada Mompodio á todos sus ahijados. Sin duda, dijo Rincon, debe de ser buena y santa, pues hace que los ladrones sirvan á Dios. Es tan santa y buena, replicó el mozo, que no sé yo si se podrá mejorar en nuestro arte. El tiene ordenado que de lo que hurtáremos demos alguna cosa ó limosna para el aceite de la lámpara de una imágen muy devota que está en esta ciudad, y en verdad que hemos visto grandes cosas por esta buena obra; porque los dias pasados dieron tres ansias á un cuatrero que habia murciado dos roznos, y con estar flaco y cuartanario, así los sufrió sin cantar, como si fueran nada; y esto atribuimos los del arte á su buena devocion, porque sus fuerzas no eran bastantes para sufrir el primer desconcierto del verdugo: y porque sé que me han de preguntar algunos vocablos de los que he dicho, quiero curarme en salud y decírselo antes que me lo pregunten: sepan voacedes que cuatrero es ladron de bestias: ansia es el tormento: roznos los asnos, hablando con perdon: primer desconcierto es las primeras vueltas de cordel que da el verdugo: tenemos mas, que rezamos nuestro rosario repartido en toda la semana, y algunos de nosotros no hurtamos el dia del viérnes, ni tenemos conversacion con mujer que se llame María, el dia del sábado. De perlas me parece todo eso, dijo Cortado; pero dígame vuesa merced, ¿hácese otra restitucion, ó otra penitencia mas de la dicha? En esto de restituir no hay que hablar, respondió el mozo, porque es cosa imposible por las muchas partes en que se divide lo hurtado, llevando cada uno de los ministros y contrayentes la suya, y así el primer hurtador no puede restituir nada; cuanto mas, que no hay quien nos mande hacer esta diligencia á causa que nunca nos confesamos, y si sacan cartas de descomunion, jamas llegan á nuestra noticia, porque jamas vamos á la iglesia al tiempo que se leen, sino es los dias de jubileo, por la ganancia que nos ofrece el concurso de la mucha gente. ¿Y con solo eso que hacen, dicen esos señores, dijo Cortado, que su vida es santa y buena? Pues ¿qué tiene de mala? replicó el mozo: ¿no es peor ser hereje, renegado, ó matar á su padre y madre, ó ser solomico? Sodomita querrá decir vuesa merced, respondió Rincon. Eso digo, dijo el mozo. Todo es malo, replicó Cortado; pero pues nuestra suerte ha querido que entremos en esta cofradía, vuesa merced alargue el paso, que muero por verme con el señor Mompodio, de quien tantas virtudes se cuentan. Presto se les cumplirá su deseo, dijo el mozo, que ya desde aquí se descubre su casa: vuesas mercedes se queden á la puerta, que yo entraré á ver si está desocupado, porque estas son las horas cuando él suele dar audiencia. En buena sea, dijo Rincon; y adelantándose un poco el mozo, entró en una casa no muy buena, sino de muy mala apariencia; y los dos se quedaron esperando á la puerta: él salió luego y los llamó, y ellos entraron, y su guia les mandó esperar en un pequeño patio ladrillado que de puro limpio y aljofifado parecia que vertia carmin de lo mas fino: al un lado estaba un banco de tres piés, y al otro un cántaro desbocado, con un jarrillo encima no ménos falto que el cántaro: á otra parte estaba una estera de enea, y en el medio un tiesto, que en Sevilla llaman maceta de albahaca. Miraban los mozos atentamente las alhajas de la casa, en tanto que bajaba el señor Mompodio, y viendo que tardaba, se atrevió Rincon á entrar, en una sala baja de dos pequeñas que en el patio estaban, y vió en ella dos espadas de esgrima y dos broqueles de corcho pendientes de cuatro clavos, y una arca grande sin tapa ni cosa que la cubriese, y otras tres esteras de enea tendidas por el suelo: en la pared frontera estaba pegada á la pared una imágen de nuestra Señora, destas de mala estampa, y mas abajo pendia una esportilla de palma, y encajada en la pared una almofia blanca, por de coligió Rincon que la esportilla servia de cepo para limosna, y la almofia de tener agua bendita; y así era la verdad. Estando en esto entraron en la casa dos mozos de hasta veinte años cada uno, vestidos de estudiantes, y de allí á poco dos de la esportilla y un ciego, y sin hablar palabra ninguna, se comenzaron á pasear por el patio: no tardó mucho cuando entraron dos viejos de bayeta con antojos que los hacian graves y dignos de ser respetados, con sendos rosarios de sonadoras cuentas en las manos: tras ellos entró una vieja halduda, y sin decir nada se fué á la sala, y habiendo tomado agua bendita con grandísima devocion, se puso de rodillas ante la imágen, y al cabo de una buena pieza, habiendo primero besado tres veces el suelo, y levantado los brazos y los ojos al cielo otras tantas, se levantó y echó su limosna en la esportilla, y se salió con los demas al patio. En resolucion, en poco espacio se juntaron en el patio hasta catorce personas de diferentes trajes y oficios: llegaron tambien de los postreros dos bravos y bizarros mozos, de bigotes largos, sombreros de grande falda, cuellos á la valona, medias de color, ligas de gran balumba, espadas de mas de marca, sendos pistoletes cada uno en lugar de dagas, y sus broqueles pendientes de la pretina: los cuales así como entraron, pusieron los ojos al traves en Rincon y Cortado á modo de que los estrañaban y no conocian, y llegándose á ellos les preguntaron si eran de la cofradía. Rincon respondió que sí, y muy servidores de sus mercedes.

