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Roma abrasada/Acto I

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Elenco
Roma abrasada
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

Salen CLAUDIO, emperador, FÉLIX, PALANTE y guarda.
CLAUDIO:

  Ni judío ni cristiano
quede en Roma: ¡vayan fuera!

FÉLIX:

Hoy el Imperio Romano
eterna quietud espera
de tu poderosa mano,
  que le alborota esta gente...

PALANTE:

Cualquiera ley diferente
le ha de tener dividido.

FÉLIX:

Arbitrio, César, ha sido
provechoso y conveniente.

CLAUDIO:

  Pues parte, amigo Palante,
a la justa ejecución.
Salga de Roma triunfante
toda la hebrea nación,
salga el cristiano arrogante.
  Hoy con los dos me enemisto:
es el cristiano malquisto
y el hebreo lo es también,
los unos por su Moisén
y los otros por su Cristo.
  ¿Aqueste Pedro quién es?

PALANTE:

El Pontífice Mayor
de los cristianos.

CLAUDIO:

Después
que vino a Roma, su honor
se aumenta al paso que ves.

FÉLIX:

  Al tercer año dichoso
de tu imperio, a Roma vino
de Antioquía.

CLAUDIO:

Esto es forzoso:
a lo menos determino
que salga el hebreo odioso.
  ¡No quede en Roma un hebreo!

PALANTE:

Voy a cumplir tu deseo.

(Vase.)
CLAUDIO:

Pues, Félix, ¿en qué has pasado
mi ausencia?

FÉLIX:

Con el cuidado
de verte como te veo,
  deseaba, gran señor,
de una y otra Mauritania
verte volver vencedor
como un tiempo de Britania
humillada a tu valor.
  Y todo en fin se ha cumplido.

CLAUDIO:

Sabes, Félix, que he sentido
que no me viniese a ver
Mesalina, mi mujer:
siempre ausencia engendra olvido.
  ¿Qué habrá sido la razón?
¿No respondes? ¿No me miras?

FÉLIX:

Hay notable confusión.

CLAUDIO:

¿Qué te encoges? ¿Qué suspiras?
¡Dime la triste ocasión!
  ¿Es muerta? ¿Hánmelo encubierto
por no me dar pena acaso?

FÉLIX:

No, señor, mas ten por cierto
que fuera dichoso caso
que hubiera en tu ausencia muerto.

CLAUDIO:

  ¿Muerto mejor? ¿De qué suerte
pudo estarme bien su muerte?

FÉLIX:

No sé cómo te lo diga.

CLAUDIO:

¡Oh Félix, mi amor te obliga,
y tu fe y lealtad!

FÉLIX:

Advierte:
  las mujeres no escusadas
para conservar el mundo,
veneno y vida del hombre,
forzoso mal y bien sumo.
Las mujeres, que en las buenas
tanto bien el cielo puso,
que al oro, plata ni piedras
jamás igualarse pudo
y, siendo malas, que en esto
poco a las buenas injurio,
no ha dado el cielo a los hombres
castigo tan fiero y duro,
han sido de nuestras honras,
invicto Claudio, un verdugo
que en la plaza nos afrenta
con pregones disolutos.

FÉLIX:

Mas fue permisión del cielo
que las malas lo sean mucho
para que las que son buenas
se estimasen en lo justo.
No digo yo que la tuya
tuvo acceso con los brutos,
como de algunas se cuenta,
de cuyos ejemplos huyo...
No fue la que edificó
el babilónico muro,
que tuvo, con un caballo,
vil ayuntamiento espurio...
No fue Pasife de Creta
que en el artificio escuro
de Dédalo gozó el toro
que a su marido antepuso...
Mas fuera de lo que es esto,
ni los incestos ni estupros,
sacrilegios ni adulterios
de cuantas pasadas culpo
se igualan a la maldad
y atrevimiento que tuvo
en ausencia tu mujer,
que ha sido espantable insulto.

FÉLIX:

Que dejar Helena un rey
y irse a Troya no presumo
que dio tal espanto en Grecia,
que cuanto es amor disculpo.
Pero está admirada Roma
de que no siendo difunto
su esposo de una mujer,
ni desterrado ni oculto,
se case públicamente
siendo en cielo y tierra injusto,
contra Júpiter en cielo
y en tierra contra Licurgo.
Mientras fuiste a conquistar
el africano perjuro
cuyas célebres vitorias
oyó de tus propios nuncios,
y aun sabiendo que ya Roma
previniendo estaba el triunfo,
no siendo mujer plebeya,
que es lo que más dificulto,
siendo emperatriz romana
se casó con Cayo Lucio,
que llaman Silio también,
honrando su infame gusto.

FÉLIX:

Casada está Mesalina:
mira si jamás se supo
semejante atrevimiento
de cuantas mujeres hubo.
Que casarse por engaño,
después de viudez y luto,
por momentos acontece
y no es milagro que dudo.
Mas siendo un emperador
solo a Júpiter segundo:
¿de que bárbara Etiopía
tan nueva maldad escucho?
Que es el hombre más hermoso
que vio Roma, te aseguro,
mas bien pudiera gozarle
sin ser vista de ninguno.
Mas irse a casar a un templo
por medio del libre vulgo
es hazaña que avergüenza
cielo y mar, tierra y profundo.

CLAUDIO:

  No creo yo que se ha oído
tal locura ni afrentado
hombre como yo lo ha sido
ni se haya mujer casado
en vida de su marido.
  Si repudiado la hubiera
y aquel marital consorcio
se acabara y deshiciera
por las leyes del divorcio,
disculpa alguna tuviera.
  ¡Oh mujeres! ¡Oh casadas!
Cuando buenas celebradas
por corona del marido,
pero si como esta han sido,
con razón vituperadas.
  ¡Casada ya Mesalina!
¡Vivo yo! ¡Qué vituperio
mayor sino es que imagina
quitarme vida y Imperio
y dársele determina!
  Esto sin duda es lo cierto...
¿Dónde está?

FÉLIX:

En su cuarto está.

CLAUDIO:

Mátala.

FÉLIX:

¿Cómo?

CLAUDIO:

Encubierto,
el alma a los vientos da
por medio del pecho abierto.

FÉLIX:

  ¿No será mejor prendella?

CLAUDIO:

Préndela y mátala, y muera
el traidor Silio con ella.

FÉLIX:

[Aparte.]
Voy, que si lo considera
se ha de olvidar dél y della.
  Que la tiene grande amor
y es hombre tan descuidado
que se le olvida el honor.

(Vase FÉLIX.)
CLAUDIO:

¿De qué mujer se ha contado
tan nuevo y famoso error?
  ¿Mi mujer casada? ¡Hay cosa
tan notable y prodigiosa!

(Sale PALANTE.)
PALANTE:

Ya he cumplido tus deseos
y se aprestan los hebreos
a la partida forzosa.

CLAUDIO:

  Estoy de ti bien servido,
mas ¿cómo, amigo Palante,
no has por lo menos oído
el caso más importante
que mi honra y vida han tenido?

PALANTE:

  ¿Cómo, señor?

CLAUDIO:

Di: ¿tú solo
fuiste en Roma peregrino,
si deste hemisferio y polo
a ser tan público vino
hasta el sepulcro de Apolo?
  No, Palante, no es posible...
Sin duda que me encubrías
esta deshonra insufrible.

PALANTE:

¿Qué dices?

CLAUDIO:

Que la sabías.

PALANTE:

Fuera, señor, imposible,
  y no sé de qué te quejas.

CLAUDIO:

De mi mujer.

PALANTE:

Gran señor,
ya de mi verdad te alejas,
ya con nombre de traidor
pagado a Palante dejas.
  ¿Qué sé yo de tu mujer?

CLAUDIO:

Di la verdad.

PALANTE:

Si perder
se debe a un rey el respeto,
de decírtela prometo.

CLAUDIO:

Esa pretendo saber.

PALANTE:

  Señor, tú has tenido humor
tan descuidado y dormido
en materia de tu honor
que a muchos ha parecido
querer decírtelo error
  que Mesalina hasta hoy día
tan libremente vivía
como plebeya mujer.

CLAUDIO:

¿Y podrá Roma creer
que ha sido ignorancia mía?

PALANTE:

  No señor, porque el marido
que se finge divertido
no tiene buena opinión.

CLAUDIO:

¿Luego matarla es razón?

PALANTE:

En eso culpan tu olvido,
  que eres hombre que si ayer
mandaste un hombre matar
y tu amigo solía ser,
hoy le envías a llamar
y convidas a comer.
  Y ansí dicen que sabías
tus ofensas y que luego
en la venganza dormías,
porque pudo ver un ciego
las cosas que tú no vías.

CLAUDIO:

  ¡Oh cuán desdichado he sido!
Cinco veces me he casado
y de todas he salido
descasado o agraviado
pero nunca arrepentido.
  A Emilia Lepida tuve
por mujer, luego contento
con Livia Camila estuve,
pero en este casamiento
poco tiempo me detuve.
  De Emilia un niño quedó,
a Livia no la gocé
porque en las bodas murió.
Plautina Herculana fue
quien a las dos sucedió:
  tuve a Druso, que ya es muerto.
Hecho el divorcio y concierto,
casé con Elia Petina
a quien siguió Mesalina
de tantas fortunas puerto,
  no porque allí descansé,
mas porque libre he quedado...

(Sale FÉLIX.)
FÉLIX:

Ya por tus libertos fue
muerta en su real estrado
la adúltera de tu fe.

CLAUDIO:

  Fïelmente procediste,
y pues ya de blanca nieve
el tiempo mis años viste
sexta vez no es bien que pruebe
lo que en desdicha consiste.
  ¡Vive Júpiter sagrado:
si me volviera a la edad
del verde tiempo pasado,
no me viera esta ciudad
eternamente casado!
  Y mas ya que tierra soy,
un hijo tengo: ese basta,
que a tener edad, desde hoy
rigiera a Roma.

FÉLIX:

¿Fue casta
su madre?