Llegóse en esto la sazon y punto en que bajó el señor Mompodio, tan esperado como bien visto de toda aquella virtuosa compañía: parecia de edad de cuarenta y cinco á cuarenta seis años, alto de cuerpo, moreno de rostro, cejijunto, barbinegro y muy espeso, los ojos hundidos: venia en camisa, y por la abertura de delante descubria un bosque, tanto era el vello que tenia en el pecho: traia cubierta una capa de bayeta casi hasta los piés, en los cuales traia unos zapatos enchancletados; cubríanle las piernas unos zaragüelles de lienzo anchos y largos hasta los tobillos, el sombrero era de los de la ampa, campanudo de copa y tendido de falda; atravesábale un tahalí por espalda y pechos, á de colgaba una espada ancha y corta, á modo de las del perrillo; las manos eran cortas y pelosas, los dedos gordos, y las uñas hembras y remachadas; las piernas no se le parecian, pero los piés eran descomunales de anchos y juanetudos. En efecto, él representaba el mas rústico y disforme bárbaro del mundo. Bajó con él la guia de los dos, y trabándoles de las manos, los presentó ante Mompodio, diciéndole: Estos son los dos buenos mancebos que á vuesa merced dije, mi señor Mompodio; vuesa merced los desamine y verá cómo son dignos de entrar en nuestra congregacion. Eso haré yo de muy buena gana, respondió Mompodio. Olvidábaseme de decir que así como Mompodio bajó, al punto todos los que aguardándole estaban, le hicieron una profunda y larga reverencia, escepto los dos bravos, que á medio mogate, como entre ellos se dice, le quitaron los capelos, y luego volvieron á su paseo. Por una parte del patio y por la otra se paseaba Mompodio, el cual preguntó á los nuevos el ejercicio, la patria y padres. A lo cual Rincon respondió: El ejercicio ya está dicho, pues venimos ante vuesa merced; la patria no me parece de mucha importancia decirla, ni los padres tampoco, pues no se ha de hacer informacion para recebir algun hábito honroso. A lo cual respondió Mompodio: Vos, hijo mio, estáis en lo cierto, y es cosa muy acertada encubrir eso que decís, porque si la suerte no corriere como debe, no es bien que quede asentado debajo de signo de escribano ni en el libro de las entradas: fulano, hijo de fulano, vecino de tal parte, tal dia le ahorcaron, ó le azotaron, ó otra cosa semejante, que por lo ménos suena mal á los buenos oidos; y así torno á decir que es provechoso documento callar la patria, encubrir los padres y mudar los propios nombres; aunque para entre nosotros no ha de haber nada encubierto, y solo ahora quiero saber los nombres de los dos. Rincon dijo el suyo, y Cortado tambien. Pues de aquí adelante, respondió Mompodio, quiero y es mi voluntad que vos, Rincon, os llameis Rinconete, y vos, Cortado, Cortadillo, que son nombres que asientan como de molde á vuestra edad y á nuestras ordenanzas, debajo de las cuales cae tener necesidad de saber el nombre de los padres de nuestros cofrades, porque tenemos de costumbre de hacer decir cada año ciertas misas por las ánimas de nuestros difuntos y bienhechores, sacando el estupendo para la limosna de quien las dice, de alguna parte de lo que se garbea; y estas tales misas, así dichas como pagadas, dicen que aprovechan á las tales ánimas por via de naufragio: y caen debajo de nuestros bienhechores el procurador que nos defiende, el guro que nos avisa, el verdugo que nos tiene lástima, el que cuando alguno de nosotros va huyendo por la calle, y detras le van dando voces: al ladron, al ladron, deténganle, deténganle, uno se pone en medio, y se opone al raudal de los que le siguen, diciendo: déjenle al cuitado, que harta mala ventura lleva, allá se lo haya, castíguele su pecado; son tambien bienhechoras nuestras las socorridas, que de su sudor nos socorren así en la trena como en las guras; y tambien lo son nuestros padres y madres que nos echan al mundo, y el escribano que si anda de buena, no hay delito que sea culpa, ni culpa á quien se dé mucha pena; y por todos estos que he dicho, hace nuestra hermandad cada año su adversario con la mayor popa y soledad que podemos. Por cierto, dijo Rinconete (ya confirmado con este nombre) que es obra digna del altísimo y profundísimo ingenio que hemos oido decir que vuesa merced, señor Mompodio, tiene; pero nuestros padres aun gozan de la vida; si en ella les alcanzáremos, daremos luego noticia á esta felicísima y abonada confraternidad para que por sus almas se les haga ese naufragio ó tormenta, ó ese adversario que vuesa merced dice, con la solenidad y pompa acostumbrada; si ya no es que se hace con popa y soledad, como tambien apuntó vuesa merced en sus razones. Así se hará, ó no quedará de mi pedazo, replicó Mompodio; y llamando á la guia, le dijo: Ven acá, Ganchuelo, ¿están puestas las postas? Sí, dijo la guia, que Ganchuelo era su nombre, tres centinelas quedan avizorando, y no hay que temer que nos cojan de sobresalto. Volviendo pues á nuestro propósito, dijo Mompodio, querria saber, hijos, lo que sabeis, para daros el oficio y ejercicio conforme á vuestra inclinacion y habilidad. Yo, respondió Rinconete, sé un poquito de floreo de villano; entiéndeseme el reten: tengo buena vista para el humillo; juego bien de la sola, de las cuatro y de las ocho; no se me va por piés el raspadillo, berrugueta y el colmillo; éntrome por la boca de lobo como por mi casa, y atreveríame á hacer un tercio de chanza mejor que un tercio de Nápoles, y á dar un astillazo al mas pintado, mejor que dos reales prestados. Principios son, dijo Mompodio; pero todas esas son flores de cantueso, viejas y tan usadas, que no hay principiante que no las sepa, y solo sirven para alguno que sea tan blanco que se deje matar de media noche abajo; pero