CLAUDIO:

Dudoso estoy.
  No más casar, no más honra,
pues no basta la grandeza
para escusar la deshonra.
¡Oh flaca naturaleza
que loco te ensalza y honra!
  No más mujer: vivo fuego
me abrase cuando intentare
verme en tal desasosiego
si el alma y cuerpo enredare
en laberinto tan ciego.
  Ya que escapado me veo
de aquel minotauro fuerte,
tiemple la edad el deseo
pues hoy me ha dado la muerte
el hilo de oro a Teseo.
  Pero volviendo a tratar,
Palante, de aquella gente
que te mandé desterrar...
¿Huélgase Roma? ¿Qué siente?
¿Muestra placer o pesar?

PALANTE:

  Señor, tan odiosos son
desde que al profeta Cristo
mató la hebrea nación,
que en todos contento he visto
y en nadie he visto pasión.
  Estaban aniquilados,
perseguidos, afrentados
en todo el Romano Imperio,
que debe de ser misterio
de nuestros dioses sagrados.

CLAUDIO:

  ¿Luego ese Cristo también
de nuestros dioses ha sido
y entre ellos ponerle es bien?

PALANTE:

Antecesor has tenido
que quiere que honor le den.
  Y ansí, gran César Augusto,
que dejes en Roma es justo
por esta vez los cristianos,
que hay muchos nobles romanos.

CLAUDIO:

Digo que dejarlos gusto.
  Salgan los hebreos luego,
y porque a comer me voy
decid que esperando estoy
a Mesalina.

FÉLIX:

¿Estás ciego?

CLAUDIO:

¡Ciego! ¿Pues en qué lo soy?
  Si a mi casa vine ayer,
¿es mucho que mi mujer
hoy, Félix, coma conmigo?

FÉLIX:

¿Luego fue burla el castigo
que en ella mandaste hacer?

CLAUDIO:

  ¿Pues qué ha sido?

FÉLIX:

¿No mandaste
matarla y el adulterio
con su muerte castigaste?

CLAUDIO:

¿Que es muerta?

FÉLIX:

¿Del vituperio
de su traición te olvidaste?
  ¿Habrán los hombres oído
tan gran descuido y olvido?

CLAUDIO:

Pues si es muerta, no la llames,
pagó sus obras infames:
castigo del cielo ha sido.
  ¡Voyme a comer!

FÉLIX:

[Aparte.]
Que se olvide
de tal manera ¿es ficción
o con la razón se mide?

(Vase el Emperador.)
PALANTE:

Fuera de ser condición
el mismo cetro le impide...
  La confusión del gobierno
no le deja discurrir.

(Sale AGRIPINA y NERÓN, su hijo.)
AGRIPINA:

Aún eres mancebo tierno
que comienzas a vivir,
y él tiene reposo eterno.
  Conviene que al César hable
y que esta hacienda se cobre.

NERÓN:

Es en vuestro honor culpable,
que no, madre, por ser pobre
disculpo el yerro notable.
  Que una viuda matrona
como vós no ha de venir
a hablar a nadie en persona,
ni que fuese a recibir
deste Imperio la corona.
  Todo cuanto os digo y muestro
por mi bien y por el vuestro
sea de vós bien recibido,
pues sabéis que es aprendido
de Séneca, mi maestro,
  que es el más claro español,
y demás digna persona
que ha visto en su patria el sol
de Cádiz a Barcelona
y de Navarra al Ferrol.

AGRIPINA:

  Calla, que están aquí juntos
los dos polos, los dos puntos
en que se mueve este Imperio.

NERÓN:

Y de Roma el vituperio
que tiene a tantos difuntos.
  No les hago rostro humano
a aquestos aduladores
que mataron por su mano
a un hombre de los mejores
de Roma.

AGRIPINA:

¿Quién fue?

NERÓN:

Silano,
  que Séneca dice dél
mil bienes.

FÉLIX:

¡Si es la sobrina
de Claudio!

PALANTE:

¡Y su hijo aquel!

FÉLIX:

¡Oh, hermosa Julia Agripina!

AGRIPINA:

Félix, Palante fïel:
  los brazos os quiero dar.

PALANTE:

¿Tú, señora, en tal lugar?

AGRIPINA:

Al Emperador, mi tío,
vengo a hablar, y el hijo mío
sus manos viene a besar.

PALANTE:

  Dadnos las vuestras, Nerón.

NERÓN:

Antes me dad vós las vuestras,
Palante, que es más razón.

PALANTE:

¡Qué humildad!

FÉLIX:

¡Qué hidalgas muestras
de valor y discreción!

PALANTE:

  Bien se os luce el buen maestro.

NERÓN:

Yo recibo como vuestro
ese honor que a darle viene
a quien falta quien le tiene.

FÉLIX:

El que vós tenéis es nuestro.

AGRIPINA:

¿Qué hace Claudio?

PALANTE:

  Está comiendo,
pero a buen tiempo venís.

AGRIPINA:

Hoy un pleito os encomiendo.

PALANTE:

¿Pleito, señora, decís?
¡De que le tengáis me ofendo!
  El padre tenéis jüez,
y sus privados esclavos:
saldréis con él esta vez.

NERÓN:

[Aparte.]
No se os dé, madre, dos clavos
deste adulador soez:
  el príncipe verdadero
huye de la adulación
del que fuere lisonjero.

AGRIPINA:

Traigo en mi pleito razón,
y así el espidiente espero.
  Aunque Germánico fue
de Claudio hermano y mi padre,
de quien sobrina quedé,
por la parte de mi madre
igual nobleza heredé.
  Murió mi amado marido,
Domicio Anneo Nerón,
de quien cual veis he tenido
la presente sucesión
del mismo noble apellido.
  Sobre cosas de su hacienda
a mi tío vengo a hablar.

FÉLIX:

Pues bien será que lo entienda
que se holgará descansar
como con su sangre y prenda,
  que hoy ha muerto a su mujer.

AGRIPINA:

¡Válgame Júpiter santo!

NERÓN:

Debiolo de merecer:
¿para qué os espantáis tanto
donde hay razón y poder?

PALANTE:

  Quédese Nerón aquí
y entrad conmigo.

NERÓN:

Aunque es tío
me pesa que entréis ansí,
que por Marte que no os fío,
con ser mi madre, de mí.

AGRIPINA:

  Nerón con Félix te queda.

(Vanse AGRIPINA y PALANTE.)
NERÓN:

¿Qué me place? No hay que pueda
pedir a Júpiter Roma
pues Claudio en hombros la toma
y el nombre de Augusto hereda.
 Cuando yo no hubiera sido
su sangre, le hubiera amado
por el valor que ha tenido
y porque os trae a su lado,
que siempre le habéis regido.

FÉLIX:

  Cuando yo Séneca fuera
vuestra alabanza sufriera.
¿Qué os enseña? ¿A qué os inclina?

NERÓN:

La lengua griega y latina
en que hacerme diestro espera.

FÉLIX:

  Esas ya vós las sabéis:
en las Artes liberales
más ocupado estaréis.

NERÓN:

Las que son más principales
y, aun fuera de una las seis,
  a la música también
tengo mucha inclinación.

FÉLIX:

¿Cantáis?

NERÓN:

Diestro, mas no bien...

FÉLIX:

Bien es también que lición
maestros de armas os den.

NERÓN:

  También me inclino a la guerra,
y al gran César tengo amor
por ver el valor que encierra.

FÉLIX:

Con espantoso valor
ha vencido a Inglaterra.

NERÓN:

  ¿Cómo fue elegido en Roma?
Que de varias suertes toma
el vulgo elección tan justa.

FÉLIX:

Ansí su corona augusta
su libre cabeza doma:
  siendo Calígula muerto
de treinta y dos puñaladas,
y aprobándose su muerte
por su crueldad y arrogancia
(porque en su escritorio hallaron
dos grandes listas selladas,
la una con un puñal,
la otra con una espada,
y escritos allí los nombres
de la nobleza romana,
condenados a la muerte
sin haber delito o causa)
quedó la ciudad confusa,
que todos imaginaban
que él propio fingía ser muerto
por conocer quién le amaba.

FÉLIX:

Pero siendo ya muy cierta,
luego los cónsules tratan
que volviese la gran Roma
a la libertad pasada.
Con esto, del Capitolio
se apoderaron sus armas
con el favor que les dieron
los que el palacio guardaban.
Pero el novelero vulgo,
que de la crueldad y infamia
de los césares pasados
la menor parte alcanzaba
y gozaba de las fiestas
que hacían en partes varias
y de los repartimientos
de monedas, oro y plata,
césar a voces pedían
y con la misma esperanza
la fiera gente de guerra
pide al Senado monarca.

FÉLIX:

El vulgo en Roma, y las cohortes
cerca de Roma alojadas,
a los cónsules tenían
temerosos de su patria.
Claudio, entonces, que era tío
de Calígula, no hallaba
dónde esconder su persona
de la espantosa matanza.
Al fin, con el miedo infame,
en los huecos de una escala
metió el cuerpo de manera
que los pies deja en la sala.
¡Caso estraño y que es tan digno
que desde Roma la fama
le lleve de Europa al Indio
y desde el África al Asia!
Que un soldado vio los pies
que por el hueco asomaban
y dellos por ver quién era
casi arrastrando le saca.

FÉLIX:

Echose Claudio a los suyos
deteniéndole la espada
pero el soldado a altas voces
«Claudio emperador» le llama.
Otros hicieron lo mismo
y al Real con gente y guarda
sobre los hombros le llevan
donde los demás le ensalzan.
Cuando el Senado lo supo,
con tribunos le amenaza:
Claudio responde medroso
que los soldados lo tratan.
Hallose Herodes Agripa
en Roma cuando esto pasa,
nieto de aquel que por Cristo
hizo en los niños matanza:
a Claudio, que se rendía,
puso valor y constancia
diciéndole que siquiera
espere hasta la mañana.
Pasola Claudio dudoso
entre miedo y esperanza,
que fue causa que el Senado
temiese alguna desgracia.
Al fin se le rinden todos
y, el que en el mundo no hallaba
lugar adonde esconderse,
del mundo señor se llama.

NERÓN:

  ¡Caso notable!

FÉLIX:

¡Espantoso!
Ya Palante vuelve.

NERÓN:

Y solo...

(Sale PALANTE.)
PALANTE:

Suceso a Roma dichoso
y que deste al indio polo
quedará eterno y famoso.