andará el tiempo, y vernos hemos, que asentando sobre ese fundamento media docena de liciones, yo espero en Dios que habeis de salir oficial famoso, y aun quizá maestro. Todo se hará para servir á vuesa merced y á los señores cofrades, respondió Rinconete. Y vos, Cortadillo, ¿qué sabeis? preguntó Mompodio. Yo, respondió Cortadillo, sé la treta que dicen mete dos saca cinco, y sé dar tiento una faldriquera con mucha puntualidad y destreza. ¿Sabeis mas? dijo Mompodio. No, por mis grandes pecados, respondió Cortadillo. No os aflijais, hijo, replicó Mompodio, que á puerto y á escuela habeis llegado, donde ni os anegaréis, ni dejaréis de salir muy bien aprovechado en todo aquello que mas os conviniere; y en esto del ánimo, ¿cómo os va, hijos? ¿Cómo nos ha de ir, respondió Rinconete, sino muy bien? ánimo tenemos para acometer cualquiera empresa de las que tocaren á nuestro arte y ejercicio. Está bien, replicó Mompodio; pero querria vo que tambien le tuviésedes para sufrir si fuese menester media docena de ansias, sin desplegar los labios, y sin decir esta boca es mia. Ya sabemos aquí, dijo Cortadillo, señor Mompodio, qué quiere decir ansias, y para todo tenemos ánimos, porque no somos tan ignorantes, que no se nos alcance que lo que dice la lengua paga la gorja, y harta merced le hace el cielo al hombre atrevido, por no darle otro título, que le deja en su lengua su vida ó su muerte, como si tuviese mas letras un no que un sí. Alto, no es menester mas, dijo á esta sazon Mompodio: digo que sola esta razon me convence, me obliga, me persuade y me fuerza á que desde luego asenteis por cofrades mayores, y que se os sobrelleve el año del noviciado. Yo soy dese parecer, dijo uno de los bravos, y á una voz lo confirmaron todos los presentes, que toda la plática habian estado escuchando, y pidieron á Mompodio que desde luego les concediese y permitiese gozar de las inmunidades de su cofradía, porque su presencia agradable y su buena plática lo merecia todo: él respondió que por dallos contento á todos desde aquel punto se las concedia, advirtiéndoles que las estimasen en mucho, porque era no pagar media anata del primer hurto que hiciesen; no hacer oficios menores en todo aquel año, conviene á saber, no llevar recaudo de ningun hermano mayor á la cárcel ni á la casa de parte de sus contribuyentes; piar el turco puro; hacer banquete cuando, como y adonde quisieren, sin pedir licencia á su mayoral; entrar á la parte desde luego con lo que entrujasen los ermanos mayores, como uno dellos, y otras cosas que ellos tuvieron por merced señaladísima, y los demas con palabras muy comedidas las agradecieron mucho. Estando en esto, entró un muchacho corriendo y desalentado, y dijo: El alguacil de los vagamundos viene encaminado á esta casa; pero no trae consigo gurullada. Nadie se alborote, dijo Mompodio, que es amigo, y nunca viene por nuestro daño: sosiéguense, que yo le saldré á hablar. Todos se sosegaron, que ya estaban algo sobresaltados, y Mompodio salió á la puerta, donde halló al alguacil, con el cual estuvo hablando un rato, y luego volvió á entrar Mompodio, y preguntó:¿A quién le cupo hoy la plaza de San Salvador? á mí, dijo el de la guia. Pues ¿cómo, dijo Mompodio, no se me ha manifestado una bolsilla de ámbar, que esta mañana en aquel mismo paraje dió al traste con quince escudos de oro y dos reales de á dos, y no sé cuántos cuartos? Verdad es, dijo la guia, que hoy faltó esa bolsa; pero yo no la he tomado, ni puedo imaginar quién la tomase. No hay levas conmigo, replicó Mompodio, la bolsa ha de parecer, porque la pide el alguacil, que es amigo, y nos hace mil placeres al año: tornó á jurar el mozo que no sabia della: comenzóse á encolerizar Mompodio de manera, que parecia que fuego vivo lanzaba por los ojos, diciendo: Nadie se burle con quebrantar la mas mínima cosa de nuestra órden, que le costará la vida: manifiéstese la cica, y si se encubre por no pagar los derechos, yo le daré enteramente lo que le toca, y pondré lo demas de mi casa, porque en todas maneras ha de ir contento el alguacil: tornó de nuevo á jurar el mozo, y á maldecirse, diciendo que él no habia tomado tal bolsa, ni vístola de sus ojos: todo lo cual fué poner mas fuego á la cólera de Mompodio, y dar ocasion á que toda la junta se alborotase, viendo que se rompian sus estatutos y buenas ordenanzas. Viendo Rinconete pues tanta disension y alboroto, parecióle que seria bien sosegalle y dar contento á su mayor, que reventaba de rabia, y aconsejándose con su amigo Cortadillo, con parecer de entrambos sacó la bolsa del sacristan, y dijo: Cese toda cuestion, mis señores, que esta es la bolsa, sin faltarle nada de lo que el alguacil manifiesta, que hoy mi camarada Cortadillo le dió alcance con un pañuelo que al mismo dueño se le quitó por añadidura: luego sacó Cortadillo el pañizuelo y lo puso de manifiesto. Viendo lo cual Mompodio, dijo: Cortadillo el bueno (que con este título y renombre ha de quedar de aquí adelante) se quede con el pañuelo, y á mi cuenta se queda la satisfaccion deste servicio, y la bolsa se ha de llevar el alguacil, que es de un sacristan pariente suyo, y conviene que se cumpla aquel refran que dice: no es mucho que á quien te da la gallina entera, tú dés una pierna della; mas disimula este buen alguacil en un dia, que nosotros le podemos ni solemos dar en ciento. De comun consentimiento aprobaron todos la hidalguía de los dos modernos, y la sentencia y parecer de su mayoral, el cual salió á dar la bolsa al alguacil, y Cortadillo se quedó confirmado con el renombre de bueno, bien como si fuera D. Alonzo Perez de Guzman el Bueno, que arrojó el cuchillo por los muros de Tarifa para degollar á su único hijo.