FÉLIX:

  ¿Qué ha sucedido?

PALANTE:

Primero
albricias me dé Nerón.

NERÓN:

Dártelas, Palante, espero,
y más si del pleito son.

PALANTE:

Del pleito de un mundo entero.
  Tu madre, Julia Agripina,
es ya de Claudio mujer.

NERÓN:

¿Pues cómo con su sobrina?
No puede eso en Roma ser
por ley humana o divina.

PALANTE:

  Verdad que entre los romanos
aún no se consiente al Rey,
pero por tocar sus manos
ha hecho agora una ley
que casa hasta los hermanos.

NERÓN:

  ¡Mil años vivas, amén!
Di que mi hacienda te den,
aunque es tan pobre, en albricias.

PALANTE:

Entra si darles codicias
de la boda el parabién.

NERÓN:

  Entro de contento lleno.

(Vase NERÓN.)
FÉLIX:

¿Cómo este suceso ha sido,
que estoy de sentido ajeno?

PALANTE:

Vino y amor le han vencido,
licor uno, otro veneno.

FÉLIX:

  ¿No blasfemaba sin tiento
del matrimonio y su fe,
con el pasado escarmiento?

PALANTE:

Pues ¡ay! cuando un hombre esté
más cerca del casamiento.

FÉLIX:

  ¿Qué vio en Julia?

PALANTE:

Su hermosura,
su honestidad, su blandura...

FÉLIX:

En eso tiene razón,
que junta a la discreción
ablanda una piedra dura.

PALANTE:

  Con esto tiene disculpa,
aunque hombre tan desdichado
con mujeres, tuvo culpa,
Félix, de haberse casado
cuando la edad le disculpa:
  hijo, aunque niño, tenía
si fue por la sucesión.

FÉLIX:

Este amor y fantasía
como llamaradas son
del fin de su monarquía.

PALANTE:

  Ven a ver los desposados
en su tálamo sentados.

FÉLIX:

Parecerán esta vez,
la juventud y vejez,
ave y rémora abrazados.

(Vanse.)
(Salen SÉNECA y OTÓN.)
OTÓN:

  ¿Que es tan hermosa España?

SÉNECA:

Es admirable,
es de Europa sin duda la más bella.
Su cielo benignísimo y afable,
  y no porque yo soy nacido en ella
te la encarezco, Otón, porque sin duda
si fuera estraño esto dijera della.
  Es su gente feroz, sabia y aguda,
que es notable de España la agudeza,
tan firme que jamás su intento muda.
  No es tanta como Italia su grandeza
pero tiene grandezas que la encumbran
por su espaciosa y fértil aspereza.
  Sus hombres más las armas acostumbran
que no las letras, porque las de Roma
desnudas siempre en su cerviz relumbran.
  La grande sierra Orospeda la doma,
el monte de Jubalda no descansa
hasta que al mar su blanca arena toma.
  Es tierra fértil, que jamás se cansa
en producir sustento, plata y oro,
y más donde a Pirene el agua amansa.
  Tiene ríos que llevan un tesoro
entre las guijas de diverso jaspe,
y montes más famosos que Peloro.
  De Ilerda a Doris, de Hispalis a Caspe,
hay cosas prodigiosas y riquezas
como no las ha visto el indio Hidaspe.

OTÓN:

  ¿Posible es que entre tales asperezas
produzca España tan notables cosas
y sobre todo a ti que a honrarla empiezas?

SÉNECA:

  De todas las ciudades más famosas
a Córdoba te alabo, en que he nacido,
puesto que hay muchas por estremo hermosas.

OTÓN:

  Bien basta haberte, ¡oh Séneca!, tenido
por hijo esa ciudad.

SÉNECA:

No me honres tanto,
que también de Lucano patria ha sido,
  de cuyos versos y «furor» me espanto,
que así llama Aristóteles los versos,
Homero «musas» y Virgilio «canto».

OTÓN:

  Versos severos son, graves y tersos,
los de Lucano. Yo tu prosa estimo.

SÉNECA:

Otón, nuestros estilos son diversos,
  mas si a loar a Córdoba me animo,
con ser mi patria el crédito me valga.
¡Oh Betis olivífero y opimo!
  Puesto que no tan fértil cuando salga,
a mi patria corone con olivas
como su playa el mar de arena y alga.

OTÓN:

  Dime de los caballos, ansí vivas.

SÉNECA:

¿Qué quieres que te diga? Al viento exceden.
Pero, pues tanto con Dionisio privas,
  mira, Otón, lo que hacer los tiempos pueden:
que por gobernador has de ir a España
o los astros por fábula se queden.

OTÓN:

  ¿Sábeslo por tu ciencia?

SÉNECA:

Si no engaña,
como te digo, el variar del cielo
con las luces que adora y acompaña
el claro sol que es lámpara del suelo.

(Sale PALANTE.)
PALANTE:

  En tu busca venía.

SÉNECA:

¡Oh, gran Palante!

PALANTE:

Tu Domicio Nerón, tu hijo y dicípulo,
a decirte me envía que le honres
en el lugar que tiene para honrarte.

SÉNECA:

¿De qué manera?

PALANTE:

Ya Agripina hermosa
es del Emperador esposa.

SÉNECA:

¡Oh, cielos!

OTÓN:

¿Julia Agripina es ya mujer de Claudio?

PALANTE:

Ya salen del famoso Capitolio
por dar a la ciudad este contento,
Claudio, Agripina y el pequeño niño
que le quedó de Mesalina solo,
y Domicio Nerón.

OTÓN:

¡Gran boda es esta!

SÉNECA:

Ya Roma se alborota de la fiesta.

(Salen con chirimías CLAUDIO, FÉLIX, AGRIPINA, GERMÁNICO, niño, NERÓN, OTAVIA y guarda.)
CLAUDIO:

  Creo que Roma se alegra
de vernos, esposa mía,
como mi madre y mi suegra,
aunque el laurel deste día
no caiga en cabeza negra.
  Pero ansí blanca y nevada
como el Celio a veces vemos,
de Agripina laureada
no muestra helados estremos
sino la cumbre dorada.
  Y como tras el invierno
el árbol se ve esmaltado
dando vuelta el curso eterno
del pimpollo colorado
y del ramo verde y tierno,
  ansí yo reverdecido
nuevamente viviré
cual yedra a este muro asido.

FÉLIX:

Para bien de Roma fue.

PALANTE:

Para bien de Roma ha sido.

OTÓN:

  Roma te da el parabién.

AGRIPINA:

Pues a quien le está tan bien,
¿qué parabién os dará?

CLAUDIO:

Son los brazos que me da
deste parabién el bien.

AGRIPINA:

  Según eso tiempo es hoy,
señor, de pedir mercedes.

CLAUDIO:

Alegre aguardando estoy:
disponer de todo puedes,
todo es tuyo y tuyo soy.

AGRIPINA:

  Aunque a Germánico tienes
por hijo de Mesalina,
injustamente previenes
darle tu Imperio...

CLAUDIO:

Agripina,
prosigue, ¿qué te detienes?

AGRIPINA:

  Por adúltera la has muerto:
¿de qué puedes estar cierto
que es tu hijo?

CLAUDIO:

Di.

AGRIPINA:

Prosigo...

DARDANIO:

¿Qué dudas?

AGRIPINA:

Querría contigo
hacer, señor, un concierto.
  Otavia, que es ya mujer,
fue al principio, que era buena
Mesalina, y puede ser...

CLAUDIO:

Habla, Agripina, sin pena.

AGRIPINA:

Pues oye lo que has de hacer.

CLAUDIO:

  Comienza.

AGRIPINA:

Adopta y prohíja
a mi Domicio Nerón,
y cásale con tu hija
para que con esta unión
uno y otro a Roma rija:
  tu sangre y la mía ansí
gozarán tu imperio.

GERMÁNICO:

Di:
si yo legítimo soy,
¿no ves que primero estoy?

CLAUDIO:

Rapaz, ¿vós habláis aquí?

FÉLIX:

  Calla, Germánico, advierte
que te mandará matar.

AGRIPINA:

¡Bravo, rapaz!

NERÓN:

¡Bravo y fuerte!

GERMÁNICO:

Si no tengo de reinar,
quiero hablar: dadme la muerte.

CLAUDIO:

  Llevalde de aquí.

FÉLIX:

Camina.

CLAUDIO:

Respondo, Julia Agripina,
que hago aquesta adopción
y que prohíjo a Nerón.

PALANTE:

¡Qué bravo amor!

FÉLIX:

Desatina.

CLAUDIO:

  Y pues se llamó hasta aquí
Domicio Nerón, por mí
Nerón Claudio desde hoy más
se llame.

AGRIPINA:

Cumpliendo vas
lo que esperaba de ti.

NERÓN:

  Dadme esos pies, gran señor.

CLAUDIO:

Dale esos brazos a Otavia,
que hoy eres mi sucesor.

NERÓN:

Vuestro gran valor se agravia
mas no de mi grande amor:
  dadme, señora, esa mano.

OTAVIA:

Yo soy, Nerón, la que gano.

CLAUDIO:

Publíquese en Roma todo
y vamos del mismo modo
juntos al templo de Jano.

(Vanse, y queden SÉNECA y OTÓN.)
OTÓN:

  ¡Notable fuerza de amor!

SÉNECA:

Eso tiene de furor
y bárbaro ejecutivo.

OTÓN:

Basta que al hijo adoptivo
quiere hacer emperador.

SÉNECA:

  Pues Otón, con tu licencia,
aunque no soy judiciario
(que lo profeso por ciencia
y antes pienso que es contrario
a la moral excelencia)
  quiero alzar una figura
para saber si Nerón
se ha de ver en tal ventura
desde este punto y sazón
en que esto Julia procura.
  Que el grande amor y cuidado
que tengo a aqueste mancebo
que en efeto le he crïado,
más en los ojos le llevo
que si le hubiera engendrado.

(Vase SÉNECA.)


OTÓN:

  Júpiter vaya contigo
y él se muestre tan amigo
en la parte que es planeta
que en cuanto influya y prometa
venza a Saturno enemigo.
  Que las partes de Nerón,
su ingenio, su entendimiento,
su cordura y discreción
son evidente argumento
de su afable condición.
  Y al fin, un hombre enseñado
por un sabio, el más versado
en moral filosofía
que conocen este día
griego y romano Senado,
  no puede ser que no sea
el que tan alto lugar
más dignamente posea,
aunque su honesto callar
no muestra que lo desea.