Al volver que volvió Mompodio, entraron con él dos mozas, afeitados los rostros, llenos de color los labios y de albayalde los pechos, cubiertas con medios mantos de anascote, llenas de desenfado y desvergüenza: señales claras por donde en viéndolas Rinconete y Cortadillo conocieron que eran de la casa llana, y no se engañaron en nada; y así como entraron se fueron con los brazos abiertos la una á Chiquiznaque y la otra á Maniferro, que estos eran los nombres de los dos bravos; y el de Maniferro era porque traia una mano de hierro en lugar de otra que le habian cortado por justicia: ellos las abrazaron con grande regocijo, y les preguntaron si traian algo con que mojar la canal maestra. Pues ¿habia de faltar, diestro mio? respondió la una, que se llamaba la Gananciosa: no tardará mucho á venir Silbatillo tu trainel con la canasta de colar atestada de lo que Dios ha sido servido; y así fué verdad, porque al instante entró un muchacho con una canasta de colar cubierta con una sábana. Alegráronse todos con la entrada de Silbato, y al momento mandó sacar Mompodio una de las esteras de enea que estaban en el aposento, y tenderla en medio del patio; y ordenó asimismo que todos se sentasen á la redonda; porque en eortando la cólera se trataria de lo que mas conviniese. A esto dijo la vieja que habia rezado á la imágen: Hijo Mompodio, yo no estoy para fiestas, porque tengo un vaguido de cabeza dos dias ha que me trae loca, y mas, que antes que sea mediodía tengo de ir á cumplir mis devociones, y poner mis candelicas á nuestra Señora de las Aguas, y al santo Crucifijo de santo Agustin, que no lo dejaria de hacer, si nevase y ventiscase: lo que he venido es que anoche el Renegado y Centopiés llevaron á mi casa una canasta de colar algo mayor que la presente, llena de ropa blanca, y en Dios y en mi ánima que venia con su cernada y todo, que los pobretes no debieron de tener lugar de quitalla, y venian sudando la gota tan gorda, que era una compasion verlos entrar jadeando y corriendo agua de sus rostros, que parecian unos angelicos: dijéronme que iban en seguimiento de un ganadero que habia pesado ciertos carneros en la carnicería, por ver si le podian dar un tiento en un grandísimo gato de reales que llevaba: no desembanastaron ni contaron la ropa, fiados en la entereza de mi conciencia, y así me cumpla Dios mis buenos deseos y nos libre á todos de poder de justicia, que no he tocado la canasta, y que se está tan entera como cuando nació. Todo se le cree, señora madre, respondió Mompodio, y estése así la canasta, que yo iré allá á boca de sorna, y haré cala y cata de lo que tiene, y daré á cada uno lo que le tocare, bien y fielmente, como tengo de costumbre. Sea como vos lo ordenáredes, hijo, respondió la vieja, y porque se me hace tarde, dadme un traguillo si teneis, para consolar este estómago, que tan desmayado anda de contino. Y ¿qué tal lo beberéis, madre mia? dijo á esta sazon la Escalanta, que así se llamaba la compañera de la Gananciosa: y descubriendo la canasta, se manifestó una bota á modo de cuero, con hasta dos arrobas de vino, y un corcho que podria caber sosegadamente y sin apremio hasta una azumbre, y llevándole la Escalanta, se le puso en las manos á la devotísima vieja, la cual tomándole con ambas manos, y habiéndole soplado un poco de espuma, dijo: Mucho echaste, hija Escalanta, pero Dios dará fuerzas para todo; y aplicándosele á los labios, de un tiron y sin tomar aliento lo trasegó del corcho al estómago, y acabó diciendo: De Guadalcanal es, y aun tiene un es no es de yeso el señorico; Dios te consuele, hija, que así me has consolado, sino que temo que me ha de hacer mal, porque no me he desayunado: no hará, madre, respondió Mompodio, porque es trasañejo. Así lo espero yo en la Vírgen, respondió la vieja, y añadió: mirad, niñas, si teneis acaso algun cuarto para comprar las candelicas de mi devocion, porque con la priesa y gana que tenia de venir á traer las nuevas de la canasta, se me olvidó en casa la escarcela. Yo sí tengo, señora Pipota, que este era el nombre de la buena vieja, respondió la Gananciosa, tome, ahí le doy dos cuartos; del uno le ruego que compre una para mí, y se la ponga al señor S. Miguel, y si puede comprar dos, ponga la otra al señor S. Blas, que son mis abogados: quisiera que pusiera otra á la señora Sta. Lucía (que por lo de los ojos tambien la tengo devocion), pero no tengo trocado, mas otro dia habrá donde se cumpla con todo. Muy bien harás, hija, y mira no seas miserable, que es de mucha importancia llevar la persona las candelas delante de sí ántes que se muera, y no aguardar á que las pongan los herederos ó albaceas. Bien dice la madre Pipota, dijo la Escalanta, y echando mano á la bolsa, le dió otro cuarto, y le encargó que pusiese otras dos candelicas á los santos que á ella le pareciesen que eran de los mas aprovechados y agradecidos. Con esto se fué la Pipota, diciéndoles: Holgáos, hijos, ahora que teneis tiempo; que vendrá la vejez y lloraréis en ella los ratos que perdisteis en la mocedad como yo los lloro, y encomendadme á Dios en vuestras oraciones, que yo voy á hacer lo mismo por mí y por vosotros, porque él nos libre y conserve en nuestro trato peligroso, sin sobresaltos de justicia; y con esto se fué. Ida la vieja, se sentaron todos al rededor de la estera, y la Gananciosa tendió la sábana por manteles; y lo primero que sacó de la cesta fué un gran haz de rábanos y hasta dos docenas de naranjas y limones, y luego una cazuela grande llena de tajadas de bacallao frito: manifestó luego medio queso de Flándes, y una olla de famosas aceitunas, y un plato de camarones, y gran cantidad de cangrejos con su llamativo de alcaparrones ahogados en pimientos, y tres hogazas blanquísimas de Gandul: serian los del almuerzo hasta catorce, y ninguno dellos dejó de sacar su cuchillo de cachas amarillas, si no fué Rinconete, que sacó su media espada; á los dos viejos de bayeta y á la guia tocó el escanciar con el corcho de colmena. Mas apénas habian comenzado á dar asalto á las naranjas, cuando les dió á todos gran sobresalto los golpes que dieron á la puerta: mandóles Mompodio que se sosegasen, y entrando en la sala baja, y descolgando un broquel, puesto mano á la espada, llegó á la puerta, y con voz hueca y espantosa preguntó: ¿Quién llama? Respondieron de fuera: Yo soy, que no es nadie, señor Mompodio: Tagarote soy, centinela desta mañana, y vengo á decir que viene aquí Juliana la Cariharta, toda desgreñada y llorosa, que parece haberle sucedido algun desastre. En esto llegó la que decia, sollozando, y sintiéndola Mompodio, abrió la puerta, y mandó á Tagarote que se volviese á su posta, y que de allí adelante avisase lo que viese, con ménos estruendo y ruido: él dijo que así lo haria. Entró la Cariharta, que era una moza del jaez de las otras y del mismo oficio: venia descabellada, y la cara llena de tolondrones, y así como entró en el patio, se cayó en el suelo desmayada: acudieron á socorrerla la Gananciosa y la Escalanta, y desabrochándole el pecho, la hallaron toda denegrida y como magullada. Echáronle agua en el rostro, y ella volvió en sí diciendo á voces: La justicia de Dios y del rey venga sobre aquel ladron desuellacaras, sobre aquel cobarde bajamanero, sobre aquel pícaro lendroso, que le he quitado mas veces de la horca que tiene pelos en las barbas: desdichada de mí, mirad por quién he perdido y gastado mi mocedad y la flor de mis años, sino por un bellaco desalmado, facinoroso é incorregible. Sosiégate, Cariharta, dijo á esta sazon Mompodio, que aquí estoy yo que te haré justicia; cuéntanos tu agravio, que mas estarás tú en contarle que yo en hacerte vengada; díme si has habido algo con tu respeto; que si así es, y quieres venganza, no has menester mas que boquear. ¿Qué respeto? respondió Juliana: respetada me vea yo en los infiernos, si mas lo fuere de aquel leon con las ovejas, y cordero con los hombres: ¿con aquel habia yo de comer mas pan á manteles, ni yacer en uno? primero me vea yo comida de adivas estas carnes, que me ha parado de la manera que ahora veréis; y alzándose al instante las faldas hasta la rodilla y aun un poco mas, las descubrió llenas de cardenales: desta manera, prosiguió, me ha parado aquel ingrato del Repolido, debiéndome mas que á la madre que le parió: y ¿por qué pensais que lo ha hecho? montas que le di yo ocasion para ello: no por cierto, no lo hizo mas sino porque estando jugando y perdiendo, me envió á pedir con Cabrillas, su trainel, treinta reales, y no le envié mas de veinte y cuatro, que el trabajo y afan con que yo los habia ganado, ruego yo a los cielos que vaya en descuento de mis pecados; y en pago desta cortesía y buena obra, creyendo él que yo le sisaba algo de la cuenta que él allá en su imaginacion habia hecho de lo que yo podria tener, esta mañana me sacó al campo detras de la huerta del Rey, y allí entre unos olivares me desnudó, y con la pretina, sin escusar ni recoger los hierros, que en malos grillos y hierros le vea yo, me dió tantos azotes, que me dejó por muerta: de la cual verdadera historia son buenos testigos estos cardenales que mirais: aquí tornó á levantar las voces, aquí volvió á pedir justicia, y aquí se la prometió de nuevo Mompodio y todos los bravos que allí estaban. La Gananciosa tomó la mano á consolalla, diciéndole que ella diera de muy buena gana una de las mejores preseas que tenia, porque le hubiera pasado otro tanto con su querido; porque quiero, dijo, que sepas, hermana Cariharta, si no lo sabes, que á lo que se quiere bien se castiga, y cuando estos bellacones nos dan, y azotan y acocean, entonces nos adoran; si no, confiésame una verdad por tu vida: despues que te hubo Repolido castigado y brumado, ¿no te hizo alguna caricia? ¿Cómo una? respondió la llorosa, cien mil me hizo, y diera él un dedo de la mano porque me fuera con él á su posada, y aun me parece que casi se le saltaron las lágrimas de los ojos despues de haberme molido. No hay dudar en eso, replicó la Gananciosa, y lloraria él de pena de ver cuál te habia puesto, que en estos tales hombres y en tales casos no han cometido la culpa, cuando les viene el arrepentimiento: y tú verás, hermana, si no viene á buscarte antes que de aquí nos vamos, y á pedirte perdon de todo lo pasado, rindiéndosete como un cordero. En verdad, respondió Mompodio, que no ha de entrar por estas puertas el cobarde embesado, si primero no hace una manifiesta penitencia del cometido delito: ¿las manos habia él de ser osado ponerlas en el rostro de la Cariharta ni en sus carnes, siendo persona que puede competir en limpieza y ganancia con la misma Gananciosa que está delante, que no lo puedo mas encarecer? ¡Ay! dijo á esta sazon la Juliana, no diga vuesa merced, señor Mompodio, mal de aquel maldito, que con cuan malo es, le quiero mas que á las telas de mi corazon, y hanme vuelto el alma al cuerpo las razones que en su abono ha dicho mi amiga la Gananciosa, y en verdad que estoy por ir á buscarle. Eso no harás tú por mi consejo, replicó la Gananciosa, porque se estenderá y ensanchará, y hará tretas en tí como en cuerpo muerto. Sosiégate, hermana, que ántes de mucho le verás venir tan arrepentido como he dicho, y si no viniere, escribirémosle un papel en coplas que le amargue. Eso sí, dijo la Cariharta, que tengo mil cosas que escribirle. Yo seré el secretario cuando sea menester, dijo Mompodio; y aunque no soy nada poeta, todavía, si el hombre se arremanga, se atreverá á hacer dos millares de coplas en daca las pajas, y cuando no salieren como deben, yo tengo un barbero amigo, gran poeta, que nos henchirá las medidas á todas horas, y en la de agora acabemos lo que teníamos comenzado del almuerzo, que despues todo se andará. Fué contenta la Juliana de obedecer á su mayor, y así todos volvieron á su gaudeamus, y en poco espacio vieron el fondo de la canasta y las heces del cuero: los viejos bebieron sine fine, los mozos adunia, las señoras los quiries: los viejos pidieron licencia para irse, diósela luego Mompodio, encargándoles viniesen á dar noticia con toda puntualidad de todo aquello que viesen ser útil y conveniente á la comunidad: respondieron que ellos se lo tenian bien en cuidado, y fuéronse. Rinconete, que de suyo era curioso, pidiendo primero perdon y licencia, preguntó á Mompodio que ¿de qué servian en la cofradía dos personajes tan canos, tan graves y apersonados? á lo cual respondió Mompodio que aquellos en su germanía y manera de hablar se llamaban abispones, y que servian de andar de dia por toda la ciudad, abispando en qué casa se podia dar tiento de noche, y en seguir los que sacaban dinero de la Contratacion ó casa de la moneda, para ver dónde lo llevaban, y aun dónde lo ponian; y en sabiéndolo, tanteaban la groseza del muro de la tal casa, y deseñaban el lugar mas conveniente para hacer los guzpataros (que son agujeros) para facilitar la entrada: en resolucion dijo que era la gente de mas ó de tanto provecho que habia en su hermandad, y que de todo aquello que por su industria se hurtaba llevaban el quinto, como su Majestad de los tesoros, y que con todo esto eran hombres de mucha verdad, y muy honrados, y de buena vida y fama, temerosos de Dios y de sus conciencias', que cada dia oian misa con estraña devocion: y hay dellos tan comedidos, especialmente estos dos que de aquí se van agora, que se contentan con mucho ménos de lo que por nuestros aranceles les toca: otros dos hay, que son palanquines, los cuales como por momentos mudan casas, saben las entradas y salidas de todas las de la ciudad, y cuáles pueden ser de provecho, y cuáles no. Todo me parece de perlas, dijo Rinconete, y querria ser de algun provecho á tan famosa cofradía. Siempre favorece el cielo á los buenos deseos, dijo Mompodio.