(Vanse, y salen con caja, bandera y soldados, VOLGESIO, rey, y DARDANIO, su hermano.)
VOLGESIO:

  La sujeción jurada a los romanos
desde este día al duro Imperio quito
que quiere desde Roma con sus manos
gozar lo que por armas solicito.
Déjense ya sus césares tiranos
pues el valor de Armenia resucito,
de pedirnos tributo y poner reyes
con sus bárbaros cónsules y leyes.
  Rey de los partos soy, y también puedo
poner igual ejército en campaña
sin tener a sus águilas el miedo
que tiene agora la sujeta España.
Pues tanto Imperio como Roma heredo
en cuanto el mar del Occidente baña,
a su pesar de Roma y su tirano,
de Armenia quiero hacer rey a mi hermano.
  Vengan acá sus armas y pendones,
si con estas no llego allá primero.
Ofendan nuestro sol sus escuadrones
imitando sus rayos el acero:
que ya aquellos Horacios y Cipiones
reliquias de su Rómulo agorero
se han consumido con el tiempo leve
que hasta el valor de Júpiter se atreve.

DARDANIO:

  Pasa, famoso hermano, el Asia y llega
hasta el padre de Rómulo divino
donde los campos de la loba riega
con el curso veloz y cristalino.
Gana los siete montes y despliega
sobre el Celio, Esquilino y Aventino
el rojo tafetán de tus banderas
asombrando naciones estranjeras.
  ¿Qué es esto de sufrir nuestras cervices
el espantoso yugo desta gente
más llena de retóricos matices
que del valor marcial belipotente?
Que mientras que no hicieres lo que dices,
nunca del yugo sacarás la frente
ni se verá la tuya coronada
de aquella planta que del sol fue amada.

VOLGESIO:

  Con ese ánimo tuyo al arma toca,
y a la mísera Roma te avecina.
Pon el metal belísono en la boca
y la baqueta al pergamino inclina.
Humíllese esta vez su gente loca
sabiendo que mi ejército camina
ya por el campo al sol, ya por la escarcha.

DARDANIO:

¡Marte va contra Roma!

VOLGESIO:

¡Toca!

DARDANIO:

¡Marcha!

(Salen SÉNECA y AGRIPINA.)
AGRIPINA:

  ¿Qué dices Séneca?

SÉNECA:

Digo,
si la judiciaria es cierta,
que Tu Majestad no acierta
pues se aconseja conmigo.
  Porque, alzada la figura,
muestra si es emperador
Nerón que llega su error
a darte muerte tan dura.
  Yo no solo me fïe
de mí mismo en lo que digo,
que a un astrólogo, mi amigo,
lo mismo le pregunté.
  Y dijo: «Yerra su padre,
Claudio, en aquesta adopción,
porque en siendo rey Nerón
ha de matar a su madre.»
  De mí bien creo que puedes
su amor de Nerón fïar,
pero si te ha de matar
mejor es que no le heredes.

AGRIPINA:

  De ti, Séneca, me espanto
que a genetlíacos des
crédito si verdad es
que sabes y enseñas tanto.
  Esa ciencia es disparate
y cuando no fuera error
tenga un hijo emperador,
que yo huelgo que me mate.
  Que no es bien que por querer
vivir, no le dé lugar
para que pueda llegar
al más supremo poder.
  Parte y di que venga aquí.

SÉNECA:

Yo voy.

AGRIPINA:

Dilo con secreto.

SÉNECA:

[Aparte.]
¡De tal causa tal efeto!
¡Ay Roma, triste de ti!

(Vase SÉNECA.)


AGRIPINA:

  Semíramis no diera muerte a Nino
ni el hijo airado fuera matricida
ni le quitara Rómulo la vida
al fuerte hermano que pasó el camino.
Si el imitar a Júpiter divino
que del padre Saturno fue homicida
ya no fuera disculpa conocida
a que yo por reinar también me inclino.
El amor de los hijos es tan tierno
que por su bien ninguno considera
si es veneno o antídoto el que toma.
Morir quiero y dejalle en el gobierno
como esta voz escuche cuando muera:
«¡Claudio Nerón, emperador de Roma!»

(Sale NERÓN.)
NERÓN:

  El veneno traigo aquí
si para eso me llamas.

AGRIPINA:

Hoy quiero ver si me amas
y hoy verás si te amo a ti.

NERÓN:

  ¿Qué modo se ha de tener
para matar a mi padre?

AGRIPINA:

Si has de decir «a tu madre»,
quítete el cielo el poder.

NERÓN:

  ¿No es posible en la comida
que este veneno le den?

AGRIPINA:

¿Y en la bebida?

NERÓN:

También,
si hacen salva a la bebida.

AGRIPINA:

  Pues escucha... Este glotón
ansí ejercita la boca,
que a vómitos se provoca
que es una infame invención:
  para esto por la garganta
se mete una pluma y luego
sale de aquel vientre ciego
bebida y comida tanta.
  En esta pluma podremos
poner el veneno.

NERÓN:

Bien
el premio, señora, os den
de dos tan raros estremos.
  ¡Qué hermosura y discreción!

AGRIPINA:

Entra pues, Nerón, y muera,
que yo haré que Roma quiera,
aunque le pese, a Nerón.

(Vase.)


(Salen PALANTE, FÉLIX y OTÓN.)
PALANTE:

  Fue notable espectáculo el del lago,
y la Naumaquia cosa milagrosa.

OTÓN:

De toda Italia vino gente a vella,
a fama de la fábula y batalla
de cincuenta galeras que se hicieron.

FÉLIX:

No es justo que llamarse pueda fábula
donde hubo vencedores y vencidos
y sobre libertad se peleaba.

OTÓN:

Hermosas fiestas hizo Claudio a Julia.

FÉLIX:

Fueron, en fin, de emperador romano.

OTÓN:

No las ha visto Roma semejantes:
¡qué grande amor la tiene!

PALANTE:

No ha querido
a ninguna mujer como a Agripina.

FÉLIX:

Jamás le pide cosa que le niegue.

OTÓN:

Es viejo esposo de mujer gallarda
que paga en obras lo que falta en gustos.

FÉLIX:

¿Luego es grande el amor en hombres viejos?

OTÓN:

Los mozos, Félix, en efeto mozos,
que gozamos con gusto y bizarría
la verde primavera de los años
sin admitir humanos desengaños;
los mozos que pasamos por las flores
que pasaron entonces los mayores;
los mozos que pensamos que la vida
es una cosa que jamás se acaba,
engañados del tiempo y satisfechos
de que por nuestros años, gusto y méritos
donde quiera seremos admitidos,
no tenemos amor tan verdadero.
Pero un hombre que ya pasó los días
mejores de su edad y está en las noches,
el que con blanca barba ve mezclarse
unos cabellos como el oro rubios
y en su boca desierta ajenos dientes
ama: regala y sirve noche y día.

(Sale AGRIPINA.)
AGRIPINA:

¡Guárdeos el cielo, lustre, honor y gloria
del Imperio Romano y las colunas
en que su excelsa máquina sustenta!

PALANTE:

¡Oh, hermosa Julia! ¡Oh, hermosa emperadora
digna de serlo de infinitos mundos
si un mundo se volviera cualquier hombre
grande como pequeño se imagina!

AGRIPINA:

¿A mí lisonjas, singular Palante,
Palante bien nacido, antiguo y noble?

FÉLIX:

Por él, señora, responderos quiero,
que no solo Palante, pero Roma
toda generalmente, el vulgo y nobles,
la plebe, los patricios y los équites,
los pretores, tribunos y los cónsules,
las cohortes urbanas, las pretorias
todas adoran ese nombre tuyo.

AGRIPINA:

Si eso fuese verdad, Félix gallardo,
Félix de noble sangre, bien podría
vivir segura que muriendo Claudio
cumplirán su palabra y juramento
de recibir en el Romano Imperio
a mi hijo Nerón.

OTÓN:

Bella Agripina,
¿en eso pones duda? Agravio haces
a tu hermosura, sangre, ingenio y méritos,
y al valor de Nerón que está jurado
ya por emperador de toda Roma.

AGRIPINA:

Otón valiente, por tus armas digno
de mil coronas cívicas y láureas,
murales y castrenses y gramíneas,
si reina mi Nerón, todo este Imperio
sin duda es de los tres: regilde todos.

OTÓN:

Ojalá que llegase tan buen día.

PALANTE:

Quiéralo Marte.

FÉLIX:

Júpiter lo ordene.

AGRIPINA:

¿Que me puedo fïar de todos?

PALANTE:

Puedes.

AGRIPINA:

Pues sabed, ¡oh romanos generosos!,
que Claudio es muerto.

PALANTE:

¡Válgame el gran Júpiter!

AGRIPINA:

Sobre mi estrado en mi aposento queda.

OTÓN:

¿Pues qué aguardas?

AGRIPINA:

Saber la intención vuestra.

FÉLIX:

Esta es nuestra intención y la de Roma.

(Sale NERÓN.)
AGRIPINA:

¿Nerón?

NERÓN:

Señora...

AGRIPINA:

Llega a tus amigos.

NERÓN:

¡Dadme esos brazos como a hechura dellos!

OTÓN:

¡Oh, gran Nerón! ¡Oh, emperador romano!

PALANTE:

¡Oh, gran César Augusto milagroso!

FÉLIX:

¡Oh, padre de la patria felicísimo!

OTÓN:

¿Qué tardamos? ¡Levántese en los hombros!

FÉLIX:

¡Véale Roma y viva el que le amare!

PALANTE:

¡Y muera el que su nombre aborreciere!

NERÓN:

En mí no tenéis rey sino un amigo:
a todos os tendré por padres.

FÉLIX:

¡Vamos!

PALANTE:

¡Nerón, César Augusto! ¡Nerón, vítor!

FÉLIX:

¡Nerón la posesión del mundo toma!

OTÓN:

¡Nerón, invicto emperador de Roma!

(En hombros le levanten y con chirimías le entren.)