Estando en esta plática llamaron á la puerta; salió Mompodio á ver quién era, y preguntándolo, respondieron: Abra voacé, señor Mompodio, que el Repolido soy. Oyó esta voz Cariharta, y alzando al cielo la suya, dijo: No le abra vuesa merced, señor Mompodio, no le abra á ese marinero de Tarpeya, á ese tigre de Ocaña. No dejó por esto Mompodio de abrir á Repolido; pero viendo la Cariharta que le abria, se levantó corriendo y se entró en la sala de los broqueles, y cerrando tras sí la puerta, desde dentro á grandes voces decia: Quítenmelo de delante á ese gesto de por demas, á ese verdugo de inocentes, asombrador de palomas duendas. Maniferro y Chiquiznaque tenian á Repolido, que en todas maneras queria entrar donde la Cariharta estaba; pero como no le dejaban, decia desde afuera: No haya mas, enojada mia; por tu vida que te sosiegues, ansí te veas casada. ¿Casada yo, malino? respondió la Cariharta; mira en qué tecla toca; ya quisieras tú que lo fuera contigo, y ántes lo seria yo con una notomia de muerte, que contigo. Ea, boba, replicó Repolido, acabemos ya, que es tarde, y mire no se ensanche por verme hablar tan manso, y venir tan rendido, porque vive el dador, si se me sube la cólera al campanario, que sea peor la recaida que la caida; humíllese, y humillémonos todos, y no demos de comer al diablo. Y aun de cenar le daria yo, dijo la Cariharta, porque te llevase donde nunca mas mis ojos te viesen. ¿No os digo yo? dijo Repolido; por Dios, que voy oliendo, señora trinquete, que lo tengo de echar todo á doce, aunque nunca se venda. A esto dijo Mompodio: En mi presencia no ha de haber demasías: la Cariharta saldrá, no por amenazas, sino por amor mio, y todo se hará bien; que las riñas entre los que bien se quieren, son causa de mayor gusto cuando se hacen las paces: ¡ah, Juliana, ah niña, ah Cariharta mia, sal acá fuera por mi amor, que yo haré que el Repolido te pida perdon de rodillas. Como él eso haga, dijo la Escalanta, todas seremos en su favor y en rogar á Juliana salga acá fuera. Si esto ha de ir por via de rendimiento que güela á menoscabo de la persona, dijo el Repolido, no me rendiré á un ejército formado de esguízaros; mas si es por via de que la Cariharta gusta dello, no digo yo hincarme de rodillas, pero un clavo me hincaré por la frente en su servicio. Riéronse desto Chiquiznaque y Maniferro, de lo cual se enojó tanto el Repolido, pensando que hacian burla dél, que dijo con muestras de infinita cólera: Cualquiera que se riere ó se pensase reir de lo que la Cariharta contra mí, ó yo contra ella, hemos dicho ó dijéremos, digo que miente y mentirá todas las veces que se riere ó lo pensare, como ya he dicho. Miráronse Chiquiznaque y Maniferro de tan mal garbo y talle, que advirtió Mompodio que pararia en un gran mal, si no lo remediaba; y así poniéndose luego en medio dellos, dijo: No pasen mas adelante, caballeros, cesen aquí palabras mayores, y desháganse entre los dientes; y pues las que se han dicho no llegan á la cintura, nadie las tome por sí. Bien seguros estamos, respondió Chiquiznaque, que no se dijeron ni dirán semejantes monitorios por nosotros; que si se hubiera imaginado que se decian, en manos estaba el pandero que lo supieran bien tañer. Tambien tenemos acá pandero, seor Chiquiznaque, replicó el Repolido, y tambien si fuere menester sabremos tocar los cascabeles, ya he dicho que el que se huelga, miente; y quien otra cosa pensare, sígame, que con un palmo de espada ménos hará el hombre que sea lo dicho dicho; y diciendo esto, se iba á salir por la puerta afuera. Estábalo escuchando la Cariharta, y cuando sintió que se iba enojado, salió diciendo: Ténganle, no se vaya, que hará de las suyas: ¿no ven que va enojado, y es un Júdas Macarelo en esto de la valentía? vuelve acá, valenton del mundo y de mis ojos; y cerrando con él le asió fuertemente de la capa, y acudiendo tambien Mompodio le detuvieron. Chiquiznaque y Maniferro no sabian si enojarse, ó si no, y estuviéronse quedos esperando lo que Repolido haria; el cual viéndose rogar de la Cariharta y de Mompodio, volvió diciendo: Nunca los amigos han de dar enojo á los amigos, ni hacer burla de los amigos, mas cuando ven que se enojan los amigos. No hay aquí amigo, respondió Maniferro, que quiera enojar ni hacer burla de otro amigo; y pues todos somos amigos, dénse las manos los amigos. A esto dijo Mompodio: Todos voacedes han hablado como buenos amigos, y como tales amigos se den las manos de amigos. Diéronselas luego; y la Escalanta quitándose un chapin comenzó á tañer en él como en un pandero; la Gananciosa tomó una escoba de palma nueva, que allí se halló acaso, y rasgándola hizo un son, que aunque ronco y áspero, se concertaba con el del chapin. Mompodio rompió un plato, y hizo dos tejoletas que puestas entre dos dedos y repicadas con gran lijereza, llevaba el contrapunto al chapin y á la escoba. Espantáronse Rinconete y Cortadillo de la nueva invencion de la escoba, porque hasta entónces nunca la habian visto. Conociólo Maniferro, y díjoles: Admíranse de la escoba? pues bien hacen: pues música mas presta y mas sin pesadumbre, ni mas barata, no se ha inventado en el mundo: en verdad que oí decir el otro dia á un estudiante, que ni el Negrofeo que sacó á la Arauz del infierno, ni Marion, que subió sobre el delfin, y salió del mar como si viniera caballero sobre una mula de alquiler, ni el otro gran músico que hizo una ciudad que tenia cien puertas y otros tantos postigos, nunca inventaron mejor género de música tan fácil de deprender, tan mañera de tocar, tan sin trastes, clavijas ni cuerdas, y tan sin necesidad de templarse, y aun voto á tal, que dice que la inventó un galan desta ciudad, que se pica de ser un Héctor en la músisa. Eso creo yo muy bien, respondió Rinconete, pero escuchemos lo que quieren cantar nuestros músicos, que parece que la Gananciosa ha escupido, señal de que quiere cantar: y así era la verdad, porque Mompodio le habia rogado que cantase algunas seguidillas de las que se usaban; mas la que comenzó primero fué la Escalanta, y con voz sutil y quebradiza cantó lo siguiente:

Por un sevillano, rufo á lo valon,
Tengo socarrado todo el corazon.

Siguió la Gananciosa cantando:

Por un morenico de color verde
¿Cuál es la fogosa que no se pierde?

Y luego Mompodio, dándose gran priesa al meneo de sus tejoletas, dijo:

Riñen dos amantes, hácese la paz,
Si el enoju es grande, es el gusto mas.

No quiso la Cariharta pasar su gusto en silencio, porque tomando otro chapin, se metió en danza, y acompañó á las demas, diciendo:

Detente, enojado, no me azotes mas,
Que si bien lo miras, á tus carnes das.

Cántese á lo llano, dijo á esta sazon Repolido, y no se toquen historias pasadas, que no hay para qué: lo pasado sea pasado, y tómese otra vereda, y basta. Talle llevaban de no acabar tan presto el comenzado cántico, si no sintieran que llamaban á la puerta apriesa, y con ella salió Mompodio á ver quién era, y la centinela le dijo como al cabo de la calle habia asomado el alcalde de la justicia, y que delante dél venian el Tordillo y el Cernícalo, corchetes neutrales. Oyéronlo los de dentro, y alborotáronse todos, de manera que la Cariharta y la Escalanta se calzaron sus chapines al reves: dejó la escoba la Gananciosa, Mompodio sus tejoletas, y quedó en turbado silencio toda la música: enmudeció Chiquiznaque, pasmóse el Repolido, y suspendióse Maniferro, y todos, cuál por una y cuál por otra parte, desaparecieron, subiéndose á las azoteas y tejados para escaparse y pasar por ellos á otra calle. Nunca disparado arcabuz á deshora, ni trueno repentino espantó así á banda de descuidadas palomas, como puso en alboroto y espanto á toda aquella recogida compañía y buena gente la nueva de la venida del alcalde de la justicia y su corchetada: los dos novicios Rinconete y Cortadillo no sabian qué hacerse, y estuviéronse quedos, esperando ver en qué paraba aquella repentina borrasca, que no paró en mas de volver la centinela á decir que el alcalde se habia pasado de largo, sin dar muestra ni resabio de mala sospecha alguna. Y estando diciendo esto á Mompodio, llegó un caballero mozo á la puerta, vestido, como se suele decir, de barrio: Mompodio le entró consigo, y mandó llamar á Chiquiznaque, á Maniferro y al Repolido, y que de los demas no bajase alguno: como se habian quedado en el patio Rinconete y Cortadillo pudieron oir toda la plática que pasó Mompodio con el caballero recien venido, el cual dijo á Mompodio, que por qué se habia hecho tan mal lo que le habia encomendado. Mompodie respondió que aun no sabia lo que se habia hecho, pero que allí estaba el oficial á cuyo cargo estaba su negocio, y que él daria muy buena cuenta de sí. Bajó en esto Chiquiznaque, y preguntóle Mompodio si habia cumplido con la obra que se le encomendó de la cuchillada de á catorce. ¿Cuál, respondió Chiquiznaque: es la de aquel mercader de la encrucijada? Esa es, dijo el caballero. Pues lo que en eso pasa, respondió Chiquiznaque, es que yo le aguardé anoche á la puerta de su casa, y él vino ántes de la oracion: lleguéme cerca dél, marquéle el rostro con la vista, y vi que le tenia tan pequeño que era imposible de toda imposibilidad caber en él cuchillada de catorce puntos; y hailándome imposibilitado de poder cumplir lo prometido, y de hacer lo que llevaba en mi destruicion.... Instruccion querrá vuesa merced decir, dijo el caballero, que no destruicion. Eso quise decir, respondió Chiquiznaque: digo que viendo que en la estrecheza y poca cantidad de aquel rostro no cabian los puntos propuestos, porque no fuese mi ida en balde, di la cuchillada á un lacayo suyo, que á buen seguro que la pueden poner por mayor de marca. Mas quisiera, dijo el caballero, que se le hubiera dado al amo una de á siete, que al criado la de catorce: en efeto conmigo no se ha cumplido, como era razon, pero no importa; poca mella me harán los treinta ducados que dejé en señal: beso á vuesas mercedes las manos; y diciendo esto, se quitó el sombrero, y volvió las espaldas para irse; pero Mompodio le asió de la capa de mezcla que traia puesta, diciéndole: Voacé se detenga, y cumpla su palabra, pues nosotres hemos cumplido la nuestra con mucha honra y con mucha ventaja: veinte ducados faltan, y no ha de salir de aquí voacé sin darlos, ó prendas que lo valgan. Pues ¿á esto llama vuesa merced cumplimiento de palabra, respondió el caballero, dar la cuchillada al mozo, habiéndose de dar al amo? ¡Qué bien está en la cuenta el señor! dijo Chiquiznaque; bien parece que no se acuerda de aquel refran que dice: Quien bien quiere á Beltran, bien quiere á su can. Pues ¿en qué modo puede venir aquí propósito este refran? replicó el caballero. ¿Pues no es lo mismo, prosiguió Chiquiznaque, decir: quien mal quiere á Beltran, mal quiere á su can? y así Beltran es el mercader, voacé le quiere mal, su lacayo es su can, y dando al can se da á Beltran, y la deuda queda líquida, y trae aparejada ejecucion: por eso no hay mas sino pagar luego sin apercebimiento de remate. Eso juro yo bien, añadió Mompodio, y de la boca me quitaste, Chiquiznaque amigo, todo cuanto aquí has dicho: y así voacé, señor galan, no se meta en pun. tillos con sus servidores y amigos, sino tome mi consejo y pague luego lo trabajado, y si fuere servido que se le dé otra al amo, de la cantidad que pueda llevar su rostro, haga cuenta que ya se la está curando. Como eso sea, respondió el galan, de muy entera voluntad y gana pagaré la una y la otra por entero. No dude en esto, dijo Mompodio, mas que. en ser cristiano, que Chiquiznaque se la dará pintiparada, de manera que parezca que allí se le nació. Pues con esa seguridad y promesa, respondió el caballero, recíbase esta cadena en prendas de los veinte ducados atrasados y de cuarenta que ofrezco por la venidera cuchillada: pesa mil reales, y podria ser que se quedase rematada, porque traigo entre ojos que serán menester otros catorce puntos antes de mucho: quitóse en esto una cadena de vueltas menudas del cuello, y diósela á Mompodio, que al tocar y al peso bien vió que no era de alquimia. Mompodio la recebió con mucho contento y cortesía, porque era en estremo bien criado: la ejecucion quedó á cargo de Chiquiznaque, que solo tomó término de aquella noche. Fuése muy satisfecho el caballero, y luego Mompodio llamó á todos los ausentes y azorados: bajaron todos, y poniéndose Mompodio en medio dellos, sacó un libro de memoria que traia en la capilla de la capa, y diósele á Rinconete que leyese, porque él no sabia leer. Abriólo Rinconete, y en la primera hoja vió que decia:

MEMORIA DE LAS CUCHILLADAS QUE SE HAN DE DAR ESTA
SEMANA.

La primera al mercader de la encrucijada: vale cincuenta escudos: están recebidos treinta á buena cuenta. Secutor, Chiquiznaque.

No creo que haya otra, hijo, dijo Mompodio: pasa adelante, y mira donde dice: Memoria de palos. Volvió la hoja Rinconete, y vió que en otra estaba escrito: Memoria de palos. Y mas abajo decia:

Al bodegonero de la Alfalfa doce palos de mayor cuantía, á escudo cada uno: están dados á buena cuenta ocho: el término seis dias. Secutor, Maniferro.

Bien podia borrarse esa partida, dijo Maniferro, porque esta noche traeré finiquito della. ¿Hay mas, hijo? dijo Mompodio. Sí, otra, respondió Rinconete, que dice así:

Al sastre corcobado, que por mal nombre se llama el Silguero, seis palos de mayor cuantía á pedimento de la dama que dejó la gargantilla. Secutor, el Desmochado.

Maravillado estoy, dijo Mompodio, cómo todavía está esa partida en ser; sin duda alguna debe de estar mal dispuesto el Desmochado, pues son dos dias pasados del término, y no ha dado puntada en esta obra. Yo le topé ayer, dijo Maniferro, y me dijo que por haber estado retirado por enfermo el corcobado, no habia cumplido con su débito. Eso creo yo bien, dijo Mompodio, porque tengo por tan buen oficial al Desmochado, que si no fuera por tan justo impedimento, ya él hubiera dado al cabo con mayores empresas. ¿Hay mas, mocito? No, señor, respondió Rinconete. Pues pasad adelante, dijo Mompodio, y mirad donde dice: Memorial de agravios comunes. Pasó adelante Rinconete, y en otra hoja halló escrito:

Memorial de agravios comunes, conviene á saber: redomazos, untos de miera, clavazon de sambenitos y cuernos, matracas, espantos, alborotos y cuchilladas fingidas, publicacion de nibelos, etc.

¿Qué dice mas abajo? dijo Mompodio. Dice, dijo Rinconete, unto de miera en la casa... No se lea la casa, que ya yo sé dónde es, respondió Mompodio, y yo soy el tuautem y esecutor de esa niñería, y están dados á buena cuenta cuatro escudos, y el principal es ocho. Así es la verdad, dijo Rinconete, que todo eso está aquí escrito; y aun mas abajo dice: clavazon de cuernos. Tampoco se lea, dijo Mompodio, la casa, ni adónde, que basta que se les haga el agravio, sin que se diga en público, que es gran cargo de conciencia á lo ménos mas querria yo clavar cien cuernos y otros tantos sambenitos, como se me pagase mi trabajo, que decillo sola una vez, aunque fuese á la madre que me parió. El esecutor desto es, dijo Rinconete, el Narigueta. Ya está eso hecho y pagado, dijo Mompodio; mirad si hay mas, que si mal no me acuerdo, ha de haber ahí un espanto de veinte escudos: está dada la mitad, y el esecutor es la comunidad toda, y el término es todo el mes en que estamos, y cumpliráse al pié de la letra, sin que falte un tilde, y será una de las mejores cosas que hayan sucedido en esta ciudad de muchos tiempos á esta parte: dadme el libro, mancebo, que yo sé que no hay mas, y sé tambien que anda muy flaco el oficio; pero tras este tiempo vendrá otro, y habrá que hacer mas de lo que quisiéremos; que no se mueve la hoja sin la voluntad de Dios, y no hemos de hacer nosotros que se vengue nadie por fuerza; cuanto mas, que cada uno en su causa suele ser valiente, y no quiere pagar las hechuras de la obra que él se puede hacer por sus manos. Así es, dijo á esto el Repolido. Pero mire vuesa merced, señor Mompodio, lo que nos ordena y manda, que se va haciendo tarde, y va entrando el calor mas que de paso. Lo que se ha de hacer, respondió Mompodio, es que todos se vayan á sus puestos, y nadie se mude hasta el domingo, que nos juntaremos en este mismo lugar, y se repartirá todo lo que hubiere caido, sin agraviar á nadie. A Rinconete el bueno y á Cortadillo se les da por distrito hasta el domingo, desde la torre del Oro por defuera de la ciudad, hasta el postigo del Alcázar, donde se puede trabajar á sentadillas con sus flores: que yo he visto á otros de ménos habilidad que ellos salir cada dia con mas de veinte reales en menudos, amen de la plata, con una baraja sola, y esa con cuatro naipes ménos: este distrito os enseñará Ganchoso; y aunque os estendais hasta San Sebastian y Sautelmo, importa poco, puesto que es justicia mera mista, que nadie se entre en pertenencia de nadie. Besáronle la mano los dos por la merced que se les hacia, y ofreciéronse á hacer su oficio bien y fielmente, con toda diligencia y recato. Sacó en esto Mompodio un papel doblado de la capilla de la capa, donde estaba la lista de los cofrades, y dijo á Rinconete que pusiese allí su nombre y el de Cortadillo; mas porque no habia tintero le dió el papel para que lo llevase, y en el primer boticario los escribiese, poniendo: Rinconete y Cortadillo cofrades: noviciado ninguno: Rinconete floreo, Cortadillo bajon, y el dia, mes y año, callando padres y patria. Estando en esto entró uno de los viejos abispones, y dijo: Vengo á decir á vuesas mercedes como agora topé en Gradas á Lobillo el de Málaga, y díceme que viene mejorado en su arte de tal manera, que con naipe limpio quitará el dinero al mismo Satanas, y que por venir maltratado no viene luego á registrarse, y á dar la sólita obediencia; pero que el domingo será aquí sin falta. Siempre se me asentó á mí, dijo Mompodio, que este Lobillo habia de ser único en su arte, porque tiene las mejores y mas acomodadas manos para ello, que se pueden desear; que para ser uno buen oficial en su oficio, tanto ha menester los buenos instrumentos con que le ejercita, como el ingenio con que le aprende. Tambien topé, dijo el viejo, en una casa de posadas en la calle de Tintores, al judío en hábito de clérigo, que se ha ido á posar allí, por tener noticia que dos peruleros viven en la misma casa, y querria ver si pudiese trabar juego con ellos, aunque fuese de poca cantidad, que de allí podria venir á mucha: dice tambien que el domingo no faltará de la junta y dará cuenta de su persona. Ese judío tambien, dijo Mompodio, es gran sacre, y tiene gran conocimiento; dias ha que no le he visto, y no lo hace bien; pues á fe que si no se enmienda, que yo le deshaga la corona, que no tiene mas órdenes el ladron, que las que tiene el turco, ni sabe mas latin que mi madre: ¿hay mas de nuevo? No, dijo el viejo, á lo ménos que yo sepa. Pues sea en buen hora, dijo Mompodio; voacedes tomen esta miseria, y repartió entre todos hasta cuarenta reales, el domingo no falte nadie, que no faltará nada de lo corrido. Todos le volvieron las gracias: tornáronse á abrazar Repolido y la Cariharta: la Escalanta con Maniferro, y la Gananciosa con Chiquiznaque, concertando que aquella noche despues de haber alzado de obra en la casa, se viesen en la de la Pipota, donde tambien dijo que iria Mompodio al registro de la canasta de colar, y que luego habia de ir á cumplir y borrar la partida de la miera: abrazó á Rinconete y á Cortadillo, y echándoles su bendicion los despidió, encargándoles que no tuviesen jamas posada cierta, ni de asiento, porque así convenia á la salud de todos. Acompañólos Ganchoso hasta enseñarles sus puestos, acordándoles que no faltasen el domingo, porque á lo que creia y pensaba, Mompodio habia de leer una licion de oposicion acerca de las cosas concernientes á su arte. Con esto se fué, dejando á los dos compañeros admirados de lo que habian visto. Era Rinconete, aunque muchacho, de muy buen entendimiento, y tenia un buen natural, y como habia andado con su padre en el ejercicio de las bulas, sabia algo de buen lenguaje, y dábale gran risa pensar en los vocablos que habia oido á Mompodio y á los demas de su compañía y bendita comunidad; y mas cuando por decir per modum suffragii, habia dicho por modo de naufragio; y que sacaban el estupendo, por decir estipendio, de lo que se garbeaba; y cuando la Cariharta dijo que era Repolido como un marinero de Tarpeya y un tigre de Ocaña, por decir Hircania, con otras mil impertinencias: especialmente le cayó en gracia cuando dijo que el trabajo que habia pasado en ganar los veinte y cuatro reales, lo recebiese el cielo en descuento de sus pecados; y sobre todo le admiraba la seguridad que tenian y la confianza de irse al cielo con no faltar á sus devociones, estando tan llenos de hurtos, y de homicidios y ofensas de Dios: y reíase de la otra buena vieja de la Pipota, que dejaba la canasta de colar hurtada, guardada en su casa, y se iba á poner las candelillas de cera á las imágenes, y con ello pensaba irse al cielo calzada y vestida: no ménos le suspendia la obediencia y respeto que todos tenian á Mompodio, siendo un hombre bárbaro, rústico y desalmado: consideraba lo que habia leido en su libro de memoria, y los ejercicios en que todos se ocupaban: finalmente, exageraba cuán descuidada justicia habia en aquella tan famosa ciudad de Sevilla, pues casi al descubierto vivia en ella gente tan perniciosa y tan contraria á la misma naturaleza; y propuso en sí de aconsejar á su compañero no durase mucho en aquella vida tan perdida y tan mala, tan inquieta y tan libre y disoluta; pero con todo esto, llevado de sus pocos años y de su poca esperiencia, pasó con ella adelante algunos meses, en los cuales le sucedieron cosas que piden mas larga escritura, y así se deja para otra ocasion contar su vida y milagros, con los de su maestro Mompodio, y otros sucesos de aquellos de la infame academia, que todos serán de grande consideracion, y que podrán servir de ejemplo y aviso á los que los leyeren.